Jesús,
nuestro
padre
celestial
me
envió
un
hijo,
una
criaturita
que
tenía
una
misión
que
cumplir,
un
sendero
que
caminar
lo
tuve
en
mis
brazos,
tiernito,
mínimo,
pequeñito,
silencioso,
desnudito
No
vino
para
vivir,
vino
para
hacerme
ver
mi
debilidad
ante
tu
gran
poder,
para
ver
mi
sumisión
ante
tu
voluntad,
para
ver
en
él,
un
poco
de
ese
gran
martirio
que
Tú
padeciste
aquel
Viernes
Santo
En
pocos
días
regresó
al
cielo
convertido
en
un
angelito
de
esos
que
se
van
con
el
alma
limpia
como
la
nieve,
cristalina
como
el
agua
pura,
iluminado
por
el
espíritu
Santo
gracias
a
la
luz
del
bautismo,
y
rodeado
por
querubines
que
le
acompañaron
en
su
larga
agonía
Sé
muy
bien,
Jesús,
que
él
es
un
angelito
que
te
acompaña,
y
estoy
seguro
también
de
que
hoy,
cuando
tome
mi
turno
para
llevarte
en
mis
hombros,
ese
angelito
irá
prendido
de
mis
brazos,
secando
mis
lágrimas,
transportando
hacia
Tí
mis
oraciones,
suavizando
el
dolor
de
mi
corazón
herido,
acompañándome
como
se
lo
prometí
cuando
te
pedía
que
le
permitieras
vivir,
cuando
aún
tenía
esperanzas
de
que
lo
dejarías
conmigo
y
le
concederías
el
gozo
de
ser
un
devoto
más
tuyo,
cuando
tenía
fe
en
que
le
vería
andar
de
mi
mano,
acompañándote
Y
aún,
cuando
viendo
su
agonía
te
pedí
que
se
hiciera
tu
voluntad,
y
que
le
aliviaras
aquel
calvario
indescriptible
que
estaba
padeciendo,
aquella
triste
similitud
que
durante
diecisiete
días
me
hizo
recordar
las
doce
horas
de
tu
martirio.
Hoy
sé
que
él
me
acompaña,
que
va
de
mi
mano
cuando
te
llevo
en
mis
hombros,
que
goza
por
la
vida
celestial
que
le
has
concedido,
que
convierte
mis
lágrimas
de
tristeza
en
manantiales
de
consuelo,
y
sé
que
un
día,
cuando
yo
tenga
que
ir
a
tu
presencia
celestial,
él
estará
esperándome
para
acompañarme,
como
lo
hace
hoy,
cuando
llevo
tu
peso.
El
está
a
mi
lado,
permanece
a
lado
de
sus
hermanitos,
pero
por
sobre
todo,
revestido
de
la
blanca
pureza
que
brinda
el
Espíritu
Santo,
está
a
tu
lado