Terminó
la
jornada.
Regresó
Cristo
a
su
templo
después
de
muchas
horas
de
caminar
lentamente
por
las
calles
de
mi
ciudad,
para
recordarnos
que
en
aquella
primera
Semana
Santa,
Él
hizo
por
única
vez
este
recorrido
que
nosotros
revivimos
anualmente.
Dentro
de
un
año
se
repetirá
ese
rito
que
nos
une
a
Él
en
su
dolor,
en
su
angustia
y
en
su
perdón
hacia
la
humanidad.
¿Pero
vuelvo
a
casa
solamente
con
la
satisfacción
de
haber
cumplido
una
vez
más
con
una
tradición
enraizada
en
la
fe
de
los
católicos?
¿He
cumplido
realmente
el
deseo
de
Jesucristo,
de
renovar
mis
intenciones
de
ser
mejor?
¿O
solamente
ha
sido
un
espectáculo
personal
para
lucir
una
túnica
que
me
disfraza
como
seguidor
de
Cristo?
¿Vuelvo
a
mi
casa,
después
de
horas
de
cansancio,
a
seguir
la
vida
de
antes,
o
vuelvo
con
el
firme
propósito
de
brindarle
lo
mejor
a
mi
prójimo?
¿Acaso
logró
Dios
conmover
mi
alma
para
hacerme
enmendar
las
culpas
y
los
errores
que
he
venido
arrastrando?
¿O
pretendo
aumentar
mi
registro
de
años
de
participar
en
el
esplendor
y
la
majestuosidad
de
la
Semana
Santa,
sin
vestir
de
ese
mismo
esplendor
mi
alma
pecaminosa
y
sucia?
No
Señor,
si
antes
no
lo
hice,
permíteme
esta
vez
limpiar
con
el
agua
espiritual
de
la
penitencia
todos
mis
errores,
y
ahora,
concluida
la
jornada,
déjame
ser
un
partícipe
del
verdadero
significado
de
la
Cuaresma.
Después
de
vivir
la
Semana
Santa
como
Tú
lo
deseas,
renóvame
en
tu
amor,
deja
mi
alma
limpia
gracias
a
la
sangre
de
tu
pasión,
y
permíteme
ser
ante
la
humanidad,
la
prueba
viva
de
que
tu
sacrificio
no
fue
en
vano,
que
tu
pasión
sirvió
y
sirve
para
hacer
más
liviano
el
peso
de
esta
cruz
que
nos
hemos
tallado
a
nuestra
medida;
que
tu
muerte
nos
llena
de
vida
y
de
esperanza
para
luchar
por
ser
mejores
cada
día.
Así
Señor,
después
de
haberte
dejado
en
tu
sepulcro,
permíteme
volver
a
mi
casa,
con
el
corazón
limpio
y
con
el
espíritu
lleno
de
Ti.
Y
permíteme
encontrarte
así,
el
próximo
año
en
que
volvamos
a
recorrer
las
mismas
calles.