Por
fin
ha
llegado
otro
Viernes
Santo,
tan
esperado,
tan
ansiado,
tan
necesitado.
Y
es
para
verte
nuevamente
en
las
calles
con
tu
Cruz
a
cuestas,
pero
no
por
morbosa
complacencia;
no
Señor,
Tú
sabes
que
no
es
así.
Es
porque
al
verte
en
las
calles
más
cerca
de
nosotros,
con
tu
serena
mirada,
con
tus
manos
firmes,
con
tu
paso
decidido,
sabemos
que
tenemos
en
Tí
a
nuestro
más
fiel,
al
único
amigo,
a
quien
nos
espera
durante
todo
un
año
desde
su
templo.
Pero
hoy
te
vemos
salir
en
busca
nuestra
Señor,
gozamos
de
tu
presencia
como
aquel
que
recibe
lleno
de
júbilo
la
visita
del
amigo
que
tiene
tanto
tiempo
de
no
ver.
Tu
has
salido
hoy
a
visitarnos,
a
encontrarte
con
nosotros
en
donde
siempre
fue
tu
hogar;
en
las
calles
llenas
de
pecadores,
de
enfermos,
de
pobres,
de
faltos
de
fe.
Ese
ha
sido,
es
y
será
siempre
tu
hogar
Señor.
Sabemos
que
tenemos
tu
Imágen
Consagrada
en
una
capilla,
y
que
habitas
en
nuestra
alma,
nos
acompañas
a
donde
vamos,
contamos
con
tu
presencia
con
tan
solo
traerte
a
nuestro
recuerdo.
Tú
has
ennoblecido
las
almas
más
fuertes
y
rebeldes,
es
más,
Tú
eres
parte
de
nuestra
historia.
Por
algo
Tú
eres
el
último
de
la
Semana
Santa
en
salir
con
tu
cruz,
para
enseñarnos
que
no
es
nada
el
sacrificio
o
la
penitencia
que
nosotros
hacemos,
comparados
con
el
inmenso
amor
que
nos
demostraste
aquel
primer
Viernes
Santo
en
que
el
pecado
se
ensañó
en
tu
contra
y
que
el
perdón
lo
venció
después
de
la
muerte.
Hoy,
Viernes
Santo,
Jesús
de
la
Merced,
renovamos
como
tantos
años
lo
hemos
hecho,
nuestro
amor
y
nuestra
fe
hacia
Tí,
nuestro
deseo
de
acompañarte
no
solo
este
día
en
una
cuadra
acariciando
tu
peso,
sino
que
por
sobretodo,
llevándote
en
nuestro
corazón
con
amor
filial
y
con
la
promesa
de
seguir
entregados
a
Tí,
y
alejados
del
pecado
para
hacer
más
liviana
tu
cruz
y
más
placentero
el
camino
que
nos
conducirá
hacia
el
Padre,
en
tu
grata
compañía.