Nuevamente
vienes
Jesús
a
visitar
mi
calle.
Mi
humilde
casa
se
adorna
de
luto
penitente
en
sus
ventanas
y
en
su
portón
principal,
para
significar
con
ello
que
soy
parte
de
tu
dolor,
de
tu
pesar,
de
tu
pasión.
Y
no
solo
mi
casa,
Señor,
yo
también
esta
vez
soy
parte
de
ella.
La
voluntad
del
Padre
Celestial
me
tiene
atrapado
en
mis
enfermedades
de
vejez
y
no
me
permite
ya
cumplir
con
mi
penitencia
de
muchísimos
años,
de
acompañarte
en
tu
recorrido.
Hoy
por
primera
vez
solamente
puedo
verte
pasar,
solo
puedo
esperar
esos
momentos,
fugaces
segundos
en
que
Tú
estarás
dando
unos
cuantos
pasos
frente
a
mí,
y
apenas
me
dará
tiempo
para
decirte
Adiós,
porque
cuando
estés
cerca
mío,
solamente
se
encontrará
mi
mirada
triste,
marchita
y
enferma,
con
la
tuya,
sufrida,
doliente
y
resignada.
Y
ese
encuentro
visual,
ese
encararme
contigo
quizá
por
última
vez,
me
da
ánimos
para
pedirte
que
se
haga
en
mí,
tu
voluntad,
que
si
ya
no
me
es
posible
que
mis
pasos
me
lleven
junto
a
Tí
en
tu
majestuoso
recorrido
de
penitencia,
que
por
lo
menos
tu
imagen
quede
grabada
en
mi
corazón
y
en
mis
ojos,
para
que
nunca
deje
de
agradecerte
las
tantas
y
tantas
bendiciones
que
de
Tí
recibí
durante
tantos
años
que
pude
acompañarte.
Un
día
te
prometí
Señor,
que
dejaría
de
andar
a
tu
lado
hasta
que
la
muerte
me
alejara
físicamente
de
tu
imagen,
pero
Tú
has
dispuesto
lo
contrario,
para
hacerme
comprender
que
no
es
nuestra
voluntad
la
que
se
hace
sino
la
tuya,
y
me
has
dejado
esperando
solamente
el
momento
de
verte
desde
lejos,
diciéndome
adiós,
quizá
avisándome
que
pronto
estaré
entregando
cuentas
de
mis
actos,
pero
con
la
esperanza
y
el
consuelo
de
que
Tú
estarás
cerca
de
mí,
para
confortarme
y
perdonarme
las
múltiples
ofensas
que
te
haya
hecho.
Adiós
Jesús,
ya
se
detuvieron
tus
pasos
frente
a
mí,
ya
te
vi
marchar
de
nuevo,
ya
sigues
tu
camino
inexorable
y
me
dejas
atrás,
sentado
en
la
puerta
de
tu
casa,
para
dejar
en
mis
labios
unas
gotas
de
agua
que
saben
a
tristeza,
pero
también
saben
a
resignación
y
a
consuelo.