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Domigo
de Pascua...
El gran olvidado de
la Semana Santa Paduleña
A
nadie se le escapa que la Semana Santa Paduleña, más
concretamente el Viernes Santo, constituye "per se"
un acontecimiento que se sale de la norma para convertirse en
una afortunada excepción.
El
discurrir de nuestro "Entierro de Cristo", como
desde siempre se ha llamado en esta villa a la procesión
del Viernes Santo, es algo que llena de admiración a cuantos
nos visitan. Algo que tiene la cualidad intrínseca de no
dejar indiferente a nadie. El sentimiento y la dedicación
con que cada una de las Hermandades y Cofradías que posesionan
en día tan señalado pone en todos los detalles,
incluso en los más nimios, se puede palpar en el ambiente:
en el exorno floral, en el cuidado de las maderas, en el abrillantado
de los metales... en todo lo que rodea tan magno acontecimiento.
En
definitiva, son actitudes que pasan de padres a hijos y así
ha venido siendo, de generación en generación, desde
que allá por los primeros años del pasado siglo
Don Adrián López Iriarte, párroco a la sazón
de El Padul por aquel entonces, diese el impulso necesario para
que tengamos una manifestación religiosa, auténtica
catequesis en movimiento, como la que tenemos hoy día.
No
obstante y como pasando de puntillas sobre la Semana Santa Paduleña,
llega el Domingo de Pascua, ¡El gran olvidado!
Hoy
deseo hacer valer mi sentimiento cofrade al recordar que, desde
niño, me llena de júbilo el "Domingo de Resurrección".
Recuerdo cuando hace ya bastantes años, durante la misa,
de descorría un velo que ocultaba la imagen del Resucitado,
colocado en el altar mayor del templo y en ese instante la multitud
de fieles que acudíamos a la celebración irrumpíamos
en aplausos y hacíamos sonar carracas para acoger al Resucitado,
la iglesia se venía abajo durante unos minutos inacabables
en los que la alegría llenaba los corazones de las buenas
gentes de El Padul.
Tras
la misa, y siempre de madrugada, se sacaban en procesión,
por las calles más céntricas, al Resucitado, su
Santa Madre y San Juan, su discípulo predilecto.
La
chiquillería y, por que no decirlo, algunos no tan niños
al grito de "JUAS" iniciaban una frenética
carrera por el recorrido por el que se habían colgado los
llamados "juas". Todos, niños y mayores, se afanaban
por derribar y destrozar la representación de aquel apóstol
que vendió al Maestro por treinta monedas de plata. Esos
monigotes, hechos con ropas viejas y rellenos de paja o hierba,
representaban todo lo que de malo habita en el hombre y con su
destrucción se quería simbolizar el nacimiento de
los hombres a una nueva vida exenta de maldad.
Es
incomprensible que un día como el Domingo de Pascual, en
el que aquel que había muerto a los ojos de los hombres
vuelve a la vida para redimirnos, permanezca a la sombra de mayores
celebraciones.
Desde
aquí pido públicamente a quien corresponda que se
haga lo posible para que, lo mismo que ha sucedido con nuestro
Viernes Santo, se de el realce y esplendor que merece a la procesión
del Domingo de Pascua.
F.
Molina
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