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ANEXO Nº 3

“Cofradías y Acción Social en el S. XXI”


1. Agradecimientos

No quisiera comenzar esta exposición sin manifestar antes mi agradecimiento, tanto a Víctor, hermano mayor de la Cofradía de la Sagrada Oración en el Huerto de los Olivos de Baeza, como a los miembros de la Comisión para el CXXV aniversario de la misma, por su amabilísima invitación a participar en este Congreso, brindándome la inmerecida oportunidad de elaborar esta ponencia. Vayan también para ellos mis más sinceras felicitaciones por el espléndido trabajo de organización que han llevado a cabo, logrando que este importante acontecimiento constituya un verdadero éxito a todos los niveles.

2. Introducción

Cuando la Comisión encargada de organizar este Congreso me propuso participar en él en calidad de ponente, me asaltó una duda: ¿qué podía aportar alguien como yo a un evento de estas características? De hecho, el ámbito en el que me muevo habitualmente parece no encajar demasiado con el tema de este Congreso. Sin embargo soy cofrade, lo llevo en la sangre algo por otra parte realmente fácil si uno ha nacido en la ciudad de Baeza, y desde siempre me ha interesado el papel que la Cofradía debe desempeñar en una sociedad moderna. Mucha gente pensará, en este mundo donde el progreso se ha convertido en el nuevo Becerro de Oro, valorado incluso por encima del propio ser humano, sin prestar atención siquiera a nuestra propia supervivencia como especie, que la Cofradía es una institución caduca y trasnochada, cuyas manifestaciones culturales constituyen un pretexto para atraer al turismo, y poco más. ¡Nada más lejos de la realidad! Vivimos un momento histórico que necesita urgentemente un revulsivo capaz de arrancar de su letargo a nuestra sociedad, cada día más adormecida por el consumismo y la publicidad. Para acometer esta tarea, en primer lugar es necesario asociarse y unir nuestras fuerzas, y en segundo, actuar para ser fermento de una nueva sociedad donde reine la Justicia y se dé prioridad al ser humano. Por lo tanto, si logramos que la Cofradía recupere plenamente su papel de asociación de fieles cristianos, capaces de unirse para cambiar el entorno social, habremos recorrido la mitad del camino.

"Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará?" (Mt, 5, 13). Así de contundente se muestra Jesús cuando explica a sus discípulos que es necesario convertirse en fermento de una nueva Humanidad. El Apóstol Santiago deja también muy claro en su Epístola que es necesario actuar en el mundo: "¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: `tengo fe' si no tiene obras?" (St. 2,14). Una vida cristiana sin obras carece por completo de sentido. Tan importantes como la vida interior, caracterizada por el contacto íntimo con Dios que se establece a través de la oración, son las acciones a través de las cuales ese verdadero Amor debe manifestarse. Como cristianos tenemos la obligación más bien podríamos decir la gozosa necesidad, no sólo de compartir con los demás la Buena Noticia, sino de trabajar para que todo ser humano, como hijo de Dios, pueda ejercer su derecho a disfrutar de una vida digna.

La llamada al apostolado es un elemento central de la vida cristiana. En efecto, si realmente valoramos el tesoro de la fe, que nos ha sido entregado de forma gratuita, y consideramos que esa fe puede llenar verdaderamente nuestras vidas, ¿qué sentido tiene quedárnosla para nosotros mismos? Indudablemente, la mejor forma de apostolado es el ejemplo, que no consiste en otra cosa que en practicar lo que se predica. Y si nuestra fe predica la lucha por la Justicia, ¿qué mejor forma de hacer apostolado que participar activamente en ella?

Como dijo Jesús, "cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt, 25,40). No podemos, pues, quedar indiferentes ante la creciente injusticia que vemos cada día a nuestro alrededor, ni esconder la cabeza escudándonos en cobardes excusas como eso lo tienen que arreglar los gobernantes, no es asunto mío, o, ya en el colmo del cinismo, yo no puedo hacer nada. No en vano, Su Santidad el Papa exhortaba a todos los cristianos a trabajar por la justicia en su mensaje para la Cuaresma de 2003: "Es necesario buscar no el bien de un círculo privilegiado de pocos, sino la mejoría de las condiciones de vida de todos. Sólo sobre este fundamento se podrá construir un orden internacional realmente marcado por la justicia y solidaridad, como es deseo de todos." Curiosamente, los actuales esquemas de protección social de lo que llamamos estado de bienestar tienen su germen en pequeñas comunidades cristianas que se rebelaron contra la injusticia y practicaron de forma activa la solidaridad, lo cual nos induce a pensar que realmente sí que se puede hacer algo.

Queda claro pues que, para el cristiano, la lucha por la Justicia no debe ser algo ajeno. De hecho, cualquier persona normal siente en algún momento de su vida esa inquietud, y se pregunta si puede realmente hacer algo. Por desgracia, la sociedad actual fomenta la incomunicación y el egoísmo, de forma que se dificulta enormemente el tan necesario espíritu asociativo, que permite unir esfuerzos en la lucha por una causa común. Y por si todo esto fuera poco, también se fomenta un voluntariado y una solidaridad descafeinados, destinados más a acallar nuestras conciencias que a cuestionar, y eventualmente cambiar, las bases de esta sociedad esencialmente injusta que nos ha tocado vivir.

Dentro de todo este contexto, y desde mi humilde punto de vista, la Cofradía tiene muchísimo que decir, ya que si bien la acción social puede que no haya sido en muchos casos su objetivo fundamental, tradicionalmente nunca ha dejado de lado esta tarea. E incluso me atrevería a armar que una cofradía que no lleve a cabo actividades de carácter social, ha perdido parte de su esencia.

3. ¿Cofradía o Hermandad?

Antes de continuar con mi exposición, quisiera abrir un brevísimo paréntesis para comentar los términos Hermandad y Cofradía. En el título de esta ponencia he empleado el término Cofradía, y sin embargo éste es un “Congreso de Hermandades y Cofradías”. La verdad es que muchos de nosotros usamos habitualmente ambos términos para referirnos a una misma realidad pero, ¿existe realmente alguna diferencia entre ellos?.Desde el punto de vista etimológico ambos poseen el mismo significado: hermandad proviene del latín germanus -hermano carnal-, y cofradía proviene de cum fratre -con el hermano-. Desde el punto de vista del Derecho Canónico, la situación es ligeramente distinta. El antiguo Código [3], promulgado en 1917, establecía la siguiente diferenciación:

“Las asociaciones de fieles que han sido erigidas para ejercer alguna obra de piedad o caridad, se denominan pías uniones; las cuales, si están constituidas a modo de cuerpo orgánico, se llaman hermandades. Las hermandades que han sido erigidas además para el incremento del culto público, reciben el nombre particular de cofradías.” (Canon 707)

Sin embargo, esta distinción desaparece en el Código actual [4], que se limita a hacer una descripción general de las asociaciones cristianas, sin proponer denominaciones específicas:

“Existen en la Iglesia asociaciones (...) en las que los fieles, clérigos o laicos, o clérigos junto con laicos, trabajando unidos, buscan fomentar una vida más perfecta, promover el culto público o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber, iniciativas para la evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal.” (Canon 298)

Como podemos ver, y aunque podrían establecerse diferencias de matiz entre ambos términos, es válido emplear, de forma indistinta, cualquiera de los dos para referirnos a las asociaciones de fieles objeto de esta ponencia, y en adelante así lo haremos.

4. Vocación social de la Cofradía a lo largo de la Historia

El concepto de cofradía siempre ha tenido un importante componente de protección social. Su origen se remonta a las primeras comunidades cristianas, cuya vocación solidaria queda claramente expuesta en los Hechos de los Apóstoles: "vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el dinero entre todos, según la necesidad de cada uno." (Hch 2, 44-45)

Sin embargo, habría que esperar hasta el siglo XII para asistir al nacimiento de las primeras asociaciones cristianas que emplean la denominación de cofradía. Al principio, éstas se dividieron fundamentalmente en dos tipos: las que estaban acogidas a la protección de la Virgen María o de algún santo, y las que reunían a las gentes de una misma profesión bajo la advocación del santo protector del ocio, y que posteriormente dieron lugar a los gremios, constituyendo uno de los más claros antecedentes históricos de lo que hoy denominamos Seguridad Social [10].

A lo largo de los siglos XIV y XV se gesta la devoción a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, y se crean muchas cofradías dedicadas al entierro de los difuntos -otra actividad de asistencia mutua-, siendo el siglo XVI el que marca el inicio de las primeras cofradías de Semana Santa, que agrupan a numerosos laicos con el deseo sencillo, austero e íntimo de imitar a Jesús, e imitarle en su Pasión y Muerte. Pero esta orientación hacia el culto no implicaba una renuncia a las labores de carácter asistencial. De hecho, la mayor parte de las cofradías de las que tenemos noticia recogían en sus estatutos la obligación de atender a aquellos hermanos que sufrieran alguna enfermedad, turnándose en los cuidados si ésta llegaba a prolongarse demasiado. En el caso de los entierros, los hermanos solían tener la obligación de asistir, e incluso de realizar, por turnos, las labores de apertura de las fosas sepulcrales y de enterramiento del cadáver. No era raro que algunas cofradías llegaran a costear los sepelios, como si de hermanos se tratase, de los pobres que fallecieran en el hospital de la ciudad correspondiente.

Como se puede apreciar, una hermandad de Semana Santa no es, ni mucho menos, una asociación de fieles cuyo único cometido sea organizar la estación de penitencia una vez al año, sino que debe responder a un sentimiento mucho más profundo y complejo, nacido de esa aspiración de vivir una vida cristiana en el sentido pleno, especialmente desde que el Concilio Vaticano II concretó un conjunto de criterios de renovación y compromisos para procurar una mayor formación religiosa, un dinamismo evangelizador y catequético, un testimonio apostólico claro y una depuración de elementos y manifestaciones externas -como lujos y joyas, estrenos innecesarios, nombramientos honoríficos, etc.-, conservando a la vez las expresiones de la religiosidad popular.

5. Solidaridad desde el punto de vista cristiano


Quisiera no obstante, reivindicar una palabra que, desde mi humilde punto de vista, se emplea demasiadas veces, y con excesiva ligereza: la palabra Solidaridad. Ser solidario es moderno, está de moda. A cualquier actividad supuestamente caritativa, e incluso con sospechosas motivaciones comerciales en algunos casos, se le cuelga el cartel de solidaria sin el menor reparo. La solidaridad consiste, según el Diccionario de la Real Academia, en la adhesión “a la causa o la empresa de otro”, es decir, en hacer propios los problemas del hermano. No es lavar la conciencia regalando un pez, sino emplear todos los medios al alcance de uno para enseñar a pescar al prójimo.

(...) Se puede ser solidario a niveles muy diferentes: con un familiar, con un amigo, con un vecino, con un paisano, con un barrio, con una ciudad, con una región, con una nación, con un grupo de naciones, con una raza, con un grupo humano que está desfavorecido con respecto a otros... El objeto último de la solidaridad debería ser la comunidad internacional, y llegar a hacer una realidad el dicho pensar globalmente y actuar localmente [9].

Todos los seres humanos somos hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos. En el Evangelio de San Mateo podemos leer: "(...) vosotros sois todos hermanos. No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo." (Mt 23, 8-9). Sin embargo, sentirnos verdaderamente hermanos nos obliga a salir de nuestro mundo para entrar en el mundo del otro. Se trata pues de un gesto de servicio que nos compromete, que nos arranca de nosotros mismos para hacernos solidarios con el hermano. No nos es lícito pues sentir como ajenos los problemas del prójimo, por muy lejos que éste se encuentre, de lo cual se desprende que la Solidaridad constituye algo intrínseco al espíritu cristiano.

6. Doctrina Social de la Iglesia

Llegados a este punto, cabe hacerse las siguientes preguntas: ¿En qué consiste realmente la acción social? ¿Cómo debe ésta concretarse?¿Cuáles son los compromisos a los que la Cofradía debe sentirse llamada? Para responderlas, nada mejor que recurrir a las enseñanzas que la Iglesia nos brinda a este respecto.

La acción social nace directamente del sentimiento de hermandad universal y de la búsqueda de la Justicia. "No se trata -decía Raoul Follereau- de dar al Pobre un poco de lo que nos sobra, sino de hacerle partícipe de nuestra vida". Y añade, "Tengamos el valor de reconocerlo: no se resolverá la cuestión social con árboles de Navidad ni el problema del hambre con colectas" [7].

Hay mucha gente que todavía piensa que la injusticia es inevitable, y que aquel que la sufre es porque le ha tocado, o porque ha hecho algo para merecerla. Algunos incluso opinan que la caridad, o la acción social, o simplemente la solidaridad, no es una obligación, sino una cosa que ayuda a sentirse bien con la propia conciencia. Nada más lejos de la realidad. "Pío XI arma que “es propio de la justicia social exigir de cada uno todo aquello que es necesario al bien común" [5], y proclama: "dese, pues, a cada cual la parte de bienes que le corresponda y hágase que la distribución de los bienes se corrija y se conforme con las normas del bien común o de la justicia social" [6].

En efecto, toda injusticia genera una necesidad de reparación, que los cristianos tenemos la obligación de luchar por cubrir. Pero esa necesidad no tiene por qué ser, como muchos piensan, de tipo material exclusivamente. De hecho, y según diversas encíclicas, la justicia social debe regular los bienes de la familia, de la educación, los económicos, políticos, sociales y, en general, los valores del espíritu. Por lo tanto, y respondiendo a la primera pregunta, debemos entender como acción social toda actividad encaminada a corregir los desequilibrios en cualquiera de los aspectos que acabamos de citar.

La respuesta a la segunda pregunta es algo más compleja, puesto que en realidad hay múltiples maneras de concretar la acción social. En primer lugar, habrá que elegir el ámbito donde queremos desarrollarla. Citaré algunos de los que considero más importantes, sin perjuicio de que pueda haber otros:

  • La formación, ya sea de carácter religioso, moral, social, histórico, o de cualquier otro tipo. Es un hecho que, a pesar de que disponemos de los mejores medios de comunicación y acceso a la información de toda la Historia, paradójicamente el grado de ignorancia de la población, especialmente en temas relacionados con la conciencia social, es alarmantemente elevado, lo cual hace necesario y urgente poner los medios para invertir esa tendencia.
  • El trabajo de cualquier tipo, desde poner ladrillos en una obra hasta visitar a un enfermo.
  • La aportación material, ya sea económica o en especie.
    Pero no todo vale si queremos luchar de manera eficaz y auténticamente cristiana contra la injusticia. Nuestra acción,
  • debe ser sincera. Como decía San Pablo en la carta a los Romanos: "Vuestra caridad sea sin fingimiento, detestando el mal, adhiriéndoos al bien." (Rm, 12, 9),
  • San Juan, en su primera carta: "Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad." (1 Jn, 3, 18).
  • debe ser eficaz. Hay que plantearse qué se puede hacer realmente, y hasta qué punto va a resultar útil. Desgraciadamente, hay mucha gente que se limita a dar dinero y mirar para otro lado, sin preguntarse si su aportación va a ser aprovechada de manera adecuada o no. Y así no se llega a ninguna parte.
  • no debe buscar nada a cambio. El único motor de la acción social debe ser la búsqueda de la Justicia, y la construcción de una auténtica Humanidad, donde lo esencial sea el nosotros, en lugar del yo. Asimismo, deberá poner los medios más eficaces para crear unas condiciones de vida social apropiadas, en las que todos los seres humanos puedan lograr de forma plena su propia realización como personas. Como dijo San Pablo: "La Caridad es, por tanto, la Ley en su plenitud" (Rm 13,10).
  • como cualquier otra actividad para un cristiano, debe ir unida a la oración. Recordemos las palabras de Segundo Galilea al respecto: "Dios quiere que colaboremos con Él, y en esta perspectiva la oración nos hace entrar de lleno en la misión de Cristo, más allá de los sentidos y del poder del hombre" [8].
  • no debe limitarse a lo material. Circunscribir la acción social a este ámbito impide atacar los problemas en su raíz, lo cual perpetúa las estructuras que son injustas, e impide cambiarlas.
  • debe ser humilde. Como decía San Pablo, "Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, (...) buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás" (Flp, 2,3-5).

7. Acción social de las Cofradías en el S. XXI

Únicamente nos resta buscar respuesta a la tercera y última cuestión: ¿Cuáles son los compromisos sociales a los que la Cofradía debe sentirse llamada? Esta es una pregunta muy difícil de contestar, ya que cada hermandad tendrá sus propios talentos, que deberá conocer en primer lugar, para luego poder desarrollarlos de manera plena y eficaz.

Es un hecho que, en esta sociedad mundializada, las necesidades desde el punto de vista social poco tienen que ver con las que propiciaron el nacimiento de las primeras cofradías. De hecho, los actuales sistemas de asistencia pública, afortunadamente, cubren muchas de ellas. Pero no cabe duda de que siguen existiendo carencias que deberían ser erradicadas con urgencia, y que a veces hacen que llamar a esto un mundo civilizado parezca un auténtico sarcasmo. La tarea que nos encomienda la Iglesia sigue, en pleno siglo XXI, más vigente que nunca. Y la Cofradía, en su condición de asociación de fieles, no puede quedar ajena a esta dramática realidad, ya que, como muy bien indica el Concilio Vaticano II:

“Las asociaciones no son n de sí mismas, sino que deben servir a la misión que la Iglesia tiene que realizar en el mundo; su eficacia apostólica depende de la conformidad con los fines de la Iglesia y del testimonio cristiano y espíritu evangélico de cada uno de sus miembros y de toda la asociación” [2].

En este sentido, me gustaría hacer una llamada a la reflexión, para que cada cofradía trate de identificar las necesidades de su entorno, y afronte con valentía el reto de luchar por la justicia. Me consta que muchas hermandades ya han iniciado este proceso, y gozan de una excelente salud desde el punto de vista de la acción social, pero intentaré no obstante, con la mayor humildad, sugerir una serie de pautas generales, que espero sirvan de estímulo a las que todavía no han iniciado este camino. El propio Concilio Vaticano II proporciona en esta línea una extensa lista de posibilidades, dejando las cosas bastante claras:

“Dondequiera que haya hombres carentes de alimento, vestido, vivienda, medicinas, trabajo, instrucción, medios necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, o afligidos por la desgracia o la falta de salud, o sufriendo el destierro o la cárcel, allí debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana” [1].

En nuestro caso, podríamos enumerar cuatro aspectos básicos que deben ser tenidos en cuenta a la hora de planificar actividades concretas relacionadas con la acción social:

1. Las necesidades del entorno. Es indudable que un análisis realista de la situación en el barrio, en la ciudad, o en la zona en la que se integre la cofradía, es un medio imprescindible para detectar las posibles carencias que deban ser corregidas. En este sentido, el profundo enraizamiento social que posee la mayoría de nuestras hermandades, unido a su presencia en prácticamente todas las capas de la sociedad, debería facilitar enormemente esta tarea.
2. El capital humano. Vivimos en una sociedad tan egoísta, que a veces ni siquiera somos conscientes de la fuerza que es capaz de desarrollar un grupo de personas con un objetivo común. Seguro que en cada hermandad hay médicos, maestros, albañiles, abogados, estudiantes, jubilados deseando ser útiles, etc. Y seguro que muchas veces estarían dispuestos a participar en actividades organizadas por la cofradía.

3. Las infraestructuras. Afortunadamente, muchas cofradías disponen de locales o casas de hermandad, que pueden resultar idóneos para organizar actividades formativas de todo tipo, para centralizar iniciativas de recogida de alimentos o ropa, etc.

4. La colaboración con otras organizaciones. Dicen que la unión hace la fuerza, y aunque cualquier cofradía, como todos sabemos, posee usualmente unos recursos limitados, nada le impide integrarse y participar, en la medida de sus posibilidades, en campañas de mayor envergadura.
Como acabamos de ver, las posibilidades son infinitas, y está en nuestra mano decidir qué papel queremos que cada cofradía desempeñe en el ámbito de la acción social, que no es otra cosa que trabajar por la Justicia con mayúsculas, o, en otras palabras, por el Reino de Dios.

8. Conclusiones

Finalizaré mi intervención exponiendo, a modo de resumen, las ideas más relevantes que se desprenden de todo lo dicho hasta ahora. Para mí sería una gran satisfacción que esta ponencia sirviera de estímulo de cara a profundizar en el compromiso social de nuestras queridas cofradías. Tenemos un gran capital humano, y sería una pena no sacar partido de él para escuchar la llamada de Jesús y mejorar, aunque solo sea un poquito, este mundo. Resumiendo, pues, la acción social:

  • Está en la raíz de la vida cristiana, y nace del sentimiento de hermandad que el cristiano debe tener con todos los seres humanos.
  • Se basa en la búsqueda de la Justicia, no en una caridad mal entendida, dirigida a acallar la propia conciencia.
  • Forma parte de la propia esencia de la Cofradía, por lo que no puede ser ignorada o relegada a un segundo plano.
  • No puede reducirse a actuaciones puntuales de carácter benéfico-asistencial, sino que supone un verdadero compromiso cristiano con la comunidad.

La cuestión sigue abierta. A partir de ahora me gustaría que entre todos abriéramos un diálogo constructivo, compartiendo inquietudes, ideas e impresiones, y -¿por qué no?- planteando iniciativas. Seguro que todos aprendemos algo.


Manuel José Lucena López
Baeza, 11 de octubre de 2003


Referencias:

[1] Decreto Apostolicam Actuositatem, sobre el apostolado de los seglares, capítulo 2. Concilio Vaticano II.
[2] Decreto Apostolicam Actuositatem, sobre el apostolado de los seglares, capítulo 4. Concilio Vaticano II.
[3] Codex Iuris Canonici, promulgado por la Autoridad de Benedicto XV, Papa. Año 1917.
[4] Código de Derecho Canónico, promulgado por la Autoridad de Juan Pablo II, Papa. Año 1983.
[5] Pío XI, Divini Redemptoris, núm. 50. Año 1937.
[6] Pío XI, Quadragesimo Anno, núm. 137. Año 1931.
[7] Raoul Follereau, La única verdad es amarse, 1966.
[8] Segundo Galilea, El seguimiento de Cristo, 5a edición. Ediciones Paulinas, 1991.
[9] Leandro Sequeiros. Educar para la Solidaridad. Ediciones Octaedro, 1997.
[10] Augusto Venturi, Los Fundamentos Científicos de la Seguridad Social. Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, nº12, 1994.

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