Voy
caminando
a
la
par
del
anda
que
porta
a
la
venerada
imagen
del
Cristo.
En
el
"bolillo"
veo
un
brazo
vacío,
al
que
solamente
le
adorna
una
cartulina
con
el
número
de
turno
y
brazo
que
corresponde
en
ese
momento.
¿Hasta
dónde
llega
nuestra
fe?
¿Sentimos
en
ese
momento
realmente
que
el
alma
de
nuestro
ser
querido
está
ocupando
ese
espacio
que
le
correspondería
si
aún
estuviera
vivo?
Creo
que
sí.
Y
para
mí
puede
ser
un
desconocido
quien
tendría
que
cargar
en
ese
momento,
pero
si
creo
que
Jesús
murió
por
nosotros,
también
debo
creer
que
la
fe
de
los
parientes
de
aquella
persona
hará
que
él
esté
en
ese
momento
acompañando
a
la
santa
imagen.
Y
no
es
solo
porque
lo
vea
en
un
extraño.
Es
porque
yo
también
en
algún
momento
hice
lo
propio,
porque
yo
también
adorné
aquel
brazo
con
el
luto
de
la
persona
ausente
que
por
última
vez
pudo
haber
cargado
en
esta
procesión.
Es
porque
también
elevo
una
oración
por
mi
amigo,
por
mi
padre,
por
mi
hijo,
por
mi
pariente,
a
quien
muchas
veces
tal
vez
acompañé
en
estos
cortejos
para
engrandecer
las
filas
de
los
fieles
creyentes.
Ahora
él
ya
no
está
presente.
Ya
no
puede
sentir
en
sus
hombros
el
peso
del
anda
y
la
felicidad
espiritual
que
nos
llena
cuando
hacemos
nuestra
penitencia
y
que
muchas
veces
pudo
experimentar.
Y
sé
muy
bien
Jesús,
que
cuando
miras
ese
brazo
vacío,
Tú
mismo
ocupas
aquel
lugar
para
hacer
menos
pesada
el
anda.
Tú
mismo
llenas
ese
espacio
con
tu
infinito
amor,
para
acompañar
el
alma
de
quien
tal
vez
pidió
que
se
cumpliera
su
deseo
de
ver
ese
brazo
con
la
señal
de
sus
creencias.
Ahora
Señor,
en
tu
infinita
bondad,
escucha
también
nuestras
oraciones,
alivia
el
dolor
de
las
almas
que
sufren
pero
que
esperan
tu
perdón.
Sirve
de
intercesor
ante
el
Santo
Padre
Celestial,
para
que
la
fe
de
ellos
les
lleve
a
la
tranquilidad
del
cielo,
a
la
paz
que
solo
se
encuentra
en
tu
reino,
a
la
luz
que
emana
de
tus
ojos,
al
consuelo
que
solo
brota
de
tus
labios,
al
calor
espiritual
que
solamente
se
encuentra
a
tu
lado.
Ese
brazo,
Señor,
no
está
vacío.
Van
él
y
Tú,
de
la
mano.