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               | ANEXO 
                Nº 3
 “Cofradías y Acción Social en el S. XXI”
 
  
                 1. 
                  Agradecimientos
 No quisiera comenzar esta exposición sin manifestar antes 
                  mi agradecimiento, tanto a Víctor, hermano mayor de la 
                  Cofradía de la Sagrada Oración en el Huerto de 
                  los Olivos de Baeza, como a los miembros de la Comisión 
                  para el CXXV aniversario de la misma, por su amabilísima 
                  invitación a participar en este Congreso, brindándome 
                  la inmerecida oportunidad de elaborar esta ponencia. Vayan también 
                  para ellos mis más sinceras felicitaciones por el espléndido 
                  trabajo de organización que han llevado a cabo, logrando 
                  que este importante acontecimiento constituya un verdadero éxito 
                  a todos los niveles.
 
 2. Introducción
 
 Cuando la Comisión encargada de organizar este Congreso 
                  me propuso participar en él en calidad de ponente, me 
                  asaltó una duda: ¿qué podía aportar 
                  alguien como yo a un evento de estas características? 
                  De hecho, el ámbito en el que me muevo habitualmente 
                  parece no encajar demasiado con el tema de este Congreso. Sin 
                  embargo soy cofrade, lo llevo en la sangre algo por otra parte 
                  realmente fácil si uno ha nacido en la ciudad de Baeza, 
                  y desde siempre me ha interesado el papel que la Cofradía 
                  debe desempeñar en una sociedad moderna. Mucha gente 
                  pensará, en este mundo donde el progreso se ha convertido 
                  en el nuevo Becerro de Oro, valorado incluso por encima del 
                  propio ser humano, sin prestar atención siquiera a nuestra 
                  propia supervivencia como especie, que la Cofradía es 
                  una institución caduca y trasnochada, cuyas manifestaciones 
                  culturales constituyen un pretexto para atraer al turismo, y 
                  poco más. ¡Nada más lejos de la realidad! 
                  Vivimos un momento histórico que necesita urgentemente 
                  un revulsivo capaz de arrancar de su letargo a nuestra sociedad, 
                  cada día más adormecida por el consumismo y la 
                  publicidad. Para acometer esta tarea, en primer lugar es necesario 
                  asociarse y unir nuestras fuerzas, y en segundo, actuar para 
                  ser fermento de una nueva sociedad donde reine la Justicia y 
                  se dé prioridad al ser humano. Por lo tanto, si logramos 
                  que la Cofradía recupere plenamente su papel de asociación 
                  de fieles cristianos, capaces de unirse para cambiar el entorno 
                  social, habremos recorrido la mitad del camino.
 
 "Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvirtúa, 
                  ¿con qué se salará?" (Mt, 5, 13). 
                  Así de contundente se muestra Jesús cuando explica 
                  a sus discípulos que es necesario convertirse en fermento 
                  de una nueva Humanidad. El Apóstol Santiago deja también 
                  muy claro en su Epístola que es necesario actuar en el 
                  mundo: "¿De qué sirve, hermanos míos, 
                  que alguien diga: `tengo fe' si no tiene obras?" (St. 2,14). 
                  Una vida cristiana sin obras carece por completo de sentido. 
                  Tan importantes como la vida interior, caracterizada por el 
                  contacto íntimo con Dios que se establece a través 
                  de la oración, son las acciones a través de las 
                  cuales ese verdadero Amor debe manifestarse. Como cristianos 
                  tenemos la obligación más bien podríamos 
                  decir la gozosa necesidad, no sólo de compartir con los 
                  demás la Buena Noticia, sino de trabajar para que todo 
                  ser humano, como hijo de Dios, pueda ejercer su derecho a disfrutar 
                  de una vida digna.
 
 La llamada al apostolado es un elemento central de la vida cristiana. 
                  En efecto, si realmente valoramos el tesoro de la fe, que nos 
                  ha sido entregado de forma gratuita, y consideramos que esa 
                  fe puede llenar verdaderamente nuestras vidas, ¿qué 
                  sentido tiene quedárnosla para nosotros mismos? Indudablemente, 
                  la mejor forma de apostolado es el ejemplo, que no consiste 
                  en otra cosa que en practicar lo que se predica. Y si nuestra 
                  fe predica la lucha por la Justicia, ¿qué mejor 
                  forma de hacer apostolado que participar activamente en ella?
 
 Como dijo Jesús, "cuanto hicisteis a uno de estos 
                  hermanos míos más pequeños, a mí 
                  me lo hicisteis" (Mt, 25,40). No podemos, pues, quedar 
                  indiferentes ante la creciente injusticia que vemos cada día 
                  a nuestro alrededor, ni esconder la cabeza escudándonos 
                  en cobardes excusas como eso lo tienen que arreglar los gobernantes, 
                  no es asunto mío, o, ya en el colmo del cinismo, yo no 
                  puedo hacer nada. No en vano, Su Santidad el Papa exhortaba 
                  a todos los cristianos a trabajar por la justicia en su mensaje 
                  para la Cuaresma de 2003: "Es necesario buscar no el bien 
                  de un círculo privilegiado de pocos, sino la mejoría 
                  de las condiciones de vida de todos. Sólo sobre este 
                  fundamento se podrá construir un orden internacional 
                  realmente marcado por la justicia y solidaridad, como es deseo 
                  de todos." Curiosamente, los actuales esquemas de protección 
                  social de lo que llamamos estado de bienestar tienen su germen 
                  en pequeñas comunidades cristianas que se rebelaron contra 
                  la injusticia y practicaron de forma activa la solidaridad, 
                  lo cual nos induce a pensar que realmente sí que se puede 
                  hacer algo.
 
 Queda claro pues que, para el cristiano, la lucha por la Justicia 
                  no debe ser algo ajeno. De hecho, cualquier persona normal siente 
                  en algún momento de su vida esa inquietud, y se pregunta 
                  si puede realmente hacer algo. Por desgracia, la sociedad actual 
                  fomenta la incomunicación y el egoísmo, de forma 
                  que se dificulta enormemente el tan necesario espíritu 
                  asociativo, que permite unir esfuerzos en la lucha por una causa 
                  común. Y por si todo esto fuera poco, también 
                  se fomenta un voluntariado y una solidaridad descafeinados, 
                  destinados más a acallar nuestras conciencias que a cuestionar, 
                  y eventualmente cambiar, las bases de esta sociedad esencialmente 
                  injusta que nos ha tocado vivir.
 
 Dentro de todo este contexto, y desde mi humilde punto de vista, 
                  la Cofradía tiene muchísimo que decir, ya que 
                  si bien la acción social puede que no haya sido en muchos 
                  casos su objetivo fundamental, tradicionalmente nunca ha dejado 
                  de lado esta tarea. E incluso me atrevería a armar que 
                  una cofradía que no lleve a cabo actividades de carácter 
                  social, ha perdido parte de su esencia.
 
 3. ¿Cofradía o Hermandad?
 
 Antes de continuar con mi exposición, quisiera abrir 
                  un brevísimo paréntesis para comentar los términos 
                  Hermandad y Cofradía. En el título de esta ponencia 
                  he empleado el término Cofradía, y sin embargo 
                  éste es un “Congreso de Hermandades y Cofradías”. 
                  La verdad es que muchos de nosotros usamos habitualmente ambos 
                  términos para referirnos a una misma realidad pero, ¿existe 
                  realmente alguna diferencia entre ellos?.Desde el punto de vista 
                  etimológico ambos poseen el mismo significado: hermandad 
                  proviene del latín germanus -hermano carnal-, y cofradía 
                  proviene de cum fratre -con el hermano-. Desde el punto de vista 
                  del Derecho Canónico, la situación es ligeramente 
                  distinta. El antiguo Código [3], promulgado en 1917, 
                  establecía la siguiente diferenciación:
 
 “Las asociaciones de fieles que han sido erigidas 
                  para ejercer alguna obra de piedad o caridad, se denominan pías 
                  uniones; las cuales, si están constituidas a modo de 
                  cuerpo orgánico, se llaman hermandades. Las hermandades 
                  que han sido erigidas además para el incremento del culto 
                  público, reciben el nombre particular de cofradías.” 
                  (Canon 707)
 
 Sin embargo, esta distinción desaparece en el Código 
                  actual [4], que se limita a hacer una descripción general 
                  de las asociaciones cristianas, sin proponer denominaciones 
                  específicas:
 
 “Existen en la Iglesia asociaciones (...) en las que 
                  los fieles, clérigos o laicos, o clérigos junto 
                  con laicos, trabajando unidos, buscan fomentar una vida más 
                  perfecta, promover el culto público o la doctrina cristiana, 
                  o realizar otras actividades de apostolado, a saber, iniciativas 
                  para la evangelización, el ejercicio de obras de piedad 
                  o de caridad y la animación con espíritu cristiano 
                  del orden temporal.” (Canon 298)
 
 Como podemos ver, y aunque podrían establecerse diferencias 
                  de matiz entre ambos términos, es válido emplear, 
                  de forma indistinta, cualquiera de los dos para referirnos a 
                  las asociaciones de fieles objeto de esta ponencia, y en adelante 
                  así lo haremos.
 
 4. Vocación social de la Cofradía a lo 
                  largo de la Historia
 
 El concepto de cofradía siempre ha tenido un importante 
                  componente de protección social. Su origen se remonta 
                  a las primeras comunidades cristianas, cuya vocación 
                  solidaria queda claramente expuesta en los Hechos de los Apóstoles: 
                  "vivían unidos y tenían todo en común; 
                  vendían sus posesiones y sus bienes y repartían 
                  el dinero entre todos, según la necesidad de cada uno." 
                  (Hch 2, 44-45)
 
 Sin embargo, habría que esperar hasta el siglo XII para 
                  asistir al nacimiento de las primeras asociaciones cristianas 
                  que emplean la denominación de cofradía. Al principio, 
                  éstas se dividieron fundamentalmente en dos tipos: las 
                  que estaban acogidas a la protección de la Virgen María 
                  o de algún santo, y las que reunían a las gentes 
                  de una misma profesión bajo la advocación del 
                  santo protector del ocio, y que posteriormente dieron lugar 
                  a los gremios, constituyendo uno de los más claros antecedentes 
                  históricos de lo que hoy denominamos Seguridad Social 
                  [10].
 
 A lo largo de los siglos XIV y XV se gesta la devoción 
                  a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, y se 
                  crean muchas cofradías dedicadas al entierro de los difuntos 
                  -otra actividad de asistencia mutua-, siendo el siglo XVI el 
                  que marca el inicio de las primeras cofradías de Semana 
                  Santa, que agrupan a numerosos laicos con el deseo sencillo, 
                  austero e íntimo de imitar a Jesús, e imitarle 
                  en su Pasión y Muerte. Pero esta orientación hacia 
                  el culto no implicaba una renuncia a las labores de carácter 
                  asistencial. De hecho, la mayor parte de las cofradías 
                  de las que tenemos noticia recogían en sus estatutos 
                  la obligación de atender a aquellos hermanos que sufrieran 
                  alguna enfermedad, turnándose en los cuidados si ésta 
                  llegaba a prolongarse demasiado. En el caso de los entierros, 
                  los hermanos solían tener la obligación de asistir, 
                  e incluso de realizar, por turnos, las labores de apertura de 
                  las fosas sepulcrales y de enterramiento del cadáver. 
                  No era raro que algunas cofradías llegaran a costear 
                  los sepelios, como si de hermanos se tratase, de los pobres 
                  que fallecieran en el hospital de la ciudad correspondiente.
 
 Como se puede apreciar, una hermandad de Semana Santa no es, 
                  ni mucho menos, una asociación de fieles cuyo único 
                  cometido sea organizar la estación de penitencia una 
                  vez al año, sino que debe responder a un sentimiento 
                  mucho más profundo y complejo, nacido de esa aspiración 
                  de vivir una vida cristiana en el sentido pleno, especialmente 
                  desde que el Concilio Vaticano II concretó un conjunto 
                  de criterios de renovación y compromisos para procurar 
                  una mayor formación religiosa, un dinamismo evangelizador 
                  y catequético, un testimonio apostólico claro 
                  y una depuración de elementos y manifestaciones externas 
                  -como lujos y joyas, estrenos innecesarios, nombramientos honoríficos, 
                  etc.-, conservando a la vez las expresiones de la religiosidad 
                  popular.
 
 5. Solidaridad desde el punto de vista cristiano
 
 Quisiera no obstante, reivindicar una palabra que, desde mi 
                  humilde punto de vista, se emplea demasiadas veces, y con excesiva 
                  ligereza: la palabra Solidaridad. Ser solidario es moderno, 
                  está de moda. A cualquier actividad supuestamente caritativa, 
                  e incluso con sospechosas motivaciones comerciales en algunos 
                  casos, se le cuelga el cartel de solidaria sin el menor reparo. 
                  La solidaridad consiste, según el Diccionario de la Real 
                  Academia, en la adhesión “a la causa o la empresa 
                  de otro”, es decir, en hacer propios los problemas del 
                  hermano. No es lavar la conciencia regalando un pez, sino emplear 
                  todos los medios al alcance de uno para enseñar a pescar 
                  al prójimo.
 
 (...) Se puede ser solidario a niveles muy diferentes: con un 
                  familiar, con un amigo, con un vecino, con un paisano, con un 
                  barrio, con una ciudad, con una región, con una nación, 
                  con un grupo de naciones, con una raza, con un grupo humano 
                  que está desfavorecido con respecto a otros... El objeto 
                  último de la solidaridad debería ser la comunidad 
                  internacional, y llegar a hacer una realidad el dicho pensar 
                  globalmente y actuar localmente [9].
 
 Todos los seres humanos somos hijos de Dios y, por lo tanto, 
                  hermanos. En el Evangelio de San Mateo podemos leer: "(...) 
                  vosotros sois todos hermanos. No llaméis a nadie padre 
                  vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: 
                  el del cielo." (Mt 23, 8-9). Sin embargo, sentirnos verdaderamente 
                  hermanos nos obliga a salir de nuestro mundo para entrar en 
                  el mundo del otro. Se trata pues de un gesto de servicio que 
                  nos compromete, que nos arranca de nosotros mismos para hacernos 
                  solidarios con el hermano. No nos es lícito pues sentir 
                  como ajenos los problemas del prójimo, por muy lejos 
                  que éste se encuentre, de lo cual se desprende que la 
                  Solidaridad constituye algo intrínseco al espíritu 
                  cristiano.
 
 6. Doctrina Social de la Iglesia
 
 Llegados a este punto, cabe hacerse las siguientes preguntas: 
                  ¿En qué consiste realmente la acción social? 
                  ¿Cómo debe ésta concretarse?¿Cuáles 
                  son los compromisos a los que la Cofradía debe sentirse 
                  llamada? Para responderlas, nada mejor que recurrir a las enseñanzas 
                  que la Iglesia nos brinda a este respecto.
 
 La acción social nace directamente del sentimiento de 
                  hermandad universal y de la búsqueda de la Justicia. 
                  "No se trata -decía Raoul Follereau- de dar al Pobre 
                  un poco de lo que nos sobra, sino de hacerle partícipe 
                  de nuestra vida". Y añade, "Tengamos el valor 
                  de reconocerlo: no se resolverá la cuestión social 
                  con árboles de Navidad ni el problema del hambre con 
                  colectas" [7].
 
 Hay mucha gente que todavía piensa que la injusticia 
                  es inevitable, y que aquel que la sufre es porque le ha tocado, 
                  o porque ha hecho algo para merecerla. Algunos incluso opinan 
                  que la caridad, o la acción social, o simplemente la 
                  solidaridad, no es una obligación, sino una cosa que 
                  ayuda a sentirse bien con la propia conciencia. Nada más 
                  lejos de la realidad. "Pío XI arma que “es 
                  propio de la justicia social exigir de cada uno todo aquello 
                  que es necesario al bien común" [5], y proclama: 
                  "dese, pues, a cada cual la parte de bienes que le corresponda 
                  y hágase que la distribución de los bienes se 
                  corrija y se conforme con las normas del bien común o 
                  de la justicia social" [6].
 
 En efecto, toda injusticia genera una necesidad de reparación, 
                  que los cristianos tenemos la obligación de luchar por 
                  cubrir. Pero esa necesidad no tiene por qué ser, como 
                  muchos piensan, de tipo material exclusivamente. De hecho, y 
                  según diversas encíclicas, la justicia social 
                  debe regular los bienes de la familia, de la educación, 
                  los económicos, políticos, sociales y, en general, 
                  los valores del espíritu. Por lo tanto, y respondiendo 
                  a la primera pregunta, debemos entender como acción social 
                  toda actividad encaminada a corregir los desequilibrios en cualquiera 
                  de los aspectos que acabamos de citar.
 
 La respuesta a la segunda pregunta es algo más compleja, 
                  puesto que en realidad hay múltiples maneras de concretar 
                  la acción social. En primer lugar, habrá que elegir 
                  el ámbito donde queremos desarrollarla. Citaré 
                  algunos de los que considero más importantes, sin perjuicio 
                  de que pueda haber otros:
 
                 
                   
                    La formación, ya sea de carácter religioso, 
                    moral, social, histórico, o de cualquier otro tipo. 
                    Es un hecho que, a pesar de que disponemos de los mejores 
                    medios de comunicación y acceso a la información 
                    de toda la Historia, paradójicamente el grado de ignorancia 
                    de la población, especialmente en temas relacionados 
                    con la conciencia social, es alarmantemente elevado, lo cual 
                    hace necesario y urgente poner los medios para invertir esa 
                    tendencia. 
                   
                    El trabajo de cualquier tipo, desde poner ladrillos en una 
                    obra hasta visitar a un enfermo. 
                   
                    La aportación material, ya sea económica o en 
                    especie.Pero no todo vale si queremos luchar de manera eficaz y auténticamente 
                    cristiana contra la injusticia. Nuestra acción,
 
                   
                    debe ser sincera. Como decía San Pablo en la carta 
                    a los Romanos: "Vuestra caridad sea sin fingimiento, 
                    detestando el mal, adhiriéndoos al bien." (Rm, 
                    12, 9),  
                   
                    San Juan, en su primera carta: "Hijos míos, no 
                    amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad." 
                    (1 Jn, 3, 18). 
                   
                    debe ser eficaz. Hay que plantearse qué se puede hacer 
                    realmente, y hasta qué punto va a resultar útil. 
                    Desgraciadamente, hay mucha gente que se limita a dar dinero 
                    y mirar para otro lado, sin preguntarse si su aportación 
                    va a ser aprovechada de manera adecuada o no. Y así 
                    no se llega a ninguna parte. 
                   
                    no debe buscar nada a cambio. El único motor de la 
                    acción social debe ser la búsqueda de la Justicia, 
                    y la construcción de una auténtica Humanidad, 
                    donde lo esencial sea el nosotros, en lugar del yo. Asimismo, 
                    deberá poner los medios más eficaces para crear 
                    unas condiciones de vida social apropiadas, en las que todos 
                    los seres humanos puedan lograr de forma plena su propia realización 
                    como personas. Como dijo San Pablo: "La Caridad es, por 
                    tanto, la Ley en su plenitud" (Rm 13,10). 
                   
                    como cualquier otra actividad para un cristiano, debe ir unida 
                    a la oración. Recordemos las palabras de Segundo Galilea 
                    al respecto: "Dios quiere que colaboremos con Él, 
                    y en esta perspectiva la oración nos hace entrar de 
                    lleno en la misión de Cristo, más allá 
                    de los sentidos y del poder del hombre" [8]. 
                   
                    no debe limitarse a lo material. Circunscribir la acción 
                    social a este ámbito impide atacar los problemas en 
                    su raíz, lo cual perpetúa las estructuras que 
                    son injustas, e impide cambiarlas. 
                   
                    debe ser humilde. Como decía San Pablo, "Nada 
                    hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, 
                    (...) buscando cada cual no su propio interés, sino 
                    el de los demás" (Flp, 2,3-5).  
                 7. 
                  Acción social de las Cofradías en el S. XXI
 Únicamente nos resta buscar respuesta a la tercera y 
                  última cuestión: ¿Cuáles son los 
                  compromisos sociales a los que la Cofradía debe sentirse 
                  llamada? Esta es una pregunta muy difícil de contestar, 
                  ya que cada hermandad tendrá sus propios talentos, que 
                  deberá conocer en primer lugar, para luego poder desarrollarlos 
                  de manera plena y eficaz.
 
 Es un hecho que, en esta sociedad mundializada, las necesidades 
                  desde el punto de vista social poco tienen que ver con las que 
                  propiciaron el nacimiento de las primeras cofradías. 
                  De hecho, los actuales sistemas de asistencia pública, 
                  afortunadamente, cubren muchas de ellas. Pero no cabe duda de 
                  que siguen existiendo carencias que deberían ser erradicadas 
                  con urgencia, y que a veces hacen que llamar a esto un mundo 
                  civilizado parezca un auténtico sarcasmo. La tarea que 
                  nos encomienda la Iglesia sigue, en pleno siglo XXI, más 
                  vigente que nunca. Y la Cofradía, en su condición 
                  de asociación de fieles, no puede quedar ajena a esta 
                  dramática realidad, ya que, como muy bien indica el Concilio 
                  Vaticano II:
 
 “Las asociaciones no son n de sí mismas, sino 
                  que deben servir a la misión que la Iglesia tiene que 
                  realizar en el mundo; su eficacia apostólica depende 
                  de la conformidad con los fines de la Iglesia y del testimonio 
                  cristiano y espíritu evangélico de cada uno de 
                  sus miembros y de toda la asociación” [2].
 
 En este sentido, me gustaría hacer una llamada a la reflexión, 
                  para que cada cofradía trate de identificar las necesidades 
                  de su entorno, y afronte con valentía el reto de luchar 
                  por la justicia. Me consta que muchas hermandades ya han iniciado 
                  este proceso, y gozan de una excelente salud desde el punto 
                  de vista de la acción social, pero intentaré no 
                  obstante, con la mayor humildad, sugerir una serie de pautas 
                  generales, que espero sirvan de estímulo a las que todavía 
                  no han iniciado este camino. El propio Concilio Vaticano II 
                  proporciona en esta línea una extensa lista de posibilidades, 
                  dejando las cosas bastante claras:
 
 “Dondequiera que haya hombres carentes de alimento, 
                  vestido, vivienda, medicinas, trabajo, instrucción, medios 
                  necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, o afligidos 
                  por la desgracia o la falta de salud, o sufriendo el destierro 
                  o la cárcel, allí debe buscarlos y encontrarlos 
                  la caridad cristiana” [1].
 
 En nuestro caso, podríamos enumerar cuatro aspectos básicos 
                  que deben ser tenidos en cuenta a la hora de planificar actividades 
                  concretas relacionadas con la acción social:
 
 1. Las necesidades del entorno. Es indudable 
                  que un análisis realista de la situación en el 
                  barrio, en la ciudad, o en la zona en la que se integre la cofradía, 
                  es un medio imprescindible para detectar las posibles carencias 
                  que deban ser corregidas. En este sentido, el profundo enraizamiento 
                  social que posee la mayoría de nuestras hermandades, 
                  unido a su presencia en prácticamente todas las capas 
                  de la sociedad, debería facilitar enormemente esta tarea.
 2. El capital humano. Vivimos en una sociedad 
                  tan egoísta, que a veces ni siquiera somos conscientes 
                  de la fuerza que es capaz de desarrollar un grupo de personas 
                  con un objetivo común. Seguro que en cada hermandad hay 
                  médicos, maestros, albañiles, abogados, estudiantes, 
                  jubilados deseando ser útiles, etc. Y seguro que muchas 
                  veces estarían dispuestos a participar en actividades 
                  organizadas por la cofradía.
 
 3. Las infraestructuras. Afortunadamente, muchas 
                  cofradías disponen de locales o casas de hermandad, que 
                  pueden resultar idóneos para organizar actividades formativas 
                  de todo tipo, para centralizar iniciativas de recogida de alimentos 
                  o ropa, etc.
 
 4. La colaboración con otras organizaciones. Dicen que 
                  la unión hace la fuerza, y aunque cualquier cofradía, 
                  como todos sabemos, posee usualmente unos recursos limitados, 
                  nada le impide integrarse y participar, en la medida de sus 
                  posibilidades, en campañas de mayor envergadura.
 Como acabamos de ver, las posibilidades son infinitas, y está 
                  en nuestra mano decidir qué papel queremos que cada cofradía 
                  desempeñe en el ámbito de la acción social, 
                  que no es otra cosa que trabajar por la Justicia con mayúsculas, 
                  o, en otras palabras, por el Reino de Dios.
 
 8. Conclusiones
 
 Finalizaré mi intervención exponiendo, a modo 
                  de resumen, las ideas más relevantes que se desprenden 
                  de todo lo dicho hasta ahora. Para mí sería una 
                  gran satisfacción que esta ponencia sirviera de estímulo 
                  de cara a profundizar en el compromiso social de nuestras queridas 
                  cofradías. Tenemos un gran capital humano, y sería 
                  una pena no sacar partido de él para escuchar la llamada 
                  de Jesús y mejorar, aunque solo sea un poquito, este 
                  mundo. Resumiendo, pues, la acción social:
 
                 
                   
                    Está en la raíz de la vida cristiana, y nace 
                    del sentimiento de hermandad que el cristiano debe tener con 
                    todos los seres humanos. 
                   
                    Se basa en la búsqueda de la Justicia, no en una caridad 
                    mal entendida, dirigida a acallar la propia conciencia. 
                   
                    Forma parte de la propia esencia de la Cofradía, por 
                    lo que no puede ser ignorada o relegada a un segundo plano. 
                   
                    No puede reducirse a actuaciones puntuales de carácter 
                    benéfico-asistencial, sino que supone un verdadero 
                    compromiso cristiano con la comunidad.  
                 
                  La cuestión sigue abierta. A partir de ahora me gustaría 
                  que entre todos abriéramos un diálogo constructivo, 
                  compartiendo inquietudes, ideas e impresiones, y -¿por 
                  qué no?- planteando iniciativas. Seguro que todos aprendemos 
                  algo.  
                  Manuel José Lucena López
 Baeza, 11 de octubre de 2003
  
                  Referencias:
 [1] 
                  Decreto Apostolicam Actuositatem, sobre el apostolado de los 
                  seglares, capítulo 2. Concilio Vaticano II.[2] Decreto Apostolicam Actuositatem, sobre el apostolado de 
                  los seglares, capítulo 4. Concilio Vaticano II.
 [3] Codex Iuris Canonici, promulgado por la Autoridad de Benedicto 
                  XV, Papa. Año 1917.
 [4] Código de Derecho Canónico, promulgado por 
                  la Autoridad de Juan Pablo II, Papa. Año 1983.
 [5] Pío XI, Divini Redemptoris, núm. 50. Año 
                  1937.
 [6] Pío XI, Quadragesimo Anno, núm. 137. Año 
                  1931.
 [7] Raoul Follereau, La única verdad es amarse, 1966.
 [8] Segundo Galilea, El seguimiento de Cristo, 5a edición. 
                  Ediciones Paulinas, 1991.
 [9] Leandro Sequeiros. Educar para la Solidaridad. Ediciones 
                  Octaedro, 1997.
 [10] Augusto Venturi, Los Fundamentos Científicos de 
                  la Seguridad Social. Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 
                  nº12, 1994.
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