Puede
ser
una
simple
coincidencia.
Puede
ser
producto
de
esos
azares
del
destino
que
nos
envía
algún
mensaje.
Puede
que
de
alguna
manera
exista
un
vínculo
entre
Él
y
los
niños
que
me
ha
dado.
El
caso
es
que,
hace
muchos
años,
Dios
me
envió
un
hijo,
-el
primero
después
de
once
años
de
espera-
y
esa
vez,
en
la
noche
de
Jueves
Santo,
tuve
el
privilegio
de
cargar
"la
entrada"
llevándolo
en
mis
brazos.
Siete
años
después,
esta
situación
se
repetía
y
mi
segundo
hijo
me
acompañaba
mientras
"Una
Lágrima"
acompasaba
la
entrada
de
Jesús
en
la
noche
de
la
solemnidad.
Acaso
este
haya
sido
un
mensaje
del
Señor
para
que
mis
niños,
como
lo
hacen
desde
entonces,
sigan
también
con
esta
bella
tradición,
con
esta
devoción
de
siglos.
El
caso
es
que
dos
años
después,
Dios
me
envió
otro
niño.
Pero
lo
envió
para
manifestarme
su
presencia
y
su
voluntad.
Aquel
pequeñito
no
me
pertenecía
porque
debía
retornar
al
cielo
a
jugar
con
otros
ángeles.
Y
lo
retornó
apenas
a
diecisiete
días
de
nacido.
No
era
mío,
era
del
cielo.
Viernes
Santo
por
la
noche
El
templo
lleno
de
oraciones,
de
silencio,
de
pesar,
al
igual
que
mi
corazón
que
en
aquel
instante
recordaba
a
la
criatura
que
estaba
ausente
de
mis
brazos.
Ese
vacío
que
yo
sentía,
aún
cuando
mi
hijo
mayor
me
acompañaba
deseoso
de
ver
la
entrada
del
cortejo.
Por
uno
de
esos
afortunados
designios
pude
cargar
en
el
turno
anterior
al
de
la
entrada.
Y
al
llegar
al
atrio
del
templo
el
brazo
que
debía
dejar
para
que
ocupara
otra
persona
quedó
vacío.
"Quédese
ahí",
me
dijo
alguien
del
turno
y
con
un
poco
de
temor
detuve
la
orquilla
en
mis
manos,
mientras
mi
hijo
extrañado
no
sabía
si
hacerse
a
la
fila
o
seguir
a
mi
lado.
Sonó
el
timbre
y
empezó
el
anda
a
atravesar
el
arco
principal.
Entró
Jesús
y
la
Marcha
Fúnebre
empezó
a
invadir
el
ambiente,
haciéndolo
mucho
más
conmovedor
para
mí,
que
en
ese
instante
imaginé
a
mi
niño
entre
mis
brazos
Era
Jesús
muerto,
y
era
mi
hijo
muerto.
Era
un
turno
que
no
me
pertenecía
pero
que
quizá
estaba
predistinado
para
que
yo
lo
cargara
Era
mi
hijo
que
tampoco
me
pertenecía
pero
que
también
me
acompañaba
¿Era
esa
coincidencia
quizá
un
mensaje
tuyo,
oh
Cristo,
para
que
yo
supiera
que
mi
niño
estaba
Contigo?
¿Acaso
era
una
forma
de
consolarme
de
aquel
llanto
que
me
ha
acompañado
desde
que
él
retornó
al
cielo?
Como
haya
sido,
Tú,
Cristo
del
Amor,
me
dabas
un
bálsamo
espirutual
al
saber
que
ese
angelito
que
vino
a
sufrir
unos
días,
siempre
estará
a
mi
lado
y
a
lado
de
sus
hermanos
cuidándolos
y
protegiéndolos
con
igual
amor.
De
una
cosa
si
estoy
seguro,
que
está
a
tu
lado,
oh
Jesús.