NOTICIAS GLOBALES
Año XII. Número 883, 58/09
Gacetilla n° 1006
Buenos Aires, 8 noviembre 2009
El
Tribunal de Estrasburgo contra el Crucifijo. El reclamo por
la libertad religiosa en los países de raíz
católica, esconde la pretensión masónica
de borrar esas raíces de la vida pública e igualar
las religiones.
Un obispo
habla claro: el excesivo irenismo y aperturismo del
mundo católico obtiene como resultado el desprecio
por parte del laicismo radical.
El Tribunal Europeo de Derechos
Humanos (Tribunal de Estrasburgo) a principios de esta semana,
sentenció contra el estado italiano que
"la presencia de crucifijos en las aulas escolares constituye
una violación del derecho de los padres a educar a
sus hijos según sus convicciones, y viola la libertad
religiosa de los alumnos". Agrega el tribunal:
"la Corte no puede entender cómo la exposición,
en las clases de la escuela estatal, de un símbolo
que puede ser razonablemente asociado al catolicismo, puede
servir al pluralismo educativo, esencial para la conservación
de una sociedad democrática tal como la concibe la
Convención europea de los derechos humanos, un pluralismo
que reconoce el Tribunal Constitucional italiano".
A propósito del tema, uno de
los vicepresidentes del Parlamento Europeo, Mario Mauro, escribía
el 6 de noviembre pasado:
“Me parece fundamental subrayar
que la Corte de derechos humanos no es un organismo de la Unión
Europea. De hecho, en el grupo de siete jueces que han emitido la
sentencia estaban presentes también un juez turco y otro serbio.
En los periódicos y telediarios aparecen titulares engañosos
que responsabilizan a Europa de ‘rechazar el crucifijo en las
aulas escolares’”.
“Esta sentencia es el fruto del
trabajo de una Corte que, bajo el auspicio del Consejo de Europa,
pretende alterar el sentido propio del proyecto europeo. La decisión
de la Corte de Estrasburgo constituye un ejemplo clásico de
imposición laicista dirigida a aislar a la religión,
en especial a la cristiana, en un gueto. En esta perspectiva se enmarcan
las motivaciones de la sentencia, que afirma que la exposición
de cualquier símbolo religioso viola el derecho de elección
de los padres sobre cómo educar a sus hijos, así como
el derecho de los menores a creer o no, y que lesiona además
el ‘pluralismo educativo’”.
Anteriormente los tribunales italianos
habían fallado que el crucifijo representa un elemento de cohesión
en una sociedad que no puede prescindir de su tradición cristiana.
“La sentencia desconoce el papel de la religión, sobre
todo la cristiana, en la construcción del espacio público
y promueve una indiferenciación religiosa que se contradice
profundamente con la historia, la cultura y el derecho del pueblo
italiano”, concluía Mauro.
La ministra de Educación de Italia,
Mariastella Gelmini, rechazó el fallo señalando que
“nadie, aún menos un tribunal europeo impregnado de ideología,
logrará arrancarnos nuestra identidad”. Gelmini explicó
a la prensa que “la presencia de crucifijos en las aulas no
significa una adhesión al catolicismo, sino que representa
nuestra tradición”.
"La historia de Italia está
llena de símbolos y si ellos se eliminan se termina por eliminar
parte de nosotros mismos", dijo la ministra, aclarando que "en
este país nadie quiere imponer la religión católica",
pero recordó que la Constitución italiana "reconoce
justamente el valor de la religión católica para nuestra
sociedad".
Por su parte, el ministro de Agricultura,
Luca Zaia, deploró el fallo y consideró que "la
Corte ha decidido que los crucifijos ofenden la sensibilidad de los
no cristianos. Quien ofende los sentimientos de los pueblos europeos
nacidos del cristianismo es sin duda la Corte”.
El ex ministro de Cultura, Rocco Buttiglione,
fue más allá y contra el prejuicio políticamente
correcto del respeto a las minorías, pidió el rechazo
del fallo porque "Italia tiene su cultura, sus tradiciones y
su historia. Los que viven entre nosotros deben entender y aceptar
esta cultura y esta historia".
Un obispo que habla claro
Mons. Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltro,
ha escrito lo que muchos católicos piensan; que el excesivo
irenismo y aperturismo del mundo católico obtiene como resultado
el desprecio por parte del laicismo radical y anticristiano.
Por
su interés reproducimos el comunicado de Mons. Negri:
La decisión tomada por la Corte
de los Derechos humanos de Estrasburgo era ampliamente previsible
y, en ciertos aspectos, esperada. En estas instituciones se está
catalizando sustancialmente todo el peor laicismo que tiene una
connotación objetivamente anticatólica y tiende a
eliminar, incluso con la violencia, la presencia cristiana de la
vida de la sociedad y, además, los símbolos de esta
presencia. Otros ya han indicado, sobre todo la Conferencia Episcopal
Italiana, la mezquindad cultural de esta decisión, la miopía,
como ha dicho la Santa Sede, pero yo creo que es correcto decir
que se trata de una voluntad subversiva hacia la presencia cristiana,
conducida con una ferocidad sólo comparable a la aparente
objetividad o neutralidad de las instituciones del derecho. Sin
embargo, es también correcto -como hacían nuestros
antepasados, y nosotros a menudo hemos olvidado esta lección-,
que nos preguntemos si nosotros, como pueblo cristiano y, además,
quisiera decir como eclesiásticos, no tenemos algunas responsabilidades
por esta situación. Siempre es correcto leer en profundidad
si, de algún modo, hemos corrido el riesgo de ser cómplices.
El asunto de Estrasburgo, en su brutalidad,
es también una consecuencia de demasiado irenismo que atraviesa
al mundo católico desde hace décadas, por el cual
la preocupación fundamental no es nuestra identidad sino
el diálogo a toda costa, estar de acuerdo con las posiciones
más distantes. Este respeto de la diversidad de las posiciones
culturales y religiosas, sostenido por la idea de una sustancial
equivalencia entre las diversas posiciones y religiones, es el que
hace perder al catolicismo su absoluta especificidad. Un irenismo,
un aperturismo, una voluntad de diálogo a toda costa, que
es recompensada de la única manera en que el poder humano
recompensa siempre estas desordenadas actitudes de compromiso: el
desprecio y la violencia.
Es necesario renovar la conciencia
de la propia identidad, de la propia especificidad como acontecimiento
humano y cristiano frente a cualquier otra posición, y prepararnos
para vivir el diálogo con todas las otras posiciones, no
sobre la base de una desmovilización de la propia identidad
sino como expresión última, crítica, intensa,
de nuestra identidad.
Finalmente, resultará tal vez
una prueba significativa, una prueba que puede ser formativa, una
prueba por medio de la cual -como a menudo nos recuerda la tradición
de los grandes Padres de la Iglesia-, Dios continúa educando
a su pueblo. Pero es necesario que el juicio sea claro y no se frene
en reacciones emotivas sino que se lea en profundidad la tarea que
tenemos delante: recuperar nuestra identidad eclesial y comprometernos
en el testimonio frente al mundo.
Por último, Mons. Negri convocó
a una Misa de reparación, “frente
a lo que objetivamente es un gesto de rechazo del Crucificado”,
e instó a sus párrocos a preparar iniciativas en el
mismo sentido.