Llegó
por
fin
el
Viernes
Santo,
viernes
de
luto,
viernes
en
que
nuevamente
estaremos
frente
a
Tí,
Señor,
para
ver
la
forma
en
que
eres
elevado
en
la
cruz,
la
forma
en
que
se
recuerda
tu
sermón
de
las
Siete
Palabras,
la
forma
en
que
eres
bajado
del
madero,
en
que
eres
presentado
ante
nuestra
Santísima
Madre
y
en
que
es
mostrado
a
la
muchedumbre,
tu
cuerpo
lacerado,
ensangrentado,
molido,
herido,
maltrecho,
inerte,
sin
vida
No
es
solo
el
hecho
de
recordar
aquel
momento
mediante
este
drama
en
el
que
Tú,
Señor,
eres
el
actor
principal.
No
deberías
ser
Tú
el
personaje
central,
no
deberías
ser
Tú
quien
bajara
de
la
cruz
luego
de
redimir
el
pecado.
No
Señor,
deberíamos
de
ser
nosotros
quienes
protagonizáramos
ese
acto,
quienes
lejos
de
ser
simples
especadores,
indiferentes
y
callados,
sin
valor
para
gritar
¡No
le
crucifiquen¡,
subieramos
a
la
cruz,
clavaramos
nuestra
alma
al
madero
para
sentir
el
dolor
que
siente
tu
espíritu
por
nuestras
culpas,
y
bajaramos
luego
con
el
corazón
liberado
del
amor
al
dinero,
a
la
carne,
a
los
bienes,
al
poder
Es
impresionante
la
imagen
que
nos
presentas
Dios
Nuestro,
en
la
escultura
del
Cristo
Yacente
de
la
Recolección.
Sola
ella
es
capaz
de
cautivarnos,
de
estremecernos,
de
hacernos
temblar
ante
la
culpa
que
aún
arrastramos
por
aquellos
que
pecaron
antes
que
nosotros
y
que
pecarán
después.
Por
nuestras
propias
culpas
que
nunca
terminamos
de
enmendar.
Pero
tu
sola
presencia
Señor,
es
capaz
de
hacernos
reflexionar
sobre
lo
que
sucedió
aquella
tarde,
sobre
lo
que
sucede
hoy
y
sobre
lo
que
se
repetirá
el
próximo
Viernes
Santo,
en
que
Tú
vuelves
a
la
Cruz
a
llamarnos
para
que
nos
arrepintamos
y
de
verdad
resucitemos
contigo
en
la
hora
de
la
redención.
Cuídanos
Señor,
y
sigue
estremeciendo
nuestras
almas.
Algún
día
llegaremos
al
verdadero
arrepentimiento
y
caminaremos
tras
la
huella
que
ha
dejado
tu
sangre
en
el
sendero
de
nuestra
vida.
Algún
día
cualquier
viernes
de
los
que
nos
esperas
y
nos
abrigas
en
tu
sepulcro,
Señor.
Algún
día