Conferencia de Joseba
Rodríguez en el Encuentro de Cofradías de la Diócesis
de Burgos: “Ser cofrade hoy”
Hermandad de Cofradías
Burgos, abril 2006
Ser cofrade hoy:
Cuántas veces nos hemos preguntado:
¿Por qué soy cofrade? Seguramente, cada uno de los
que estamos hoy aquí daríamos una respuesta diferente.
¿Verdad que podemos acordarnos
con claridad, como si fuera hoy, de la primera vez que vimos una
Cofradía en la calle? ¡Que tendría aquello que
se nos metió entre las venas, y nos hizo vibrar con fuerza,
y nos llevó a obligar a nuestros padres, porque éramos
aún pequeños, a que al día siguiente estuviéramos
los primeros para ver la procesión!
¡Qué tendría aquello
que nos mantuvo uno y otro día tarareando las marchas procesionales,
en Navidad y en Verano, o que nos llevó a dibujar capirotitos
en las esquinas de los cuadernos! Qué tendría aquello
que nos hizo gritar por dentro: ¡Yo quiero ser uno de esos!
Probablemente, no caímos en la
cuenta de lo que significaba aquel cortejo en la calle. Nadie nos
había dado una catequesis sobre lo que significaba ser cofrade,
pero aquel desfile nos atrajo hacia sí con la fuerza de un
imán y así, sin pensarlo demasiado, nos hicimos cofrades
y decidimos acompañar a nuestro Santo Patrón en unos
casos, a Nuestra Señora María Santísima en
otros, al Santísimo Sacramento o, como es mi caso, revestirnos
nuestra túnica penitencial.
Y ahora, en la mayoría de los casos,
vemos cómo nuestra familia siente con nosotros la Cofradía
y nos apoya, aunque siempre habrá alguno que diga: “y
qué remedio me queda”. Por eso hemos venido hoy aquí,
madrugando para estar entre cofrades, en Hermandad, viviendo los
acontecimientos que se acercan con los nervios de unos novios el
día de su boda, preocupados de que nada falle, ni el tiempo,
ni las flores, ni los músicos, ni los cofrades.
La verdad es que hay muchos que no sabrían
explicar por qué son cofrades. Sin embargo, desean serlo
con todas sus fuerzas y emplean en ello un tiempo que jamás
hubieran creído que tenían y, menos aún, que
lo regalarían tan generosamente a los demás. Así,
los que llevan muchos años recorriendo caminos cofrades descubren
a lo largo de las décadas que cada vez son más las
razones que les empujan a pertenecer a la Cofradía.
Sí, son muchos los que nos acusan
a los cofrades de protagonizar un Cristianismo de baja intensidad,
exterior y formal, quizá porque creen, erróneamente,
que nuestra práctica cristiana se limita a nuestra participación
en las procesiones.
También es verdad que algunos les
hemos podido dar motivo para ello.
Ciertamente, parece que es más
comprometida la labor de aquellos que se entregan en cuerpo y alma
a la difusión del mensaje redentor de Cristo durante todo
el año, dedicándose con intensidad a las mil labores
de la comunidad parroquial, a la atención a los mayores,
o a la liturgia, o a los jóvenes y la catequesis. Así,
no es infrecuente que, cuando alguno de nuestros cofrades aparece
por la cofradía en los albores de la Semana Santa, al calentarse
ya el ambiente, le digan con una sonrisa cómplice: “nos
vemos de Pascuas a Ramos”. Tan cierto es, que se ha hecho
dicho popular.
También es verdad que en el mundo
de las Cofradías existen multitud de cofrades que no son
precisamente practicantes, que son gente buena, a la que esto les
gusta, les atrae, pero que, de hecho, son reticentes a la práctica
cristiana. Sin embargo, ello no es razón para decir que nuestras
Cofradías no valen o no sirven para nada, o que son instituciones
medievales y, por lo tanto, caducas para la misión del cristiano
de hoy. Por el contrario, ese hecho ha de ser un aliciente para
nosotros, para hacernos descubrir que el primer apostolado de las
cofradías, la primera misión del Cofrade está
precisamente en su propia Hermandad.
Si preguntáramos en un foro: “¿hay
que ser cofrades todo el año?”, todos contestarían
con un sí más que rotundo. Efectivamente, cada vez
son menos los que piensan que las Cofradías han de ceñirse
a la organización de procesiones y cada vez son más
los que, bien sea con la convivencia en las Casas de Hermandad,
bien sea mediante celebraciones litúrgicas, bien sea a lo
largo de excursiones y convivencias, reconocen que las Cofradías
les infunden vida y mantienen vivo su espíritu cofrade durante
todo el año.
Sin embargo, paradójicamente, no
por ese esfuerzo se nota en muchos cofrades una mayor práctica
cristiana formal. Este hecho debe ser motivo de reflexión
y ayudar a advertir, donde haga falta, que para muchos de esos “menos
practicantes” la Cofradía es el único hilo que
les une a la familia de la Iglesia. De esta forma, el cofrade también
ocupa su lugar en el Cuerpo Místico de la Iglesia. Aunque
fuese en el más bajo escalón del edificio eclesial,
el cofrade es Iglesia.
El título de esta intervención
es “Ser Cofrade Hoy” y esto nos lleva a un doble análisis:
qué es ser cofrade y cómo son los tiempos que se nos
ha dado recorrer. Al fin y a la postre, estos dos elementos aparecen
unidos cuando vemos cómo nuestros cofrades son hijos de su
tiempo y llegan a nuestras hermandades con todas las ventajas y
todos los inconvenientes de hoy en día.
Como ya he dicho, a mi parecer, la primera
misión la encuentra hoy el cofrade en su propia Cofradía,
con sus hermanos en Cristo. Del mismo modo que las Cofradías
conmueven a miles de personas en las calles, es nuestra primera
labor conmover y orientar a nuestros propios cofrades. El cofrade
en su Hermandad ha de encontrar sitio para conocer mejor a Jesucristo
y a su Santísima Madre, María.
Así, en nuestras cofradías
tenemos que aprovechar las aportaciones de aquellos cofrades más
practicantes, que provienen de entornos familiares o sociales donde
sí se lee y sí se practica el Evangelio. Hoy llegan
a las Cofradías cristianos procedentes de las más
variadas espiritualidades y movimientos, atraídos por el
empuje cofrade de los últimos años y, ciertamente,
observamos cómo nos dan contenido espiritual, cómo
entre todos vamos descubriendo mejor a Cristo y su Evangelio, dando
a nuestras Cofradías aires nuevos y mayor “pureza”
y significado.
Estos cofrades, vamos a decir entre comillas
“más formados”, conviven en la Hermandad con
otros, más atraídos por el singular atractivo de los
pasos engalanados y de la música procesional, o por la moda
de las procesiones, o por la amistad con otros cofrades, o por la
tradición, o por la familia. Los hay incluso que se sienten
hechizados, traspuestos bajo el influjo benéfico de esa atmósfera
admirable que es la procesión y quieren incorporarse a ella
sin caer en la cuenta, a veces, de que ni siquiera están
bautizados. Ahí se pide nuestra aportación. Así,
de esa convivencia ocasional en la procesión, surgirá,
como hemos podido ver los que estamos en esto desde hace años,
el contagio del Amor de Dios y los frutos esperados.
Junto a ese apostolado interno, está
el apostolado externo, el que se hace cuando, llegado el día
de su salida, la Cofradía pone en la calle a sus cofrades
o, en el caso de la Semana Santa, sus penitentes y pasos. Pero ¿qué
ha de decir hoy un cofrade a esa gente que viene a ver la procesión?
Puede valernos la lección que me
dio uno de mis hijos cuando aún tenía cinco años.
Estábamos en Sevilla y había observado, con el silencio
de un niño que se deja invadir y sorprender por la multitud
de imágenes de una y otra procesión, por todas y cada
una de ellas. Veía que Cristo era azotado, burlado, abofeteado
y crucificado, todo ello entre el tronar de los tambores y timbales,
el retumbar de los bombos y el gemir de las cornetas, en tardes
templadas y noches frías.
Era ya último día, Sábado
de Gloria, y decidimos adquirir unas postales de la Semana Santa
para enviárselas a amigos y familiares. Mi hijo las miraba
con detenimiento. En ellas aparecían fotografías de
esos pasos preciosos que con tanta expresividad explicaban humillación
y sufrimiento, dolor y muerte. El pequeño, mirándonos
a su madre y a mí, nos dijo: “Pero, al final, Jesús
gana”. Y esa fue la primera lección: que, al final,
Jesús gana. Por eso, nadie mejor que un cofrade puede manifestar
con alegría que Cristo ha resucitado, ¡que Cristo gana!
La segunda lección dentro de la
labor catequética de las Cofradías, que recibo tantas
veces manifestada en las personas de sus cofrades, es que ellos
son vivo reflejo de que ¡Cristo nos amó tanto, tanto
y tanto!
Ciertamente, ese amor manifestado por
la persona de cada cofrade lo podemos experimentar día a
día. Seguro que también lo habéis vivido como
yo en multitud de ocasiones.
Mi trabajo me obliga a desplazarme y en
mis viajes he tenido oportunidad de conocer cofradías y cofrades
de aquí y de allá, de todo origen y condición.
En verdad os digo, que lo que más me ha llamado la atención
de todos los sitios es que, cuando eres cofrade, te sientes querido;
que, al poco de estar, ya te tratan como a uno de ellos, se abandonan
en la plena confianza. Eso es la Hermandad. Eso es, sobre todo,
lo que Dios espera de nosotros: que seamos brotes suyos, que sembremos
su Amor y lo llevemos a todos los confines de la tierra.
Además, sentimos el perdón,
sentimos que el cofrade perdona y pide perdón. ¡Cuántas
veces rezamos y pedimos perdón al Señor por nuestras
faltas grandes y pequeñas! El cofrade que sale a las calles
en Semana Santa viene a las cofradías a pedir perdón.
El cofrade ofrece su sacrificio por sus pecados y por los pecados
de quienes le rodean y por los pecados de la Humanidad. El cofrade,
también ése en el que estamos pensando, que no es
que sea precisamente “rezador”, al revestirse y caminar
abriendo paso a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima
Madre pide, sobre todo, perdón. Pero, perdón ¿por
qué?
Cuando rezamos tantas veces el Señor
mío Jesucristo, lo decimos a veces tan corriendo que no caemos
en la cuenta que a Dios le pedimos perdón por tres cosas:
“Por ser Vos quien sois, Bondad Infinita”; en segundo
lugar, “porque os amo sobre todas las cosas”, y en tercer
lugar, casi de tapadillo, “porque podéis castigarme
con las penas de infierno”.
Es verdad que en las Cofradías,
hace años, se hablaba mucho de infierno. Se tenía
miedo a la Justicia Divina. Cuando algunos hablaban de ello, en
tono enfático y casi amenazante, parecía que Dios
no nos pasaría una. Se hablaba de mortificarse, de orar,
de peregrinar para esquivar las penas del infierno.
Creo que, con mejor criterio, vemos con
satisfacción, desde hace unos años, que lo que resalta
el cofrade al llevar la Pasión y Muerte de Cristo a las calles
es el AMOR con mayúsculas. Así, el cofrade propaga
por cada rincón de cada localidad la profunda realidad del
Amor de Dios. Claro que sí. El cofrade manifiesta públicamente,
desde el anonimato de un antifaz en muchos casos, el sentirse amado
por Cristo y su respuesta comprometida a Cristo al amar a sus hermanos
en la Cofradía, al público que asiste a la Procesión
y a toda la Humanidad.
Por eso, cuando surgen las disputas en
las Cofradías, que las hay, también podemos reaccionar
con amor, analizando, por ejemplo, las razones ajenas. Quizá
tengan la razón quienes me critican. Quizá, “por
la paz del mundo”, pueda darles la razón aunque esté
convencido que no la tienen. ¡Cuántas veces hemos dicho
“yo por ahí no paso” y, sin embargo, al cabo
de los años, nos hemos reído de nosotros mismos y
de nuestra intransigencia casi infantil!
Aquí y ahora, en medio de todos,
yo también tengo que pedir perdón por esto. A veces,
sintiendo que llevamos tantos años en las Cofradías,
nos creemos en posesión de la verdad y nos obstinamos y obcecamos,
cuando realmente debiéramos haber cedido. Por eso, si hemos
de pedir perdón, que en primer lugar sea a nuestros hermanos
de la Cofradía, que tan cerca tenemos.
Sí que es verdad. En la Hermandad,
lo primero que debe encontrar el cofrade es el Amor. Por eso, ¿de
qué hablar a la ciudadanía?: del Amor de Dios. ¿De
qué hablar a los medios de comunicación?: de entrega,
de servicio, de perdón. ¿De qué hablar y qué
hacer? El Cofrade hoy ama. Sobre todo, ama a Dios y ama a los demás
como Cristo nos amó, hasta dar hasta la última gota
de su Preciosísima Sangre.
Pero el Amor de Cristo que padece y muere,
el Amor de Cristo Resucitado, hemos de explicarlo a pié de
calle. Esa es la peculiaridad de nuestras Asociaciones: que todo
lo que hacemos en un año, todo nuestro esfuerzo, todo nuestro
apostolado se vuelca de un modo particular, en la calle, el día
de la Procesión.
Es cierto que vivimos una época
difícil para el Cristianismo, pero es que es la nuestra.
Quizá a algunos les preocupe cómo va la sociedad,
pero lo cierto es que es la época que nos ha tocado vivir
y en la que estamos para dar testimonio.
Ser cofrade hoy,… Hoy hemos sido
llamados por Dios para trabajar en su campo y no me parece a mí
que hemos de decir al Dueño que su terreno está mal
para la siembra, que está lleno de escombros y que no es
tierra buena, que no hay más que espinas y abrojos, que el
sofocante sol agostará la cosecha. El Dueño del terreno
ya lo conoce y nos ha elegido, precisamente a nosotros, para trabajarlo.
Seguramente nos miraremos unos a otros
y nos veremos impotentes ante esta tarea, pero es que Dios es así.
De ese terreno tan pobre, de esa tierra aparentemente baldía,
con unos hortelanos tan inexpertos, Él será capaz
de hacerla rebosar de frutos. Y así se verá más
claro que Él es Dios, el Señor de la Tierra y del
Cielo.
Ser cofrade hoy,… Sí, precisamente
hoy se nos presenta un panorama que no hace sino subrayar la importancia
de las procesiones. Así, vemos a muchos que se manifiestan
por este o aquel motivo y, con toda naturalidad, llevan a las calles
sus protestas, sus reivindicaciones, sus alegrías y sus celebraciones.
Si bien es cierto que, históricamente, los cofrades llevamos
haciéndolo durante unos cuantos siglos, no hay duda de que,
hoy, ese es un derecho legalmente reconocido.
Por eso, con más razón,
los cristianos tenemos en las calles un lugar donde mostrar abiertamente,
plasmándolo con la máxima belleza, el Amor de Cristo.
Por eso, con más razón,
los cristianos tenemos en las calles un lugar donde mostrar a nuestros
ejemplos de vida cristiana, a aquellos santos y santas patronas
que nos sirven de ejemplo y nos amparan en nuestras mil y una necesidades
humanas.
Por eso, con más razón,
los cristianos tenemos en las calles un lugar idóneo para
mostrar la criatura humana más excelsa después de
Jesús, su Madre, la Reina y Señora, la Madre que Dios
quiso para nosotros y que ahora, abierta y resueltamente, portamos
por las calles de nuestra localidad con el entusiasmo de unos hijos,
no solo agradecidos, sino absoluta e irremediablemente enamorados.
Por eso, con más razón,
los cristianos tenemos en las calles el lugar idóneo para
llevar al Santísimo Sacramento, al mismo Jesús, a
la Procesión más importante. Y digo esto porque cada
día del Corpus, desde la Custodia y bajo el palio Cristo
mismo, el mismo Dios se deja llevar por nosotros, con su Sangre
y con su Cuerpo, bajo la forma del Pan. Desde ese lugar principal
viene a decirnos a cada uno, ¡No os olvidéis de mí!
¡Me encuentro con vosotros cuando queráis! ¡Y
se alegra tanto al ver con que satisfacción le llevamos,
rebosantes de ilusión por mostrarle nuestra humilde y pequeña
aportación de amor agradecido!
Ser cofrade hoy,… Ya hemos dicho
que el cofrade de hoy tiene que labrar una tierra seca y difícil,
el duro corazón humano. El ambiente, más que laico,
es laicista, es decir, que hay más enemigos que antes, de
todo lo que tiene que ver con la fe cristiana, pues se quiere entender
como una alienación que impide desarrollarse al hombre y
le somete a una ley ajena, una ley que proviene de Dios. Como si
Dios fuera el rival del hombre y de su verdadero progreso y felicidad,
como si el Reino de Dios no estuviera dentro de nosotros.
En esa línea, las fiestas que el
Cristianismo orientaba hacia Dios se pretenden ahora ordenar para
el hombre. Claro que se ha materializado la Navidad. Claro. La Navidad
parece consistir ahora en gastar, comprar, regalar, comer y beber,
y muchos cristianos, nos quejamos de que se pierde el espíritu
navideño, como ya lo hacía el poeta Eliot en 1954,
en una tendencia que no ha hecho sino acentuarse. Y lo mismo pasa
con las fiestas patronales, donde se arrincona lo religioso y se
abren camino la fiesta pagana y el “botellón”.
De este modo, apoyándose en el presunto respeto a los no
cristianos, se pretende eliminar en Navidad cualquier simbología
tradicional o cristiana de los saludos, de las felicitaciones, de
las luces de la calle o de los anuncios de televisión.
Y, en medio de todo, el cofrade de hoy
que sigue ahí, que renuncia a sus vacaciones, expectante
ante los acontecimientos de la Semana Santa, las fiestas patronales,
o las demás celebraciones en la que es necesario para que
la fe cristiana tenga viva presencia en la calle, está también
ante un peligro de máxima actualidad: convertir las procesiones
en algo meramente cultural, social, tradicional o familiar. Salir
de procesión por afición, más que por devoción.
Fijaos que hemos empezado a oír: “¿Tal sitio?
Tiene una buena Semana Santa”. “Tal otro es la mejor
Procesión del Corpus de España”. “Tal
otro y tal otro tienen unas fiestas del Pilar, o del Carmen, o de
la Inmaculada, o de la Asunción, excepcionales”.
Sin embargo, este ambiente no puede hacernos
caer en la tentación del materialismo en la propia celebración
procesional de la Semana Santa o de nuestro Patrón o Patrona.
No hay duda de que hay procesiones que cuentan con un respaldo de
público muy importante y otras que, en cambio, son menos
concurridas. Sin embargo, el gran error sería perder de vista
que, si sumamos la Semana Santa de cada cofrade, tendremos una buena
Semana Santa allá donde los cofrades hayan sabido mantener
el Misterio del Amor de Cristo a los hombres durante todo el año.
Y lo mismo podemos decir de todas las procesiones donde os encontráis
inmersos y que preparáis con tanto amor.
Llevo muchos años en Juntas Directivas
de cofradías y llevo muchos trabajando en la difusión
de la Semana Santa a través de los medios de comunicación.
Es verdad. Tenemos el peligro de perder el horizonte de nuestro
trabajo y extraviarnos en el bosque del materialismo. Quizá
penséis que esto no es posible, pero la verdad es que sí
lo es.
Mirad nuestros pasos y mirad nuestros
estandartes. Mirad nuestras bandas de cornetas o nuestras bandas
de música y mirad nuestros desfiles. Necesitamos realizar
un esfuerzo serio por justificar las procesiones y las celebraciones
litúrgicas ante Dios. ¿Por qué hacemos las
cosas? ¿Por Dios o por competir? ¿Ante quién
queremos ser los mejores? No quiero decir con ello que hemos de
decir “se acabó” y hacer “tabula rasa”
eliminando todo el ornamento que lleva consigo la Semana Santa cofrade
o nuestra respectiva procesión. No, no quiero decir eso.
Por supuesto que hemos de proclamar y
ensalzar en la calle los Misterios de la Semana Santa, o los del
Santísimo Sacramento, o los de la Asunción, y eso
hace que debamos preocuparnos de que las flores estén bien
dispuestas, las túnicas bien cuidadas y bien llevadas, que
la música sea la mejor posible, que nuestros pasos estén
limpios y cuidados y que en esos elementos se muestre esplendente
el esfuerzo de miles de devotos que han entregado su tiempo y su
ilusión, dejando en ellos su huella, anónima y desprendida.
Ser cofrade hoy,… No cabe duda de
que un gran peligro de hoy sería convertir el boato, que
es sólo un medio, en el objetivo de las cofradías.
Hace poco leía en el artículo de un amigo una frase
que me llamó poderosamente la atención: “No
hemos de caer en la tontería de esforzarnos para dar envidia
a los demás”. Hombre, es que la vanidad no es ninguna
tontería, sino una falta bastante grave. Así, podemos
pasar de un extremo a otro y cruzar la frontera peligrosa, dejando
realmente de luchar por ensalzar a Jesús y mostrarlo al público
con la rotundidad de una imagen más valiosa que mil palabras,
para caer en el despropósito de hacer las cosas para destacar
más ante los hombres. Dejar de buscar la gloria de Dios,
el conocimiento de Cristo o de su Santísima Madre, para ser
nosotros los venerados, los protagonistas.
Por eso, es verdad que las Cofradías
han de realizar un gran esfuerzo en la preservación del patrimonio
histórico, artístico y cultural que han heredado y
que tienen obligación de seguir actualizando y mejorando.
Pero, si cayeran en la tentación de convertir esto en su
objetivo, pasarían de ser un instrumento y un testimonio
vivo de la Iglesia a ser un mero entretenimiento humano para disfrute
de los hombres. Y, en verdad, ser cofrade hoy no es un pasatiempo
para que la gente se divierta.
Ser cofrade hoy es compromiso. No sé
si más o menos que antes, pero ser cofrade hoy es mucho compromiso.
El cofrade de hoy camina por la calle, una calle donde parece reinar
el consumismo, los abusos y excesos, y lleva ahí, al centro
de cada pueblo o ciudad, el Amor de Dios. El cofrade hoy detiene
los relojes, no en un tiempo pasado, sino en la Eternidad, y coloca
en el centro una brújula para orientar todas las miradas
hacia Dios. Y eso es compromiso. ¿Cómo se puede explicar
el sacrificio en la sociedad del bienestar? Mirémonos. ¡Yo
soy cofrade! ¿Lo digo con satisfacción? ¿Me
siento feliz de serlo? ¿Quienes me rodean saben que soy cofrade?
¿Les doy testimonio de Jesucristo con mi modo de vivir? Saben
que he tomado la opción por quedarme en mi ciudad durante
la Semana Santa. Mis vacaciones de Semana Santa van a ser para orar,
para celebrar los misterios que nos trajeron la verdadera Vida,
para salir de mí mismo y para abrirme en el amor a los demás.
Voy a llegar cansado a casa después de cada procesión.
Cuando termine todo, ¿trabajaré recogiendo, limpiando
y ordenando en secreto, sin ostentación, de tal modo que
sólo lo sepa el Dios “que ve en lo escondido”?
¿O no? ¿O no lo hago por
Dios? ¿O lo hago por disfrutar simplemente? ¿O porque
alguien tiene que hacerlo?
Seguramente les ha pasado a muchos que,
cuando son mayores y se han hecho con unos ahorros, de repente alguien
les dice: “¿Pero cómo tienes eso ahí?
Si lo inviertes de esta manera o de esta otra, vas a obtener un
gran rendimiento”. Y dice: “sí, es verdad”.
Del mismo modo, muchos están haciendo
grandes esfuerzos y trabajos en su Semana Santa procesional. Fijaos
cuántos estamos hoy aquí. Cuántos habéis
madrugado para tener a punto los enseres. Imaginad que, habiendo
hecho tanto esfuerzo, no lo hubiéramos hecho por Dios. A
mí me ha pasado en multitud de ocasiones. ¿Cuántas
veces nos encontramos que estamos corriendo de aquí para
allá para que todo salga bien, la ceremonia litúrgica,
la procesión, el revestimiento de los pasos, las flores,
todo el día en la iglesia,… y, a veces, no hemos rezado
nada?
Afortunadamente, Dios, que es Padre y
nos mira sonriendo, es quién está ingresando todo
nuestro esfuerzo, todo lo que estamos ahorrando, en la cuenta que
más beneficios produce para la Vida Eterna.
En resumen, creo que ser Cofrade Hoy significa
mucho. Desde luego, ser cofrade hoy significa hablar con los gestos
y los símbolos del Amor de Dios, significa poner las ciudades
“patas arriba” y hacer que tantos y tantos que quieren
probar a vivir como si Dios no existiera se encuentren conmovidos
ante el Dios que nos ama, porque es el Amor mismo.
Pero, para lograrlo en este tiempo turbulento
y difícil, donde muchos se empeñan en construir una
sociedad más anti-confesional que aconfesional, necesitamos
fortalecernos como cofrades, viviendo, nosotros los primeros, ese
Amor que Cristo trajo al mundo y que nos tiene que conmover ante
nuestros hermanos de la Hermandad, de todas las Hermandades de esta
Castilla honda y austera, esta Castilla esencial donde, hace muchos
siglos, nuestros antecesores decidieron salir de las iglesias para
gritar a los cuatro vientos, para ser oídos por todos: “Es
a Dios a quien sirvo y, por eso, quiero servirte a ti, en primer
lugar, Hermano Cofrade”.