Francisco
Molina Muñoz
Padul, 18 de diciembre de 2015
Hablamos
de Belén, Nacimiento, Pesebre, o cualquiera
otra acepción que la rica diversidad lingüística
nos permite y, automáticamente, fluyen a nuestra
mente ríos de emociones y recuerdos, la mayoría
casi olvidados y que nos retrotraen a una infancia feliz,
en la que se esperaba o, mejor dicho, se ansiaba la llegada
del momento de montar el Belén. Nuestra madre,
normalmente era ella, sacaba del armario una caja en
la que, cuidadosamente envueltas, estaban las figuras
del Belén del año anterior.
¡Que júbilo sentíamos cuando
una nueva figura venía cada año, si
buena mente la economía
lo permitía, a engrosar el elenco de las que
poblaban nuestro Belén! Podía ser más
grande o pequeño, estar nevado o no, pero
era ¡Nuestro
Belén!
Hoy
día, en que por desgracia nos vemos invadidos
por bosques de abetos, coronas de acebo, renos y orondos
señores vestidos indefectiblemente de rojo,
cuyo discurso varía poco del estridente “How,
How, How,…”, son unos pocos los irreductibles,
como aquellos galos del poblado de Asterix, los que
se aferran a nuestras tradiciones y nuestra forma
de entender lo que, para nosotros, es realmente la
Navidad.
Ese grupo de irreductibles, a los que se ha dado
en denominar “Belenistas”, dedican buena parte
de su tiempo y mucho de sus ahorros, para hacer perdurar
la tradición. No días, como algunos creen,
sino semanas, cuando no meses, es el tiempo que cada
año se dedica a montar algunos de los belenes
más significativos y elaborados, dignos todos
ellos de ser visitados y admirados por cuantos siente
que la navidad es algo más que comilonas, regalos
y jijí, jajá…
En Padul, afortunadamente,
contamos, entre otros, con Manuel Gámez Villena, un enamorado del Belén,
ya que no es de su entero gusto que le llamen “Belenista”.
Manuel ha hecho realidad el sueño que muchos
de nosotros hemos tenido toda nuestra vida, coleccionando
figurillas a escala de 21 centímetros, a lo
largo de muchísimos años. En su casa
de Padul, ocupando una superficie que ronda los 30
metros cuadrados (una habitación completa),
nos muestra un auténtico despliegue de imaginación
y arte, a partes iguales.
La música ambienta el lugar, mientras el río
fluye, las norias y aceñas giran con el agua
y las fuentes públicas abastecen a la población
de Belén. La luz ambiental va cambiando del
día a la noche, haciendo brillar en el cielo
las estrellas, a la vez que las viviendas encienden
sus luminarias nocturnas.
Las
escenas relacionadas con el nacimiento del “Hijo
del Hombre”, se desgranan una a una, sin solución
de continuidad. Vemos la “Anunciación”,
a la Virgen María encinta, la llegada a Belén
para el empadronamiento y su paso por la posada, el “Nacimiento”,
el Ángel anunciando a los pastores el nacimiento
de Jesús, la “Adoración de los
Magos de Oriente”, la “Huida a Egipto”,
la “Matanza de los Inocentes”, la “Presentación
de Jesús en el Templo”… En definitiva
una lección sobre el nacimiento del Mesías… Una
catequesis, de inigualable plasticidad y buen gusto.
Y qué decir de la representación de los
gremios, que en ningún Belén que se precie
debe faltar… Pocos o muy pocos están ausentes
del despliegue que, entre casas, campos de cultivo,
rebaños de animales, fuentes, norias y aceñas,
ríos y lagos. Encontramos pastores, carpinteros,
alfareros, herreros, panaderos, aceituneros, lavanderas,
etc., etc.
Algunos recordarán aquel villancico popular
que decía:
En
el Portal de Belén han
entrado los ratones,
y al bueno de San José le han roído
los calzones…
Ande, ande, la Marimorena...
Pues hasta esos ratones ocupan su lugar, aunque discreto,
junto a la mula y el buey.
Pero lo mejor de todo esto es que Manuel Gámez Villena, no es alguien
que despliegue todo lo que acabo de relatar, solo para sus ojos. Lo que de verdad
hace es sentir un cosquilleo especial y una satisfacción fuera de lo común,
al contemplar la cara de asombro de los niños cuando ven por primera vez
el Belén… “Es algo indescriptible”, me comenta, sin
dejar de recordarme la vuelta a la niñez que experimentan los mayores
que acompañan a esos niños.
Manuel
se presta a guiar a cuantos se lo pidan, para que entiendan
mejor todo lo que los ojos no pueden llegar a ver en una
sola visita a su Belén. Solo hay que concertar una
cita y dejarse llevar por las emociones.