Leyenda
de San Julián y Santa Basilisa
Era Hijo de noble familia
y por la caza aguerrido.
Muy hábil con la ballesta, con las armas muy lucido
y con los lazos, por suerte, bien siempre le tiene ido.
Un día de sol radiante, entre los montes
perdido,
un ciervo de tierna piel ante su arco ha aparecido.
Julián tensa la ballesta, el ciervo se ve afligido
y no comprende el acoso que por Julián
es seguido.
¿Por qué me acosas así, si de ti nada he
pedido?
- Líbrate de hacerme daño, porque sino te has perdido,
líbrate de hacerme daño, te lo digo
muy afligido,
porque si tu flecha me mata algo más habrás herido.
Tú a tus padres matarás, no lo tomes en olvido.
Y por muy lejos que vayas el hecho será
cumplido.
Más el dardo al aire iba, y en el aire hubo un silbido,
y del ciervo el corazón en dos lo tiene partido.
Atónito queda Julián de lo que el
ciervo le ha dicho.
Al mismo tiempo decide dejar sus padres y nido,
que no quiere que acontezca ni que se cumpla el destino
guardado para sus padres del animal susodicho.
Nada a nadie Julián dice, él solo toma el camino.
Y llega a tierras ignotas, condado desconocido.
Situado está el condado en las tierras
de occidente,
donde cristianos pelean contra los moros de oriente.
Se alista en primera línea y jefe le han nominado,
que el conde, por su valor, gran confianza le
ha tomado.
El conde, muy agradecido, no sólo le hizo caudillo,
lo casó con viuda noble y le regaló un castillo.
Anchos montes de encinares el castillo poseía,
un río de limpias aguas y llanos de nombradía.
Basilisa, su mujer, muy prendado lo tenía,
Él se entretiene en la caza y muy felices vivían.
El tiempo va pasando y el sol se va acercando
a la vertical. Las nubes de la Sierra de la Culebra se van tornando
a obscuras; la brisa arrecia cada vez más y el oleaje del
embalse forma capas de espuma blanca. Ludoviket se restriega los
ojos y continúa con la lectura del pergamino que dice así:
Entretanto los sus padres buscándolo se
afligían,
no quieren perder al hijo y por todas partes iban.
Recorren muchos países y, preguntando, seguían
dónde puede estar Julián que por
ser hijo no olvidan.
La guerra vuelve al condado que ataca la morería,
vuelve Julián en defensa de toda la cristianía.
Y se presentan sus padres y a su mujer requerían,
le preguntan por Julián si visto, quizás, le había.
Y le narran la leyenda de aquel hijo, que un buen día,
se les marchó de su casa sin dejar rastro
ni guía.
Basilisa sabedora de la historia y cacería,
Pues por boca de Julián la historia ya conocía.
Basilisa se cerciora que allí sus suegros
tenía
y los manda agasajar, fuera de sí de alegría.
Y sin mediar más palabras su misma cama ofrecía,
la que comparte el esposo cuando en casa convivía.
Ese día, muy temprano, se levanta Basilisa
a dar las gracias a Dios por la suerte concedida.
Muy gozosa ante el altar se mostraba Basilisa,
Pues la palabra del ciervo ya jamás será cumplida.
Desea ver a Julián para darle la noticia
de la estancia de sus padres mientras acaba la
misa.
En aquel mismo momento retorna Julián a casa
Tras cabalgar varios días desde el campo de batalla.
Quiere ver a su mujer antes de colgar las armas;
se adentra en la habitación, pues la supone acostada.
Los ojos se le obnubilan al ver que en su propia cama
cree ver un adulterio y su honra mancillada.
La daga saca al instante y ambas cabezas separa
de los cuerpos, que tranquilos, la desgracia le deparan.
Sale a la calle de rojo goteándole la daga,
de pronto ve a Basilisa, pues la misa es acabada...
Responde ya, Basilisa, ¿Quién descansa en nuestra
cama?
-Tus propios padres, Julián, que desde
tierras lejanas
llegaron a este castillo después de muy larga andada
y para honrarlos mejor les dejé la propia cama.
Al oír Julián la historia al instante
se desmaya
y al castillo en parihuelas lo llevan como en volandas.
Es tan grande lo sufrido que a reanimarle no acaban,
y pasaron varios días hasta recobrar la
calma.
Se confiesa parricida, maldice la noramala,
no encuentra en el vasto mundo tierra para ser morada.
Maldice al ciervo y ser hijo de los padres que
él amaba,
maldice la profecía que por desgracia es colmada.
Basilisa a los ancianos los entierra en fe cristiana,
mientras a Julián consuela de su desgracia
inhumana.
-Todo fue equivocación horrible y predestinada,
Dios perdona, ya que al hombre no puede ser evitada.
- Te agradezco, amada mía, tus palabras
de consuelo,
más no acepto las disculpas, que el asesino está
dentro;
dentro de mi corazón, mi descontrol y mis celos,
mi humilde ruindad humana, no la predicción
del ciervo.
Basilisa, te abandono, no puedo vivir sereno,
he de purgar el pecado que me sofoca en lo interno.
Tengo que hacer penitencia, tengo que marcharme
lejos,
Hasta que Dios me perdone con una señal sin velo.
Queridísimo Julián, fue tu brazo, bien es cierto,
más mi falta de atención fue la
causa de los hechos.
Y, puesto que ambos culpables, somos igualmente de reos,
déjame que te acompañe donde llegue tu destierro.
Compartí felicidad, compartí contigo
lecho,
quiero, también, compartir esa pena de tu pecho.
De corazón, Basilisa, acepto tu ofrecimiento,
que las penas compartidas pregona mejor el viento.
El sol no va a llegar a la vertical,
pues las nubes algodonadas de la Sierra de la Culebra se han convertido
en nubarrones. Ludoviket, ensimismado con la lectura del pergamino
y la leyenda de San Julián y Santa Basilisa, no se percata
de ello. Se refriega una y más veces los ojos y prosigue
en la lectura. Ha olvidado que tiene que ir donde su padre cuando
el sol llegue a la vertical, y que su hermano se ha ido a la Solana
de Valcuevo y tienen que encontrarse en el cruce de la encina
vieja para ir a comer. Ajeno a todo, él prosigue la lectura
en la que ya Julián y Basilisa se disponen a purgar el
crimen hasta que haya "una señal sin velo" y
que dice así:
A la mañana siguiente, vestidos con tosco atuendo,
emprendieron el camino por los campos, en silencio.
Más antes de abandonar sus posesiones, primero,
repartieron sus riquezas entre los pobres y siervos.
Muchas jornadas de sendas y caminos pedregosos,
hollaron Julián y ella, junto con prados hermosos.
Y en la senda de Santiago hallaron un ancho río,
bravo, de pujantes aguas, crecidas y remolinos.
El Esla, que así se llama, lo cruzan los peregrinos
y muchos, por su bravura, no llegan a su destino.
Piensa Julián que le guían desde lo alto el camino,
y que allí puede ayudar caminante y peregrino.
Y allí piedra a piedra a Pedro una iglesia
ha construído,
junto con un hospital de asistencia al peregrino.
Una barca se ha comprado soslayando los peligros,
que quien a Santiago va tiene que cruzar el río.
A San Pedro, que es la iglesia, le ponen el apellido
de la Nave, por la barca con que Julián cruza el río.
En noche de invierno cruda, tras un día
muy movido,
a las tantas la mañana oye Julián un gemido.
Sale Julián de su lecho llamado por los quejidos
Y a la puerta misma estaba un hombre muy malherido.
Lleno de llagas y hielo ya medio muerto de frío,
era un leproso, y al verlo, al interior lo ha metido.
Enciende fuego al instante y lo frota con cariño
por intentar reanimar aquel cuerpo entumecido.
Basilisa ropas secas, más un caldo le ha servido,
Pero ya no entra en calor el leproso peregrino.
Ya lo meten en la cama, lo tratan con mucho mimo,
las guedejas del cabello cuida Julián sin remilgos.
Al cabo de unos minutos se transforma el peregrino
en santo resplandeciente que estas palabras le dijo:
"Desde el cielo a mi me mandan y a comunicarte he venido
que tu penitencia basta por el crimen cometido.
Y que tú, junto a tu esposa, y ya por siempre reunidos,
Gozaréis la paz eterna con nos en el paraíso.
Pasada la Epifanía, después de escuchar
lo dicho,
A Dios entregan el alma como San Gabriel predijo.
Alfonso tercero el Magno, allá por el siglo nono.
Vio la ermita, y su leyenda, grabola en su ser
más hondo.
En su lugar levantó este templo de leyenda
en cuyo interior se guarda un sarcófago de piedra;
donde descansan los santos de San Pedro de la Nave,
Que es de estilo visigótico y en España joya clave.
Ludoviket se quedó pensativo por el desarrollo
de la leyenda y mirando hacia el exterior donde ya caía
una lluvia copiosa. Como no veía el sol, decidió
quedarse un poco más hasta que cesara la lluvia, Antes
de comenzar a llover Walter ya había regresado, sin haber
cogido nada, donde su padre. Resultó que los buitres fueron
a posarse alrededor de la encina y no pudo bajar hasta que no
se marcharon de nuevo. Pepe, a causa de la lluvia había
hecho una especie de cabaña para protegerse y poder comer
sin mojarse. Ambos estaban refugiados en la cabaña de hojarasca
esperando a Ludoviket que no venía. Fueron a buscarlo al
alcornoque de La Caprillada donde lo encontraron dormido a causa
del ronroneo de la lluvia. Así lo hallaron y estaba soñando
en aquel momento que un ciervo se asomaba por ranura del alcornoque
y que le lamía la cara con la lengua. Sin embargo, al despertarse,
vio que era Walter que lo estaba despertando con un trapo mojado.
Su padre, al contrario de otras veces, no lo riñó
por haberse dormido, pues fue mayor la alegría de encontrarlo
sano que el enfado que anterior- mente le había provocado.
Todos contentos fueron a comer
a la cabaña mientras la lluvia iba aflojando poco a poco.
Después de comer arrancaron todavía un poco más
de leña hasta hacer un buen montón para, otro día,
ir a recogerla con el carro. Al atardecer, antes de la puesta
del sol, regresaron a casa todos muy contentos, pero especialmente
Ludoviket por haber encontrado el pergamino de a leyenda en verso
de San Julián y de Santa Basilisa.
Fuente: .
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