Jesús,
estoy
nuevamente
a
tus
pies,
arrodillado
a
unos
escasos
metros
del
anda
que
porta
tu
Santa
Imagen,
mientras
Tú
te
aproximas
a
mí,
cansado,
rendido,
doblegado
por
el
peso
de
esa
cruz
que
yo
mismo
te
he
puesto,
pero
que
en
este
momento,
representada
simbólicamente
por
el
madero
que
yo
llevaré
en
mis
hombros,
tomaré
para
sentir
el
peso
del
dolor
que
aquel
día,
hace
casi
dos
mil
años,
Tú
padeciste.
Me
pongo
de
pie,
y
con
un
silencioso
Padre
Nuetro
coloco
tu
anda
en
mis
hombros.
No
pienso
en
ese
momento,
más
que
en
pedirte,
pedir
tu
bendición
para
que
con
ella
sobre
mí,
pueda
tener
lo
necesario
para
poder
sobrevivir
en
esta
moderna
Sodoma,
en
la
que
estamos
rodeados
por
miles
de
tentaciones
y
de
peligros.
Te
pido
por
mi
patria,
por
mi
trabajo,
por
mi
familia,
por
mis
hijos;
por
los
pobres,
los
necesitados,
los
prisioneros
y
los
enfermos,
pues
todos
somos
parte
de
tu
iglesia.
Aún
aquellos
que
han
sido
víctimas
de
la
indiferencia
y
se
han
alejado
más
que
yo
de
la
senda
de
vida
que
Tú
nos
has
marcado
con
tu
pasión,
están
en
mis
peticiones.
Oigo
de
pronto
que
esta
meditación
es
rota
por
los
dulces
y
sentidos
acordes
de
la
marcha
que
vuelan
libres
por
el
viento
para
hacer
más
sublime
aquel
momento,
y
nuestro
paso
tenga
un
compás
más
espiritual,
más
místico
Se
acerca
ya
el
final
de
mi
cuadra,
el
tiempo
ha
sido
tan
breve
pero
tan
extenso
a
la
vez,
y
en
un
Adiós
sincero,
como
el
que
se
da
a
un
verdadero
amigo
,
te
digo
"gracias
Jesús".
Gracias
por
estos
minutos,
gracias
por
permitirme
ayudarte
con
tu
cruz,
por
haberme
escuchado.
Finalmente
te
pido
un
favor
más,
que
me
permitas,
si
es
la
voluntad
del
Padre,
encontrarte
nuevamente
en
mi
camino
el
próximo
año.
Y
con
lágrimas
de
pecador,
pido
a
Dios
que
en
ese
futuro
me
haga
digno
de
acercarme
a
Cristo
para
renovarle
mis
peticiones,
y
que
lo
encuentre
con
mi
alma
limpia
y
con
mi
conciencia
tranquila,
para
poder
tomar
con
confianza
mi
ansiado
turno. |