Hay
en
las
filas
un
acompañante
silencioso,
misterioso
quizá,
que
desde
antes
de
que
saliera
Jesús
de
su
Iglesia,
estaba
esperándole
en
la
esquina
de
siempre.
No
lo
puede
ver
pero
siente
que
los
pasos
de
los
cucuruchos
le
traen
cerca
de
Él,
para
encontrar
de
nuevo
aquella
presencia
tan
grande
y
tan
especial,
que
ha
ansiado
sentir
durante
todo
un
año.
Por
fin,
Jesús
está
a
su
lado.
Se
arrodilla
frente
al
anda
y
luego
empieza
a
caminar
cerca
de
la
banda
donde
no
correrá
ningún
peligro
de
tropezar.
No
lo
puede
ver,
sus
ojos
están
cerrados
para
siempre
por
la
ceguera
que
por
designios
de
Dios
selló
su
mirada
un
día,
cuando
era
muy
niño.
Pero
desde
entonces
tiene
grabada
en
la
mente,
la
imagen
del
Cristo
que
pocas
veces
vio
en
las
calles,
pero
que
desde
el
primer
encuentro
que
tuvo
con
Él,
lo
grabó
en
su
corazón.
Ahora
solo
le
queda
hacerle
compañía,
caminar
junto
a
Él,
en
su
obscuridad
física,
porque
sus
pasos
los
ilumina
la
presencia
sola
y
el
amor
que
está
seguro
Jesús
le
ofrece.
Cómo
es
posible
Señor,
que
con
tanta
luz
en
nuestros
ojos,
caminemos
entre
las
tinieblas
del
pecado
y
las
ofensas
hacia
Tí
y
hacia
nuestro
Padre.
Tú
has
puesto
a
este
hombre
en
nuestro
camino
para
que
sea
nuestro
ejemplo,
pues
a
pesar
de
la
prueba
que
le
has
puesto,
él
sigue
con
fe
tus
pasos,
no
solo
en
esta
procesión,
sino
en
todos
los
actos
diarios
de
su
vida.
Pues
el
sólo
llevar
con
resignación,
y
hasta
con
alegría,
esta
falta
de
luz,
ya
es
grato
a
tus
ojos.
Permítenos
señor,
que
en
la
ceguera
de
nuestra
alma,
logremos
escuchar
tus
pasos
que
se
aproximan
a
nosotros,
y
guíanos
hacia
Tí,
para
que
el
reflejo
luminoso
de
tu
infinita
bondad
nos
conduzca
hacia
el
sendero
que
nos
has
marcado,
que
la
lámpara
de
tu
bondad
abra
los
ojos
de
nuestra
conciencia
y
que
caminemos
nuevamente
en
la
luz
de
tus
pasos.
Déjanos
ser
como
aquel
ciego
que
te
acompaña,
porque
sabemos
que
en
su
corazón
no
le
falta
la
luz
de
tu
amor
ni
un
solo
momento
y
ella
le
guía
hacia
el
cielo,
como
puede
guiarnos
también
a
nosotros.