Jesús
pasa
por
esa
cuadra
tradicional
y
se
detiene
un
momento
como
si
supiera
que
ahí
precisamente
está
aquella
persona
que
tiene
para
Él,
una
confidencia.
Casi
nadie
se
percata
de
lo
que
sucede
en
aquel
lugar.
Pero
esa
pausa
en
el
lento
caminar
de
Jesús,
le
ha
dado
la
oportunidad
de
verle
por
un
instante
frente
a
él.
Y
así
como
cuando
el
Rey
de
los
Judíos
después
de
entrar
triunfalmente
en
Jerusalén,
se
detuvo
ante
los
enfermos
para
curarlos,
ahora
está
mirándolo
y
dándole
un
poco
de
consuelo
y
escuchando
sus
plegarias.
Nadie
repara
en
aquel
llanto
escondido
de
esa
persona
que
reza
en
silencio.
Nadie
valoriza
aquella
oración
que
brota
en
cada
lágrima
como
rocío
para
que
el
Divino
Cristo
refresque
sus
pies
un
momento
del
espinoso
camino.
Pero
solo
ellos
saben
cuánto
dolor
puede
existir
aquella
alma.
Cuánta
necesidad
de
consuelo
que
solo
Él
le
puede
dar.
Cuántas
situaciones
diferentes
podríamos
imaginar
de
aquel
que
llora
ante
la
imagen,
confiando
que
le
concederá
la
ayuda
que
tanto
necesita.
Jesús,
así
también
deberían
de
rodar
mis
lágrimas
a
lo
largo
de
tu
camino,
por
mi
dolor
y
por
tu
dolor.
Cada
una
de
ellas
debería
de
convertirse
en
pétalos
tersos
y
perfumados
que
suavizaran
tus
pasos,
y
no
las
piedras
y
las
espinas
que
yo
dejo
en
cada
acción
que
no
corresponde
a
mis
creencias.
Déjame
ser
por
esta
vez,
como
aquel
que
llora
a
tu
paso.
Déjame
caer
a
tus
pies,
lleno
de
arrepentimiento,
y
deja
que
sea
yo
el
que
sienta
el
peso
de
tu
cruz,
que
al
final
de
cuentas
debería
ser
mi
cruz.
No
permitas
Señor
que
deje
pasar
esta
oportunidad
de
verte
frente
a
mi
sin
que
mi
alma
se
conmueva
de
mis
culpas.
No
dejes
Señor
que
te
vea
con
indiferente
costumbre
y
solamente
sea
una
compañía
en
tus
filas.
Señor,
Tú
sabes
bien
cuales
son
nuestros
sufrimientos,
los
míos,
los
de
mi
prójimo,
y
sabes
bien
que
con
todas
las
lágrimas
que
se
derraman
a
tu
paso,
podrías
saciar
la
sed
que
te
ha
causado
nuestro
proceder
necio
y
caprichoso.
Tómalas
Señor
Jesús
y
devuélvenoslas
convertidas
en
perdón
y
en
esperanza.