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El otro turno

Después de caminar varias cuadras acompañando la procesión, un inspector me llama. "Señor, por favor colóquese acá y nos ayuda"… Inesperadamente alguien faltó a su turno y soy llamado a cubrir su ausencia. Pero no es tan solo una suerte, es una oportunidad de repetir el acto del Sireneo, no con Cristo, sino con uno de mis hermanos. "Lo que a ellos les hagaís, a mí me lo harás"…
Tomo el anda en mis hombros, y después de un Padre Nuestro, le pido a Jesús que antes que todo, escuche la oración de aquel que por cualquier razón no pudo estar puntual a la cita con Él.
Quizá una enfermedad, el trabajo o compromisos ineludibles lo alejaron del punto en que debía estar esperando a Jesús. Imposible que haya sido negligencia, pues al igual que yo, estoy seguro que hizo largas colas para adquirir su turno. Pero ahí me has puesto, Jesús, para ayudarte y para ayudarlo, para ser el moderno Sirineo que carga con el peso de otro.
Y Tú me iluminas también Jesús, para que no sea egoísta y piense solo en mí sino para que piense en aquella persona que está lejos de Tí, pero que en sus pensamientos y en su corazón está sintiendo el peso del anda en sus hombros y está haciéndote una oración que pese a la distancia y a su ausencia, Tú escucharás.
Paso a paso, voy llegando a la esquina y aprovecho aquel momento para pedirte también un poquito más por mi… para renovar mis oraciones y para darte las gracias por esta doble oportunidad que me das de estar nuevamente a tus pies y de llevarte en mis hombros… "Jesús… gracias por hacerme intermediario entre mi prójimo y Tú…"
Y sigo caminando pausada y lentamente en las filas, hasta que llegue el momento de nuestro reencuentro, de mis minutos destinados a tenerte en mis hombros y presentarte mis peticiones y mis agradecimientos.



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