Señor,
hoy
es
la
última
vez
que
te
llevo
en
mis
hombros.
Han
pasado
los
años,
muchos
años
que
sentido
el
peso
del
anda
que
me
doblega.
Hoy
vengo
de
la
mano
fuerte
de
mi
hijo,
que
me
sostiene
en
mi
último
esfuerzo.
Ya
no
tengo
energías.
Mi
salud
está
doblegada,
mi
cuerpo
se
ha
inclinado
para
hacer
reverencia
a
la
tierra
que
ha
soportado
mis
pasos.
El
esfuerzo
de
este
año
por
venir
a
acompañarte,
ha
sido
extraordinario.
En
este
turno,
recuerdo
la
primera
vez
que
te
cargué,
cuando
la
inscripción
costaba
apenas
unos
centavos,
cuando
compraba
mi
cartulina
sin
esfuerzos,
sin
aglomeraciones,
cuando
los
pasos
silenciosos
se
oían
como
una
oración,
cuando
todos
calladamente
meditabamos
sobre
el
misterio
de
tu
pasión
y
muerte.
Cuando
te
llevabamos
en
pequeñas
andas
y
tu
imágen
era
lo
único
que
portaba
el
sacro
mueble.
Hoy
con
lágrimas
de
nostalgia,
de
tristeza,
de
dolor,
de
angustia,
de
pesar,
te
digo
adiós
por
última
vez.
Ya
no
renuevo
mi
promesa
de
acompañarte
el
próximo
año
y
cargar
en
tu
santa
procesión.
Ya
no
puedo.
Ya
di
todo
lo
que
Tú
me
permitiste
y
se
que
ya
no
puedo
más.
Mis
pasos
ya
se
deslizan
con
dificultad
y
lo
único
que
puedo
presentarte
con
la
misma
energía
de
tantos
años,
es
mi
oración.
Oro
para
darte
las
gracias
por
los
muchos
años
que
me
permitiste
cargar
y
oro
porque
el
próximo
año
me
permitas
acompañarte
desde
las
filas,
junto
a
mis
hijos,
a
los
herederos
de
esta
fe
imperecedera
que
me
concediste
transmitirles.
Ya
no
puedo
más.
Con
gran
esfuerzo
llego
al
final
de
la
cuadra,
mis
lágrimas
se
convierten
en
una
alfombra
a
lo
largo
de
todos
mis
pasos,
en
una
última
ofrenda
de
devoción,
mis
lágrimas
y
mis
últimas
fuerzas
se
agotaron
como
se
agotaron
las
tuyas
al
final
de
la
vía
sacra.
Solo
me
queda
esperar,
esperar
que
el
próximo
año
me
permitas
acompañarte,
o
que
me
dejes
verte
desde
lejos
y
te
diga
un
silencioso
adiós.
Gracias
Jesús,
hoy
he
sentido
por
última
vez,
el
peso
de
tu
cruz.