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Misa
Funeral en la Catedral de Málaga por Juan Pablo II
El funeral por Juan Pablo
II en Málaga ha supuesto un antes y un después en
el número de afluencia de malagueños al primer templo
de la ciudad. A las 19.05 h. se abrieron las puertas de la S.I.
Catedral y prácticamente a las 19.45 h. era imposible acceder
al interior del templo que se quedó pequeño ante
la afluencia de malagueños.
Una ovación de más de cinco minutos clausuró
el Funeral
El cuadro de Juan Pablo II del pintor malagueño Montiel
también fue objeto de atención y veneración
Al término de una oración de representantes de los
jóvenes malagueños una cerrada ovación que
superó los cinco minutos y tras la bendición del
Sr. Obispo de Málaga finalizó el funeral en Málaga
por Juan Pablo II. Al término de éste los malagueños
de manera espontánea se acercaron a besar el cuadro del
pintor malagueño Antonio Montiel.
Los jóvenes definieron al Papa como el “colega fiel
y legal” .
Durante la Eucaristía funeral representantes de los jóvenes
malagueños definieron a Juan Pablo II como un padre, hermano
y amigo.
Manifestaron que ha sido para ellos “un guía sereno
y firme en los momentos de confusión; una mano amiga en
las crisis de nuestro crecimiento en la fe y la vida; una sonrisa
llena de esperanza en las horas bajas del pesimismo y la soledad”.
Dijeron que les cuesta aceptar la ausencia de la persona amada
porque nadie como él les habló la fe y la esperanza
y lo definieron como el “colega fiel y legal”.
Actos en Melilla
El gobierno local aprobó tres días de luto oficial
En la tarde del miércoles 6 a las 20.00 h se celebrará
el funeral por Juan Pablo II en la parroquia del Sagrado Corazón
de Jesús de la ciudad autónoma de Melilla. Presidida
por el Sr. Vicario Episcopal de la ciudad y representación
de autoridades civiles, militares y religiosas.
Se prevé una afluencia masiva de público para lo
que se instalará una pantalla de televisión en la
plaza Menéndez Pelayo.
Homilía Obispo de la Diócesis
1.- “Ungido por Dios
con la fuerza del Espíritu Santo, (...) pasó haciendo
el bien”.(Hech 10, 38).
Pienso que estas palabras de la primera lectura, con las que el
apóstol San Pedro presenta a Jesucristo, se pueden aplicar,
salvando las distancias, al fiel discípulo del Señor
que acaba de morir, a Juan Pablo II. Revestido con la fortaleza
de Espíritu, una fortaleza que le ha llevado a todos los
rincones de la tierra y le ha mantenido en actitud de servicio
hasta el límite de su existencia, “pasó por
el mundo haciendo el bien”.
En medio de una sociedad rica y opulenta, preocupada casi exclusivamente
por su calidad de vida, ha proclamado el Evangelio de las Bienaventuranzas.
Por eso, miles de jóvenes que no se conforman con vivir
placenteramente y desean vivir con sentido, han encontrado en
él, el mejor guía y maestro. Le han seguido porque
les ha proclamado el Evangelio sin esas rebajas oportunistas,
que desvirtúan la sal; porque les ha presentado a Jesucristo
con sus palabras de vida y sin paliativos.
También los trabajadores le han escuchado con interés,
porque ha insistido en la primacía de la persona, que debe
anteponerse al beneficio económico, en el mundo de la empresa
y en los negocios. Nadie había llegado tan lejos como él
en la afirmación de que el mundo es de Dios y debe estar
al servicio de todos. Pues la propiedad privada, que es legítima,
tiene la hipoteca de la justicia social y los derechos de los
trabajadores.
Testigo directo de la opresión en que estaba sumida una
gran parte de Europa, alentó la rebeldía y la lucha
no-violenta contra las dictaduras comunistas, que quisieron acallar
su voz profética en sus tiempos de sacerdote, en su etapa
de Cardenal de Cracovia y durante su ejercicio del papado.
Salió en defensa de los más débiles entre
los débiles, los niños que están aún
en el seno de sus madres, los ancianos y los enfermos. Esta actitud
decidida contra la eutanasia, el aborto y la manipulación
de los embriones humanos le ha valido una tenaz e implacable oposición
por parte de intereses económicos inconfesables que se
ocultan detrás de un supuesto progreso. Y en algunos casos,
de personas que dicen ser la Iglesia, y no dudan en desvirtuar
el Evangelio para ganarse la simpatía de quienes se presentan
a sí mismos hombres modernos e ilustrados.
Su defensa constante de los derechos humanos; su oposición
a la guerra y a toda suerte de terrorismo, su Carta a los niños,
en la que recuerda que también son sujeto de derechos,
y su reciente mensaje de Cuaresma a los mayores son algunos aspectos
de la gigantesca labor que ha desarrollado a favor del hombre.
Y por encima de todo, su mensaje sobre Dios Padre, sobre Jesucristo
Redentor y sobre el Espíritu Santo. Estaba convencido de
que el olvido de Dios lleva a la muerte del hombre, pues no se
puede ser verdaderamente humano si se prescinde de Dios. Era consciente
de que el encargo que Dios le había encomendado era, como
nos ha dicho la primera lectura, dar solemne testimonio de que
Dios ha nombrado a Jesucristo salvador y juez de vivos y muertos.
Verdaderamente se puede afirmar de él que pasó por
el mundo haciendo el bien. La fuente secreta de su fortaleza interior,
de su autoridad moral y de la capacidad de convencer que tenían
sus palabras, eran los encuentros de oración que tenían
lugar cada día desde las primeras horas. Dicen que comenzaba
su jornada a las cinco y media de la mañana, con un tiempo
largo de oración y con la celebración de la santa
misa. Sabía por experiencia propia, que la Iglesia vive
de la Eucaristía, se construye en la Eucaristía,
encuentra su plenitud en la Eucaristía y languidece cuando
la celebra rutinariamente o no la celebra en absoluto.
2.- Era consciente de la dificultad de ser testigos de Jesucristo
en nuestro mundo, y por eso insistía sin temor a repetirse:
“No tengáis miedo”, “remad mar adentro”,
“abrid de par en par las puertas a Jesucristo”.
Más que proponer unas consignas, estaba dando un testimonio
de lo que había experimentado, pues su vida no fue fácil.
En tiempos de la invasión de Polonia por los nazis, tuvo
que trabajar en una cantera cuatro años y estudiar clandestinamente
para hacerse sacerdote.
Durante el ejercicio de su ministerio sacerdotal y episcopal,
la continua presión del gobierno comunista le obligó
a arriesgar su libertad y su vida denunciando con actos simbólicos
y con palabras claras los atropellos contra los católicos.
Y ya Papa, sufrió un atentado terrorista que le tuvo a
las puertas de la muerte y dejó muy mermada su salud.
A pesar de todas las dificultades que había vivido, repetía
sin cesar: “No tengáis miedo”, “Remad
mar adentro”. No lo hacía por puro voluntarismo,
sino porque había comprobado a lo largo de su existencia
que, como ha dicho el salmo que se ha rezado, que el Señor
es el buen Pastor que cuida a los suyos, los acompaña en
las dificultades y en los caminos oscuros, y repara sus fuerzas
en la mesa de la Eucaristía.
Como humano, se sentía débil, especialmente, durante
estos últimos meses en los que no se ha encerrado en sí
ni se ha ocultado. Con su actitud, incomprensible para muchos,
ha querido rubricar que también una vida débil es
fecunda, que la enfermedad vivida con fe es otro modo de contribuir
a que fructifique el Evangelio, que cuando se había dirigido
a los ancianos y a los enfermos con palabras de consuelo verdaderamente
creía lo que anunciaba. Y para rubricarlo ahora trataba
de vivir cuanto había predicado.
Dios, que elige libremente a las personas, “sean de la nación
que sean”, le había llamado a presidir en la caridad
a su Pueblo y a proclamar el Evangelio. Y él sabía
que esta elección divina se debía exclusivamente
a “la bondad y la misericordia del Señor”,
que le han acompañado “todos los días de su
vida”.
3.- Pero, como ha dicho el Evangelio, Dios “ha escondido
estas cosas a los sabios y entendidos y se las ha revelado a la
gente sencilla” (Mt 11, 25).
Es verdad que la mayoría de los comentaristas han sabido
valorar la talla humana excepcional del Papa que acaba de morir,
pero también en este caso lo fundamental es invisible a
los ojos.
Y lo fundamental es que su vida, su obra y su personalidad son
un milagro de la gracia, de lo que puede hacer Dios con las personas
que se ponen en sus manos. Los que no tienen la luz de la fe no
comprenden que “ninguno de nosotros vive para sí
mismo y ninguno muere para sí mismo. (Pues) si vivimos,
vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor;
(ya que) en la vida y en la muerte somos del Señor. (Porque)
para esto murió y resucitó Cristo, para ser Señor
de vivos y muertos” (Rm 14, 7-9).
Esto, que se les escapa a los comentaristas más avezados
y sabios, es algo que han sabido comprender esos jóvenes
y esas personas del pueblo llano que acudieron a rezar a nuestros
templos hasta altas horas de la noche del sábado y que
hicieron resonar sus cantos de alegría en numerosos lugares
de todo el mundo el domingo por la tarde. Saben que no ha muerto
el héroe de sus sueños más heroicos, sino
el testigo fiel de lo que podemos ser cada uno cuando seguimos
a Jesucristo y nos ponemos en las manos de Dios.
Los hijos de la Iglesia, los seguidores de Jesucristo, que no
creemos en el azar sino en la Providencia, consideramos un don
de la ternura divina que el Papa Juan Pablo II marchara al encuentro
con Dios cuando se empezaba a celebrar la fiesta de la Divina
Misericordia. Una fiesta que, hace tan sólo cinco años,
él mismo había dispuesto que se celebrara cada domingo
II de Pascua. Precisamente ese tiempo de gracia en que estamos
celebrando la resurrección de Jesucristo, que ilumina el
misterio de toda la existencia humana.
El Papa ha muerto en una fecha y en un tiempo cargado de fuerza
evocadora para los que somos creyentes. Y ahora, como humanos,
nos embarga el dolor por la muerte de un hombre de Dios muy querido,
pero la fe nos enseña que la muerte es sólo la puerta
que da paso hacia esa vida que no acaba, donde encontraremos la
plenitud que hemos buscado en esta tierra. Y esperamos que, por
la misericordia divina, que se ha manifestada en Jesucristo, nuestro
querido hermano Juan Pablo, que no rehuyó desvelos y fatigas
para servir a sus hermanos, se haya convertido ya en un nuevo
protector desde la otra orilla de la existencia. Por ello, junto
a la pena por su muerte, nos inundan la esperanza y la gratitud
alegre.
Dentro de unos instantes, después de pronunciar las palabras
de la consagración, nos uniremos en una exclamación
de alegría que manifiesta el misterio más profundo
de la existencia humana, y diremos: “Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús”.
Porque nos enseña la fe que la vida del hombre “no
termina, se transforma, y al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Donde
confiamos que esté ya nuestro Padre y Pastor Juan Pablo
II, junto a María, Madre de la Divina Misericordia, en
quien tanto confió y en cuyas manos se puso desde niño,
como nos recuerdan la palabras que eligió como lema: “Totus
tuus”, “Todo tuyo”, María.
Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga
Oración de los jóvenes
Querido Padre Dios:
Los jóvenes de Málaga, unidos a los jóvenes
del mundo, queremos hablarte de tu siervo Juan Pablo II, el Papa
que nos ha congregado y guiado en tu Iglesia.
Te pedimos, Padre bueno, que sintamos, ahora más que nunca,
tu cercanía y paternidad. Porque, hoy, todos nos sentimos
huérfanos.
El Papa ha sido, para muchos de nosotros, un gruía sereno
y firme en los momentos de confusión; una mano amiga en
las crisis de nuestro crecimiento en la fe y la vida; una sonrisa
llena de esperanza en las horas bajas del pesimismo y la soledad.
Su voz cálida nos alentaba y su mano firme nos daba confianza:
ha sido una imagen viva del Buen Pastor... y muchas veces hemos
sentido que, llevándonos en sus hombros, nos devolvía
al redil de tu amor. El ha sido padre, hermano y amigo. Gracias,
por el regalo que nos has hecho, y del que hemos disfrutado más
de 26 años.
Pero, permítenos, Señor, que ahora nos dirijamos
al Papa: él disfruta de tu presencia y contempla ya el
rostro que tanto amó, del que tanto nos habló y
nos invitó a seguir: el rostro del Resucitado. Nos cuesta
aceptar la ausencia de la persona amada, pero sabemos que está
más cerca de ti. Y esto nos conforta.
Él nos habló como nadie de la fe y la esperanza;
él nos dio ejemplo de amor. Hoy, cuando ha colmado la fe
con tu presencia; y ha llevado a plenitud la esperanza, ya “sólo
el amor es su ejercicio”. ¡Cómo recordamos
ahora su invitación a todos los jóvenes, y a cada
uno de nosotros “a construir la civilización del
amor”.
Querido Juan Pablo II:
Tú sabes que para nosotros eres alguien de la familia.
Te hemos sentido como padre, como hermano mayor, como amigo...
Y con nuestra jerga juvenil podemos decirte: “¡has
sido un colega fiel y legal!”.
Nos has visitado varias veces: El Santiago Bernabeu, el Monte
del Gozo, Cuatro Vientos, son páginas de nuestra memoria,
que siempre contaremos a nuestros hijos...
En nuestro primer encuentro, vivido en Madrid, en el marco de
un estadio de fútbol nos lanzaste un desafío: “¡Vosotros,
jóvenes, sois la esperanza de la Iglesia y de la sociedad!
Sigo creyendo en vosotros, jóvenes”. Y nos ofreciste
la página más bella de los Evangelios, las Bienaventuranzas,
como el mejor programa de vida. Nos has puesto, como buen pedagogo,
un listón alto, para invitarnos a no ser mediocres...
¡Gracias por exigirnos! Como un buen padre, quieres los
mejores hijos.
Pero tú, también, nos has alentado en nuestras infidelidades
y dudas, como lo hizo Jesús con los discípulos de
Emaús, acompañándonos y llevándonos
de la mano. Recordamos aún tus bellas palabras: “¡No
tengáis miedo. Abrid el corazón a Cristo!”
Tú nos has enseñado a amar la vida y respetarla.
A valorar la familia como el mejor regalo.
A descubrir que el mundo y toda la naturaleza es una hermosa sinfonía
de la creación de Dios, que tenemos que acompañar
con nuestro respeto y cuidado.
Tú has gritado con pasión juvenil la palabra más
dulce y el fruto más luminoso d e la Pascua: ¡Paz!
Nos has enseñado a ser samaritanos de los más pobres
y desvalidos.
Tú nos has acercado el rostro de Cristo: nos has hablado
de Él como del mejor amigo, y nos has confiado a su Madre,
para que la llevemos a vivir con nosotros. Ella, es el mejor camino
para llegar a Jesús. María, a la que tu entregaste
tu vida, haciéndola lema de tu pontificado, “Totus
Tuus”, te habrá abierto sonriente las puertas del
cielo, y habrá gozado contemplando el encuentro de su Hijo
Unigénito con el hijo adoptivo que le represento en medio
del mundo.
Cómo nos gustaría que nos hablaras, también
ahora, de Cristo. Tú que ya gozas, contemplando cara a
cara el rostro del que tanto nos hablaste: el rostro del Hijo
de Dios, rostro de hombre, rostro sufriente, rostro amable, rostro
Resucitado...
Santo Padre, tú nos pediste que fuéramos “Centinelas
de la aurora del nuevo milenio”, para vigilar que no muera
la utopía del Reino de Dios, el Reino de la paz y de la
justicia, de la verdad y del amor... Tú nos llamaste a
la tarea de construir la “civilización del amor...”
Gracias por confiar en nosotros. Esperamos no defraudarte...
Los que disfrutamos contigo en Roma, en París, en Santiago,
en Toronto... los que cantamos contigo y bailamos... Queremos
manifestarte nuestro agradecimiento, con espíritu joven:
Los jóvenes de todo el mundo, los jóvenes de Europa,
los jóvenes de España, los jóvenes de Málaga,
te volvemos a gritar: ¡Se siente, se siente... el Papa está
presente!
Y pedimos para el Papa un gran aplauso... |
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