Ya se palpa en el ambiente
el frío y la lluvia. Ya debe olerse allí
donde vives el aroma de los dulces en el horno.
Ya se acerca el tiempo de la Navidad.
Aquí,
donde yo vivo, la Navidad es otra cosa. Nada que ver con el ambiente
que se respira en tu pueblo. Es cierto, aquí la navidad
es una época del año en la que por decreto de las
multinacionales, y al parecer de todo aquel que algo tiene que
mandar, estamos obligados a ser felices, ir por la calle con una
enorme sonrisa y consumir, cuanto más mejor. Como se decía
en aquel spot publicitario tan famoso “…mejor cuanto
más grande”.
¡Esta gente debe ser ciertamente
muy feliz!
Tiene de todo, fiestas masivas
en las que comen mal, pero pueden beber hasta caer sin
sentido; pinos o abetos bellamente engalanados, coronas
de acebo colgadas en las puertas de sus hogares, montañas
de regalos...
Tienen un señor regordete, con
la nariz roja, ataviado con ropa del mismo color, un ancho cinturón
y luenga barba, que se cuela en los hogares por la chimenea cuando
todos duermen y deja, oh milagro de los milagros, a cada cual
lo que ha pedido, (dicen las malas lenguas que su actual “look”
se lo debe a un dibujante de la Coca Cola y que antes vestía
de color verde y estaba bastantes “escuchimirriado”,
pero tu no le hagas mucho caso a las habladurías).
Naturalmente el señor gordito y con vestimenta
tan peculiar no está solo en semejante empresa,
para cumplir su “misión imposible”.
Viaja en un trineo volador tirado por un buen número
de renos. En cuanto al número, cada vez más
elevado, de peticiones de muñecas, juegos de construcción,
abrigos de visón, joyas, etc. que le llueven cada
Navidad, nada podría hacer sin la colaboración
de su nutrida nómina de gnomos y la atenta dirección
de su esposa. Por cierto se me olvidaba decir que por
aquí le llaman Santa Claus. Esto es algo que aún
no he conseguido averiguar; como a un señor gordito
que siempre está diciendo “ho, ho, ho”
se le llama santa. ¿No sería más
lógico llamarle Santo Claus o San Claus?
Si, querido sobrino, esta gente debe saber vivir muy
bien.
Y ¿Qué
tenéis vosotros?
Todos los años montáis junto a vuestros
hijos el Portal de Belén en el que no falta detalle:
el pesebre con el niño, la burra, el buey, el ángel,
la estrella, la lavandera, el "tío cagando"…
Jugáis y
regaláis algunas participaciones del sorteo de
Navidad o del Niño.
Os reunís
en familia para cenar en Noche Buena. Escucháis
con atención el mensaje de Navidad de Su Majestad
el Rey y se brinda para que el próximo año
vuelva a reunirse la familia.
El día de los inocentes gastáis
ingeniosas bromas a todo bicho que respire y se ponga a vuestro
alcance.
Disfrutáis de una opípara
cena la Noche Vieja y se ingieren las consabidas doce uvas. Gran
y singular invento este de los criadores de uva de mesa de Almería
que, cuando tuvieron una cosecha excepcional y no sabían
que hacer con ella, nos enseñaron a comer fruta como si
un ritual litúrgico fuese y, de paso, consiguieron píngües
beneficios. Vuestros hijos y vosotros mismos os echáis
a la calle a celebrar la entrada del nuevo año y hay quien
incluso se atreve a cantar “… pero mira como beben
los peces en el río,…” o “María,
María, ven acá corriendo que el chocolatillo se
lo están comiendo…”
Y en esa noche
mágica, a la que llamáis de Reyes, los niños
se acuestan pronto y sin rechistar, aunque los nervios
les mantienen en un duerme vela hasta que el sueño
les hace sucumbir al final. Las caras radiantes, iluminadas
por la sorpresa les hace apreciar cada uno de los presentes
que Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente les han
dejado por su buen comportamiento durante el año
anterior. Ha funcionado bien la advertencia de que si
se portaban mal, en lugar de juguetes les dejarían
carbón.
No obstante, querido sobrino, me llegan
noticias que me entristecen. Me dicen que la tradición
se está perdiendo en pos del estilo de vida "American
Way of Live" y que el árbol de navidad desplaza poco
a poco, o mucho a mucho, a nuestro querido Belén; Santa
Claus se adelanta a los Reyes Magos, y las familias dejan de reunirse
para celebrar la Navidad y cantar los villancicos de toda la vida,
aquellos que nos enseñaron nuestros padres y a ellos, a
su vez, los suyos.
Lo peor de todo es que se está
induciendo a los niños a no creer en la Navidad y se les
anima a confundir celebración con regalos y desenfreno.
Querido sobrino. Tú que estas
en tu pueblo, en esa bendita comarca que nos vio nacer, revindica
la tradición. Revindica lo auténtico. Revindica
lo nuestro ante la invasión consumista que nos bombardea
constantemente, hoy con publicidad y mañana solo Dios lo
sabe.
Disfruta de los tuyos. Disfruta de lo
tuyo.
Feliz Navidad y próspero Año
Nuevo.
Un fuerte abrazo de tu tío.
Publicado en el Nº 7 de
la revista "La Voz del Valle de Lecrín"