La
música en la Semana Santa
Antonio
Villena Muñoz y Juan Paulo Gómez Hurtado han sido
los ponentes del tema propuesto para esta sexta charla coloquio,
que como las anteriores ha tenido lugar en la Casa de Hermandad
del Santísimo Cristo Crucificado de El Padul.
Como
no podía ser menos el acto comenzó con una invocación
por la paz mundial y especialmente por el cese de la guerra en
Irak.
Antonio
Villena echó mano de las Sagradas Escrituras para equiparar
las víctimas inocentes de esta y todas las guerras con
la figura de Jesús, que es citado como “víctima
escogida”.
Tomó
la palabra seguidamente Juan Paulo Gómez que comenzó
su exposición remontándose a los orígenes
de la música en la Semana Santa en los que la nota predominante
era el uso de la voz humana como instrumento de transmisión
de un hecho concreto o como forma de exaltar un acontecimiento
de gran relevancia.
Se
cree que el origen de la saeta puede estar ligado al canto que
se hacía en las mezquitas y sinagogas, en las que con cantos
monódicos se resaltaban las virtudes y grandezas de su
fe, formando parte fundamental de la liturgia.
Pero
fue a partir del concilio de Trento cuando la saeta comenzó
a adoptar una forma más popular que ha dado lugar a la
fusión con el flamenco, especialmente en sus dos formas
principales: el cante por “seguirillas” y “carceleras”
o “martinetes”.
En
todas partes no se canta el mismo tipo de saeta, de hecho la variedad
y riqueza de este tipo de cante es tan variado como la geografía
española. Concretamente en el Sur de Córdoba y el
la población granadina de Loja se da un tipo de saeta denominada
“dialogada”, en las que, mediante un canon, un cantante
comienza y otro va repitiendo.
A
partir de los “misereres”, herederos de los primeros
cantos, se llega con el tiempo a piezas musicales exclusivas de
la Semana Santa en las que ya se incluye acompañamiento
musical que en un principio solo estaba formado por instrumentos
de viento, por asimilación con la voz humana.
A
partir del siglo XVI se iría evolucionando hasta lo que
conocemos como “música de capilla” y de esta
a los acompañamientos musicales actuales en los que destacan
los tambores como base para marcar el ritmo de paso de los costaleros,
portadores, cargadores u hombre de trono.
Toma
la palabra seguidamente Antonio Villena que centra el tema de
su disertación en la música de Semana Santa en El
Padul, basando el grueso de su conferencia en la gran cantidad
de documentos sonoros y escritos que ha ido recopilando a lo largo
de años de trabajo y que han conseguido rescatar del olvido
una ingente cantidad de tradiciones musicales que de no haber
sido de este modo estarían condenadas a desaparecer. Refiere
Antonio la enorme cantidad de obstáculos con los que ha
ido topando en esta ardua labor en la que ha contado con la inestimable
ayuda del otro conferenciante, Juan Paulo Gómez, que ha
trascrito al pentagrama los cantos que ha ido recopilando, algunos
de ellos de gente del pueblo con edades que superan los noventa
años y que a pesar de sus achaques y dolencias han aportado
su memoria y gargantas para la conservación de esta parte
tan importante del acervo cultural de nuestra Villa.
Hasta
ahora ha localizado cantos y documentos escritos que se remontan
a principios del siglo XX y que se centran el los “Vía
Crucis”, bandas de música, saetas y sones musicales
populares (carracas y almireces entre otros).
Comienza
haciendo referencia al primer tercio del siglo XX en el que el
párroco de El Padul por aquel entonces, Don Adrián
López Iriarte, comenzó a introducir la figura del
“Vía Crucis”.
En
su labor investigadora, Antonio Villena, se ha encontrado con
la existencia de cuatro “Vía Crucis” en El
Padul, bien diferenciados entre ellos:
o
“Vía Crucis” del Martes de Cuaresma, que se
desarrollaba íntegramente en la iglesia y en el que se
pasaba por las catorce estaciones representadas en los cuadros
en relieve que cuelgan de las columnas de la iglesia.
o “Vía Crucis” del Jueves Santo, también
conocido como “Procesión del Silencio”. Los
paduleños en un profundo silencio iban por las calles de
El Padul, portando las imágenes del Crucificado, el Nazareno
y la Virgen de los Dolores, recorriendo las catorce estaciones
que estaban señalizadas por cruces en las calle o incrustadas
en as paredes de algunas casas. Los cantos de este “Vía
Crucis” estaban acompañados por las notas de tres
instrumentos de viento.
o “Vía Crucis” del Viernes de Cuaresma. Este
tenía lugar en la iglesia y su origen es probable que sea
barcelonés y que fuese introducido en El Padul por un grupo
de monjas que provenían de ese lugar.
o “Vía Crucis Solemne”, solo se hacía
en ocasiones señaladas, como podía ser tras el “Sermón
de las Siete Palabras”, teniendo en estas ocasiones, además
de las catorce estaciones, una introducción.
Antonio
Villena fue desgranando otra multitud de cantos asociados a la
cuaresma y la Semana Santa ilustrando cada uno de ellos con documentos
sonoros en los que personas mayores de esta localidad hacían
aflorar por su garganta, las más de las veces a costa de
un gran esfuerzo, aquello que sus memorias se negaban a dejar
caer en el olvido.
También
hizo Antonio Villena una exposición preñada de recuerdos
relativos a las tradiciones paduleñas. La “bendición
del verde” el Jueves Santo, la costumbre de visitar los
altares de la Ermita de San Sebastián y la iglesia durante
toda la noche del Jueves al Viernes Santo, en la que la puertas
de la iglesia y la ermita no se cerraban, el sonido de la carracas
y almirecer por la calles y tantos y tantos otros, algunos conocidos
personalmente por el que esto escribe y otros muchos oídos
de sus mayores.
F.
Molina
|