Pablo Velázquez
Navarrete
Publicado en El Muñidor Digital Nº 1328
Granada, mayo 2013
La
Sábana Santa de Turín
-la Sindone- con la supuesta imagen del cuerpo de Jesús
de Nazaret después de su muerte, ha sido durante
siglos un objeto misterioso en el que ha confluido el
interés tanto de creyentes como de personas
al margen de la Iglesia.
Hace unos meses se inauguró en Sevilla una exposición
muy didáctica sobre la Sabana Santa, promovida
por el Arzobispado y el Ayuntamiento, que he tenido la
suerte de poder visitar hace solo unos días y
que os recomiendo. La misma exposición ya se pudo
ver en Málaga antes.
Esta exposición, en la que colabora Miñarro
(renombrado imaginero y estudioso de la Sindone), muestra
al visitante los avatares históricos que conocemos
de la reliquia gracias a diversos documentos o indicios
más o menos contrastados, pudiendo solo sugerir
hipótesis plausibles para aquellos periodos de
tiempo en que se le pierde la pista: la ostentación
de la Sabana Santa en las murallas de Edesa hasta su
conquista por los sarracenos; su devolución al
Emperador bizantino; su partida de Constantinopla hacia
Francia tras el saqueo de los cruzados y su posterior
relación con los templarios... Hasta llegar a
Turín en el SXVI de mano de los Saboya y custodiarse
desde entonces en su catedral. La amalgama de historia
y leyenda te hacen de por sí aseverar que estás
ante algo único y enigmático. Aunque el
mayor impacto se recibe –obviamente- cuando se
aborda el origen mismo de la Sabana Santa.
¿Podría la Sindone ser, en efecto, la sabana con
que se envolvió el cuerpo de Nuestro Señor
tras su crucifixión en Jerusalén? ¿Es
la imagen que se aprecia en la Sábana la
de Cristo, Dios hecho hombre que murió por
nosotros?
En
el año 1898, un fotógrafo llamado Secondo Pía
realiza la primera fotografía de la historia a la
Sábana Santa, descubriendo que la imagen contenía
un negativo oculto, que relevaba la imagen prefecta de un
hombre igual a Jesucristo. Desde ese momento, esta tela hecha
de lino se convirtió en el objeto más estudiado
por la ciencia.
Diversas campañas científicas, autorizadas
por el Vaticano, han intentado en los últimos 30 años
aclarar los enigmas de la Sabana Santa, aunque los resultados
no han sido determinantes. La única conclusión
cierta a la que se llegó es que la formación
de la imagen que se aprecia en la Sindone es incompatible
con cualquier técnica conocida, que no es una falsificación,
y que desde un punto de vista médico-forense es perfectamente
compatible con lo descrito en los Evangelios sobre la Pasión
de Cristo.
Yo ya sabía de la Sindone hacía tiempo, y había
leído sobre su historia y controversia científica.
Son muchos los apasionados de la Sindone en todo el mundo
y es fácil encontrar documentales y webs sobre la
materia. Pero con todo, la exposición me devolvió esa
sensación de estar ante algo único, absolutamente
especial y que te impresiona sin remedio.
El final de la exposición lo constituye una escultura
a tamaño real de Miñarro que reproduce al hombre
de la Sábana, detalle por detalle. Mientras se contempla
la talla de ese hombre desgarrado en la sala se escucha de
fondo una pequeña narración a modo de conclusión.
Y algo que decía me llegó muy hondo: dejan
claro que la ciencia no ha podido concluir quién fue
esa persona martirizada que quedo envuelta por la Sindone,
ni la fecha exacta de su génesis, pero que sí que
queda confirmado por los múltiples estudios forenses
que ese hombre, pese a las torturas atroces que padeció,
no se resistió. ¿Os imagináis la fuerza
de espíritu de ese hombre, fuera quien fuese? Toda
una lección de humildad y entrega al margen de su
nombre...
Y así caí en la cuenta de que contemplar la
Sábana Santa, que yo personalmente considero una reliquia
verdadera, es para un cristiano un acto inútil si
no te lleva a Jesús y al Evangelio. ¿Acaso
es más importante el sudario de Cristo que su ejemplo,
sus enseñanzas, su Amor? Venerar la Sabana Santa sin
ir más allá, sin que nos ayude a acercarnos
más a Cristo, nos convertiría en poco menos
que idólatras necios seguidores de un trozo de tela
(aunque sea excepcional).
La misma reflexión me hago ahora sobre la devoción
que profesamos a nuestro venerado Titular el Stmo. Cristo
de San Agustín. Por mucho que conmueva los corazones
estar frente a esa talla portentosa, si su visión
no nos lleva a la oración, a acercarnos a Dios e intentar
ser mejores cristianos, entonces lo habremos convertido todo
en algo necio y triste.
Hermanos, os agradezco que me dejéis compartir con
vosotros mis inquietudes.