"Papito,
ya
no
quiero
ser
aspirante"
me
dijo
mi
hijo
cuando
fuimos
juntos
para
que
pudiera
optar
a
tener
un
turno
en
el
singular
cortejo.
"Su
hijo
aún
no
da
el
alto,
señor
,"
fue
la
respuesta
que
de
inmediato
recibí,
cuando
lo
llevé
por
primera
vez
para
que
fuera
inscrito
como
cucurucho
de
la
procesión
infantil.
Sin
embargo,
algo
pasó
y
otro
hermano
le
dijo,
"vendele
el
turno",
por
lo
que
lleno
de
emoción,
mi
niño
quedó
inscrito,
a
pesar
de
que
aún
su
tamaño
era
mínimo.
Llégó
el
día
de
la
procesión,
y
ahí
estaba
él,
vestido
de
cucuruchito,
con
su
túnica
morada,
emocionado
porque
podría
cargar
por
primera
vez
al
Pequeño
Nazareno,
para
imitar
así
la
tradición
de
su
padre
a
quien
año
con
año
acompañaba
en
los
grandes
cortejos,
a
los
cuales
soñaba
que
algún
día
podría
también
asistir
como
devoto
cargador.
Para
él
ha
sido
bello
ser
Aspirante,
porque
te
ofrece
Señor,
sus
pasitos
cortitos,
su
pequeño
esfuerzo
por
caminar
más
de
lo
acostumbrado
cotidianamente,
porque
empieza
a
enraizar
en
su
corazón
el
gusto
por
el
olor
a
corozo,
por
la
música
sacra,
por
aquella
"Marcha
Fúnebre",
"Los
Pasos"
o
aunque
le
cueste
aún
reconocerla,
aquella
"Reseña"
que
también
le
ayuda
a
identificar
esta
importante
época
del
año.
Ahí
va,
Señor,
hace
su
primer
esfuerzo
y
toma
el
anda
en
sus
hombros,
con
pasitos
quizá
torpes
y
no
acostumbrados
al
vaivén,
pero
ahí
lo
tienes
haciendo
todo
lo
posible
por
llegar
hasta
la
esquina.
Talvéz
aún
no
tenga
la
mística
del
adulto,
pero
en
su
corazón
ya
lleva
una
humilde
y
sencilla
plegaria
que
te
eleva
para
pedirte
por
la
unión
familiar,
quizá
porque
para
Navidad
obtenga
los
regalos
que
tanto
ha
deseado,
o
porque
después
se
le
conceda
que
le
compre
su
golosina
favorita.
Pero
en
esas
sencillas
peticiones,
va
el
corazón
inocente
de
una
criatura
que
desde
ahora
te
ofrece
ser
uno
más
de
tus
servidores.
Permíteme
Señor,
guiarlo
adecuadamente
para
que
pueda
seguir
también
ese
camino
que
la
tradición
y
la
fe
de
mis
antepasados
hace
años
me
heredaron.