EL PAPA PARTICIPA
CON LOS JÓVENES EN EL VÍA CRUCIS.
TEXTO DEL VIA CRUCIS CON LOS JÓVENES
EN LA JMJ MADRID 2011 Y PALABRAS DEL PAPA
AL FINALIZAR EL VIA CRUCIS
Teresa Berdugo
Villena
Autor: Catholic.net
Fuente: alfayomega.es
Padul, agosto 2011
El
texto del Via Crucis
de la JMJ ha sido
com¬puesto por
las Hermanas de la
Cruz, orden fun¬dada
por santa Ángela
de la Cruz en Sevilla
en 1875.
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Primera
Estación
Última
Cena de Jesús
con sus discípulos
Y
tomando pan,
después
de pronunciar
la acción
de gracias,
lo partió y
se lo dio,
diciendo: «Esto
es mi cuerpo,
que se entrega
por vosotros;
haced esto
en memoria
mía».
Después
de cenar, hizo
lo mismo con
el cáliz,
diciendo: «Este
cáliz
es la nueva
alianza en
mi sangre,
que es derramada
por vosotros» (Lc
22, 19-20).
Jesús,
antes de tomar
entre sus manos
el pan, acoge
con amor a
todos los que
están
sentados en
su mesa. Sin
excluir a ninguno:
ni al traidor,
ni al que lo
va a negar,
ni a los que
huirán.
Los ha
elegido
como nuevo
pueblo
de Dios.
La Iglesia,
llamada
a ser una.
Jesús
muere para
reunir a los
hijos de Dios
dispersos (Jn
11, 52). «No
sólo
por ellos ruego,
sino también
por los que
crean en mí por
la palabra
de ellos, para
que todos sean
uno» (Jn
17, 20-21).
El amor fortalece
la unidad.
Y les dice: «Que
os améis
unos a otros» (Jn
13, 34). El
amor fiel es
humilde: «También
vosotros debéis
lavaros los
pies unos a
otros» (Jn
13, 14).
Unidos
a la oración
de Cristo,
oremos para
que, en la
tierra del
Señor,
la Iglesia
viva unida
y en paz, cese
toda persecución
y discriminación
por causa de
la fe, y todos
los que creen
en un único
Dios vivan,
en justicia,
la fraternidad,
hasta que Dios
nos conceda
sentarnos en
torno a su única
mesa.
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Segunda
Estación
El beso
de Judas
«Y,
untando el
pan, se lo
dio a Judas,
hijo de Simón
el Iscariote.
Detrás
del pan,
entró en él
Satanás» (Jn
13, 26).
«Se
acercó a
Jesús...
y le besó.
Pero Jesús
le contestó: “Amigo,
a qué vienes”» (Mt
26, 49-50).
En la Cena
se respira
un hálito
de misterio
sagrado.
Cristo está sereno,
pensativo,
sufriente.
Había
dicho: «Ardientemente
he deseado
comer esta
Pascua con
vosotros,
antes de
padecer» (Lc
22, 15).
Y ahora,
a media voz,
deja escapar
su sentimiento
más
profundo: «En
verdad, en
verdad os
digo: uno
de vosotros
me va a entregar» (Jn
13, 21).
Judas se
siente mal,
su ambición
ha cambiado,
a precio
de traición,
al Dios del
Amor por
el ídolo
del dinero.
Jesús
lo mira y él
desvía
la mirada.
Le llama
la atención
ofreciéndole
pan con salsa.
Y le dice: «Lo
que vas a
hacer, hazlo
pronto» (Jn
13, 27).
El corazón
de Judas
se había
estrechado
y se fue
a contar
su dinero,
para después
entregar
a Jesús
con un beso.
Y Cristo,
al sentir
el frío
del beso
traidor,
no se lo
reprocha,
le dice:
Amigo. Si
estás
sintiendo
en tu carne
el frío
de la traición,
o el terrible
sufrimiento
provocado
por la división
entre hermanos
y la lucha
fratricida, ¡acude
a Jesús!,
que, en el
beso de Judas,
hizo suyas
las dolorosas
traiciones.
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Tercera
Estación
Negación
de Pedro
«¿Con
que darás
tu vida
por mí?
En verdad
en verdad
te digo:
no cantará el
gallo antes
que me
hayas negado
tres veces» (Jn13,
37).
Un cristiano
tiene que
ser un
valiente.
Y ser valiente
no es no
tener miedos,
sino saber
vencerlos.
El cristiano
valiente
no se esconde
por vergüenza
de manifestar
en público
su fe.
Jesús
avisó a
Pedro: «Satanás
os ha reclamado
para cribaros
como trigo.
Pero yo
he pedido
por ti» (Lc
22, 31). «Te
digo, Pedro,
que no
cantará hoy
el gallo
antes de
que tres
veces hayas
negado
conocerme» (Lc
22, 34).
Y el apóstol,
por temor
a unos
criados,
lo negó diciendo: «No
lo conozco» (Lc
22, 57).
Al pasar
Jesús
por uno
de los
patios,
lo mira..., él
se estremece
recordando
sus palabras...,
y llora
con amargura
su traición.
La mirada
de Dios
cambia
el corazón.
Pero hay
que dejarse
mirar.
Con la
mirada
de Pedro,
el Señor
ha puesto
sus ojos
en los
cristianos
que se
avergüenzan
de su fe,
que tienen
respetos
humanos,
que les
falta valentía
para defender
la vida
desde su
inicio,
hasta su
término
natural,
o quieren
quedar
bien con
criterios
no evangélicos.
El Señor
los mira
para que,
como Pedro,
hagan acopio
de valor
y sean
testigos
convencidos
de lo que
creen.
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Cuarta
Estación
Jesús,
sentenciado
a muerte
«Es
reo de
muerte» (Mt
26, 66).
«Entonces
se lo entregó para
que lo
crucificaran» (Jn
19, 16).
La mayor
injusticia
es condenar
a un inocente
indefenso.
Y, un día,
la maldad
juzgó y
condenó a
muerte
a la Inocencia. ¿Por
qué condenaron
a Jesús?
Porque
Jesús
hizo suyo
todo el
dolor del
mundo.
Al encarnarse,
asume nuestra
humanidad
y, con
ella, las
heridas
del pecado.
Cargó con
los crímenes
de ellos
(Is 53,
11), para
curarnos
por el
sacrificio
de la Cruz.
Como un
hombre
de dolores,
acostumbrado
a sufrimientos
(Is 53,
3), expuso
su vida
a la muerte
(Is 53,
12).
Lo que
más
impresiona
es el silencio
de Jesús.
No se disculpa,
es el cordero
de Dios
que quita
el pecado
del mundo
(Jn 1,
29), fue
azotado,
machacado,
sacrificado.
Enmudecía
y no abría
la boca
(Is 53,
7).
En el
silencio
de Dios,
están
presentes
todas las
víctimas
inocentes
de las
guerras
que arrasan
los pueblos
y siembran
odios difíciles
de curar.
Jesús
calla en
el corazón
de muchas
personas
que, en
silencio,
esperan
la salvación
de Dios.
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Quinta
Estación
Jesús
carga con
su cruz
«Terminada
la burla,
le quitaron
la púrpura
y le pusieron
su ropa.
Y lo sacaron
para crucificarlo» (Mc
15, 20).
«Y,
cargando Él
mismo con
la cruz,
salió al
sitio llamado “de
la calavera”» (Jn
19, 17).
Cruz no
sólo
significa
madero.
Cruz es
todo lo
que dificulta
la vida.
Entre las
cruces,
la más
profunda
y dolorosa
está arraigada
en el interior
del hombre.
Es el pecado
que endurece
el corazón
y pervierte
las relaciones
humanas. «Porque
del corazón
salen pensamientos
perversos,
homicidas,
adulterios
fornicaciones,
robos,
difamaciones,
blasfemias» (Mt
15, 19).
La cruz
que ha
cargado
Jesús
sobre sus
hombros
para morir
en ella,
es la de
todos los
pecados
de la Humanidad
entera.
También
los míos. Él
llevo nuestros
pecados
en su cuerpo
(1Pe 2,
24). Jesús
muere para
reconciliar
a los hombres
con Dios.
Por eso
hace a
la cruz
redentora.
Pero la
cruz por
sí sola,
no nos
salva.
Nos salva
el Crucificado.
Cristo
hizo suyo
el cansancio,
el agotamiento
y la desesperanza
de los
que no
encuentran
trabajo,
así como
de los
inmigrantes
que reciben
ofertas
laborales
indignas
o inhumanas,
que padecen
actitudes
racistas
o mueren
en el empeño
por conseguir
una vida
más
justa y
digna.
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Sexta
Estación
Jesús
cae bajo
el peso
de la cruz
Triturado
por nuestros
crímenes
(Is 53,
5).
Jesús
cayó bajo
el peso
de la cruz
varias
veces en
el camino
del Calvario
(Tradición
de la Iglesia
de Jerusalén).
La Sagrada
Escritura
no hace
referencia
a las caídas
de Jesús,
pero es
lógico
que perdiera
el equilibrio
muchas
veces.
La pérdida
de sangre
por el
desgarramiento
de la piel
en los
azotes,
los dolores
musculares
insoportables,
la tortura
de la corona
de espinas,
el peso
del madero..., ¡no
hay palabras
para describir
el dolor
que Cristo
debió experimentar!
Todos,
alguna
vez, hemos
tropezado
y caído
al suelo. ¡Con
qué rapidez
nos levantamos
para no
hacer el
ridículo!
Contempla
a Jesús
en el suelo
y todos
a su alrededor
riendo
con sorna
y dándole
algún
que otro
puntapié para
que se
levantara. ¡Qué ridículo,
qué humillación,
Dios mío!
Dice el
salmo: «Pero
yo soy
un gusano,
no un hombre,
vergüenza
de la gente,
desprecio
del pueblo;
al verme
se burlan
de mí,
hacen visajes,
menean
la cabeza» (Sal.22,
7-8). Jesús
sufre con
todos los
que tropiezan
en la vida
y caen
sin fuerzas
víctimas
del alcohol,
las drogas
y otros
vicios
que les
hacen esclavos,
para que,
apoyados
en Él,
y en quienes
los socorren,
se levanten.
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Séptima
Estación
El Cirineo
ayuda a
llevar
la cruz
«Mientras
lo conducían,
echaron
mano de
un cierto
Simón
de Cirene,
que volvía
del campo» (Lc
23, 26). «Y
lo forzaron
a llevar
su cruz» (Mt
27, 32).
Simón
era un
agricultor
que venía
de trabajar
en el campo.
Le obligaron
a llevar
la cruz
de nuestro
Señor,
no movidos
por la
compasión,
sino por
temor a
que se
les muriese
en el camino.
Simón
se resiste,
pero la
imposición,
por parte
de los
soldados,
es tajante.
Tuvo que
aceptar
a la fuerza.
Al contacto
con Jesús,
va cambiando
la actitud
de su corazón
y termina
compartiendo
la situación
de aquel
ajusticiado
desconocido
que, en
silencio,
lleva un
peso superior
a sus débiles
fuerzas. ¡Qué importante
es para
los cristianos
descubrir
lo que
pasa a
nuestro
alrededor,
y tomar
conciencia
de las
personas
que nos
necesitan!
Jesús
se ha sentido
aliviado
gracias
a la ayuda
del Cirineo.
Miles de
jóvenes
marginados
de la sociedad,
de toda
raza, condición
y credo,
encuentran
cada día
cirineos
que, en
una entrega
generosa,
caminan
con ellos
abrazando
su misma
cruz.
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Octava
Estación
La Verónica
enjuga
el rostro
de Jesús
«Jesús
se volvió hacia
ellas y
les dijo: “Hijas
de Jerusalén,
no lloréis
por mí,
llorad
por vosotras
y por vuestros
hijos”» (Lc
23, 27-28).
«El
Señor
lo guarda
y lo conserva
en vida,
para que
sea dichoso
en la tierra,
y no lo
entrega
a la saña
de sus
enemigos» (Sal
41, 3).
Le seguía
una multitud
del pueblo
y un grupo
de mujeres
que se
golpeaban
el pecho
y se lamentaban
llorando.
Jesús
se volvió y
les dijo: «No
lloréis
por mí,
llorad
por vosotras
y por vuestros
hijos».
Llorad,
no con
llanto
de tristeza
que endurece
el corazón
y lo predispone
a producir
nuevos
crímenes...
Llorad
con llanto
suave de
súplica,
pidiendo
al cielo
misericordia
y perdón.
Una de
las mujeres,
conmovida
al ver
el rostro
del Señor
lleno de
sangre,
tierra
y salivazos,
sorteó valientemente
a los soldados
y llegó hasta Él.
Se quitó el
pañuelo
y le limpió la
cara suavemente.
Un soldado
la apartó con
violencia,
pero, al
mirar el
pañuelo,
vio que
llevaba
plasmado
el rostro
ensangrentado
y doliente
de Cristo.
Jesús
se compadece
de las
mujeres
de Jerusalén,
y en el
paño
de la Verónica
deja plasmado
su rostro,
que evoca
el de tantos
hombres
que han
sido desfigurados
por regímenes
ateos que
destruyen
a la persona
y la privan
de su dignidad.
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Novena
Estación
Jesús
es despojado
de sus
vestiduras
«Lo
crucifican
y se reparten
sus ropas,
echándolas
a suerte» (Mc
15, 24).
«De
la planta
del pie
a la cabeza
no queda
parte ilesa» (Is
1, 6).
Mientras
preparan
los clavos
y las cuerdas
para crucificarlo,
Jesús
permanece
de pie.
Un despiadado
soldado
se acerca
y, tirándole
de la túnica,
se la quita.
Las heridas
comenzaron
a sangrar
de nuevo
causándole
un terrible
dolor.
Después
se repartieron
los vestidos.
Jesús
queda desnudo
ante la
plebe.
Le han
despojado
de todo
y le hacen
objeto
de burla.
No hay
mayor humillación,
ni mayor
desprecio.
Los vestidos
no sólo
cubren
el cuerpo,
sino también
el interior
de la persona,
su intimidad,
su dignidad.
Jesús
pasó por
este bochorno
porque
quiso cargar
con todos
los pecados
contra
la integridad
y la pureza,
y murió para
quitar
los pecados
de todos
(Hb 9,
28).
Jesús
padece
con los
sufrimientos
de las
víctimas
de genocidios
humanos,
donde el
hombre
se ensaña
con brutal
violencia,
en las
violaciones
y abusos
sexuales,
en los
crímenes
contra
niños
y adultos. ¡Cuántas
personas
desnudadas
de su dignidad,
de su inocencia,
de su confianza
en el hombre!
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Décima
Estación
Jesús
es clavado
en la cruz
Y cuando
llegaron
al lugar
llamado «La
Calavera»,
lo crucificaron
allí,
a Él
y a los
malhechores,
uno a la
derecha
y otro
a la izquierda
(Lc 23,
33).
Habían
conducido
a Jesús
hasta el
Gólgota.
No iba
solo, lo
acompañaban
dos ladrones
que también
serían
crucificados.
Lo crucificaron;
y, con Él,
a otros
dos, uno
a cada
lado, y
en medio,
Jesús
(Jn 19,
18). ¡Qué imagen
tan simbólica!
El Cordero
que quita
el pecado
del mundo
se hace
pecado
y paga
por los
demás.
El gran
pecado
del mundo
es la mentira
de Satanás,
y a Jesús
lo condenan
por declarar
la Verdad:
su ser
Hijo de
Dios. La
verdad
es el argumento
para justificar
la crucifixión.
Es imposible
describir
lo que
padeció físicamente
el cuerpo
de Cristo
colgando
de la cruz,
lo que
sufrió moralmente
al verse
desnudo
crucificado
entre dos
malhechores
y sentimentalmente,
al encontrarse
abandonado
de los
suyos.
Jesús
en la cruz
acoge el
sufrimiento
de todos
los que
viven clavados
a situaciones
dolorosas,
como tantos
padres
y madres
de familia,
y tantos
jóvenes,
que, por
falta de
trabajo,
viven en
la precariedad,
en la pobreza
y la desesperanza,
sin los
recursos
necesarios
para sacar
adelante
a sus familias
y llevar
una vida
digna.
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Undécima
Estación
Jesús
muere en
la cruz
«Jesús,
clamando
con voz
potente,
dijo: “Padre,
a tus manos
encomiendo
mi espíritu”.
Y, dicho
esto, expiró» (Lc
23, 46).
«Pero
al llegar
a Jesús,
viendo
que ya
había
muerto,
no le quebraron
las piernas» (Jn
19, 33).
Era sábado,
el día
de la preparación
para la
fiesta
de la Pascua.
Pilatos
autorizó que
les quebraran
las piernas
para acelerarles
la muerte
y no quedaran
colgados
durante
la fiesta.
Jesús
ya había
muerto,
y un soldado,
para asegurarse,
le traspasó el
corazón
con una
lanza.
Así se
cumplieron
las Escrituras:
No le quebrarán
ni un hueso.
El sol
se oscureció y
el velo
del Templo
se rasgó por
la mitad.
Tembló la
tierra...
Es momento
sagrado
de contemplación.
Es momento
de adoración,
de situarse
frente
al cuerpo
de nuestro
Redentor:
sin vida,
machacado,
triturado,
colgado...,
pagando
el precio
de nuestras
maldades,
de mis
maldades...
Señor,
pequé, ¡ten
misericordia
de mí,
pecador!
Amén.
Jesús
muere por
mí.
Jesús
me alcanza
la misericordia
del Padre.
Jesús
paga todo
lo que
yo debía. ¿Qué hago
yo por Él?
Ante el
drama de
tantas
personas
crucificadas
por diferentes
discapacidades, ¿lucho
por extender
y proclamar
la dignidad
de la persona
y el Evangelio
de la vida?
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Duodécima
Estación
El descendimiento
de la cruz
«Pilatos
mandó que
se lo entregaran» (Mt
27, 57).
«José,
tomando
el cuerpo
de Jesús,
lo envolvió en
una sábana
limpia» (Mt
27, 59).
Cristo
ha muerto
y hay que
bajarlo
de la cruz.
Acerquémonos
a la Virgen
y compartamos
su dolor. ¡Qué pasaría
por su
mente! «¿Quién
me lo bajará? ¿Dónde
lo colocaré?» Y
repetiría
de nuevo
como en
Nazaret: «¡Hágase!» Pero
ahora está más
unida a
la entrega
incondicional
de su Hijo: «Todo
está consumado».
Entonces
aparecieron
José de
Arimatea
y Nicodemo,
que, aunque
pertenecientes
al Sanedrín,
no habían
tenido
parte en
la muerte
del Señor.
Son ellos
quienes
piden a
Pilatos
el cuerpo
del Maestro
para colocarlo
en un sepulcro
nuevo,
de su propiedad,
que estaba
cerca del
Calvario.
Cristo
ha fracasado,
haciendo
suyos todos
los fracasos
de la Humanidad.
El Hijo
del hombre
ha sido
eliminado
y ha compartido
la suerte
de los
que, por
distintas
razones,
han sido
considerados
la escoria
de la Humanidad,
porque
no saben,
no pueden,
no valen.
Son, entre
otros,
las víctimas
del sida,
que, con
las llagas
de su cruz,
esperan
que alguien
se ocupe
de ellos.
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Decimotercera
Estación
Jesús
en brazos
de su madre
«Una
espada
te traspasará el
alma» (Lc
2, 34).
«Ved
si hay
dolor como
el dolor
que me
atormenta» (Lam
2, 12).
Aunque
todos somos
culpables
de la muerte
de Jesús,
en estos
momentos
tan dolorosos
la Virgen
necesita
nuestro
amor y
cercanía.
Nuestra
conciencia
de pecadores
arrepentidos
le servirá de
consuelo.
Con actitud
filial,
situémonos
a su lado,
y aprendamos
a recibir
a Jesús
con la
ternura
y amor
con que
ella recibió en
sus brazos
al cuerpo
destrozado
y sin vida
de su Hijo. «¿Hay
dolor semejante
a mi dolor?»
Y, mientras
preparaban
el cuerpo
del Señor
según
se acostumbra
a enterrar
entre los
judíos
(Jn 19,
40) para
darle sepultura,
María,
adorando
el Misterio
que había
guardado
en su corazón
sin entenderlo,
repetiría
conmovida
con el
profeta:
«Pueblo
mío, ¿qué te
he hecho?, ¿en
qué te
he molestado? ¡Respóndeme!» (Mq
6, 3).
Al contemplar
el dolor
de la Virgen,
hacemos
memoria
del dolor
y la soledad
de tantos
padres
y madres
que han
perdido
a sus hijos
por el
hambre,
mientras
sociedades
opulentas,
engullidas
por el
dragón
del consumismo,
de la perversión
materialista,
se hunden
en el nihilismo
de la vaciedad
de su vida.
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Decimocuarta
Estación
Jesús
es colocado
en el sepulcro
«Y
como para
los judíos
era el
día
de la Preparación,
y el sepulcro
estaba
cerca,
pusieron
allí a
Jesús» (Jn
19, 42).
«José de
Arimatea
rodó una
piedra
grande
a la entrada
del sepulcro
y se marchó» (Mt
27, 60).
Por la
proximidad
de la fiesta,
se dieron
prisa en
preparar
el cuerpo
del Señor
para colocarlo
en el sepulcro
que ofrecieron
José y
Nicodemo.
El sepulcro
era nuevo,
a nadie
se había
enterrado
en él.
Una vez
colocado
el cuerpo
sobre la
roca, José hizo
rodar la
piedra
de la puerta,
quedando
la entrada
totalmente
cerrada.
Si el grano
de trigo
no muere...
Y, después
del ruido
de la piedra
al cerrar
el acceso
al sepulcro,
María,
en el silencio
de su soledad,
aprieta
la espiga
que ya
lleva en
su corazón
como primicia
de la Resurrección.
En esta
espiga
recordamos
el trabajo
humilde
y sacrificado
de tantas
vidas gastadas
en una
entrega
sacrificada
al servicio
de Dios
y del prójimo,
de tantas
vidas que
esperan
ser fecundas
uniéndose
a la muerte
de Jesús.
Recordamos
a los buenos
samaritanos,
que aparecen
en cualquier
rincón
de la tierra
para compartir
las consecuencias
de las
fuerzas
de la naturaleza:
terremotos,
huracanes,
maremotos...
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Palabras
del Papa
al finalizar
el Via Crucis
La Dolorosa
Oración
del Papa
a la Virgen
«Madre
y Señora
nuestra,
que permaneciste
firme en
la fe,
unida a
la Pasión
de tu Hijo:
al concluir
este Vía
Crucis,
ponemos
en ti nuestra
mirada
y nuestro
corazón.
Aunque
no somos
dignos,
te acogemos
en nuestra
casa, como
hizo el
apóstol
Juan, y
te recibimos
como Madre
nuestra.
Te acompañamos
en tu soledad
y te ofrecemos
nuestra
compañía
para seguir
sosteniendo
el dolor
de tantos
hermanos
nuestros
que completan
en su carne
lo que
falta a
la Pasión
de Cristo,
por su
cuerpo,
que es
la Iglesia.
Míralos
con amor
de madre,
enjuga
sus lágrimas,
sana sus
heridas
y acrecienta
su esperanza,
para que
experimenten
siempre
que la
Cruz es
el camino
hacia la
gloria,
y la Pasión,
el preludio
de la Resurrección».
Los
cirios de
la Virgen
de Regla
en la JMJ
2011
Estos
cirios,
que son
los que
estarán
más
cerca de
la Stma.
Virgen
de Regla,
llevan
pintados
los escudos
representativos
de S.S.
Benedicto
XVI; del
Cardenal
Emérito,
Fray Carlos
Amigo Vallejo;
del Arzobispo
de Sevilla,
Monseñor
Asenjo;
del Obispo
Auxiliar
de Sevilla,
Santiago
Gomez Sierra;
; de la
Casa Real;
del Consejo
General
de Hermandades
y Cofradías
de Sevilla:
de la ciudad
de Sevilla;
de la Hdad.
de los
Panaderos;
de la Hdad.
del Rocío
de Villanueva
del Ariscal
(tiene
el mismo
director
espiritual
que los
Panaderos,
Fray Florencio
Delgado);
y de la
Hdad. Imperial
del Rocío
de Umbrete.