No
podía
creerlo.
Cuando
fui
a
inscribirme
me
dijo
el
encargado,
"Jovencito,
usted
pasa
a
la
procesión
grande."
No
dejé
de
sentir
un
poquito
de
miedo,
pues
era
la
primera
vez
que
tenía
que
enfrentarme
a
algo
que
según
yo,
no
estaba
aún
al
alcance
de
mis
posibilidades.
Desde
luego,
las
procesiones
infantiles
fueron
la
etapa
inicial
de
mi
trayectoria
por
este
mundo
de
tradiciones
ancestrales,
pero
me
dio
cierta
nostalgia
saber
que
ya
dejaba
de
ser
un
niño,
que
ya
entraba
a
una
etapa
superior
de
mi
vida,
que
ya
era
hora
de
tomar
más
responsabilidad
de
mis
actos,
y
que
ya
me
estaba
convirtiendo
en
todo
un
hombre,
pero
sobre
todo,
en
un
hombre
de
fe.
Así
es
Señor,
hoy
por
primera
vez
tomo
en
mis
manos
la
pesada
orquilla
y
coloco
mi
hombro
en
el
"brazo"
que
me
corresponde
para
llevarte
al
igual
que
muchos
mayores,
por
el
camino
de
la
fe,
del
perdón,
de
la
esperanza,
de
la
penitencia,
de
la
tradición
contigo
Hoy
por
primera
vez
siento
el
verdadero
peso
absoluto
de
la
herencia
que
me
dejó
mi
padre
o
mi
abuelo
o
mi
padrino
o
mi
tío
o
aquel
amigo
que
deseaba
que
yo
fuera
parte
de
los
cortejos.
Señor,
permíteme
ahora
que
he
crecido
físicamente,
también
que
mi
crecimiento
sea
espiritual,
que
no
solo
sea
mayor
en
estatura
sino
mayor
en
fe,
en
devoción,
en
ejemplo
de
cristianismo
para
con
mis
hermanos.
Soy
jóven
pero
se
que
tú
me
has
de
guíar
por
los
caminos
de
la
sabiduría,
así
como
has
guiado
mis
pasos
hacia
los
salones
de
inscripción
para
que
tenga
el
privilegio
de
acompañarte
con
mi
turno
en
los
sagrados
cortejos
que
rememoran
tu
pasión
y
muerte.
No
permitas
Señor
que
solamente
muera
contigo
un
Viernes
Santo,
permíteme
además
resucitar
contigo
el
resto
de
mi
vida.
Haz
que
esta
época
no
sea
solamente
para
reflexionar
sobre
mi
futuro
y
sobre
mi
conducta,
sino
que
el
peso
del
anda
me
ayude
a
sentir
también
con
cansada
dulzura
el
peso
de
la
vida,
de
la
responsabilidad,
de
la
honradez,
del
amor
a
mi
familia
y
sobre
todo
el
amor
hacia
Ti.
Yo
sé
Señor,
que
Tú
guiarás
mis
pasos
hacia
tu
resurección.