CONSOLACIÓN ES SU NOMBRE

Manuel Romero Castillo
Publicado en El Muñidor Digital
Granada, febrero 2008

María brisa de la mañana,
que refresca en las penas
y ayuda con las cadenas.

¡Virgen del Consuelo!, qué bonita vas
cuando sales de tu ermita para ir a la parroquial.

Ya no ves las eras,
ya el aire no huele a paja mojá,
ya no ves el asilo,
ya no ves la soledad.
Tu pueblo ha crecido mucho y mucho crecerá,
vas camino de la iglesia
pero antes de llegar
pasas delante de tu hijo que está en el pedestal.
Aquel hijo ilustre que tu pueblo dio,
él te mira pero no dice ná
¿qué te diría si pudiera hablar?
Ya entras en la iglesia para pasar la noche,
cuando sales el domingo
como una reina en su carroza
igual que una majestad.

María, nuestra Madre, es la que soportó el dolor del género humano que sufre, por eso siempre se invoca como protectora en los trances de dolor. Y por ello se muestra en nuestras procesiones como figura destacada en el calvario, centrado en Jesús, pero que adquiere en la calidad humana de Nuestra Madre unas connotaciones más cercanas a nosotros, al servirnos de apoyo permanente en el más duro momento.

O también las breves pero intensas palabras dichas por Fray Jorge Capristán Vargas, O. de M:

¡Oh Madre del Consuelo!
cuántos años te dejamos en el olvido
y sin embargo,
cuántos años mirándonos
con tu amor consolador.

Desde tierras de Granada un escritor dice:

María inmersa en el dolor, muestra la fatiga que sus ojos divinos presenciaron, esos ojos dulces que vieron crecer a un pequeño que ante su mirada amante, y que al crecer tenía que cumplir el destino de la cruz, cruz sangrante y de agonía espejo del plan divino.

Tensión que su mirada consigue llevar hasta el corazón, corazón roto y desdichado, que soporta con entereza un haber lleno de esperanza, espera que su fatiga sea suficiente para suplicar al padre por toda la humanidad.

Lágrimas de dolor, desconsuelo y amargura, llora la madre de Dios, llora la Virgen pura, llora la pérdida de su hijo, llora por la humanidad entera.

Un pañuelito sencillo es su único descargo, sufre su mirada enamorada y ansía su pecho herido por ver al hijo de sus entrañas salvo y vivo.

Sostiene en su manos la corona de dolor y, rodeada de blanco, purga su dolor; no hay en el cielo ni en la tierra ánimo ni amor, y mira escarnecido al hijo de Dios. Mira al cielo con fe para pedir al Padre consuelo y poder sufrir con entereza todo el daño de su pecho, todo el daño de su corazón.