Alguna
vez
me
hice
esta
pregunta,
y
aún
no
le
he
encontrado
una
respuesta
adecuada.
¿Es
un
acto
de
fe?
¿Es
una
tradición?
¿Es
solo
la
costumbre
y
el
deseo
de
no
cortar
una
secuencia
de
años?
¿Es
por
sentir
el
dulce
peso
del
madero?
¿Es
porque
creo
que
así
puedo
limpiar
mi
alma
de
los
pecados
cometidos?
¿Es
simple
exhibicionismo?
Cuántos
motivos
puedo
tener
para
justificar
mi
presencia
en
una
cuadra
y
llevar
en
mis
hombros
el
anda
de
Jesús.
Pero
hay
una
razón
muy
poderosa
que
me
mueve
a
hacerlo.
Con
este
acto,
no
estoy
limpiando
mis
pecados.
Ni
siquiera
es
una
obligación
litúrgica
que
me
haga
más,
o
menos
religioso.
Es
un
simple
deseo
de
estar
un
poquito
más
cerca
de
Jesús.
Es
la
búsqueda
de
una
comunión
con
Cristo,
a
través
de
la
oración
profunda,
meditada
y
auténtica.
Cuando
te
llevo
en
mis
hombros,
0h,
Jesús,
siento
sobre
mí,
todo
el
inmerecido
peso
de
tu
amor,
caen
de
mi
frente
muchas
veces,
gotas
de
sudor
que
son
como
agua
bendita
que
limpia
mis
malos
pensamientos,
siento
que
el
esfuerzo
que
hago
para
soportar
la
pesada
anda,
y
llegar
hasta
la
esquina,
compensa
en
alguna
forma,
el
peso
de
la
cruz
que
Tú
llevaste
un
día
para
redimirnos
del
pecado
y
salvarnos
de
la
muerte.
Por
eso
busco
la
oportunidad
de
tomar
tu
cruz
por
unos
instantes
y
gozar
de
la
inmensa
alegría
de
sentirte
junto
a
mi.
Si
Tú
has
aliviado
mi
alma,
si
me
has
ayudado
con
el
peso
de
mis
penas,
si
has
tomado
sobre
tus
hombros
mi
cansancio,
mis
fracasos,
mis
frustraciones,
mis
angustias,
¿por
qué
yo
no
he
de
llevar
en
mis
hombros
tu
pena
y
tu
dolor
de
ver
a
tu
rebaño
que
se
desvía
de
los
verdes
pastos
en
donde
Tú
los
dejaste?
Me
gusta
cargar
para
pedirte
una
bendición
y
una
gracia
para
mí
y
también
para
mis
padres,
para
mis
hijos,
para
mis
amigos
lejanos
y
cercanos,
para
los
que
pueden
decidir
el
destino
de
la
humanidad
y
para
los
que
tienen
necesidad
de
Tí
pero
que
no
te
buscan
por
orgullo.
Y
mientras
me
des
fuerzas,
Señor,
seguiré
cargando,
aunque
no
sea
esta
la
respuesta
exacta. |