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Funeral de Juan Pablo II "El Grande"

El mayor funeral de la historia de la humanidad y el mecanismo de relevo de un Papa único se pusieron en marcha ayer a mediodía cuando las cámaras de televisión entraron en la Sala Clementina y ofrecieron al mundo las imágenes del Pontífice recién fallecido. Karol Wojtyla rompió centenares de tabús desde su llegada al Vaticano y sigue sorprendiendo después de su muerte con un mensaje propio en la primera misa de funerales, o con el primer acceso de la televisión al duelo «reservado» a la Curia y el Cuerpo Diplomático. A partir de las cinco de esta tarde, vendrán a rendirle homenaje en la basílica de San Pedro más de un millón de personas.

La posición rectilínea de sus restos mortales era una «novedad» después de haberle visto sentado en el sillón de ruedas durante los últimos dos años. Su imagen yacente, con la cruz pectoral bajo el brazo izquierdo, recuerda en cierto modo el «Papa caminante» del inicio del Pontificado. Su rostro sereno pero pálido, deja entrever el martirio de los últimos días. Su presencia seguía siendo imponente, como en vida.

Las exequias y sepultura darán cita en Roma, probablemente el viernes, a los mandatarios más poderosos del mundo. A partir de ese momento, los cardenales se concentran en elegir al sucesor. El Cónclave se iniciará entre el 17 y el 22 de abril. El Colegio de Cardenales, presidido por Joseph Ratzinger, fijará hoy las fechas definitivas.

Mientras, un clima de elevación a los altares por plebiscito popular aletea desde ayer en la plaza de San Pedro, donde un flujo de cientos de miles de peregrinos atestigua sin descanso la santidad de un Papa extraordinario hasta sus últimos minutos e incluso después. Karol Wojtyla rompió moldes también ayer cuando el mensaje que había escrito para el Domingo de la Divina Misericordia se convirtió en testamento durante su misa de funeral. Y todavía más cuando, en la homilía, el cardenal Angelo Sodano le declaró «Juan Pablo el Grande» a modo de fórmula de canonización.

La ventana del Papa

A este paso, no van a quedar lágrimas en Roma, una ciudad convertida en capilla ardiente de un Papa cuya presencia se nota por todas partes, y sobre todo en la plaza de San Pedro, convertida en corazón de la humanidad. Ayer, más de cien mil personas asistían a la primera misa de funeral, levantando una y otra vez la mirada hacia la ventana del Papa, aquélla desde la que había impartido la bendición durante los últimos 26 años.

Además de los ojos llorosos, y de los aplausos incontenibles cada vez que las pantallas mostraban fotografías del Papa, la primera misa de los nueve días de funerales se caracterizó por su sobriedad cargada de simbolismo. Los carpinteros del Vaticano habían retirado el baldaquino y el altar del Papa delante de la fachada de la basílica. La misa se celebró en un sencillo altar de madera sobre una modesta alfombra, con un crucifijo y dos sillas como todo complemento. Concelebraban el cardenal Sodano -que fue secretario de Estado hasta el cese automático en el momento de la muerte del Pontífice-, el cardenal decano, Joseph Ratzinger, y el cardenal encargado -hasta el sábado a las 21.37- de las Iglesias Católicas Orientales, Moussa Daoud.

A diferencia de los duelos por Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I, protagonizados por fieles romanos en general, la plaza de San Pedro era ayer un hervidero de jóvenes de todo el mundo, una señal clara de que Juan Pablo II es el Papa de la próxima generación y de que su «tirón evangélico» respecto a los jóvenes se agigantaba en los años de la vejez, el párkinson, la imposibilidad de caminar y, al final, incluso la de hablar.

Quizá el «milagro de los jóvenes», repetido en todos los rincones del mundo, bastaría para canonizarle, pero ayer se entrelazaban las aclamaciones más dispares, desde grupos de estudiantes hasta el mismo cardenal Sodano, quien le mencionó en su homilía como «Juan Pablo el Grande» a modo de antigua referencia de santidad. Empleando acto seguido la fórmula de canonización evangélica, el cardenal italiano añadió que «el Ángel del Señor ha pasado por el Palacio Apostólico y ha dicho a su siervo bueno y fiel: «Entra en el gozo de tu Señor»». En esa línea, Sodano concluyó implorando a Juan Pablo II que «desde el cielo, vele siempre por nosotros y nos ayude a cruzar ese «umbral de la esperanza» del que tanto nos había hablado».

La Iglesia tiene sus procedimientos y sus plazos, pero lo sucedido ayer recordaba el día en que Juan Pablo II, celebrando el primer aniversario del fallecimiento de Teresa de Calcuta, se lanzó a pedir su intercesión desde el cielo antes de que hubiese empezado el proceso de beatificación que concluiría en 2003 con su elevación a los altares.

Testamento espiritual

Al término de la misa llegó una nueva sorpresa. El arzobispo Leonardo Sandri, que ha sido durante los últimos meses «la voz del Papa», anunció que Juan Pablo II había escrito hace unos días el mensaje de la festividad de ayer, Domingo de la Divina Misericordia, que él mismo había instituido en 2000 después de canonizar a la religiosa polaca Faustina Kowalska, a quien Jesucristo pidió, en una aparición de 1931 en su convento de Cracovia, que difundiese esa devoción. Le indicó incluso el modo en que le gustaría que le representasen: un Cristo compasivo que bendice con la mano derecha mientras señala con la izquierda su corazón misericordioso, rasgado por la lanza, del que parten dos rayos de luz. Y con una leyenda específica a sus pies: «Jesús, confío en tí».

El Papa que había escrito ya en 1980 la encíclica «Dives in Misericordia» («Rico en Misericordia») volvió a subrayar ayer ese rasgo esencial de Dios, revelado con claridad en el Antiguo Testamento pero semiolvidado en los tiempos de Jesús y, de nuevo, en el atormentado siglo XX. En el mensaje póstumo, Juan Pablo II comentaba la aparición a sus discípulos de un Jesús resucitado que conserva las heridas de la Pasión. Y concluía: «A una humanidad a veces confusa y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado ofrece el don de su amor que perdona, reconcilia y reabre el ánimo a la esperanza. El amor que convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánto necesita hoy el mundo comprender y acoger la Divina Misericordia!». Era su testamento espiritual.

Fuente: ABC

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