A
Jesús
Nazareno
de
la
parroquia
Santísima
Trinidad
-
1999
Fue
una
fecha
muy
especial.
La
imagen
cumplía
cincuenta
años
de
veneración,
de
recorrer
las
calles
del
tradicional
barrio.
Todo
estaba
preparado,
y
aunque
era
época
de
cuaresma,
valía
la
pena
estar
orgullosos
de
llegar
a
una
fecha
tan
especial.
Sin
embargo,
la
tarde
se
puso
triste,
su
tristeza
se
convirtió
en
llanto
y
el
llanto
en
una
fuerte
lluvia
que
no
permitió
que
Jesús
saliera
a
las
calles,
a
tiempo
para
hacer
su
recorrido
tradicional.
Por
fin,
cuando
el
cielo
se
despejó,
se
inició
el
cortejo.
Él
iba
en
humilde
pero
bella
anda
para
dar
sus
bendiciones
a
quienes
pacientemente
lo
habían
esperado,
pero
Dios
dispuso
que
no
fuera
así.
Jesús
debía
regresar
a
su
templo
minutos
después,
cuando
nuevamente
se
declaraba
la
lluvia
con
la
misma
fuerza
de
los
minutos
anteriores.
La
Iglesia
se
inundó
de
una
tristeza
enorme
al
ver
que
este
año
no
se
realizaría
la
tradición.
Los
preparativos
se
habían
quedado
en
eso,
las
alfombras
las
había
borrado
la
lluvia
y
el
adorno
del
anda
totalmente
mojado
y
con
peligro
de
deteriorarse.
Y
Jesús
Jesús
estaba
totalmente
bañado,
con
su
túnica
empapada,
un
dilubio
le
había
caído
encima.
Señor,
que
forma
de
enseñarnos
que
no
siempre
se
hará
nuestra
voluntad,
sino
la
tuya.
Cómo
nos
mostraste
que
eres
Tú
quien
maneja
la
naturaleza
a
tu
antojo.
Que
nosotros
somos
insignificantes
criaturas
que
no
podemos
hacer
más
que
tu
santa
voluntad.
Y
no
fue
una
lección
la
que
nos
diste,
sino
una
solicitud,
que
te
diéramos
una
manifestación
de
humildad.
No
quisiste
llegar
a
nuestras
calles,
porque
deseabas
por
esta
vez,
que
nosotros
llegaramos
a
acompañarte
a
tu
Iglesia.
Quizá
muchos
de
nosotros
no
hemos
llegado
a
verte
y
solo
te
esperamos
una
vez
al
año
para
acompañarte,
por
eso
dispusiste
que
ahora
las
cosas
fueran
al
reves.
Gracias
Señor,
porque
como
pastor
llamaste
a
tu
rebaño
para
que
unido
comprendiera
que
somos
nosotros
los
obligados
a
llegar
a
Tí,
como
lo
indicaba
la
alegoría
de
tu
anda.