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Lleno
total en la Santa Iglesia Catedral de Granada con motivo del funeral
por las víctimas del atentado de Madrid
Los
trágicos atentados que tuvieron lugar el once de marzo
en Madrid han provocado una movilización sin precedentes
en el pueblo cristiano de Granada. Este sábado, día
13 de marzo, la Santa Iglesia Catedral, se llenó de fieles
para asistir al funeral, presidido por el Señor Arzobispo,
en recuerdo a las víctimas del brutal crimen en cadena,
que ha ensangrentado y llenado de dolor a toda España,
injustificable acto que viola el fundamental derecho a la vida
y socava la pacífica convivencia. En todos los Templos
de Granada, así como distintos Movimientos de Seglares,
en estos días unen sus oraciones por los fallecidos expresando
así, su cercanía, con las familias que lloran a
sus seres queridos.
Homilía
del Arzobispo de Granada en el funeral por las víctimas
del atentado de Madrid
Queridos
hermanos sacerdotes, queridos hermanos y amigos:
España está de luto.
Nuestras conciencias, nuestros hogares, nuestros pueblos y ciudades,
todos hemos sido heridos. No todos en el cuerpo, pero sí
todos en lo más profundo del alma, en nuestra humanidad.
Faltan las palabras para describir la monstruosidad del crimen
de que nuestro pueblo, y nuestra convivencia, ha sido objeto.
Ante las imágenes que hemos visto, ante el sufrimiento
de los heridos y de las familias de las víctimas, el dolor
toca el fondo de nuestra común humanidad; que es la que
ha sido brutalmente herida por la masacre del jueves en Madrid.
Ayer por la tarde, el pueblo de Granada, como lo ha hecho de forma
masiva, y de mil formas, el pueblo español, expresaba en
una manifestación su dolor, su conciencia de unidad con
las víctimas y con sus familias, y la reacción unánime
de repulsa y de condena al terrorismo de un pueblo grande y generoso
de corazón, que ponía así de manifiesto su
sentido moral.
Es necesario repetir una y otra vez, es necesario expresar constantemente,
en público y en privado, en !a casa y en la escuela, en
todas partes, que la destrucción de una sola vida humana
es un grave pecado que ofende a Dios, que la dignidad de toda
vida humana es sagrada, y que no hay ningún objetivo, político
0 económico, que no hay absolutamente nada, que justifique
el asesinato de víctimas inocentes. Las manifestaciones
de ayer, los innumerables gestos espontáneos de repulsa
al terrorismo, y de solidaridad, de generosidad y de amor, que
se han puesto de manifiesto también desde el jueves en
todas partes, son un signo de que el corazón de los hombres,
nuestro corazón, está hecho para el bien, es decir,
que nuestro corazón está hecho para el amor, la
concordia y la paz, y de que la violencia es un mal, que el hombre
espontáneamente rechaza, que humilla y quiere doblegar
lo mejor de nuestra humanidad.
Hoy, nosotros, cristianos de Granada, nos reunimos aquí,
en la Iglesia madre de Granada, en nuestra catedral, como lo están
haciendo desde el mismo jueves muchas comunidades cristianas en
sus casas y en sus iglesias, y como yo he pedido que se haga también
este fin de semana en todas las iglesias de la Diócesis,
para ofrecer a Dios el sacrificio de Cristo por los difuntos;
para mirar a la cruz de Cristo - que nos abraza a todos en esta
hora de luto y de dolor-; para interceder ante Dios por los heridos
y por sus familiares sin consuelo; y para suplicar, para el pueblo
español y para sus dirigentes, y para todos nosotros, la
serenidad, la concordia, la firmeza en la unidad que son condiciones
indispensables para desarraigar y derrotar al terrorismo, y toda
forma de violencia, de división y de odio, de un pueblo
que quiere vivir en libertad, ya la vez unido y en paz.
A los cristianos no nos escandaliza el crimen, porque sabemos
que el hombre, que es, como hemos visto estos mismos días,
capaz de un heroísmo enorme, es también capaz de
lo peor. El signo de nuestra fe, y el signo de nuestra victoria,
es la cruz, donde el mismo Amor con mayúsculas ha sido
injustamente sacrificado y convertido en víctima inocente.
En la cruz de Cristo, Dios ha abrazado a todas las víctimas
de la historia, ha abrazado a todo el mal del mundo, de cada uno
de nosotros, haciendo de ese abrazo -por muy paradójico
que pueda parecer- la roca más firme sobre la que construir
la esperanza de un mundo humano. Cristo, el Hijo de Dios, ha hecho
de ese abrazo la revelación suprema e inefable de Dios
como misericordia infinita, como un puro Amor que se da a sí
mismo, que se pone a sí mismo, literalmente, en el "lugar
de los pecadores" , para que puedan reencontrar el camino
de la verdad y de la paz.
Cristo,
en su cruz, revela así, al revelar a Dios como amor victorioso
del odio y del pecado, el valor de la vida y de la persona humana:
que cada vida humana, creada a imagen de Dios, es portadora siempre,
y por el hecho de ser una vida humana, de una dignidad, única,
sagrada, conferida por ese Amor, y de la que nadie puede disponer
si no es en legítima defensa, y para evitar el daño
de la pérdida de otras vidas inocentes; yeso tiene como
consecuencias fundamentales: por una parte, que el contenido moral
esencial de una vida social que quiera corresponder al designio
de Dios, y también a las exigencias más profundas
del corazón del hombre, es la tendencia a la unidad en
el amor y la concordia, a la libre cooperación al bien
de todos, y que toda violencia y todo lo que favorece la división
y el odio es un "no ser", y un camino de muerte. y por
otra parte, que la historia, a pesar de todas las innumerables
miserias que la llenan (y los atentados del jueves en Madrid son
de las más execrables que hemos conocido), no está
abandonada a sí misma, sino que tiene sembrado en su propia
carne el Espíritu de Dios, que Cristo ha entregado a los
hombres con el don de sí mismo. Por eso la cruz de Cristo
es un signo glorioso de victoria, porque es el signo de que la
misericordia de Dios ni se apartará ya nunca de los hombres
ni se deja vencer por nuestros males. La cruz de Cristo, por primera
vez en la historia, hace razonable y no simplemente voluntarista
y arbitraria, la esperanza humana de un sentido positivo a la
historia, de un triunfo final del bien y del amor.
"Yo sé que está vivo mi Redentor", es
decir, mi vengador, mi rescatador. Así decía )ob.
Más aún lo sabemos nosotros, que hemos visto obrar
en la historia el Espíritu de Dios, entregado en la cruz
a los hombres. Sabemos que está vivo, ya él entregamos
las víctimas, las de los atentados de Madrid, y todas las
víctimas del odio de la historia. Porque sabemos del amor
y 1a misericordia infinitos de Dios, revelados en Cristo, confiamos
a su amor los difuntos. Le rogamos que no tenga en cuenta sus
posibles faltas, y que gocen ya de la belleza de su rostro.
Ya los familiares queremos decirles, por supuesto, que estamos
con ellos, que todos quisiéramos consolarles y acompañarles
del mejor modo posible, sabiendo que nuestra compañía
no es capaz de hacer desaparecer su dolor. Pero queremos decirles
también que su dolor, como todo el dolor de todos y cada
uno de los hombres, es ya parte de la pasión de Cristo,
y que allí donde no puede llegar nuestro consuelo ni nuestra
compañía, llega la compañía de Dios.
Gracias a Cristo, sabemos que no habéis perdido a vuestros
seres queridos para siempre, que un día "Dios enjugará
las lágrimas de vuestros ojos", y habrá de
nuevo luz. Gracias a Cristo sabemos que la última palabra
sobre ellos y sobre vosotros no la tienen los asesinos, sino que
la tiene el amor invencible de Dios.
Y, en cuanto a nosotras, ¿qué podemos hacer? Ayer
y antesdeayer he oído decir muchas veces la palabra "impotencia",
o en la misma manifestación, expresar esa impotencia diciendo:
"Es que esto es lo que podemos hacer". No es verdad.
El problema dei terrorismo es un problema moral, antes de ser
un problema político (o si se quiere, es un problema político
precisamente porque es un problema moral), y la vida moral de
una sociedad se construye día a día, en todos los
órdenes de la vida y en todos los gestos de cada día,
y la construimos entre todos.
Por ejemplo: el terrorismo es un mal que traspasa todos los límites
de la conciencia humana, y lo es siempre, y no hay para él
nunca justificación ni disculpa. Pero no hay que olvidar
que el terrorismo es un mal precisamente porque parte del odio,
y quiere suscitar odio, y quiere difundirlo. Su primera victoria
sobre una sociedad es que crezca en ella la ira, el odio o la
división, y que nos dejemos arrastrar por ellos a su misma
lógica. Ciertamente, ya pesar del sentido de impotencia
que genera un acto de esta naturaleza, no dejarnos arrastrar al
odio, o a la ira, o a la manipulación política de
las muertes y del sufrimiento provocados por estos atentados es
ya una forma de defensa, de victoria, y tal vez la principal.
Luego, como decía antes, todos hemos de expresar, en toda
circunstancia, y de todos los modos que sean adecuados a la conciencia
que tenemos del valor y de la dignidad de la vida humana y de
la persona humana, la repulsa al terrorismo como una gravísima
ofensa a Dios, y la afirmación de una sociedad en la que
se sostiene la razón, la libertad, la verdad y el amor
mutuo, por encima de cualesquiera motivaciones políticas
o económicas, incluso las que pudieran ser más legítimas.
Una de las ocasiones para expresar ese rechazo son las elecciones
de mañana. El espanto provocado por los atentados en Madrid,
y vivido por todos estos días, es un motivo más
para acudir mañana a las urnas y votar con responsabilidad
por el tipo de sociedad y de dirigentes que queremos. Igualmente,
es una grave obligación moral cooperar con las autoridades
competentes en los esfuerzos para la erradicación del terrorismo.
Y luego está la vida cotidiana, en la que todos decidimos
día a día nuestra destino, y la sociedad que queremos,
con nuestros actos y nuestros gestos. En ella, en la vida cotidiana,
cuando nos vayamos despertando de la pesadilla, nos quedan a todos
infinidad de tareas que hacer, de pequeños gestos y actos
que constituyen la trama de la vida, infinidad de amor que se
puede sembrar -porque también el amor se siembra y se difunde,
como el odio-, y de perdón que se puede pedir, porque -
repito- todos somos responsables de la sociedad en la que vivimos,
todos la construimos todos los días, no sólo cuando
sucede una desgracia o cuando somos convocados a una manifestación.
En este sentido, y precisamente hoy, me parece urgentes e indispensable
un camino que no hago más que esbozar: En primer lugar,
hay que favorecer y alentar la búsqueda de la unidad, y
de todo lo que contribuye a la unidad, entre los españoles
y entre todos los hombres. Yeso, no sólo en estos días,
sino como un método habitual de construcción de
la convivencia y de la polis. Hay que hacer hueco en la vida social,
y en el discurso social y político, y tal vez todavía
más en la praxis social, a una ontología ya una
ética del amor, y no de la violencia. "Todo lo que
crece tiene que converger", escribía un pensador del
siglo XX. El terrorismo tiene un humus, y hace mella especialmente,
en una sociedad en la que se siembra el odio, o en la que se alimenta
y se legitima la competitividad o la búsqueda del poder
por el poder como el motor de la historia, y en la que se censuran
el discurso moral y las tradiciones que lo hacen inteligible,
o las cuestiones últimas sobre el sentido de la existencia
humana y de la historia.
Luchar contra el terrorismo significa, pues, no dejar resquicio
al triunfo del odio, o a nada que siembre desamor y división,
en la vida cotidiana: en el seno de las familias, en los pueblos,
en la vida profesional, social y política.
Junto a esto, y en conexión muy estrecha con ello, hemos
de volver a aprender a considerar siempre al hombre, a todo hombre
ya toda mujer, en tanto que ser humano, persona humana, criatura
de Dios y creada a su imagen, y destinado a la vida eterna, a
compartir con nosotras la vida divina, y alguien de cuya vida
los hombres no podemos disponer. Y no dejar que prevalezcan sobre
esta consideración otras consideraciones parciales, que
sólo miran aspectos parciales, como la pertenencia a una
nación o a una raza, o a un partido, o a una profesión,
o a un grupo lingüístico, o a una cultura, o a una
religión.
Por último, está la oración. No como un último
recurso, porque "no podemos hacer otra cosa", sino como
un poder real, el poder de Dios de cambiar nuestros corazones.
No para las situaciones extremas, sino como una cultura de la
vida cotidiana, como el modo más racional e inteligente
de abordar la vida y de construir la historia. Sin la gracia de
Dios, sin la oración y la súplica, sin la conversión,
las esperanzas de un mundo más humano son poco más
que esperanzas vacías. Construir un mundo en el que triunfa
el amor no está, sin más, en nuestras manos. Sólo
es posible si nos es dado, si acogemos el Espíritu de Dios.
Espíritu de Dios, Espíritu de santidad que nos ha
sido dado, que nos es ofrecido en Jesucristo, hoy, una vez más,
en esta Eucaristía, y en la comunión de la Iglesia.
Por ello, en este día de luto, con toda la paz y el consuelo
que brotan del amor infinito de Cristo, presente entre nosotros,
y con todo el dolor que compartimos con las víctimas y
con sus familias, mi corazón se dirige a la Virgen de las
Angustias, patrona de Granada, que acogió en su vida al
Espíritu Santo como nadie, y vivió la cruz sostenida
por E1, para suplicarle:
BAJO TU AMPARO NOS ACOGEMOS, SANTA MADRE DE DIOS NO DESOIGAS
LA ORACIÓN DE TUS HIJOS, NECESITADOS DE TI.
ANTES BIEN, LÍBRANOS DE TODO PELIGRO,
¡OH, VIRGEN, GLORIOSA Y BENDITA!
Texto y fotos:Darro Cofrade
Digital
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