Al
fin he salido del taller de la modista, con una bolsa bajo el
brazo. En ella llevo un tesoro, algo que me identificará
como un devoto cucurucho más de los tradicionales cortejos.
Por fin, por primera vez, llevaré en mis hombros la procesión,
y vestiré por primera vez también, el traje que
representa el humilde sayal que Cristo vistió en aquella
época.
No es un simple traje, no es sólo la túnica morada
o negra, no es únicamente revestirse para asistir a cargar
un turno o acompañar al Señor. No es solo eso.
Es algo más que cubre mi cuerpo con el traje de la humildad,
con el morado de la penitencia o con el negro del luto por la
muerte del redentor de los hombres.
Me vestiré de sencilléz, me vestiré de
Cristo pero no solo para el cortejo, no solo estos días,
no solo por unas horas en que iré a su lado.
Permíteme Señor, seguir revestido de Tí
diariamente, aún después de este desfile, hasta
verte nuevamente el próximo año en que nos volveremos
a juntar en la calle durante mi turno.
Permíteme señor que mantenga invisible este traje
que hoy estoy usando como signo de fe, y que cada vez que me
acerque a una tentación, él me sirva como escudo
protector que me aleje del peligro de ofenderte.
Hoy uso mi túnica por primera vez y quiero pedirte Señor,
que me concedas mantererla limpia, pura e impecable hasta el
momento en que llegue a tu presencia divina.
No dejes Señor que un día mi alma pierda el derecho
a portar con dignidad la ropa que me has permitido usar como
señal de mi devoción hacia tu sagrada pasión
y muerte.
Déja Señor, que esta primera prenda marque para
siempre mi fe en Tí, y que al guardarla no haga lo mismo
también con mis creencias y mis convicciones, sino que
siga unido a esta maravillosa comunión contigo como si
cada día me revistiera para acompañarte, como
hoy, por las calles de la penitencia. |