Desde
hace
varios
años
hace
falta
un
cucurucho
en
las
filas
de
las
diferentes
procesiones
de
Semana
Santa.
Era
mi
amigo
y
durante
muchos
años
lo
ví
hacer
algo
con
lo
que
él
gozaba
en
todos
los
cortejos;
insensariar.
Siempre
lo
miraba
con
su
canasta
llena
de
carbón
y
el
recipiente
que
echaba
bocanadas
de
humo
aromático,
como
una
ofrenda
al
Nazareno
o
al
Sepultado
a
quien
acompañaba
durante
el
recorrido
de
la
procesión.
Solo
dejaba
su
tarea,
suspendía
su
penitencia,
cambiaba
el
incensario
por
una
orquilla
en
la
cuadra
donde
esperaba
su
turno
para
llevar
en
hombros
a
la
venerada
Imagen.
Sin
duda
Dios
escuchaba
sus
oraciones
porque
iban
acompañadas
de
la
mística
fe
del
auténtico
devoto,
del
fiel
cucurucho,
del
ejemplo
de
penitencia.
Su
vida
religiosa
lo
guió
para
participar
en
varias
asociaciones
de
pasión,
en
las
cuales
hizo
una
labor
notable
y
ejemplar.
Sin
embargo,
por
causa
de
su
trabajo,
por
razón
de
la
justicia
a
la
que
servía,
un
día
apareció
vilmente
asesinado
en
la
comunidad
donde
laboraba.
Tenía
en
sus
manos
la
responsabilidad
de
impartir
justicia,
pero
alguien
inconforme,
un
desalmado
irrespetuoso
de
la
ley
de
Dios
decidió
tomar
venganza
por
el
justo
castigo
que
había
recibido,
y
sencillamente
lo
mató
con
las
balas
del
odio,
de
la
cobardía,
de
la
falta
de
temor
a
Dios,
y
cegó
una
vida
útil,
y
además
fervorosa.
En
las
procesiones
de
los
últimos
años,
ha
hecho
falta
el
incensario
de
mi
amigo,
ha
hecho
falta
el
humo
aromático
que
se
elevaba
como
humilde
y
sublime
ofrenda
a
Jesús.
Solo
me
queda
recordarlo,
cuando
veo
las
filas
de
naveteros,
cuando
veo
las
bocanadas
de
humo
que
se
elevan
aromatizando
las
calles
de
la
penitencia,
cuando
recuerdo
su
fe
y
su
devoción.
Lo
recuerdo
y
le
digo
al
Santísimo:
"Jesús,
en
una
plegaria
elevada
por
el
alma
de
mi
amigo,
verás
el
humo
que
hoy,
materialmente
hace
falta
en
las
filas.
Él
murió
por
causa
de
la
justicia
de
los
hombres,
pero
vive
por
razón
de
la
justicia
de
Dios."
Y
ese
día,
Jesús,
permíteme
estar
preparado
para
verte
con
mi
alma
limpia
y
transparente
para
que
no
aparte
mis
ojos
de
los
tuyos.
En
memoria
de
José
Antonio
Aroche