Presentación
del Cartel de la Semana Santa Padul 2022
Presentó Doña Antonia Prieto Ruiz
Iglesia Parroquial de Santa MAría la Mayor
5 de marzo de 2022
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas
bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol Santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
No quiero que sufras tanto.
Déjame hacer junto
a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario
cítame en Getsemaní.
Buenas noches. Señor Reverendo Párroco Don
Carlos, Excelentísimo Señor Alcalde y representantes
municipales, Presidente de la Federación de Asociaciones
de Nuestra Semana Santa, Hermanos Mayores de las distintas
cofradías y juntas de gobierno, querida familia,
amigos, cofrades, hermanos todos.
Quiero dedicar esta presentación
a las personas que han muerto a causa de la Covid en soledad.
A tantas personas que se han quedado sin trabajo. A los
más jóvenes que han visto, cómo tantas
ilusiones y proyectos se han anulado a causa de la pandemia,
y de una manera especial a las madres y padres a los que
se le ha muerto un hijo, que sepan encontrar en la Virgen
de los Dolores consuelo y esperanza.
Nuestros corazones hoy
lloran con el brutal ataque que está sufriendo
el pueblo Ucraniano. Unámonos en oración
a la Virgen de Los Dolores, para que triunfen la Paz,
la Libertad y el Amor.
Me gustaría comenzar
agradeciendo a la junta de gobierno de la cofradía
de la virgen de los Dolores el haber pensado en mí
para presentar el Cartel que anuncia nuestra Semana Santa.
Quiero dar las gracias
a Magdalena, a Pepa y a mi hermana Tere por la ilusión
y las ganicas con que me pidieron que presentara el cartel
¡¡.A mi marido Manuel, por su apoyo y ayuda
desde el primer día. A mi hija María Teresa
por acompañarme hoy, habiendo renunciado a algún
proyecto. A mi hijo José Manuel por el ánimo
y apoyo técnico. A mi hijo Álvaro por su
ánimo desde la distancia. A D. Cristóbal
por su empeño en que insistamos en la oración
y el encuentro personal con Jesús. A D. Carlos
por su apoyo, cariño y buen humor. A Pilar por
su tiempo y buen hacer en el montaje. A mi amiga María
José por ser la primera que leyó mi presentación
y me dio todo su apoyo. A todos los que estáis
aquí hoy conmigo, por vuestro cariño, que
siento cercano y sincero.Es un honor y un privilegio,
a la par que un desafío para mí, estar aquí
presentando el cartel que da comienzo a todos los actos
que nos llevarán al Viernes Santo, comenzando con
la Santa Cuaresma, Tiempo de recogimiento, de ayuno, oración
y limosna. Para mí el tiempo litúrgico que
más me ayuda a profundizar y orar el misterio de
la Muerte y Resurrección de Jesús.
Como mencioné anteriormente es un honor y un privilegio
porque resulta agradable que me elijan para algo a lo
que las hermandades dan importancia y cuidan y me consideren
capaz de hacerlo.
Pero es sobre todo un
gran desafío, porque difícilmente ni yo,
ni los que me conocen, me hubieran imaginado aquí
presentando un cartel de Semana Santa.
Y no es que yo no haya
participado en ella, o que no la disfrute, pues tengo
recuerdos cuando ya de pequeños, íbamos
mis hermanos y yo a que mi Tita Inés a recoger
la ropa de penitente, otras veces de mantilla y por último,
ya mayorcita, de costalera de la virgen de los Dolores.
Y es ahí donde comienza mi nueva relación
con la virgen María, por caminos nunca transitados
por mí, y es que ya nos lo dice Jesús: “vuestros
caminos no son mis caminos”. Porque si lo dejamos,
Él va trazando nuestra historia de salvación
por derroteros nunca imaginados por nosotros, hasta llevarnos
a Él.
Aunque yo nací
en una familia cristiana y mi madre, Teresa, nos enseñó
a mis hermanos y a mí oraciones a la virgen…
Cómo olvidar aquella “bendita sea tu pureza”
y tantas otras. (Pausa) Para nosotros es inolvidable “Santa
Bárbara bendita…” que ella rezaba con
tanto temor y devoción. También están
en mis recuerdos de niñez los rosarios de mayo,
allí en mi placetilla que mi madre y mis vecinas
rezaban sentadas en sus sillas de enea, bajo la atenta
mirada del “Eccehomo”, la virgen y Santa Lucía.
Quiero decir con esto
que María siempre ha estado presente en mi vida.
Pero hay un momento en el que todo cambia dolorosamente,
muere mi madre y ya cuando rezo no es lo mismo, me cuesta
horrores cuando oigo la palabra madre identificar a otra
que no sea la mía, y paso a orar casi siempre con
Cristo Jesús.
La echo mucho de menos,
son tantas las cosas que no hemos podido ver, ni hacer
juntas. Por ejemplo estos siete nietos a los que ella
querría con locura.
Menos mal que una madre
no se cansa de esperar. María tenía para
mí una sorpresa, y quiso que volviera mirarla por
un camino nunca sospechado por mí: las cofradías
y las costaleras, donde empecé con recelo, un poquito
forzada, aunque siempre voluntaria, que me abrió
los ojos a otra manera de vivir la fe. Me descubrió
el mundo de los cofrades, que tanto esfuerzo, tiempo e
ilusión ponen para que disfrutemos de las procesiones
de nuestra Semana Santa, en especial de la del Viernes
Santo, que en su origen se pensó como una catequesis
para educar al pueblo en la pasión de Jesús.
Una procesión muy plástica y bonita que
al contemplarla nos hace sentir en lo más profundo
de nuestro ser todo el sufrimiento de Jesús por
AMOR a cada uno de nosotros, que es en definitiva, pienso
yo, el objetivo de esta procesión y el de los cofrades
que la formamos. Y cofrades somos todos los que colaboramos
a que se lleve acabo. Considerarse cofrade es muy bonito,
pues consiste en definirse como cristiano y católico,
por lo tanto, seguidor de las enseñanzas de Jesucristo.
Ser Cofrade es mucho más
que estar apuntado en la lista de una cofradía,
pagar las cuotas y vestir el hábito los días
de procesión…
SER COFRADE ES SER HERMANO CON OTROS HERMANOS.
Por tanto tengamos siempre en cuenta el mandamiento por
excelencia, “amaos unos a otros como yo os he amado”.
Teniendo siempre presentes a los más débiles
por cualquier causa.
Paso ahora a hablar de
este cartel en el que aparece La Dolorosa fotografiada
por nuestro hermano cofrade Luis Cenit Molina, que según
sus propias palabras “pretende reflejar en esta
foto toda la devoción y veneración que él
siente desde pequeño por la virgen de los Dolores.
Ha querido capturar el tiempo y reflejar los sentimientos
de una enlutada Dolorosa en la noche del Viernes Santo,
en la que el mismo cielo sirve de palio y las estrellas
brotan su llanto, y cuyo manto negro envuelve eternas
amarguras”.
Gracias
Luis.
Recuerdo mi primer año de costalera: un poco desnortada
en los ensayos…Y cuando por fin llega el Viernes
Santo, no estaba preparada para vivir lo que viví
y experimenté ese día. Primero al vestirme
y colocarme la faja, ya me sentía algo diferente,
como más fuerte pero a la vez diciendo: virgen
ayúdame tú que ya sabes que yo con poquito
peso puedo. Ya cuando llego donde está ella tan
bellamente preparada y lista para procesionar, me embarga
una gran impresión por tantas emociones que percibo
en torno a ella. ¡¡Cómo no sobrecogerse
con esas mujeres y hombres que llevan en su corazón
tanto sufrimiento, dolor, promesas cumplidas, ilusiones!!…
En fin que van con su vida, pero sobre todo van con fe
y esperanza en La Dolorosa. Ella, como buena madre e intercesora,
lleva todos esos deseos delante, en esas velas encendidas
que ofrece a su hijo por nosotros en el recorrido de la
procesión.
Una vez que estamos ya
en marcha me siento pequeña y grande. Pequeña,
porque soy poca cosa debajo del trono y es poco lo que
hago... A la vez grande, porque al ver los rostros de
la gente emocionados y solemnes, siento que gracias a
mi pequeña aportación pueden sentir el amor
a La Dolorosa. Y rezo por ellas, para que sepan que ese
es el camino para llegar a Jesús: mirar a su madre
y aprender a decir como ella: “hágase en
mí según tu palabra” y “haced
lo que él os diga”. Y Jesús solo nos
pide una cosa: “AMA, AMA, AMA” a todos sin
medida y sobre todo a los más débiles.
Es en el siglo XV cuando
entra en la liturgia de la iglesia la devoción
a los Dolores de la Virgen María. Alcanza su mayor
expansión en los siglos XVII y XVIII y comienzan
a verse muchas imágenes de La Dolorosa en nuestras
iglesias.
El siglo XX también
ha aportado alguna novedad a esta devoción. Cabe
destacar la manifestación de María bajo
la apariencia de NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES
en la última de las apariciones de Fátima,
parece querer confirmar la estima de la misma Virgen María
por esta devoción.
Nuestra Hermandad de la
Virgen de los Dolores de Padul, fue fundada en el año
1854 por Doña Francisca de Paula Rubio y León,
pasando por distintos miembros de la familia hasta llegar
hasta nuestra actual Hermana Mayor; doña María
José Villanueva Almohalla. Que cuenta desde pequeña,
en la casa de sus padres, con una habitación para
la Virgen de los Dolores, y es que se hizo cargo su madre
doña Antonia Almohalla de transmitir a sus hijos
y nietos una gran veneración a la Dolorosa.
Un recuerdo especial para
Alberto Villanueva Almohalla que ya goza de la dulzura
del Señor y de la Virgen, y desde allí sigue
animando, como siempre, a su familia a continuar con los
cuidados que requiere la Hermandad de la Virgen de los
Dolores.
La historia de María con Dios comienza con su “HÁGASE”,
cuánto dolor, sufrimiento, le trajo ese “HÁGASE”
y al final cuanta gloria y felicidad.
Por el contexto en el que estamos, hoy me centro en sus
dolores.
El primer dolor, como todos sabéis fue la profecía
de Simeón. 40 días han pasado desde que
María dio a luz a Jesús y desde entonces
solo vive para él. Va al templo a cumplir con la
ley de Israel y allí está Simeón:
un anciano justo y bueno que le dice que su hijo será
luz y gloria para Israel. Pero también le dice
a María: “Este Niño ha sido puesto
para ruina y resurrección de muchos en Israel;
Él será signo de contradicción y
a Ti una espada te traspasará el alma” (Lc.
2,34).
¡Dulce madre mía, cómo te quedarías!
Un profundo dolor comienza a ser el compañero constante
de tu corazón. Entiendes que el futuro de tu Niño
es inseguro y estará lleno de dolores, y cómo
sufre tu corazón de madre.
La familia tiene que huir a Egipto. Un ángel ha
avisado a José en sueños:
“Levántate, toma al Niño y a su Madre
y huye a Egipto” (Mt.2,13).
Los dos esposos caminan
hacia Egipto, con el corazón encogido por la angustia
y sin entender por qué son perseguidos como ladrones.
Marido y mujer caminan y al mismo tiempo recorren su propio
camino de Cruz y de fe. El Señor les ha avisado,
pero no ha detenido a los soldados ni a Herodes, y ellos
van por lugares desiertos, con mucho miedo e incertidumbre
por su futuro. No ven un dios poderoso, sino un niño
que llora y aprenden a poner todas sus capacidades al
servicio de Dios.
¡El niño se pierde! Este será el tercer
dolor. Tres días ha pasado María sin Jesús,
buscándole por todas partes, apoyándose
en José. Tres días con el corazón
cada vez más encogido, preocupado y dolorido, preguntándose
una y mil veces dónde lo vieron por última
vez, si le habrá pasado algo…
Creo que todos podemos
hacernos una idea de la angustia tan grande que debió
sufrir…
Y cuando por fin lo encuentra y le pregunta que por qué
ha hecho eso, el niño le responde “¿Por
qué me buscáis? ¿No sabéis
que es necesario que yo esté en las cosas de mi
padre?”.(Lc 2,48-49).
Pero la virgen guardó todas estas cosas en su corazón
y las meditó largamente. Esta es la actitud de
María a lo largo de su vida con su hijo.
El siguiente Dolor es inimaginable: María en la
vía Dolorosa. Se parte el alma. Entramos ya en
un sufrimiento oscuro y tremendamente dramático.
María observa cómo su hijo pasa tropezando,
exhausto, por las calles de Jerusalén, con la cruz
a cuestas. Ella que lo ha cuidado desde niño y
conoce como nadie cada rasgo, cada gesto... Ahora casi
no lo reconoce a causa de los golpes, y queda sobrecogida
de angustia.
Sabe además su corazón de madre que el sufrimiento
físico no es lo más doloroso de la pasión.
Al mirar a los ojos de Jesús ha comprendido que
el señor está cargando sobre su corazón
el tremendo peso de nuestros pecados, el mal, los gritos
del mundo…
María recorre la vía Dolorosa acompañando
a Jesús mientras repite su nombre, el dulce nombre
de su hijo, como solo saben hacer las madres.
Lleva el alma rota por el dolor, por un dolor frío
y agotador.
¡Oh Jesús
mío, Jesús amado! ¡Jesús adorado!
Cuando todos los hombres te abandonan,
tu madre te acompaña.
Cualquiera hubiese creído
que en las calles de Jerusalén, transformadas en
calles de amargura, María había apurado
el vaso del dolor. Pero el martirio de María no
se consumó hasta el Gólgota. Fue en la Cruz
cuando Jesús dijo a Juan:
“He ahí a
tu madre”. Y a María “He ahí
a tu hijo”.
“Dios mío,
Dios mío, por qué me has abandonado”
(Mt 27,46).
Después perdonó
a sus asesinos y expiró en paz entregando al padre
su alma. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
(Lc 23,46).
María acompaña
a Jesús en su Pasión hasta donde puede hacerlo
un ser humano.
Al pie de la cruz, sosteniéndole
con su presencia maternal, sin poder apartar de Él
la mirada, acepta libremente unirse a su sacrificio. Se
cumple la profecía de Simeón y una espada
de Dolor agudo atraviesa el alma de la Madre. ¡Oh,
Madre de Los Dolores, en ese corazón gimiente,
transido de dolor, pero acogedor, universal y materno,
cabemos desde entonces todos los hombres!
Desde la distancia, acompañada entre otras por
María Magdalena y María de Cleofás,
nuestra Señora ve cómo se cumplen todas
las profecías mesiánicas, largamente meditadas:
“No le quebrantarán
ni hueso” y “mirarán al que traspasaron”.
(Jn 19,36).
María sufre, espera
y calla.
José de Arimatea y Nicodemo lo bajan de la Cruz
y la Madre lo acoge entre sus brazos.
Un último abrazo, un último beso, una última
caricia. Ahora el adiós al cuerpo de Jesús
es un dolor manso lleno de fe y de confianza en la bondad
de Dios.
En el duro silencio del descendimiento María es
la viva imagen de una Esperanza Dolorosa. Ella sabe que
el sufrimiento de su hijo ha salvado al mundo y que entre
sus brazos acoge, junto a su Hijo a sus otros hijos, renacidos
en la cruz de Cristo y en su corazón.
El cuerpo de Jesús está ya en el Sepulcro
y María se queda sola. Dura soledad es vivir sin
Jesús. Pero María es ahora la luz que ilumina
la oscuridad de la tierra y los discípulos se reúnen
en torno a ella.
Su corazón, después de la Pasión,
ya nunca será el mismo. Hay Dolores imborrables.
Ahora me gustaría reflexionar sobre estos Dolores
que hemos ido recorriendo.
Celebrar el misterio del Dolor de María es sobre
todo meditar sobre su amor, un amor a Cristo como no existido
nunca otro.
El indagar y meditar sobre estos Dolores es para mí,
en primer lugar, una fuente de amor a María y a
Cristo. El contemplar el enorme Dolor de María
por la Muerte de su Hijo me deja sin palabras, pues no
hay palabras que puedan expresar la pérdida de
un hijo. Cuando se nos mueren los padres, somos huérfanos,
cuando fallecen los esposos viudas, pero cuando muere
un hijo no hay una palabra que defina tanto dolor, el
diccionario se queda mudo.
La devoción a la virgen de Los Dolores es para
mí causa de esperanza. Ella ha padecido antes que
yo. Se convierte así en fuente de consuelo para
mi propio dolor e ilumina mi fe, ayudándome a comprender
el sentido del mal y la dignidad del sufrimiento humano.
Comprendo que el dolor tiene un sentido, pues Dios no
libró del mismo ni siquiera a la virgen María
ni a su propio Hijo.
Entiendo que el dolor aceptado por amor a Cristo y unido
a la pasión y muerte del señor es un dolor
salvífico y es fuente de fuerza y esperanza para
aceptar los reveses de mi propia vida.
La presencia de la virgen María en el Calvario
es una lección de vida cristiana. Ella es la primera
discípula de Jesús y se convierte para nosotros
en maestra de vida espiritual.
Aquí, en el Calvario, resaltan las características
fundamentales del cristiano: su Obediencia a la Voluntad
del Padre, su Fe y Caridad. María me enseña,
a ejemplo de Jesús, todas las virtudes necesarias
para afrontar y vencer cualquier clase de mal: la valentía,
la fortaleza, la paciencia, el espíritu de sacrificio,
la santa esperanza en la voluntad divina.
La grandeza no le viene
a María de su inteligencia mayor o menor, sino
de su fe. Comprendiendo a veces claramente, otras no tanto,
pero siempre confiando. Viendo lentamente el misterio
de Jesucristo. Y este misterio siempre lo vive en silencio,
pero el silencio en María, es sinónimo de
profundidad, plenitud, fecundidad, dominio de sí,
madurez humana. Y de manera muy especial el silencio en
María es humildad y fidelidad.
María fue la Madre Dolorosa desde el día
de la anunciación, y no tan solo al pie de la Cruz.
La Madre recorrió esta desolada Vía Dolorosa
vestida de dignidad y silencio. Nunca reclamó ni
protestó. Cuando no entendía algo lo guardaba
y meditaba en su corazón. Nunca se quebró.
En la Virgen de los Dolores tenemos los cristianos un
modelo a seguir cuando nos toque atravesar situaciones
difíciles.
Yo me quedo con su ESPERANZA.
Madre Dolorosa, necesito tu presencia constante en mi
vida para que me protejas, me guíes y me consueles.
Contigo mis fatigas es fortaleza y mis derrotas victorias.
Ayúdame a acompañarte en tus Dolores, imitar
tus virtudes y vivir siempre cercana a Ti, sabiéndome
tu hija muy querida.