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Leyenda de San Jorge (1)

Cuenta la historia que en otro tiempo, un tiempo que se oculta entre nuestro pasado y nuestra imaginación, existió una vez un magnifico reino donde todo era paz, alegría y prosperidad.

Gobernaba en este maravilloso lugar un Rey del cual, si aun guardásemos su recuerdo podríamos tacharlo de legendario, no tan solo por su bondad, justicia y honradez, si no también por su sabiduría y humildad.

En el reino al cual nos referimos, de alguna manera u otra el paso del tiempo había establecido un armonioso equilibrio en el bienestar social de sus habitantes. Prácticamente la mendicidad, los crímenes e incluso atrevería a pronunciar la tristeza habían sido erradicados. Eran auténticos días de Gloria los que se vivían en aquel entonces

Pero en la fatídica obra de la vida, la tragedia un día hizo presencia.

Nadie supo jamás como, ni de donde, ni el por qué, pero una triste noche de verano en la que el cielo mostraba su lado mas gris, apareció por primera vez la bestia.

"La reencarnación del mal". Así la llamaron después.

En una aldea colindante a la ciudad principal, la muerte a través de su vil siervo, robó más de cuarenta almas en una sola noche.

No describiré como de atroz resulto la masacre, tan solo añadiré que no hubo distinción entre hombres, mujeres y niños. Pues fue tan solo la casualidad lo que permitió a quien se hizo portador de la mala nueva salvar la vida, para enloquecer después de dar cuentas al rey de lo ocurrido. Sus últimas palabras fueron.

- Era un Dragón majestad, la mayor y más cruel de las criaturas que un dios loco pudo imaginar.

Esa no fue ni mucho menos la última vez.

Los meses que siguieron al fatídico día, rebosaron en desgracias. Una de cada tres noches, algún lugar del reino era atacado por el Dragón. Los ataques nunca duraban mas que el tiempo que tarda una fuente en hacer rebosar un jarro, pero la crueldad y la furia sanguinaria de los mismos, los convertían en autenticas catástrofes mortales. Cuando los soldados del Rey llegaban al lugar, tan solo encontraban cenizas y sangre.

Fue el vigésimo segundo día del cuarto mes, cuando el Rey, tomó una cruda decisión. Invirtió la mitad del tesoro de su opulento reino, en mandar traer a los mejores caballeros y guerreros de cada uno de los imperios conocidos, y ni tan solo lo dudó un instante, pues era tanta la desgracia que habitaba en su corazón, que no quedaba lugar para la ambición.

Pasaron los días, y como aparecidos de la nada comenzaron a llegar de todas partes extranjeros armados hasta los dientes, había de todo, Caballeros de blanca armadura, bárbaros de las lejanas tierras del norte, mercenarios, monjes, e incluso, guerreros del lejano oriente.

Pero todos los esfuerzos fueron en vano, ni las afiladas armas de los interesados héroes, ni los planes de los generales, ni los conjuros de los monjes de oriente, lograron superar a la bestia. Los muertos ya se contaban por miles.

De esta orgía de desgracia, solo se obtuvo un ligero triunfo, pues un caballero cristiano que logró escapar del ataque del Dragón muy a pesar de sus graves heridas, vivió el tiempo suficiente para dar la localización de la guarida de la bestia.

En el séptimo día del séptimo mes, el Rey desesperado, tras contemplar como el miedo y la desgracia habían castigado a su pueblo, tomó otra importante decisión, y gastó hasta el último doblón de sus arcas en mandar traer a los hombres más sabios de cada lugar de ese mundo. Si la espada no había logrado dar muerte a la bestia quizás la mente acabaría con el.

Y su voluntad se llevo a cabo. Un mes después, en la corte del rey se dio cita a los hombres más sabios que jamás pudieron existir, desde religiosos, hasta pensadores, pasando por filósofos, matemáticos y poetas.

Mientras tanto, la muerte seguía segando vidas una de cada tres noches, y nuevos huérfanos y nuevas viudas se sumaban a la tragedia.

Los sabios estuvieron reunidos durante dos lunas llenas, y al salir de su claustro dijeron haber encontrado una solución.

La alegría y felicidad del Rey y del pueblo por esta buena nueva, se vio truncada por la crudeza y el sacrifico que requeriría la misma. Cada tres noches, una mujer virgen había de ser entregada a la puerta de las cuevas donde habitaba el Dragón, el sacrificio de la victima apaciguaría la sed de sangre de esta, e impediría sus ataques de nuevo.

Por supuesto que nadie se entusiasmó por la solución, pero una vida a cambio de las decenas que se perdían cada ataque, parecía un cambio razonable. El rey, haciendo muestras de su sabiduría y justicia sometió la decisión a voto popular y esta fue admitida prácticamente por unanimidad.

Fue la bella hija del rey, princesa del reino, quien decidió como llevar a cabo la selección de las jóvenes muchachas. Dio la orden de realizar un sorteo cada tres días, para decidir a quien le tocaba morir. Y muy a pesar de la negativa del Rey y del pueblo a que la misma princesa entrase en ese sorteo, ella se incluyó desde el primer día.

Y fue así como la tranquilidad volvió a aquel lugar, aunque una tranquilidad relativa, pues a pesar de haber detenido la orgía de sangre, cada tres noches una joven muchacha respiraba su último halito de vida.

La economía del reino se restauró casi por completo, y el agradecimiento de los súbditos al rey se hizo más que presente, pero aun así, la tristeza se respiraba en cada rincón, y el Rey cansado de rezar, hubo de resignarse a derramar lágrimas.

Y así, paso el tiempo, un tiempo gris, marcado por la tristeza de la juventud que desaparece.

Hasta que un maldito día, la mas cruel de las sospechas del rey se hizo realidad, y en el sorteo de quinto día del doceavo mes, la princesa resultó elegida en el sorteo mortal.

El Rey pidió clemencia al pueblo, y este se la concedió, pues nadie quería ver morir a aquella princesa tan hermosa y pura de corazón, que era el único aliento de alegría que le quedaba al reino. Pero ella se negó rotundamente. Se declaró como una mujer mas, y pronunció algo que no se debería olvidar:

- Son muchas las jóvenes que han muerto ya, y se han despojado de su vida para permitir que vivamos en relativa paz, si yo me negase a ser entregada, habría insultado su sacrificio.

Y ante las heroicas palabras de la hija del rey el pueblo calló, y el rey también.

Esa misma noche la princesa se despidió del pueblo y de su padre, y acompañada por los mejores guardias de su majestad, fue conducida a la cueva del Dragón, una vez allá, se desnudó y se sentó sobre una fría roca. Luego contempló como los guardias se alejaban entre la espesura del bosque con la cabeza agachada.

Pero aquella noche, en aquel oscuro rincón del maldito bosque, otra alma llegó como presagio del destino a la entrada de la cueva.

Era un joven de apenas unos veintidós o veintitrés años, llevaba el pecho descubierto, y su piel curtida y morena destacaba sobre su definida musculatura. Con rubios cabellos largos y alborotados y una picaresca sonrisa de mujeriego y truhán, que cautivaría sin duda a madres e hijas, se presentó ante la triste princesa.

Ella levantó la vista, frotó sus ojos llorosos y contempló nerviosa y exhausta al joven que tenia ante si.

¿Quien era ese loco que había venido dar con el lugar donde ella había de morir?, ¿Qué demonios hacia allá?, ¿Seria una alucinación producida por el miedo?, ¿Y si era así?... ¿Por qué su alucinación tenia esa sonrisa tan cautivadora?

El joven sin dejar de sonreír ni un solo momento, y con cierto aire de alegría por encontrar en el bosque mujeres tan bonitas y desnudas, trató de arreglarse en vano, su revoloteado cabello, luego desmontó de su blanco corcel, y solo entonces la princesa pudo distinguir una vieja espada que llevaba meses sin ser afilada colgando de su cinturón.

El se acerco a ella y dijo:

- Buenas noches mujer ¿Soléis pasear todas las veladas desnuda bajo la luz de la luna?, o ¿es simple costumbre de las mujeres de por aquí?

La princesa sin apenas escuchar las palabras del joven debido a su nerviosismo trató de explicarle que debía marcharse, que corría un gran peligro si se quedaba allí, que había un Dragón en la cueva, y que ella iba a morir, y que nada se podía hacer.

El joven se limitó a sonreír, tanta información en tan poco tiempo y en tan extraña situación, le desbordaba, además no tenía ninguna intención de dejar sola en aquel bosque a aquella extraña y bonita mujer.

Fue entonces cuando tras una bocanada de fuego, el Dragón apareció.

Y a la puerta de la cueva, la princesa gritó de horror, era realmente una bestia abominable. La princesa dando por perdida su vida, busco al joven con la vista para obligarle a huir, pero cuando lo encontró, algo la hizo callar.

Su expresión había cambiado, ya no sonreía, había fuego en sus ojos, y había desenvainado la espada.

Hombre y bestia estaban cara a cara. Ella no supo que decir, ni tan solo que pensar, todo ocurrió en unos segundos.

La bestia había saltado sobre el joven y ante el estupefacto de esta y de la mujer, este había girado sobre si mismo esquivándola y yendo a parar bajo su abdomen, una vez allí había hundido el acero de su espada en las entrañas de la misma.

La bestia había muerto, y permanecía tumbada en el suelo.

La princesa se acercó al joven sin apenas poder hablar, y cuentan que desde aquel mismo instante se enamoro para siempre de el.

Le contó la historia por completo, le habló del rey, de la bestia, de las desgracias de su tierra, de los hombres que la habían intentado asesinar, y de la propuesta de los sabios.

Lo único que obtuvo como respuesta fue una sonrisa, bueno, una sonrisa y un largo beso en los labios.

Tras besar a la princesa, él se acerco a la bestia.

Un gran charco de sangre cubría el suelo a su alrededor y en medio de ese charco había nacido de una extraña y mágica manera una preciosa rosa de rojo color, el joven la arrancó y se la entregó a la princesa.

Esta le ofreció acompañarla al reino, a presentarse ante su padre, y a convertirse ahora en príncipe para un día ser rey.

Pero el joven rechazó la oferta y sin dejar de sonreír volvió a subir a su caballo, y desde el le respondió a la muchacha:

- Solo soy un vagabundo mujer, un alma errante que viaja por el mundo, no puedes ofrecerme un reino por que para mi seria una prisión, aun así te lo agradezco, pero ahora he de seguir mi camino, si os he servido de ayuda, me alegro por ello. Adiós mujer, Adiós.

Y comenzó a cabalgar bosque adentro.

Entonces la princesa que lo había comprendido todo, gritó al viento una última pregunta, en un intento desesperado:

- ¿Hay algo que pueda hacer yo por ti?, ¡Pídeme lo que sea!

El joven detuvo su caballo, se giró, y tras pensar unos instantes y contemplar la hermosura de la princesa respondió:

- Si, hay algo que puedes hacer por mi, no me olvides, no me olvides nunca mujer, por que mañana no se donde estaré, y tampoco se cuanto voy a vivir, pero si tu no me olvidas, pase lo que pase yo viviré eternamente, pues quien vive en los recuerdos de los demás, nunca muere del todo.

Dicho esto desapareció sonriendo entre el bosque, y la princesa quedó de rodillas en el suelo, derramando lagrimas por sus ojos azules. Pero por primera vez en mucho tiempo, lagrimas de felicidad.

Fuente:
godsea.modblog.com/?show=blogview&blog_id=150465

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