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Terra Santa

Nazaret II

Juan Pablo Montes

Presentamos en esta segunda parte de Nazaret la Basílica de San José, la sinagoga, el lugar desde donde quisieron despeñar a Cristo y la capilla de Nuestra Señora del Pasmo.

Basílica de San José

En él aparece una alta columna que sirve de pedestal para la estatua de la Virgen María que se yergue a lo alto dominando a las iglesias de Nazaret construidas en los parajes donde Jesús se crió y pasó los primeros treinta años de su vida terrena.

“Nazaret, y este lugar en particular, quedaría para la posteridad como el lugar de la infancia y juventud de Jesús y la escuela de María”[3].



Templo-Sinagoga

El Templo-Sinagoga se sitúa en una elevación que domina a la Basílica de la Anunciación.

Esta Iglesia, se la llamó también “la escuela del Mesías” es una sala rectangular de 9,20 metros por 8,00 metros.

Según a una tradición que se remonta al siglo VI, éste es lugar en donde estaba la sinagoga en la que el Verbo Encarnado, predicó hasta que tuvo la seria confrontación con los judíos de Nazaret[4].

Jesucristo resaltó en aquel discurso que todos los hombres: judíos y gentiles estaban llamados a entrar al Reino de los Cielos, no era un privilegio exclusivo para los hijos de Abraham.

Jesús había dicho: En verdad os digo que ningún profeta es acepto en su propia tierra (Lc 4,24)[5].

El lugar del despeñamiento

La Sagrada Escritura nos relata la actitud de los habitantes de Nazaret con respecto a Jesús, luego de su sermón en la Sinagoga: Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle.
Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó (Lc 4,28-30).

Se señala como lugar de este suceso evangélico, una cima llamada “Gebel el-Qafsé, que domina desde una altura de trescientos metros el Valle de Esdrelón”[6].

Cumplíase nuevamente la Escritura: Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron (Jn 1,11). Los suyos son los israelitas, el Pueblo de Dios[7], su heredad predilecta, que estaban llamados para ser un reino de sacerdotes y una nación santa (Ex 19,6).

¿Por qué habrán actuado así, aquellos conciudadanos de Cristo, que lo vieron crecer durante su vida oculta en Nazaret?

Porque no asienten –por su incredulidad- a la predicación evangélica[8]. Jesucristo conocía lo que en el hombre había (Jn 225), y sabía muy bien que, tampoco los milagros, los convertiría[9]. Los fariseos son un ejemplo preclaro de lo dicho: Este no echa a los demonios sino por el poder de Beelzebul (Mt 12,24).

Capilla de Nuestra Señora del Pasmo

... una espada atravesará tu alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones (Lc 2,35).

De esta manera, la Providencia, preparaba poco a poco a María Santísima, para que, luego, pudiera ofrecer, como Abraham[10] a su Hijo en Sacrificio grato a Dios. Ella sabía que el Verbo Encarnado debía morir en la Cruz.

Escribe el sacerdote Miguel Ángel Fuentes VE:

“La tradición dirigió inmediatamente sus pensamientos a un testigo mudo y horrorizado, de este suceso, y reflexionando sobre los sentimientos que debió experimentar María en aquella hora, erigió en las cercanías una capilla bajo la advocación de Santa María del Temblor”[11].

Bibliografía

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