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               | ANEXO 
                Nº 2
 “Velad y Orad”
 
  
                 “Que 
                  alegría cuando me dijeronvamos a la casa del Señor,
 ya están pisando nuestros pies
 tus umbrales Jerusalén.”
 (Salmo 122)
  
                 El pueblo 
                  judío expresaba así su júbilo y alegría 
                  al pisar la ciudad santa de Jerusalén, convertida en 
                  sede del Templo y del Arca y por lo tanto, la meta por excelencia 
                  del deseado “viaje santo” expresado también 
                  en el salmo 84.
 Tres veces al año, los varones israelitas debían 
                  presentarse ante el Señor, es decir, dirigirse al templo 
                  de Jerusalén: Esto daba lugar a tres peregrinaciones 
                  con ocasión de las fiestas de los Ácimos (la Pascua), 
                  de las Semanas (Pentecostés) y de los Tabernáculos.
 
 Desde que Jesús ha dado cumplimiento en si mismo al misterio 
                  del Templo y ha pasado de este mundo al Padre, realizando en 
                  su persona el éxodo definitivo, para nosotros, sus discípulos, 
                  ya no existe ninguna peregrinación obligatoria; toda 
                  nuestra vida es un camino hacia el santuario celeste, y la misma 
                  Iglesia dice de si que “es peregrina en este mundo”.
 
 Sin embargo, la Iglesia, dada la conformidad que existe entre 
                  la doctrina de Cristo y los valores espirituales de la peregrinación, 
                  no sólo ha considerado legítima esta forma de 
                  piedad, sino que la ha alentado a lo largo de su historia.
 
 La peregrinación constituye una experiencia religiosa 
                  universal, siendo una expresión característica 
                  de piedad popular.
 
 Desde distintos lugares de España, habéis venido 
                  hasta Baeza para celebrar un encuentro de hermanos motivado 
                  por un hondo sentimiento de piedad y devoción en torno 
                  al misterio de la pasión, muerte y resurrección 
                  de Nuestro Señor, concretamente, en el momento trascendental, 
                  como más adelante veremos, de su Oración en el 
                  Huerto de los Olivos.
 
 Vuestro viaje hasta aquí, constituye pues, una auténtica 
                  peregrinación en el más estricto sentido cristiano 
                  del término, porque en el se dan todas las dimensiones 
                  esenciales, que determinan su espiritualidad.
 
 Dimensión escatológica: La peregrinación, 
                  “camino hacia el santuario”, es momento y parábola 
                  del camino hacia el Reino. Las Cofradías y Hermandades, 
                  como asociaciones de fieles que son, viven, y ahora en esta 
                  peregrinación así lo significáis, su fe 
                  en la esperanza de alcanzar, tras el camino de esta vida, la 
                  que no se extingue, ni muere nunca.
 
 Dimensión penitencial: La peregrinación 
                  se configura como un camino de conversión. Habéis 
                  llegado hasta aquí, para postraros ante la figura de 
                  Jesús orante, y llevar a cabo una profundización 
                  en vuestro ser y quehacer de cofrades, es decir de cristianos 
                  auténticos comprometidos.
 
 Este caminar nos ha de llevar a un recorrido interior que va 
                  desde la toma de conciencia de nuestro propio pecado y de los 
                  lazos que nos atan a las cosas pasajeras e inútiles, 
                  hasta la consecución de la libertad interior y la comprensión 
                  del sentido profundo de la vida.
 
 Dimensión festiva: En la peregrinación 
                  la dimensión penitencial coexiste con la festiva. El 
                  gozo de la peregrinación cristiana es prolongación 
                  de la alegría del peregrino piadoso de Israel; “Que 
                  alegría cuando me dijeron...”.
 
 La peregrinación es, y a ello os invito de todo corazón, 
                  una ocasión única para expresar la fraternidad 
                  cristiana, para dar lugar a momentos de convivencia y de amistad, 
                  para mostrar la espontaneidad, que con frecuencia está 
                  reprimida.
 
 Dimensión cultual: La peregrinación 
                  es esencialmente un acto de culto; en el programa previsto para 
                  este encuentro cofrade, como no podía ser de otra forma, 
                  el culto ocupa el lugar primordial, así, vosotros, peregrinos, 
                  caminaréis al encuentro con Dios, para estar en su presencia 
                  tributándole el culto de adoración y abrirle vuestros 
                  corazones.
 
 Dimensión apostólica: La situación 
                  itinerante del peregrino presenta, de nuevo, en cierto sentido, 
                  la de Jesús y sus discípulos, que recorrían 
                  los caminos de Palestina para anunciar el evangelio de la salvación, 
                  porque, los cofrades, en vuestras actividades y acciones, en 
                  esa peregrinación anual que son las estaciones de penitencia, 
                  prestáis vuestro esfuerzo a la Nueva Evangelización 
                  que nos pide con insistencia el Santo Padre; porque no olvidemos 
                  que la Nueva Evangelización es como siempre poner a Cristo 
                  en el Centro de nuestras vidas.
 
 Dice Juan Pablo II en la “Catequesis Tradendae”: 
                  en el centro siempre Cristo y el misterio de la redención. 
                  Cristo es el único que puede salvar. Igual que los enfermos 
                  y los pobres se acercaban a Cristo, pidiendo la curación 
                  y el remedio, así lo hace la gente sencilla ante las 
                  imágenes de Jesús Nazareno y del Crucificado.”
 
 Finalmente, Dimensión de Comunión: 
                  Quienes, peregrinos, acuden a la llamada, como vosotros habéis 
                  hecho, están en comunión de fe y de caridad, no 
                  sólo con los compañeros con quienes realizan “el 
                  santo viaje” sino con el mismo Señor, que camina 
                  con ellos como caminó al lado de los discípulos 
                  de Emaus.
 
 Ya estáis aquí, habéis hecho la primera 
                  etapa de vuestra peregrinación cofrade, ahora, acompañados 
                  y acompañantes del Jesús que pide al Padre su 
                  protección y ayuda, detengámonos con sosiego, 
                  en la meditación profunda del mandato del Señor: 
                  “Velad y Orad para no caer en la tentación”.
 
 La escena de la Oración de Jesús en el Huerto 
                  de los Olivos la refieren los cuatro evangelistas, valga por 
                  todos el relato de San Mateo:
 
 “Entonces va Jesús con ellos a una finca, llamada 
                  Getsemaní, y dice a sus discípulos:
 - Sentaos aquí, mientras voy allí a orar.
 
 Y, tomando consigo a Pedro y a los hijos del Zebedeo (Santiago 
                  y Juan), comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces 
                  les dice:
 
 - Mi alma está triste con tristeza de muerte; quedaos 
                  aquí y velad conmigo.
 
 Y adelantándose un poco (“como un tiro de piedra” 
                  Lc 22,41), cayó rostro en tierra, y suplicaba así:
 
 ¡Padre mío!, si es posible, que pase de Mí 
                  este cáliz; pero no sea como Yo quiero, sino como quieres 
                  Tú.
 
 Viene entonces a los discípulos y los encuentra dormidos, 
                  y dice a Pedro:
 
 - ¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad 
                  y orad para que no caigáis en tentación; porque 
                  el espíritu está pronto, pero la carne es débil.
 
 Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así:
 
 - ¡Padre mío! Si este cáliz no puede 
                  pasar sin que Yo lo beba, hágase tu voluntad.
 
 Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues 
                  sus ojos estaban cargados. Los dejó y se fue a orar por 
                  tercera vez, repitiendo las mismas palabras”
 
 San Lucas añade el estremecedor detalle del sudor de 
                  sangre: “Entonces se le apareció un ángel 
                  venido del cielo, que le confortaba. Y sumido en agonía, 
                  oraba con mayor insistencia. Su sudor se hizo como gotas espesas 
                  de sangre que caían al suelo” (Lc 22, 43-44)
 
 Aquí, nace toda la razón de vuestro ser como asociación 
                  de fieles cristianos que se agrupan en torno a este misterio 
                  de la Pasión del Señor.
 
 Los cofrades quieren y deben vivir, intensamente, su fe en torno 
                  a los Sagrados Misterios de la Pasión del Señor 
                  y de los Dolores de su Santísima Madre, y como células 
                  vivas de la Iglesia que son, integradas por hombres y mujeres, 
                  que viven su fe, y por tanto la práctica religiosa, de 
                  forma especial, el culto y la participación en los sacramentos, 
                  tienen que plantearse, muy seriamente, la razón de su 
                  carisma fundacional. No podemos sólo sentirnos miembros 
                  de la corporación el día de la estación 
                  de penitencia.
 
 ¿Cuál es la espiritualidad de las Cofradías 
                  de la Oración en el Huerto?
 
 Las diversas espiritualidades, dentro del Cristianismo, son 
                  diversas maneras de imitar a Cristo, o mejor dicho, parcelas 
                  especializadas en una imitación que es imposible abarcar 
                  en su totalidad y en grado sumo. Cada forma de espiritualidad 
                  trata de cultivar, con profundidad mayor, la imitación 
                  de Cristo en alguna faceta particular de su fisonomía.
 
 En este sentido, los que os congregáis en torno a este 
                  misterio, tratáis de imitar a Jesús orante en 
                  el momento supremo de entregar su vida para la redención 
                  de los hombres.
 
 ¿Qué nos dice la escena?
 
 Salvador Muñoz Iglesias en su libro dedicado a los misterios 
                  del Santo Rosario escribe:
 
 “Si Jesús antes de acometer el doloroso drama 
                  de la pasión se retira a orar, nos está indicando 
                  que en la oración debemos buscar nosotros la ayuda necesaria 
                  en los momentos difíciles de la vida. No se trata de 
                  conseguir evitarlos; es cuestión de buscar dónde 
                  se puede obtener el valor para sobrellevarlos.
 
 Abiertamente lo recomienda Jesús a sus apóstoles 
                  en Getsemaní cuando les dice: Velad y Orad; para que 
                  no caigáis en tentación. Y sobre todo, cuando 
                  añade: porque el espíritu está pronto, 
                  pero la carne es débil.
 
 Tan débil es la carne, que aun la suya-asumida por el 
                  Verbo en la Encarnación- de tal manera rehuye los sufrimientos 
                  y la muerte, que hasta le pide al Padre: si es posible, pase 
                  de mí este cáliz.
 
 Pues no digamos nosotros: el espíritu está pronto 
                  y hace – como Pedro - protestas de fidelidad a todo trance; 
                  pero la carne es débil como se verá a la hora 
                  de cantar el gallo.
 Jesús, reconfortado en la oración, terminó 
                  diciendo “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
 
 ¡Gran lección para nosotros!
 
 Es consolador saber que nuestra repugnancia a los sufrimientos 
                  y a la muerte no es pecado, puesto que El pasó por ella. 
                  Pero su ejemplo nos enseña que en la oración podemos 
                  recabar la ayuda para ajustarnos, como El, a la voluntad del 
                  Padre.
 
 Por otra parte, la oración de Jesús en el Huerto, 
                  que tan pormenorizadamente nos han conservado los Evangelistas, 
                  es – no podía menos de serlo- modelo de perfecta 
                  oración.
 
 El Catecismo nos enseñó que las condiciones de 
                  la buena oración son cuatro: atención, humildad, 
                  confianza y perseverancia.”
 
 La Oración del Huerto es modelo acabado de estas cuatro 
                  condiciones:
 
 Atención. Jesús, para orar, se retira del bullicio. 
                  Abandona la ciudad, que aquella noche ardía en fiestas, 
                  y se refugia, pasado el torrente Cedrón, en una finca 
                  privada.
 Llegados al Huerto, se desprenden del grupo, llevándose 
                  consigo sólo a Pedro, Santiago y Juan. A estos les hace 
                  saber la necesidad que tiene de su compañía; pero, 
                  a pesar de todo, terminó alejándose de ellos.
 
 Y allí, totalmente sólo, ora.
 
 Humildad. Hace falta mucha humildad para confesar a los apóstoles 
                  que está triste, con tristeza de muerte, y que necesita 
                  de su compañía: “Quedaos aquí, y 
                  velad conmigo”
 
 Estaban acostumbrados a verle pasar horas enteras de oración, 
                  pero nunca le habían oído pedirles que le acompañaran, 
                  y por supuesto, jamás angustiado como esta noche.
 
 Finalmente, manifestó esta misma humildad ante el Padre 
                  con su postura física en la oración: “cayó 
                  rostro en tierra”.
 
 Confianza. Jesús, en los momentos de angustia, próximos 
                  a la sensación completa de abandono, sigue invocando 
                  a Dios con el dulce nombre de padre. Su humanidad doliente se 
                  dirige a Dios llamándole ¡Padre mío! en 
                  el momento en que la Justicia Divina va a descargar sobre el 
                  los azotes que habían merecido nuestros pecados.
 
 Perseverancia. San Lucas (18, 1-7) nos ha conservado la parábola 
                  de la viuda inoportuna y el juez inicuo, con la que Jesús 
                  pretendía inculcar a los discípulos que ”es 
                  preciso orar siempre sin desfallecer”. Y en la Oración 
                  del Huerto, el Maestro ponía en práctica sus enseñanzas. 
                  Los Evangelistas nos refieren que aquella noche oró tres 
                  veces “repitiendo las mismas palabras” (Mt 26, 44; 
                  Mc 14, 39).
 
 Entremos así de nuevo en la escena del Huerto, y ahora 
                  lo hacemos de la mano de Martín Descalzo, entremos “asombrados, 
                  avergonzados, dispuestos al desconcierto e, incluso, al escándalo”.
 
 Porque la escena del Huerto de los Olivos es la más desconcertante, 
                  y probablemente, la más dramática de todo el Nuevo 
                  Testamento. Es el punto culminante de los sufrimientos espirituales 
                  de Cristo. Aquí estamos – en frase de Ralh Gorman 
                  – ante uno de los más profundos misterios de nuestra 
                  fe; ante – como afirma Lanza del Vasto – una página 
                  nueva y única en todos los libros sagrados de la humanidad. 
                  Efectivamente, jamás escritor alguno hizo descender tan 
                  hondo a su campeón y menos si veía en él 
                  a un dios. Esta imagen de un dios temblando, empavorecido, tratando 
                  de huir de la muerte, mendigando ayuda, es algo que ni la imaginación 
                  más calenturienta hubiera podido soñar.
 
 Ahora tenemos que preguntarnos porque este miedo terrible, porque 
                  este espanto inédito. ¿Simple temor a la muerte? 
                  ¿Pánico ante la cruz y los azotes? ¿Terror 
                  a la soledad?
 
 Evidentemente tiene que haber algo más allá, mas 
                  horrible y profundo.
 
 La muerte, el dolor físico, son evidentemente muy poco 
                  para quien tiene la fe que Jesús tenía. Tuvo que 
                  haber más, mucho más. Tuvo que haber razones infinitamente 
                  más graves que el puro miedo al dolor.
 
 Sólo una explicación teológica puede ayudarnos 
                  a entender esta escena. Y esa explicación es que en este 
                  momento Jesús penetra, vive en toda su profundidad la 
                  hondura de lo que la redención va a ser para él. 
                  En este instante Jesús asume en plenitud todos los pecados 
                  por los que va a morir. En este momento en que comienza su pasión, 
                  Cristo “se hace pecado” como se atrevería 
                  a decir con frase espeluznante san Pablo.
 
 ¡Morir! ¡Eso no es gran cosa! ¡Eso es cosa 
                  de hombres, parte de la aventura humana! Pero aquí no 
                  se trataba de morir, sino de redimir, es decir de incorporar, 
                  de hacer suyos, todos, los pecados de todos los hombres, para 
                  morir en nombre y en lugar de todos los pecadores.
 
 Solemos pensar que Jesús “cargo” con los 
                  pecados del mundo, como quien toma un saco y lo lleva sobre 
                  sus espaldas. Pero eso no hubiera sido una redención. 
                  Para que exista una verdadera redención debe haber una 
                  verdadera sustitución de víctimas y la que muere 
                  debe hacer suyas todas esas culpas por las que los demás 
                  estaban castigados a la muerte eterna.
 
 Hacerlas suyas, incorporarlas, es casi tanto como cometerlas. 
                  Jesús no pudo “cometer” los pecados por los 
                  que moría. Pero si de alguna manera no los hubiera hecho 
                  parte verdadera de su ser, no habría muerto por esos 
                  pecados. Y no se trata de uno, de dos, de cien pecados. Se trata 
                  de todos los pecados cometidos desde que el mundo es mundo hasta 
                  el final de los tiempos. Un solo pecado que el no hubiera hecho 
                  suyo, habría quedado sin redimir, sin posibilidad de 
                  verdadero perdón.
 
 Así pues, el no estaba haciéndose autor de los 
                  pecados del mundo, pero si los tomaba por delegación, 
                  si los incorporaba a si. Se hacía “pecador”, 
                  se hacía “pecado”.
 El Papa Juan Pablo II en su carta apostólica Rosarium 
                  Virginis Mariae nos dice en el número 22 dedicado a los 
                  misterios dolorosos:
 
 “El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, 
                  donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente 
                  a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne 
                  se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo 
                  se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y 
                  frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre 
                  “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42 
                  par). Este “si” suyo cambia el “no” 
                  de los progenitores en el Edén. Y cuánto le costaría 
                  esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los 
                  misterios siguientes, en los que, con la flagelación, 
                  la coronación de espinas, la subida al calvario y la 
                  muerte en la Cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce 
                  Homo!”
 
 Todo esto para nosotros no significa nada. El hombre sabe muy 
                  bien vivir con su pecado, sin que esto le desgarre. El hombre 
                  no sabe lo que es el pecado; o, si lo sabe, lo olvida; o, si 
                  lo recuerda, no lo mide en su profundidad.
 
 Pero Jesús sabía en todas sus dimensiones lo que 
                  es un pecado: lo contrario de Dios, la rebeldía total 
                  contra el creador.
 
 Estaba, pues, haciendo suyo lo que era contrario de si mismo. 
                  Estaba incorporando lo radicalmente opuesto a la naturaleza 
                  de su alma de hombre – Dios. Estaba convirtiéndose, 
                  por delegación, en enemigo de su Padre, en “el” 
                  enemigo de su Padre, puesto que recogía en si todos los 
                  gestos hostiles a Él. Hacerse pecado era para Jesús 
                  volver del revés su naturaleza, dirigir todas sus energías 
                  contra lo que con todas sus energías era y vivía.
 
 ¿Quién no sentiría vértigo al creer 
                  todas estas cosas, si verdaderamente creyéramos en ellas? 
                  Ahora sí, ahora se explica todo el desgarramiento. Nunca 
                  jamás en toda la historia del mundo y en la de todos 
                  los mundos posibles ha existido nada, ni podrá existir 
                  nada, más horrible que este hecho de un Dios haciéndose 
                  pecado. Cualquier sudor de sangre, cualquier agonía humana, 
                  no será nada más que un pálido reflejo 
                  de este espanto.”
 
 ¿Nos hemos parado a pensar, seriamente, todo lo que encierra 
                  la bellísima iconografía en la que Cristo postrado 
                  en tierra es consolado por el ángel?... A que lo tomemos 
                  muy en serio os invito, a que aprovechemos nuestros actos de 
                  culto, y nuestras visitas a la sagrada imagen, para detenernos 
                  y pensar en lo que Jesús nos quiere decir a través 
                  de este misterio; y a partir de ahí, lanzarnos al mundo 
                  para ser instrumento, como nos pide el Papa en la exhortación 
                  apostólica “Vocación y Misión de 
                  los Laicos” de santidad en la Iglesia, favoreciendo y 
                  alentando una unidad más íntima entre la vida 
                  práctica y la fe, acogiendo y proclamando la verdad sobre 
                  Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre. Nuestras cofradías 
                  deben ser y constituirse en un lugar en el que se anuncia y 
                  propone la fe y en el que se educa para practicarla en todo 
                  su contenido. Deben perseguir, ante todo, el “fin apostólico 
                  de la Iglesia” que es la evangelización y satisfacción 
                  de los hombres y la formación cristiana de sus conciencias, 
                  de modo que consigan impregnar con el espíritu evangélico, 
                  a las comunidades y ambientes.
 
 En este año del Rosario, María, de un modo especial, 
                  se nos muestra como madre y maestra en el seguimiento de Cristo.
 
 María está ahí, al lado de Jesús, 
                  en la realización histórica del plan de salvación 
                  trazado por el Padre. Fue el quien la eligió para ese 
                  puesto, y quiso contar con su asentimiento para llevar a cabo 
                  el misterio de la encarnación redentora. Por este destino 
                  María queda convertida en pieza clave, subordinada a 
                  Jesús, en la obra de la redención.
 
 Así lo vio el Patriarca y Obispo de Madrid, D. Leopoldo 
                  Eijo Garay en este bello soneto:
  
                 
                  Flaquea de Jesús la recidumbre:suda sangre en el Huerto, y Dios le envía
 un ángel que lo alienta en su agonía
 Hasta llegar del Gólgota a la cumbre.
 Más luego, de su Cruz la pesadumbre
 postrolo en tierra y ni sentir podía.
 Ya un ángel no bastaba... y fue María
 a erguirlo de sus ojos con la lumbre.
 Clávense ambos en mirar profundo
 Él de Ella dice “El mundo aguarda Hijo,
 tu Sacrificio en bienes tan fecundo!”
 Y recobró vigor el moribundo.
 La besó con sus ojos y le dijo
 “¡si, Madre, llegaré... salvaré al 
                  mundo!”
  
                 En Juan 
                  todos fuimos confiados por Jesús a su madre. Para ella 
                  somos un signo del amor del hijo, y a todos nos ama en el amor 
                  a él.
 Visto así, el amor de María a los hombres arranca 
                  de su amor a Cristo, y en él se hace eficaz e indefectible. 
                  Si María no puede olvidarse del hijo, tampoco se olvidará 
                  de los hombres. La vida puede despertar en nosotros sentimientos 
                  de fracaso e impotencia. Nuestras faltas y pecados pueden hacer 
                  que nos sintamos indignos de que Dios nos escuche. La maternidad 
                  de María, proclamada en el Calvario, ha de ser en esos 
                  momentos un incentivo a la esperanza. Allí esta ella 
                  al lado de su hijo, interesada por el hombre. Su oración 
                  no puede ser desviada. Este recuerdo de la madre será 
                  un estímulo que nos abrirá a la esperanza y al 
                  encuentro directo con Cristo. Ella sigue repitiendo las palabras 
                  de Caná: “Id a El y haced lo que os diga”.
 
 Él, hoy nos dice y encomienda, a todos, el estar vigilantes 
                  ante las asechanzas de un mundo descreído y por el que 
                  Él se sometió a la muerte y muerte de Cruz, y 
                  a orar, para implorar del cielo la gracia de Dios que convierte 
                  los corazones de los hombres “de corazones de piedra en 
                  corazones de carne”.
 
 Que esta asamblea, celebrada en Baeza con motivo del 125 aniversario 
                  de la fundación de la Cofradía de la Sagrada Oración 
                  de Jesús en el Huerto, propicie para todas las hermandades, 
                  que se acogen a esta hermosa advocación de la Pasión 
                  de Cristo, un nuevo y renovado impulso apostólico, un 
                  remar con valentía “mar adentro”, como nos 
                  pide el Santo Padre en la “Tertio Millenio Ineunte”.
 
 Hemos de sentir con más fuerza, cada día la responsabilidad 
                  de obedecer el mandato del Señor: “Id por todo 
                  el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la Creación” 
                  (Mc 16). Una grande, comprometedora y magnífica empresa 
                  ha sido confiada a la Iglesia, escribe el Papa en la Chistifideles 
                  Laici: “La de una Nueva Evangelización de la que 
                  el mundo actual tiene gran necesidad. Los files laicos, -nosotros-, 
                  han de sentirse, -hemos de sentirnos-, parte viva y responsable 
                  de esta empresa, llamados como están a anunciar y vivir 
                  el Evangelio en el servicio, y a las exigencias de las personas 
                  y de la sociedad”.
 
 Y como el Señor nos mandó en el Huerto orar, termino 
                  dirigiendo mi plegaria a la que es maestra en la oración: 
                  María.
 
                 
                  Tu que junto a los apóstoleshas estado en oración en el cenáculo
 esperando la venida del Espíritu de Pentecostés,
 invoca su renovada efusión
 sobre todos los cofrades, hombres y mujeres,
 para que correspondan plenamente
 a su vocación y misión,
 como sarmientos de la verdadera vid
 llamados a dar mucho fruto
 para la vida del mundo.
 Virgen Madre,
 guíanos, y sostennos para que vivamos siempre
 como auténticos hijos
 de la Iglesia de tu Hijo,
 y podamos contribuir a establecer, sobre la tierra,
 la civilización de la verdad y del amor,
 seguir el deseo de Dios
 y para su gloria
 Amén.
 
                Francisco Garrido Garrido |  
                
                
                
                
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