José Guillermo Rodríguez
Escudero
Santa Cruz de la Palma, mayo 2008
La devoción a la Virgen
de Fátima irrumpe en La Palma en los años 50
del pasado siglo a raíz de la llegada de la primera
imagen mariana de esta advocación a nuestra isla.
El Pueblo Palmero dio muestras de gran afecto y veneración
recibiéndola de forma multitudinaria en el muelle
de la capital palmera y luego llevarla a todos los municipios
de la Isla antes de ser entronizada definitivamente en la
parroquia de Nuestra Señora de Bonanza en El Paso.
Pero vayamos al principio de
la historia. Don Blas Santos era simultáneamente cura
de Fuencaliente y de Las Manchas (en el municipio de El Paso).
Fue uno de los testigos de la erupción del Volcán
de San Juan (o de Cumbre Vieja) el 8 de julio de 1949. El
terrible brazo rojo, negro e incandescente de lava rodaba
lentamente ladera abajo destrozando cuanto encontraba a su
exterminador paso. Iba ya en dirección al caserío
de San Nicolás y amenazaba con engullir su ermita.
El sacerdote había hecho la promesa de que si se salvara
la pequeña iglesia de San Nicolás de Bari (del
pago de Las Manchas), levantaría allí mismo
un monumento a la Virgen del Rosario de Fátima. Sus
rezos fueron escuchados. La lava, incomprensiblemente, se
detuvo ante el oratorio y se desbordó abriéndose
a los costados. Los testigos lo definieron como un prodigio
divino y así fue transmitido a través de las
generaciones.
Durante la visita del ministro de la
Gobernación, el palmero don Blas Pérez González,
le fue comunicada la loable iniciativa del religioso. El político
aplaudió la brillante idea.
La bella imagen terminó de esculpirse en Galicia en 1951,
dos años después del “milagro”. Una preciosa
efigie de granito que fue donada por esa Comunidad a la Ciudad
de El Paso. Fue bendecida en 1952 por el Arzobispo y Cardenal Quiroga
Palacios en Santiago de Compostela, llegando a Las Manchas en ese
mismo año. Sin embargo, no pudo ser bendecida en su nuevo
entorno hasta el 24 de junio de 1960, una vez fueron reanudadas
las obras del monumento donde iría ubicada la Virgen en
1958.
El párroco
de El Paso, don Salvador Miralles, también quería
una imagen de Fátima, esta vez procesional, para la
Parroquia de Bonanza. Pretendía conseguir una réplica
de la original venerada en Portugal. Para ello inició gestiones
a través del misionero capuchino Padre Generoso de
Barcenilla. Gracias a su diligencia, tesón e interés,
la talla mariana destinada a Japón pudo ser finalmente
asignada a La Palma. La escultura fue obra del mismo artista
que realizo la imagen de la Virgen que se venera en “la
Capelinha de las Apariciones” de Fátima. Costó 8.000
pesetas, cantidad que fue reunida por numerosos feligreses
pasenses. Tras su bendición a manos del Obispo de
Leiría- Fátima, desde Portugal fue conducida
a España a través de la frontera con Tuy (Vigo)
y por carretera llegó a Madrid. En el Centro Canario
de la capital de España aguardó hasta que fue
enviada por avión hasta Los Rodeos (Tenerife). Fue
apoteósica su llegada al muelle de Santa Cruz de La
Palma en un barco engalanado el 28 de mayo de 1954. Allí se
había congregado una ingente cantidad de pueblo para
recibir a la milagrosa “Virgen Blanca”. Acudió también
al puerto una caravana organizada en El Paso y fue el propio
don Salvador Miralles Pérez el que anunció la
anhelada llegada.
Luego
recorrió todos los municipios palmeros en largas y solemnes
procesiones durante mes y medio con gran concurrencia de fieles.
En todos los pueblos se construyeron altares efímeros, se
ofrecieron loas, se embellecieron calles y plazas… No se
hablaba de otra cosa en los trabajos y en los bares… Los
preparativos de las sociedades y feligresías pujaban por
conseguir la mayor espectacularidad para sus municipios. El Paso
no fue ajeno a este trajín. Se creó una gran expectación
ante la inminente llegada de la Virgen a su pueblo.
El 11 de julio tuvo lugar la concentración insular en la
actual Avenida de El Puente de Santa Cruz de La Palma en un solemne
acto presidido por el Obispo nivariense don Domingo Pérez
Cáceres. Tras el emotivo y brillante acto se inició el
traslado de la Virgen a El Paso y su recorrido por los diversos
barrios hasta el día 18 de ese mes. Ante el antiguo templo
de Bonanza se firmó por parte de las autoridades locales
y el Padre Generoso el acta de entrega de la imagen de Fátima
al municipio. Tuvo que ser recibida por el párroco de Tazacorte,
don Evelio, debido a la ausencia del titular, don Salvador, al
encontrarse éste en Roma.
Se cuenta que uno de los vecinos del
barrio pasense de Los Cernícalos, el fallecido don Braulio
Brito, harto de oír siempre sobre el mismo tema de la llegada
de la Virgen, en su tiendita de ultramarinos se “mofaba” de
las creyentes señoras del lugar. Las “mortificaba” a
pesar de ser una persona jovial y bromista, pues los asuntos de
la Iglesia le ponían nervioso. No es que fuera un ateo consumado,
pero no le gustaba oír hablar de “cosas de curas”.
Se reía – se decía - cuando oía en boca
de las beatas la relación de los milagros e intersecciones
de Nuestra Señora ante enfermedades y conflictos. Tal vez
en el fondo creía en ello, pero se limitaba a demostrar
lo contrario. Especialmente se “molestaba” con el asunto
milagroso – repetido hasta la saciedad - que las palomas
se posaban mansamente a los pies de la Virgen. Tan aburrido y harto
estaba ya, que apostó con las escandalizadas y piadosas
damas a que las palomas de su propiedad no se posarían a
los pies de la imagen. Don Braulio había consentido en prestar
algunas de ellas para la suelta como ofrenda vecinal en uno de
los descansos preparados para la imagen ante su venta. Estaba convencido
de que todos aquellos voladores que también estaban preparados
para hacerlos explotar cuando llegase la procesión, serían
motivo más que suficiente para que las palomas huyesen despavoridas
y se refugiasen en el palomar que tenía en la azotea de
su casa. Su éxito estaba asegurado.
El director del acontecimiento
mariano, el mencionado Padre Generoso, traspasaba – como
dijimos - las fronteras municipales con la Virgen el día
11 de julio de 1954. Las procesiones por todos los barrios
de El Paso continuarían hasta el día 18 de
ese mes. Los cánticos en honor y gloria de la Virgen
se repetían por todos los rincones, especialmente
el propio de esta advocación: “¡El trece
de mayo, la Virgen María, bajó de los cielos
a Cova de Iría... Ave, Ave, Ave María…!” ,
etc. Se acercaba el momento.
Si había cientos
de paisanos que acompañaban con rezos y cantos a la Virgen
en su triunfal recorrido por el municipio, ese día, la procesión
que se dirigía a la tienda de don Braulio parecía
aún más multitudinaria. Se había corrido la
voz de la apuesta del vecino y había muchos curiosos.
La media docena de palomas blancas
había sido encerrada
en una jaula bajo el descanso que los vecinos habían preparado
pegado al muro de la casa de doña Hilda Padrón, en
la confluencia de cuatro caminos y justo frente al lateral oeste
de la venta de don Braulio. Debajo de la mesa donde sería
colocado el trono de la Virgen se había escondido un paisano,
encargado de abrir la jaula para que las palomas saliesen por dos
agujeros a ambos lados de las andas, justo antes de que la procesión
continuase con su itinerario.
Llegó la Virgen y se iniciaron cantos, prédicas
y oraciones. Cuando la ceremonia hubo terminado, cientos de voladores
estallaron en el cielo y se soltaron las pobres palomas que, aterrorizadas
por el escándalo, salieron disparadas hacia el palomar de
don Braulio. Al vecino, que se encontraba en la ventana de su casa,
le cambió el semblante al comprobar, como todos los testigos
presentes, cómo tres de ellas se posaron sobre la azotea
a pesar de que los estruendos de los cohetes continuaban sin cesar.
Algo extraño sucedía. En el instante en que los cuatro
cargadores levantaron las andas de la Virgen para continuar su
solemne marcha, las tres palomas bajaron volando desde las almenas
de la casa de don Braulio y se posaron a los pies de la imagen.
El silencio que se hizo fue sobrecogedor. Algún testigo,
como don Carlos M. Padrón, narraba aquellos instantes: «el
silencio que cayó sobre la multitud es, por denso y electrizante,
el más impactante que recuerdo. Todos nos quedamos mudos
y paralizados, como clavados al lugar en que estábamos.
No sé cuántos segundos permanecimos así, pero
estaba claro que lo que quiera que nos había paralizado
iba en aumento dentro de todos nosotros y explotaría también
como los voladores, pero sin resultados previsibles, pues de pronto
comenzó como un extraño murmullo que fue tomando
cuerpo… y entonces surgió la salvadora veteranía
del Padre Generoso que echando mano del megáfono gritó: “¡Adelante!¡Esto
no es un milagro!¡he visto muchas veces este fenómeno!¡Adelante!”.
Y comenzó a cantar a todo pulmón: “El trece
de mayo…”, acompañándose con ampulosos
movimientos de su brazo para forzar a la gente a que lo imitara…»
La gente, que apenas
podía cantar por el asombro y el lloro, no hacía
más que girarse a ver si realmente las palomas estaban
vivas y aún seguían acompañando a la
Virgen en su paseo. Algunos testigos vieron cómo don
Braulio, boquiabierto, había cambiado de color y cómo
estuvo a punto de desmayarse antes de desaparecer dentro
de su casa. Después de que la Virgen fuera entronizada
en el altar mayor de la parroquia de Bonanza, a duras penas
se pudo desalojar a los cientos de personas que se habían
reunido en el templo. Nadie quería irse. Don Carlos
M. Padrón – que entonces era un chaval de 15
años - recordaba: “supongo que esa noche no
se habló de otra cosa en el pueblo, y la noticia del
incidente se regó como pólvora por toda la
Isla”.
El mismo joven
acudió al día
siguiente con otros dos muchachos a la iglesia a petición
del párroco para limpiar el trono de la Virgen. Cuenta cómo
abrieron uno de los ventanales para que las tres palomas saliesen
fuera del recinto y no siguieran ensuciando con sus excrementos
el trono y el interior de la iglesia. Cuando los tres jóvenes
llegaron ante las andas con jabones, trapos y cubos con agua, las
aves alzaron el vuelo y se posaron en el alféizar, pero
no salieron. Una vez estuvo limpio el altar, las palomas regresaron
a los pies de la Virgen. Sigue recordando: “un escalofrío
me recorrió de arriba abajo y me invadió un sudor
frío porque yo no encontraba, ni he encontrado todavía,
explicación racional a semejante fenómeno”.
Las procesiones continuaron aún con más participación
del pueblo, de gentes venidas de todos los rincones de La Palma.
Se decía que las palomas estaban amarradas a la base de
la imagen, que les habían cortado las alas, que habían
sido drogadas con alguna sustancia, incluso que sólo había
sido una sugestión colectiva… de todo se oyó por
parte de los típicos incrédulos que no se hallaban
presente el día del supuesto “milagro”. Lo sobrecogedor
es que las tres palomas aún seguían acompañando
a la Virgen, revoloteando en torno al trono y posándose
nuevamente a sus pies, a pesar del estruendo de los fuegos artificiales
y la proximidad de la multitud. Recordemos lo ariscas que son estas
aves ante la presencia humana. Los tres mozalbetes volvieron varias
veces a la iglesia a limpiar los excrementos del trono y optaron
por dejarles comida por la noche, puesto que no había ningún
signo de que quisiesen abandonar la, cada vez más, venerada
efigie.
El domingo siguiente al día del suceso, el templo estaba
abarrotado de fieles y curiosos. No se recordaba una asistencia
tal a la misa mayor, incluso con la presencia de muchas personas
que jamás habían pisado antes la iglesia.
Se siguieron las procesiones y,
durante una de ellas, de repente, una de las palomas alzó el vuelo y desapareció ante
la vista de cientos de personas. En días posteriores lo
hicieron las dos restantes. La última decidió partir
cuando la Virgen de Fátima se encontraba en el descanso
de la Cruz Grande, en la confluencia de tres caminos. Las tres “Palomas
de la Virgen” – como se llamaron a partir de entonces – curiosamente
habían llegado y se habían ido durante uno de los
descansos de la comitiva y éste se encontraba en un punto
de mucha visibilidad.
Las “Tres
Palomas de la Virgen” continuaron tan ariscas como
lo eran antes, pero recibieron un cuidado especial hasta
que finalmente murieron de viejas en su palomar. Mucho tiempo
este intrigante caso estuvo en la mente de aquellos afortunados
que presenciaron el supuesto prodigio y de aquellos que no
estuvieron pero fueron puntualmente informados. Como contaba
el Sr. Padrón en su completa página virtual
sobre las cosas del municipio, “nadie, que yo sepa,
dio una explicación válida, excepto la de que
fue un milagro, opción que, con mucho aplomo y decisión,
el Padre Generoso supo contrarrestar en un momento realmente
crítico”. El religioso terminó su misión
en La Palma y regresó a la Península, no sin
antes influir en que el Barrio de Los Cernícalos pasase
a llamarse desde entonces Barrio de Fátima.
La imagen blanca de la “Virgen Peregrina” pronto contó con
altar propio. Se colocó en su única hornacina central
y sobre una peana piramidal invertida imitando a una encina, en
recuerdo del árbol sobre el que se aparecía Nuestra
Señora en Cova de Iría en 1917 a los pastorcitos
Lucía, Jacinta y Francisco. Fue obra del ilustre hijo de
El Paso, el artista don Wilfredo Ramos. El también actual
cronista de esta ciudad publicó en el Diario de Avisos -el
17 de julio de 2004- el artículo titulado “50º aniversario
de la llegada de la Virgen de Fátima a El Paso”. Reflejó con
detalle los actos programados con motivo de la efeméride
durante los días 10 al 16 de mayo de 2004, con abundancia
de detalles históricos y culturales.
El 13 de mayo, desde muy temprano,
se confeccionan alfombras de sal en las calles del trayecto procesional
destacando la gran participación
de los vecinos. Ya por la tarde, tiene lugar la función
solemne con asistencia de autoridades, policía local en
pleno con sus trajes de gala – recordemos que la Virgen de
Fátima es su patrona- , así como fieles que llenan
el templo parroquial. Como informa Iván Rodríguez
Sánchez en un trabajo inédito sobre la advocación
de Fátima en La Palma, “al concluir la misa tiene
lugar la procesión que recorre un largo trayecto por las
calles de la ciudad, la imagen durante su recorrido es llevada
a hombros de la policía local con su uniforme de gala dando
aun más realce al acto. Al retornar al templo tiene lugar
la exhibición Pirotécnica con la que se pone fin
a esta festividad hasta el próximo año”.
Siempre en estas fechas, muchos
vecinos, sobre todo mayores, recuerdan con añoranza cómo el milagroso asunto de las “Palomas
de la Virgen” conmocionó a todo un pueblo, y cómo éste,
orgulloso, lo transmitió con cariño y devoción
a las siguientes generaciones.