III EXALTACIÓN A
NUESTRO PATRONO SAN SEBASTIÁN DE LA HERMANDAD PATRONAL
DE SAN SEBASTIÁN DE LANJARÓN
Juan Antonio
Ríos Jiménez
Lanjarón, enero 2013
III
Exaltación a Nuestro Patrono San Sebastián
Hermandad Patronal de San Sebastián de Lanjarón
Pronunció la Exaltación Don Juan Antonio Ríos Jiménez
Ermita de San Sebastián de Lanjarón
4 de enero de 2014
Salutatio
Reverendos D.
Francisco y D. Cayetano.
Excelentísimo Señor Alcalde, Miembros de la Corporación
Municipal, Señor Hermano Mayor y Miembros de la Junta de gobierno.
Hermanos Mayores de las distintas Cofradías y Hermandades, queridas
familias; amigos y amigas, a todos, buenas noches.
Evocatio
Rebosa ya el
almendro de su flor, anunciando las alegrías de
una pronta redención pascual, y la luz del sol tiñe
de rojo el alto cielo, del rojo de la sangre de los santos
mártires, derramada para lavar sus vestiduras en
la sangre del Cordero y poderlo alabar eternamente.
¡Oh
glorioso San Sebastián!,
A ti dirigimos hoy nuestra exaltación,
A ti que no dudaste en beber por tu amor el cáliz de la sangre de
Cristo,
A ti, qué como insigne cirineo no dejaste a Jesús solitario
camino del Calvario, venimos a venerar.
Presentatio
Fuente de fe
y de luz es la memoria de San Sebastián para nuestra
Lanjarón, puesto que de él, y de otros, aprendimos
el valor del martirio, que es el dolor de cada día,
pero también es alegría porque el cristiano
encuentra su alivio y acepta su dolor en la alegría
de servir al Señor.
Agradatio
Me gustaría
comenzar mis palabras agradeciéndole a D. José Luis,
Hermano Mayor de San Sebastián y a la Junta de gobierno
el haber depositado en mí la responsabilidad de
exaltar este año la gloria de San Sebastián,
Patrono de nuestra villa de Lanjarón, por lo cual
también os agradezco a vosotros, hoy presentes,
y a aquellos que en el pasado recibieron la protección
de Nuestro Santo Patrono, vuestra presencia y dedicación,
y para ello, me gustaría hacerlo con la siguiente
oración:
Convocatio
Santo Sebastián:
Tú combatiste hasta la muerte por ser fiel a Jesucristo,
sin temer las amenazas de los enemigos, porque tu fe estaba
cimentada sobre roca firme, y es por esto, que la muerte
estupefacta, contempla vuestra victoria, sintiéndose
vencida.
A ti imploramos,
porque usaste de tu intrépido valor forjado en la
batalla para ejercer de profeta y fuiste justo perseguido;
permite que podamos seguir tus huellas para hacer la milicia
del buen anuncio del evangelio de NuestroSeñor Jesucristo.
Amén.
Aceptatio
Amigos de Lanjarón,
de mi Lanjarón. Para mí es un auténtico
placer y un honor, cantar esta proclama. No obstante, en
confesión os digo que ha supuesto un reto, a la
vez que un honor, y por eso, desde ya, quisiera pedir perdón
si es que me dejo llevar por el mensaje que mi corazón
ansía transmitir.
Anuntatio
Dejaremos en
breve el bello período de la Navidad, y en breve,
empezaremos a prepararnos para misterios más profundos,
que desde siempre se han asociado con el inicio de la primavera,
pues bien, entre Navidad y Pascua, todo se prepara, y el
20 de Enero, celebrando la fiesta de San Sebastián,
nos preparamos, y anunciamos –cómo el almendro
con su flor- el gran martirio del Salvador.
En mi proceder,
he visto conveniente ahondar en el sentido de porqué estamos
hoy reunidos Exaltando a San Sebastián, y porqué es
nuestro Patrón, puesto que conociendo nuestras tradiciones,
podremos interpretar el presente y preservar el futuro
de nuestro patrimonio heredado:
Exaltatio
No es de extrañar,
que gran parte de Andalucía, y en especial, el antiguo
Reino de Granada, presenten cómo más habitual
patrón a San Sebastián, el Santo guerrero.
Esto se debe
a la inquebrantable fe de los Reyes Católicos, que
encomendaron las nuevas conquistas bajo su protección,
cosa habitual en territorios fronterizos, y dónde
se ve de forma más especial es en la Comarca de
la Alpujarra, dónde se produjo la famosa rebelión
de los moriscos, que tuvo que ser sofocada por Don Juan
de Austria, excelente militar y muy devoto de San Sebastián,
el cual terminó de expandir la devoción del
perfecto soldado en nuestras tierras.
De hecho, según
queda registrado en los archivos de la Parroquia, antes
de que la talla que hoy nos preside llegase al pueblo,
en la segunda mitad del siglo XVII, ya se ofrecían
misas implorando la protección de San Sebastián.
Poco después, la devoción, que fue en aumento,
propició la constitución de la hermandad
y la construcción de esta ermita, que junto con
su gemela de San Roque delimitaron los márgenes
de la antigua villa, y sacralizaron su espacio y su devenir
histórico. De hecho, fue a San Sebastián
y a San Roque, que se les invocó cuando en noviembre
de 1885 entró el cólera en el pueblo, y esto
debido a la asociación que ya desde antiguo situaba
a estos santos cómo protectores contra las epidemias,
y de esto pueden dar testimonio nuestros mayores, ¡Benditos
mayores! que todavía recuerdan las numerosas procesiones
en acción de gracias por el cólera, los terremotos
y otros desastres naturales. Pero San Sebastián,
quiso mimar más al pueblo en otras ocasiones, cómo
el milagro ocurrido cuando a la espera de la invasión
de las tropas napoleónicas, éstas se retiraron
por ver en los terrenos de la ermita un ejército
incontable de combatientes, o aquella ocasión en
que logró salvarse de su destrucción durante
la Guerra Civil, gracias a la devoción de unos hermanos. ¡Bendito
San Sebastián, tampoco en aquella ocasión
quisiste abandonarnos!
Y éstos
méritos le hicieron conseguir el Patronazgo de Lanjarón
en 1804 por bula de Pio VII.
Pero dejémonos
de historias, que de poco sirven si mueren los sentimientos
y con ellos los recuerdos, y hagamos experiencias profundas,
que quedarán para siempre en nuestros corazones.
Por ello os invito a conocer a Sebastián, aquel
joven, que supo fiarse de aquel que nunca falla:
Proclamatio
Nació en
Narbona en el año 256 d. C., era un «fidelísimo
cristiano» que, sin embargo, ostentaba el cargo de
jefe de la cohorte pretoriana de Roma. Su nombre: Sebastián,
y se encontraba al servicio de los emperadores romanos
Diocleciano y Maximiano, los mismos que mandaban ejecutar
a todos aquellos que difundían la doctrina de Cristo.
Aun así, el soldado Sebastián, que era un
joven generoso y bizarro en su conducta y tan abnegado
respecto de sí mismo como solícito cuando
se trataba de sus semejantes, reunía en su persona
la nobleza hermanada con la sencillez, y la prudencia con
la grandeza de alma, se había atraído la
simpatía de cuantos le trataban, de cualquiera condición
que fuesen. Nadie podía dudar de su lealtad al emperador,
pero todo el mundo sabía que era cristiano. Sebastián
no lo disimulaba. Entraba en los subterráneos de
las Catacumbas, favorecía a sus correligionarios
en la corte aprovechando los beneficios de su cargo para
ayudar y confortar a los creyentes que los romanos apresaban
para dar muerte.
Era un apóstol,
un propagandista, cuya palabra ardiente sostenía
a los que vacilaban, llevaba la luz a los que caminaban
en la duda, llenaba de valor a los que se preparaban para
luchar. No había dejado de ver la tormenta que se
avecinaba; pero, lejos de infundirle temor, aquello le
enardecía más aún, y poco a poco sentía
que la gracia del martirio iba madurando en su pecho.
Nuestro patrono
intercedió varias veces por el bienestar espiritual
de los cristianos capturados, amén de convertir
a la 'religión verdadera' a un gran número
de centuriones. Ello le supuso una denuncia por traición
al considerarse que, aun siendo escolta de los emperadores
Diocleciano y Maximiano, trabajaba clandestinamente contra éste
y los dioses del Imperio. Diocleciano, a la postre, tuvo
que ordenar su ejecución: Le condenó a «ser
llevado al campo, atado a una estaca y muerto a flechazos».
Los verdugos le dispararon hasta dejarle «tan lleno
de flechas como un erizo de púas» y, creyendo
que ya había muerto, se marcharon». Fue cosido
a flechazos, que milagrosamente no llegaron a causarle
la muerte, y malherido, lo encontró Santa Irene,
viuda del mártir San Cástulo, quien lo llevó a
su casa, dónde curó sus múltiples
heridas de las que sanó con milagrosa rapidez. Es
curioso cómo tuvo que ser Santa Irene, cuyo nombre
significa Paz, la que curó a este guerrero de la
fe de sus heridas de guerra.
Tras no fenecer
en este tormento, Sebastián se convirtió en
Confesor, que era una distinción comprada con sangre,
los confesores eran mártires que habían sobrevivido,
y con su sufrimiento demostrado la valía de su fe,
de hecho ellos eran garantes de la fe. Pero Sebastián,
una vez restablecido, se presentó de nuevo ante
el emperador para pedirle que dejara de perseguir a los
cristianos. El César romano, que creía muerto
a Sebastián, ordenó que lo apalearan hasta
que constase con toda certeza que lo habían matado,
y después arrojaran su cuerpo a la cloaca máxima
de manera que los cristianos no pudieran recuperarlo ni
tributar a sus restos el culto con que honraban a los mártires».
A pesar de las medidas preventivas del emperador, Sebastián,
tras su muerte, se apareció a Santa Lucía
para indicarle el lugar exacto donde estaba su cadáver
para que éste pudiera recibir digna sepultura. Esto
sucedió en el año 290 de la era cristiana
muriendo con la misma edad de Cristo.
Pero no será solamente
por este motivo que San Sebastián nos recuerde a
Cristo, de hecho todos los Santos lo hacen, porque se han
configurado con él, y lo han hecho estandarte de
salvación. Veamos en qué medida San Sebastián
nos conduce a Cristo:
Ambos entregaron
su vida amarrados a un madero, despojados de sus vestiduras,
con el cuerpo cubierto tan sólo por un paño
y atravesados por objetos punzantes que les produjeron
sangrantes heridas, aunque murieron a causa de la pasión
de un brutal apaleamiento, y ambos fueron recogidos por
una Santa mujer que nos recuerda a nuestra Madre la Iglesia
al acoger en su seno a los difuntos en Cristo.
No en vano dice
San Agustín de Hipona en sus sermones, que «en
la cruz se realizó un excelso trueque; allí se
liquidó toda nuestra deuda, cuando del costado de
Cristo, traspasado por la lanza del soldado manó sangre
que fue el precio de todo el mundo, [...] y la fe de los
mártires es testimonio de ello, [...] el que reina
en el cielo regía la mente y la lengua de sus mártires,
y por medio de ellos, en la tierra, vencía al diablo,
y en el cielo, coronaba a sus mártires».
Fijémonos
en nuestro Santo Patrono: La figura aparece en un estado
puramente agónico, a punto de derrumbarse. La sangre
cae de sus heridas con un fúnebre rojo oscuro. Pero
todo se concentra en el rostro, el rictus de su boca abierta,
y los ojos vueltos hacia arriba. Fijémonos en su
mirada, en esa terrible mirada que busca la visión
directa de Dios, que se eleva más allá del
horizonte y se concentran en el rostro: dolor, martirio, éxtasis
místico y delectación celeste. En suma, una
agonía santa. San Sebastián experimenta la
muerte corporal inminente en favor de otra vida. Está en
suspenso entre el mundo del cuerpo que todavía no
ha abandonado enteramente, y el mundo del espíritu,
que aún no alcanza por completo. Está empezando
a conocer a Dios directamente, es lo que solemos llamar,
la visión beatífica. El mártir, busca
más arriba, con una mirada extática, casi
alucinada, la eternidad que anuncia el mensaje evangélico.
Está reconfortado,
su sufrimiento alguien lo ha aliviado, y le ha dado las
fuerzas para poder mirar hacia el cielo, implorando perdón
por sus agresores, los cuales fueron ya redimidos en otro
madero por Jesús.
Al revés
de San Sebastián, debemos imaginarnos a los ejecutores,
compañeros suyos de la cohorte, que mantienen la
vista adherida a su tarea terrestre; y solamente la levantan
para fijar el blanco y apuntar, o la bajan para volver
a cargar los arcos. ¡Qué tristeza tener qué desempeñar
esa función, ajusticiar a un inocente! Pero ¡Qué alivio
de ver al Santo reconfortado!
Dice San Pablo
en su segunda misiva a los Corintios:
«Nos
aprietan por todos los lados pero no nos aplastan;
estamos apurados pero no desesperados; acosados, pero
no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan;
en toda ocasión y por todas partes, llevamos
en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también
la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
[...] Si se destruye este nuestro tabernáculo
terreno, tenemos un sólido edificio construido
por Dios, una casa que no ha sido levantada por mano
de hombre y que tiene una duración eterna en
los cielos. [...] [Porque] lo mortal quedará absorbido
por la vida. Dios mismo nos creó para eso y
como garantía nos dio el Espíritu».
Ahora, fijémonos
en sus heridas, mirad cómo por sus orificios asaeteados
se derrama la sangre comprada por Cristo, porque si Cristo
fue su comida, y su sangre fue su bebida, contemplándolo
recibimos las gracias de su intervención comprada
bajo el crisol de la pasión. No es en vano, qué muchas
veces se represente con 5 flechazos qué nos recuerden
las 5 yagas de Cristo, tal y cómo pasó con
San Francisco de Asís.
Nuestro Patrón
se muestra inmune a las saetas que penetran en su carne,
refleja esto la fuerza que le infundió el Altísimo
para vencer la tribulación. Por otra parte, no es
en vano qué de los dos martirios que tuvo, sé represente
con mayor frecuencia el primero: la asociación de
la idea de epidemia a la de las flechas, es antigua, por
no decir ancestral, y, en la tradición cristiana,
se suponía que San Sebastián, mártir
asaeteado, intercedía por la humanidad ante las
flechas divinas e invisibles de la enfermedad.
Durante la peste
de Roma del 680 d.C. fue invocada su protección
particular y desde entonces la Iglesia Universal lo ve
cómo abogado especial contra las epidemias, y en
general se le considera un gran defensor de la Iglesia,
además de protector de arqueros, atletas y soldados.
La peste, se
asimiló a los flechazos, por su rapidez en dar muerte,
como por su distribución ciega y aleatoria, que
alcanza tanto al señor como al villano.
Este fenómeno
protector se llama fervor taumatúrgico, del cual
también gozan otros santos recuperados milagrosamente
de llagas, martirios ó epidemias cómo San
Roque, que sobrevivió a la Peste Negra. Éste
Santo, junto con la Virgen de la Candelaria, la del Rosario
y San Vicente Ferrer protegieron a nuestro pueblo de la
tribulación en varias ocasiones, cómo en
las epidemias de Cólera de 1854, o los terremotos
de 1884.
Fijémonos
por último en su faldellín, banda y banderola:
El Santo viste de rojo púrpura, éste color
es quizás el más significativo para la cultura
occidental, representa la pasión, la fuerza y el
poder, en la jerarquía eclesiástica lo revisten
los Cardenales, y en la liturgia se reserva para la conmemoración
del martirio, principalmente del martirio de Jesucristo,
el cual, vino al mundo para redimirnos, y es por esto que
en estas fechas tan señaladas lo hayamos visto usado
litúrgicamente. Pero el rojo también se usa
en la celebración de la memoria de un santo mártir,
porque los mártires, con su sangre compraron este
honor, ellos han lavado sus vestiduras en la sangre del
cordero y dan testimonio de la Salvación en Cristo.
Invitatio
Cerrando este punto, me gustaría invocar a San Sebastián cómo
Santo abogado de las epidemias y plagas, porque, ya están vencidas las
epidemias de la antigüedad, ya no existe el cólera, la lepra o
la peste. En nuestros días estamos sufriendo nuevas formas de epidemias
y de persecuciones, y a San Sebastián le debemos pedir hoy su protección:
Pidámosle
protección frente a las plagas del siglo XXI: La
plaga del hambre, que está asolando nuestro mundo
y obligando a familias enteras a salir a la calle en busca
de un pan, por aquellas abuelas que han dejado su bienestar
y reparten sus pagas en ayuda de todos sus hijos y nietos
que están en el paro, por aquellos padres que a
pesar de ser trabajadores, hoy se ven privados de un trabajo
una casa y un bienestar, por aquellos niños, que
salen con sus padres a pedir a la calle y rebuscar entre
basuras algo que llevarse a la boca.
Pidámosle
también su intercesión por los enfermos,
por nuestros enfermos, y en especial aquellos que no puedan
pagar sus medicinas, o que están solos o aquellos
que han sido desahuciados por los médicos al sufrir
el cáncer o el sida, epidemias también de
nuestra época.
Y pidámosle
fuerza ante el combate diario, puesto que en la época
de los césares romanos, se perseguía a sangre
y espada, pero ahora, la persecución es mucho más
sutil, y se realiza con ideas y palabras, pidámosle
no caer en la relatividad, en la crisis profunda de valores éticos,
morales y cristianos que sufre nuestra sociedad, en el
sinsentido de la indiferencia ante el padecimiento ajeno,
o en la falta de caridad entre hermanos.
Y hagámoslo
todo, aclamando directamente a Dios Padre, el Dios de todo
poder y misericordia, que infundió su fuerza a San
Sebastián para que pudiera soportar el dolor del
martirio, y pelear el combate de la fe hasta derramar su
sangre:
Invocatio
Te pedimos, Padre
Eterno, que concedas a los que hoy celebramos su victoria
vivir defendidos de los engaños del enemigo bajo
tu protección amorosa y que por su intercesión
nos ayudes a sobrellevar por tu amor la adversidad, y a
caminar con valentía hacia ti, fuente de toda vida.
Esto te lo pedimos por Jesucristo, Nuestro Señor.
Amén.
Manifestatio Identitatis
Para dar conclusión
a este acto, me gustaría agradeceros vuestra cariñosa
presencia, a vosotros que sois Lanjarón, que me
habéis ofrecido la oportunidad de devolver a este
pueblo con estas palabras una pequeña parte de lo
que me ha dado, del inmenso cariño con que siempre
me he sentido acogido, de las tradiciones y pasiones que
he heredado de vosotros, del amor a San Sebastián,
que es la causa de que estemos aquí ahora.
Porque verán
ustedes; sin vuestra dedicación constante, sin vuestro
día a día, no existiría pueblo alguno
que llamar casa. Debemos sentirnos orgullosos de ser lo
que somos, porque esta tierra de norte a sur y de este
a oeste, está sobrada de belleza, de ritos, de costumbres
y de artistas, porque desde la ermita de San Roque hasta
la de San Sebastián, desde la de San Isidro hasta
el Tajo de la Cruz, reboza sentimiento, reboza una manera
diferente de amar y de entender sus propios signos de identidad
cómo lo es nuestra fiesta de San Sebastián,
y sin más demora, cantemos todos juntos el Himno
de Nuestro Patrón:
Aclamatio
Himno de San Sebastián
A ti, Oh Sebastián
glorioso,
Siempre acudimos con fervor,
A ti, oh Santo victorioso,
Te bendecimos con amor.
Ante tu altar
fervientes suplicamos,
Con ansiedad, que nos venga la paz,
Y a este tu pueblo que tanto te ama,
Recíbelo amoroso y mira con piedad.
Escúchanos,
oh Santo incomparable,
Serás siempre nuestro Patrón,
Y Lanjarón promete siempre amarte
Y bendecirte
de todo corazón. (bis)
Manifestatio Plena
Muchas
gracias, por su atención, viva Lanjarón,
vivan sus Santos Patrones, y ¡Viva San Sebastián!