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Etá a tu lado

Jesús, nuestro padre celestial me envió un hijo, una criaturita que tenía una misión que cumplir, un sendero que caminar… lo tuve en mis brazos, tiernito, mínimo, pequeñito, silencioso, desnudito… No vino para vivir, vino para hacerme ver mi debilidad ante tu gran poder, para ver mi sumisión ante tu voluntad, para ver en él, un poco de ese gran martirio que Tú padeciste aquel Viernes Santo… En pocos días regresó al cielo convertido en un angelito de esos que se van con el alma limpia como la nieve, cristalina como el agua pura, iluminado por el espíritu Santo gracias a la luz del bautismo, y rodeado por querubines que le acompañaron en su larga agonía…

Sé muy bien, Jesús, que él es un angelito que te acompaña, y estoy seguro también de que hoy, cuando tome mi turno para llevarte en mis hombros, ese angelito irá prendido de mis brazos, secando mis lágrimas, transportando hacia Tí mis oraciones, suavizando el dolor de mi corazón herido, acompañándome como se lo prometí cuando te pedía que le permitieras vivir, cuando aún tenía esperanzas de que lo dejarías conmigo y le concederías el gozo de ser un devoto más tuyo, cuando tenía fe en que le vería andar de mi mano, acompañándote…

Y aún, cuando viendo su agonía te pedí que se hiciera tu voluntad, y que le aliviaras aquel calvario indescriptible que estaba padeciendo, aquella triste similitud que durante diecisiete días me hizo recordar las doce horas de tu martirio.

Hoy sé que él me acompaña, que va de mi mano cuando te llevo en mis hombros, que goza por la vida celestial que le has concedido, que convierte mis lágrimas de tristeza en manantiales de consuelo, y sé que un día, cuando yo tenga que ir a tu presencia celestial, él estará esperándome para acompañarme, como lo hace hoy, cuando llevo tu peso. El está a mi lado, permanece a lado de sus hermanitos, pero por sobre todo, revestido de la blanca pureza que brinda el Espíritu Santo, está a tu lado…



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