PRESENTACIÓN DEL
LIBRO OFICIAL DE HORARIOS E ITINERARIOS DE LA SEMANA SANTA
DE PADUL 2018
Juan Manuel
Martos Martín
Hermano Mayor de la Hermandad de la Virgen de las Angustias
de Padul
Padul, 10 de marzo de 2018
Hay un
momento en el año en el que se nota
en el ambiente que algo importante se acerca inexorablemente
en la vida del cristiano. Y como cada Miércoles
de Ceniza acudimos a la llamada del Señor,
que con la imposición de la ceniza santa en
nuestra frente nos recuerda nuestra fragilidad, y
es que somos polvo y en polvo nos convertiremos.
Y comienza la cuaresma, tiempo de reflexión
y recogimiento. Y empezamos a preparar el cuerpo
y sobre todo el corazón para vivir el momento
más importante del año; la muerte y
resurrección del Señor. Y es que es
una muerte por amor. El mismo Dios entrega su hijo
por amor, por amor a nosotros. Y esa entrega, esa
dedicación a nosotros, nos debe servir de
ejemplo en la vida diaria. No basta con vivir la
Semana Santa de una manera superflua, sino que debe
servir para que empecemos a seguir el ejemplo de
Jesús, que se entregó por nosotros,
ahora debemos entregarnos nosotros por nuestros semejantes.
Y con la cuaresma empiezan también los momentos
más típicos que nos dicen que la Semana
Santa se acerca. Ya escuchamos los tambores retumbar
en la estación. Nos están anunciando
la llegada de la Semana Santa paduleña. Parihuelas
por las distintas calles del pueblo, con tantas costaleras
y costaleros emocionados por el momento de llevar
a su imagen que con tanta ansia esperan. Al pasar
por las calles de nuestro pueblo ya va oliendo a
nuestras torticas de masa, que junto con los niños
nos comemos con azúcar y miel de caña.
Con el paso de los días llega el Viernes
de Dolores. Nuestra Madre se prepara para el momento
doloroso. ¿Qué puede producir un mayor
dolor que la pérdida de un hijo? Y es que
Simeón ya se lo advirtió, “una
espada te atravesará el alma”. Ella
sabía el destino glorioso de su hijo, pero
antes de la gloria estaría la pasión
y la cruz.
En infinidad de casas del pueblo comienzan a prepararse
los exquisitos roscos de huevo, pestiños y empanadillas.
El olor que desprende la preparación de estos dulces
hace que lleguemos como niños y que hurtemos un
rosco recién salido de la sartén, caliente
todavía, que nos hace reportar a aquellos años
de tierna infancia. Y es que en estos días recordamos
tiempos en los que las preocupaciones no existían
y en los que podíamos disfrutar de los miembros
de nuestra familia que ya no se encuentran entre nosotros.
Nuestras madres y abuelas preparan con delicada ternura
los dulces que darán sabor a estos días tan
especiales.
Ya es Domingo de Ramos. Ya estamos todos preparados en
la Ermita de San Sebastián y de de la Virgen de
las Angustias para recoger nuestras palmas y ramas de olivo
y con ellas anunciar la llegada de nuestro Seños
Jesucristo. Cantamos y alabamos al Señor llegando
al Templo para en la eucaristía más bella
del año recordar la pasión y muerte de Jesucristo.
Entra Jesús glorioso, montado en su borriquilla,
por las calles de Padul, acompañado por su Madre.
Jueves Santo, Santos Oficios. Jesús se abaja a sus
discípulos y les lava los pies, lavando el pecado
de la Humanidad y enseñándonos el verdadero
sentido de la palabra santidad. Y con una grandeza inusitada
un hombre que es Dios se pone a los pies de su pueblo,
dando de esta manera ejemplo de sencillez, humildad y,
sobre todo, amor entregado a los demás. Once de
la noche, silencio absoluto, comienza el Vía Crucis.
Recorremos con solemne y riguroso recogimiento y silencio
la diversas cruces dispersas por el pueblo. Estación
a estación acompañamos al Señor en
su penúltimo peregrinar.
Pasan las horas y llega el Viernes Santo, Viernes de Pasión,
de Cruz. Bajo un sol generoso vamos haciendo recorrido
para ver al Señor en su viacrucis. Se colocan las
flores, adornamos nuestra imágenes con cariño
para que procesionen con la solemnidad que se merecen.
Se están preparando monaguillos, penitentes y mantillas,
para entre todos engrandecer nuestra Semana Santa paduleña, única
por su grandeza.
El Señor ya espera en el Monte de los Olivos. Su
arresto está próximo. Flagelado por su mismo
pueblo ya empieza su calvario. Le entregan la cruz que
debe portar hasta ser clavado en ella. Cae hasta tres veces
en su tránsito al Gólgota, vencido por el
peso de la cruz y el dolor de las heridas. Lo crucifican
como a un vulgar delincuente, siendo el mismo Dios. Es
insultado y ridiculizado por los presentes, retándole
a que se salve a sí mismo. Y expiró, no sin
antes hablar con su Padre. Lo bajan de la cruz y se lo
entregan a su querida Madre, que lo recoge entre sus brazos
con el amor que solo una madre puede hacerlo. Y el cuerpo
sin vida es escoltado por soldados romanos para ser depositado
en el Santo Sepulcro. Todo esto acompañado por su
gran amigo y discípulo Juan. Queda la cruz vacía.
Ya llegan las mujeres corriendo. ¡No está Jesús
en el sepulcro! Exclamaron. ¡El gran día ha
llegado! ¡Cristo ha resucitado! Resucita cumpliendo
así con lo establecido en las escrituras y dándonos
a nosotros con ello la vida eterna. Solo hay un requisito
para disfrutar de esta vida eterna, cumplir con el mandamiento
nuevo “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.