De
las tradiciones de antaño a las costumbres de hoy
Antonio Villena Muñoz
Aproximate
a escuchar
estos nuevos villancicos
que sirven para pasar
la Nochebuena un ratico;
con un buen pan de aceite,
buenos mantecaos,
un pavo relleno
y una bota al lao.
Así, con estos villancicos rimados,
comenzaba la Navidad en El Padul hace ya años y se iba
de madrugada, en noche cerrada aún, a las misas del “aguilando”.
De ellas hablaremos más adelante, pues quiero comenzar
estas reflexiones de las Pascuas antiguas con la “Virgen
de las Matanzas”.
¿Quien no se acuerda de la garita
en nuestras casas de antaño?
Gran parte del alimento se fraguaba
en ella durante meses, engordando un cerdo, un marrano vamos…
o dos. Para sacrificar estos animales se aprovechaban las fechas
cercanas al día 8 de diciembre, por el primer frío
fuerte. Pues bien, la manteca se guardaba para hacer dulces en
la semana anterior a la Nochebuena.
¡Que bonicas aquellas veladas,
las madres, tías y abuelas haciendo la masa de los mantecaos
y los chicos, alrededor de la mesa deseando que se rompiera alguno
al sacarlo del molde y participar del banquete!
Si la liturgia católica
celebraba y celebra los días anteriores al 25 de diciembre
las fiestas de la “Virgen de la O” porque, en latín
comenzaba así, con la letra O, las antífonas de
la misa. Los paduleños conmemorábamos las misas
del “Aguilando”. El nombre procede de Aguinaldo, propina
que las pandillas de jóvenes, o no tan jóvenes,
pedían al son de guitarras y bandurrias cuando cantaban
villancicos de casa en casa.
Siendo aún noche cerrada
las casas se iluminaban lentamente y rumores de pisadas y conversaciones
en voz baja inundaban nuestras calles.
A continuación los niños, formados ya en pandillas,
las recorrían cantando la siguiente rima a la vez que
aporreaban algunas puertas invitando a las misas:
¡A
la misa “el aguilando”,
las morcillas están colgando
y los niños con las cañas
las están robando!
Muchas de ellas desaparecían
de los balcones bajos donde se habían colocado al día
anterior para que secaran. Se habían olvidado de meterlas
en la habitación, colocándolas entre dos sillas
y… ¿Lo recordáis?
La iglesia solía estar abarrotada
todos los días. Un grupo de personas mayores amenizaban
el acto litúrgico con sus instrumentos musicales, casi
todos de cuerda a la vez que cantábamos nuestros villancicos:
Los celos de San José (del villancico “La Anunciación”
cuyos primeros versos hemos citado al principio), Zarandán
Zarandillo, Al Niño chiquito, Dime, dime Joseliyo, De harina
Blanca, Desusito precioso, Tengo yo un ángel tan bello…
(Todos ellos recogidos, desde la transmisión oral, en dos
libros, por Germán Tejerizo Robles y los paduleños
Juan Paulo Gómez Hurtado Y Antonio Villena Muñoz).
El más conocido y cantado por
todos era “A las doce de la noche” y que tocaba Angustias
la Sacristana en el viejo órgano de la Parroquia durante
la misa del “Gallos”, llamada así la de la
noche del día 24.
En El Padul se celebraban a continuación
se celebraban dos días festivos: el 25, día llamado
“del Nacimiento” y el 26 de la Virgen de “los
terremotos”, con la procesión de la Virgen del Carmen
por las calles del pueblo en agradecimiento de habernos libreado
del seísmo que casi arrasó las Albuñuelas
en 1884.
Durante estos días los amigos
y vecinos se invitaban en las casas con una “copilla”
de anís o menta acompañada de unos roscos o mantecaos
caseros que sabían a gloria. No había para más.
Nos cuentan, además, los abuelos
que en diciembre había dos tradiciones muy curiosas. La
primera consistía en engordar, entre todos los vecinos,
el “marranito de las ánimas”. Esta Cofradía
o hermandad compraba un cerdo en la Feria y era todo un personaje.
Durante su corta vida de meses recorría libre todo el pueblo;
donde entraba era respetado, se le daba alimento y, donde tocase,
habitación y cama. Llegado su San Martín era sacrificado
y vendido y, con el dinero recogido, se costeaban misas a las
ánimas de nuestros antepasados que estuviesen aún
en el Purgatorio. La misma Hermandad organizaba un baile en la
plaza, y esta es la segunda tradición, en el que los mozos
solicitaban algún baile a las mozas. Pero debían
pagar un dinero. Si la muchacha tenía novio y éste
no quería que bailase con el solicitante debía superar
el precio. Había ocasiones en que las pujas eran fuertes
y costosas. Ganaban las ánimas del Purgatorio.
Cuando el viejo
año acababa apenas se celebraba. A lo mejor las
pandillas jóvenes “echaban los años”
sorteándose las ilusiones de novios, viajes y regalos.
¡Con poco se conformaban!
El año nuevo
tan sólo venía acompañado de la fiesta
religiosa pues los pocos dineros que quedaban en los humildes
hogares se guardaban para costear los reyes de los niños,
ya que los mayores no participaban del festejo como ahora.
En la víspera, a los pequeños
nos mandaban temprano a la cama para que pudiesen venir los Magos
en la madrugada a ponernos la cartera para el colegio y algún
rosco dentro. Pero… ¡Que ilusión! Los más
afortunados quizás tuviesen un juguete que, en la mayoría
de los casos, se usaba solo ese día ya que los Reyes se
lo llevaban para traerlo de nuevo el año siguiente. ¡Con
que poco éramos felices en aquellos tiempos; y qué
pena cuando los Magos desaparecían de nuestra imaginación!
Ahora vendrán Papa Noël
o Santa Claus cargados de regalos, máquinas que funcionan
solas, costosos objetos para la tele o videoconsolas para embotar
las mentes infantiles. Pero es que aquí no termina la cosa;
siguiendo costumbre extrañas y extranjeras la noche del
24, con la excusa de que los niños disfruten de las vacaciones,
vinieron también los susodichos personajes con bastantes
regalos. ¡Como si los niños no tuvieses bastantes
días después de los Reyes! ¡Ah! ¿Y
los abetos en los belenes? ¿Es que no son más bonicos
nuestros pastores, la mula y el buey…?
Para los jóvenes y mayores estas
fiestas están perdiendo su romanticismo y encanto. Son
unos días como cualquier fin de semana, en que los PUB,
bares o discotecas se llenan desde las horas en que antiguamente
estábamos acostados hasta que la mañana clarea el
día.
Luego se iniciaba la cuesta de enero,
aunque antes todos los meses tenían cuestas. Era cuando
los paduleños celebrábamos tres fiestas de Luz:
San Antón, San Sebastián con sus lumbres y la Candelaria
con sus velas. ¿Las pondrían para iluminar cuando
no había luz eléctrica y calentar los cuerpos en
este mes de frío? Pero, estos asuntos pueden ser tema para
próximos artículos.
¡Desde Padul, Felices Pascuas!
Publicado en el Nº 7 de
la revista "La Voz del Valle de Lecrín"