LOS
GACIOS DE SAN ANDRÉS. UNA CURIOSA TRADICIÓN DEL NORTE
DE LA PALMA
José G. Rodríguez Escudero
Santa Cruz de la Palma, marzo 2008
En el Domingo de Pascua,
tras la solemne misa de mediodía, tiene lugar la tradicional
procesión del Resucitado, la Virgen y San Juan Evangelista
en el histórico templo de San Andrés Apóstol
(Villa de San Andrés y Sauces).
Primero sale la imagen del Señor
acompañado por la cruz parroquial, el estandarte, el sacerdote,
decenas de feligreses y la banda de música uniformada. Va
entronizado en las anchas y antiguas andas usadas por el Señor
del Gran Poder, adornadas con flores frescas y velas encendidas.
Sobre ellas también se colocan los cuatro angelitos de la
pasión que custodian la talla.
La procesión asciende lentamente
la empinada cuesta de la iglesia y la rodea luego bajando por la
“calle de atrás”. Cuando llega al final de la
misma, se detiene.
Momentos después sale la majestuosa
Inmaculada con su gran manto azul bordado, gran corona y larga melena
natural a la que precede las pequeñas andas de San Juan.
Ambas imágenes descienden en silencio la cuesta hacia la
“calle de abajo” acompañadas por niños
y niñas que portan ramilletes de los llamados “gacios”.
Así se denominan en esta zona de La Palma a unos arbustos
verdes y silvestres cuyas flores tienen un vivo color amarillo.
En dicha calle empedrada se produce el
encuentro entre “San Juanito” y el Resucitado. Para
ello se forma un largo pasillo de espectadores por el que avanza
el tronito del santo mientras sus cargadores delanteros hacen tres
genuflexiones ante el Señor a medida que se acerca a él.
Parece que es la propia imagen la que se arrodilla. Luego lo giran
y en rápida carrera llega a donde aguarda la Virgen. Durante
el curioso traslado, los costaleros de atrás tienen que agarrarlo
también por los pies para que no se parta la espiga que lo
une al madero. Una vez concluye la carrera, la Inmaculada, junto
con San Juan, acude al encuentro de la imagen de Cristo y se produce
el emotivo encuentro entre los aplausos y vítores de la concurrencia.
En ese preciso instante empiezan a repicar frenéticamente
las campanas de la iglesia y la banda de música comienza
a interpretar una pieza. Son unos momentos cargados de emoción.
Tras esta teatral puesta en escena, que
nos recuerda al “Punto en la Plaza” de Santa Cruz de
La Palma, la procesión continúa subiendo hacia la
iglesia donde las tres imágenes entran y son entronizadas
en sus respectivos lugares.
Fuera del templo, todos los niños
y niñas presentes - con los ramos de gacios bien sujetos
- forman dos hileras desde el pórtico hasta el final de la
plaza y hasta donde comienza la cuesta empedrada. Aguardan expectantes
la salida del sacerdote. Los minutos se hacen interminables. Algún
chiquillo aparece corriendo desde el interior gritando: “¡Ya
viene, ya viene!”. Cuando el cura sale – con semblante
de lógica preocupación ya que sabe lo que se avecina
- un griterío lo recibe y éste emprende una veloz
carrera hacia la casa parroquial, al otro lado de la cuesta. Los
niños, que flanquean su paso, comienzan a golpearlo con los
gacios mientras el “pobre” párroco, agachado,
se protege la cara con sus manos hasta que llega al zaguán
de su domicilio. Tras cerrar el portón, el cura – ya
a salvo – abre las ventanas del piso superior y – sin
rencor alguno - comienza a lanzar a los chiquillos numerosas estampitas,
caramelos y monedas.
Un largo pasillo de flores y pétalos
amarillos y hojas verdes de “gacios” entre la iglesia
y la casa del cura es el curioso rastro que deja una de las más
peculiares maneras de celebrar la Pascua de Resurrección
en todo el Archipiélago.