Un
sábado noche, tras descalzarme
y recibir un fuerte golpe en mi hombro por parte de nuestro
cofrade paduleño, di gracias a Dios por haberme
elegido, en ese momento supe que esto era un privilegio,
que era el comienzo en esta nueva andadura, como miembro
de esta cuadrilla de Horquilleros, de esos hombres y
mujeres que arriman el hombro para llevar a nuestro Santo
Cristo del Zapato. Esto no era lo de otros años,
esto era todos a una.
Al primer
ensayo llegue torpe, habladora, los nervios no me dejaban
escuchar.
Confieso que pensé que
esto no saldría jamás, que estos hombros,
que mis pies no eran dignos de este caminar.
En los sucesivos ensayos la cosa mejoro levemente,
nos cargaron las andas pero el peso en kilos no era
nada comparable al peso de la responsabilidad. No lo
estoy disfrutando.
Fernando
nuestro capataz cede el mando de nuestra cuadrilla
a Miguel, es joven no le conozco, él sabe de
esto me da confianza, mis talones siguen sin sonar,
LA ELEGANCIA que nuestro capataz nos pide, no llega,
estoy muy asustada.
Llega el último ensayo, domingo de
mañana, hace un sol espléndido; ¡no hace
frioooo!
Tras ensayar la subida y dejar las andas en la ermita, si
la ermita, su humilde casa, allí estaba ÉL.
Y cuando nuestro capataz dijo unas palabras y nos invitó a
rezar un Padre Nuestro, comprendí que mis pies, que
mis rodillas y mis hombros no eran míos, que con el
esfuerzo y con la fe que cobijaba esos palos, todo saldría
bien.
Día de la víspera, Rosario de la Aurora, no
lo he procesionado nunca, mi compromiso con esto me dice
que tengo que ir, tengo que preparar mi corazón para
el gran día.
Son las seis, veo a mi cuadrilla, la de
los pequeños, nuestro callejón es cómplice
de nuestro miedo, llega la hora, ansío tocar los palos.
Suena el llamador, ese que nos ha acompañado
cada día, que golpe a golpe nos ha transmitido este
espíritu.
Hoy suena más fuerte que nunca, a la calle con ÉL.
El silencio llega, era tan
ansiado por mi parte, mi corazón no late, galopa.
Mi trasera nuestro motor empuja, que orgullosa estoy de
ellos.
Cuando Miguel
dice: “Susana llámate un
poquito, muy poquito…Bueno”. Ese poquito,
ese paso izquierdo lo doy yo, ese paso de Dios,
lo doy yo, que grande es esto.
Escucho a
Miguel entre los palos decir muy muy bajito, “así se
hace, que ELEGANCIA”, esboce una sonrisa, la
ansiada elegancia llega, supe que todo iba bien.
Llegamos
a la Iglesia, allí nos espera nuestra
Señora, que momento. Tras la procesión
unas palabras de nuestro capataz nos dan aliento
y fuerza para continuar.
Primer día, salen nuestros hermanos “los
purisimeros”, hoy toca cura de humildad, la Señora
nos deslumbra, brilla con luz propia, hoy todos los
ojos la miran a ELLA. Como camina, que dulzura, que
distinción, su belleza llena las calles, como
me encantaría poner mi hombro, como expresar
todo el cariño que le tengo, como decirle que
está conmigo en cada sonrisa, en cada llanto,
en los momentos buenos y en los menos buenos, que
grande es la CHIQUITILLA.
Llegamos a las Eras, mi barrio, sin mediar palabra,
Miguel me recuerda de nuevo que todos somos uno,
Trini toca la campana y la levantá de su cuadrilla
roza el cielo, que emoción, necesito un
abrazo y hay esta Filo.
Esto se acaba,
segundo día. Salimos hacia la
Ermita, la banda toca la marcha Jesús del Madero,
lo que faltaba, no quiero llorar, los sentimientos
brotan, me cuesta mantener la mirada al frente, a cada
nota brotan las lágrimas. Toca relevo, que
corto, me ha sabido a poco.
Nos acercamos
a su casa, entro al relevo, toca despedir a la Señora, al estar frente a frente, cara
a cara, tan cerca, me sentí insignificante,
tanta gente y yo a solas con ELLA. La voz de Miguel
no eran órdenes, eran piropos, eran galanteos,
eran cumplidos.
Arriba con EL, en
el giro, poquito a poquito mis pies, si mis torpes pies me
hicieron por fin comprender que se puede rezar con ellos,
me hice muy pequeña. La subida es dura pero hay están
mis horquilleros, empujando, que bonito, ya está en
su Casa. Algo extraño me invade por dentro, algo que
no se explicar, es increíble no estoy cansada, tenía
la ilusión de volver a empezar. No me quiero ir, necesito
de su mirada, para guiar mi camino. Estoy asombrada de este
nuevo sentimiento, noto que aumentan en mí los valores
de respeto y hermandad.
Comienza la nostalgia, nos volvemos con
nuestra Señora.
Ya en la Iglesia las palabras de aliento
de D. Javier me hacen sentir que él también
está bajo los palos.
No me queda otra que daros las gracias a
tanta gente, por lo sentido y vivido:
A los valientes que contra viento y marea van tripulando
este barco de nuestra Hermandad. A mis junior, tan jóvenes
de los que he aprendido tanto.
A mis chicos, que me han dado tranquilidad, doblando sus
turnos, Javi la serenidad, Jesús la sonrisa, Manolo
el saber estar y Fran, él es todo generosidad. Y a
mis chichas que decirles, os quiero. Mil gracias.
A nuestros capataces, por su perseverancia, por su tiempo,
por darlo todo sin pedir nada, por llevarnos de su mano en
nuestros primeros pasos, en un camino que acaba de comenzar.
A mi familia por tanta paciencia.
Hermanos HORQUILLEROS, aquí estoy para lo que me
necesitéis, ahí estará mi hombro, es
vuestro. Si decaigo recordarme lo vivido.
Y a nuestro pueblo solo pedirle que se una, que se una más
que nunca a este proyecto que no es nuestro, que es de todos,
por el amor y la veneración que procesamos a nuestros
Patronos.
Quiero dar las gracias a esta maravillosa
gente de Padul, que nos ha brindado su mano en nuestro torpe
caminar. También
mi agradecimiento a la Hermandad de la Borriquilla de Padul,
cuya presencia y acompañamiento durante
toda la procesión nos hizo sentirnos arropados en
nuestro inicio dentro del mundo cofrade.