“Tres
jueves hay en el año que relucen más que el sol:
Jueves Santo, Corpus Christie y el día de la Ascensión
”. Así dice un refrán. Todo
cambia y de estos tres jueves sólo uno sigue siendo grande:
el Jueves Santo. Los otros dos, la Iglesia los trasladó
al domingo inmediato a ese jueves. Me consta que en algunos
lugares, siguen siendo grandes días de domingo; pero
grandes, porque grande es el sentido que encierran. En otros
lugares, como ocurre en nuestro pueblo, en lo que a la Ascensión
se refiere, un domingo que debería ser grande es un domingo
más.
Algunos mayores recordarán cuando
el día de la Ascensión se les llevaba la comunión
a los impedidos. El sacerdote, bajo palio, llevaba el cuerpo de Cristo
a aquellas personas, ancianas o enfermas, que ante el impedimento
físico de participar de la Eucaristía recibían,
en su casa la comunión. Era una procesión que se hacía
temprano, por la mañana, y las casas de los impedidos relucían
limpias y hermosas dentro de la humildad de muchos hogares.
En Junta de Gobierno nuestra Cofradía
aprobó que este año, con motivo de la Peregrinación
y de tener el Lignum Crucis, visitaríamos a los hermanos/as
y personas que así lo quisieran que estuviesen enfermas o impedidas.
Se acordó que ese día podría ser el domingo 24
de mayo, día de la Ascensión y que por tal celebración
hablaríamos con el cura párroco para llevarle también
la comunión, por supuesto tras recibir, antes, el sacramento
de la penitencia. Así lo comunicamos en la parroquia y la propuesta
fue acogida.
Hablamos con familiares de personas
enfermas y ancianas y fueron catorce las que con alegría esperaban
recibir la confesión, la comunión y poder besar la sagrada
reliquia el día de la Ascensión.
El miércoles 20 de mayo le facilitamos al cura párroco
los nombres y direcciones de estas catorce personas, pero algo había
cambiado y la acogida que un principio encontramos en la parroquia
a nuestra propuesta, ya era “distinta”.
Los sacerdotes habían acordado que ellos irían, los
días anteriores al domingo, a confesar y llevar la comunión
por lo que no iríamos juntos, pues tenían muchas cosas
que hacer ese día.
Así se hizo. De estas catorce
personas, seis reciben con frecuencia la comunión por parte
de algún sacerdote o ministro habilitado por la Iglesia para
tal fin. Las otras ocho no recibían ni tan siquiera la visita
de los sacerdotes, porque los sacerdotes no sabían que existían
ni que tuviesen estas inquietudes. Pero nos sentíamos felices
porque estas personas se acercaban a los sacramentos.
El día de la Ascensión,
Jesús subió a los cielos y está sentado a la
derecha del Padre, pero no nos dejó solos. Como explicó
el padre Acacio, en la eucaristía del domingo en la ermita
del Convento, se quedó con nosotros en los sacramentos y, de
una forma especial, en el sacramento de la eucaristía. Por
eso, ante la imposibilidad de los enfermos de participar en la eucaristía,
el día de la Ascensión se les da la posibilidad de acercarse
a ella llevándoles la comunión, aunque la reciban otros
días o no la hayan recibido desde hace mucho tiempo. Estas
personas estaban preparadas para comulgar el domingo pues habían
sido confesadas recientemente o recibían la comunión
con frecuencia.
Tras la misa, le propusimos al padre
Acacio que como en nuestra visita nos acompañaba una persona
que era ministro y tenía autorización para dar la comunión,
que nos permitiese llevarla a lo que nos contestó con una negativa:
“estas personas ya han comulgado y los padres y yo hemos decidido
que hoy no recibirán la comunión”.
Incluso cuando le dijimos que había algunas de ellas que ni
había desayunado esperando comulgar, la respuesta fue la misma:
“NO”.
Con cierta tristeza, pero con la tranquilidad
de que nuestras intenciones eran buenas, partimos del Convento ocho
personas con el Lignum Crucis y unas oraciones para rezar con los“impedidos”. En la
primera casa que visitamos, la tristeza se disipó. Decía
el Señor, refiriéndose a los pobres, enfermos o débiles:“lo que hagáis a cualquiera de
ellos, a mí me lo hacéis”.
Jesús ascendió al cielo pero se quedó con nosotros
y yo tuve ocasión de verlo catorce veces el domingo 24 de mayo
en el dolor de sus cuerpos, en la luz de su mirada, en la sonrisa
de su cara, en su acogida y en calor de las palabras de los que podían
hablar.
“Subió a los cielos y se
sentó a la derecha del Padre” pero el domingo
24 de mayo, Jesús nos esperaba en catorce casas de Alhaurín
el Grande. Ocho personas fuimos testigos de ello.
Al marcharnos, en la boca de estas personas y de sus familiares quedaba
la palabra GRACIAS ¡Nos estaban agradecidos y nos invitaban
a ir otro día. Nos abrían su casa de par en par!
¡Gracias! ¡Pero si somos nosotros los que debemos estar
agradecidos! Al fin comprendí lo que dice el evangelio:“estaré con vosotros hasta el fin del mundo”.
Estas catorce personas me habían hecho vivir el mejor día
de la Ascensión de mi vida: un domingo que relucía más
que el sol. Fueron ellos, fue ÉL en ellos quien hizo GRANDE
el domingo. No fue un rito, ni la eucaristía y como fue celebrada
(¡tan triste¡), ni la parroquia, ni su labor pastoral,
ni los curas, ni su miedo….
Fueron estas catorce personas, a las que no les hacía falta
comulgar ese día, porque en ellas y en su sufrimiento estaba
ya el mismo Cristo.