Pregón
pronunciado por Don José Villena Molina
Centro Cultural Federico García Lorca
31 de marzo del año 2001
El
acto que esta noche se está celebrando es nuevo en
la historia de la Semana Santa de nuestro pueblo. Fue introducido
por la Asociación de Cofradías a raíz
de su constitución y con él se ha incrementado,
todavía mas, el prestigio alcanzado por el desfile
procesional del Viernes Santo que ya ocupa un lugar destacado
entre los más importantes de la provincia e, incluso,
de fuera de ella.
Vamos
a celebrar, un año mas, los misterios de la Pasión
y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y lo vamos a
hacer, como ya es tradicional, con el fervor y ja devoción
que caracteriza a un pueblo de hondas raíces cristianas.
Empezaré
diciendo que esta fiesta se remonta en el Padul a los primeros
tiempos de la dominación cristiana, tras la terminación
de la Reconquista. En sus comienzos todos los actos tenían
lugar en el interior de la iglesia, edificada, como sabéis,
sobre la antigua mezquita árabe, porque todavía
no se había introducido la costumbre de realizar
manifestaciones externas del culto. Se desarrollaban con
una especial intensidad debido a aquellos antepasados nuestros
eran extremadamente religiosos, ya que su vida estaba sometida
a la más absoluta inseguridad y expuesta a los peligros
que, en forma de invasiones, epidemias que diezmaban la
población y hambres que causaban estragos, les amenazaban
continuamente. De ahí que estuvieran siempre implorando
del cielo la protección que no encontraban en la
tierra y de ahí, también, que su fe en Dios
fuera inquebrantable y que constituyera la razón
de ser de su existencia.
Esta
fe, tan profunda es la que ha llegado hasta nosotros, transmitida
de Generación en generación, y de la que nos
hemos nutrido en el seno de nuestra familia, porque en el1
Padul ha sido, siempre, la familia la' escuela donde se
inculcaba la educación cristiana y las madres las
primeras catequistas de sus hijos. ¿Quién
no recuerda a las madres, a su madre, con el hijo sentado
en su regazo, enseñándolele las primeras oraciones?.
Con
esta forma de ser y de pensar, los hijos de este pueblo
necesariamente tenían que vivir la Pasión
de Cristo con una devoción desbordante. Así
se ha puesto, siempre, de manifiesto a la hora de asistir
a los actos parroquiales y a las procesiones que salían
a la calle en estos días. La del Silencio, a la caída
de la tarde del Jueves Santo, mas callada y recogida y la
del Santo
Entierro, el Viernes por la noche, mas abierta y participativa.
La
Semana Santa, que vamos a celebrar dentro de unos días,
tiene, en esta ocasión, un carácter especial.
Con ella hemos entrado en el Tercer Milenio y con ella inauguramos
un nuevo siglo. A nosotros nos ha tocado ser los protagonistas
de un hecho que, naturalmente, ya nunca repetiremos, pero
que nos obliga a un trabajo de superación para que
el año 2.001 marque un hito en la centenaria historia
religiosa de nuestro pueblo.
La
fe de los paduleños, mantenida inalterable desde
sus orígenes, ha hecho posible que se abra ante nosotros
una nueva etapa y que las fiestas pasionales del Padul hayan
alcanzado los niveles de esplendor actuales.
A
esta realidad han contribuido todos con su entusiasmo y,
sobre todo, con la fidelidad a los deseos del párroco
D. Adrián López Iriarte, un sacerdote que
tan profunda huella dejó de su paso por el pueblo,
verdadero artífice del desfile procesional que hoy
celebramos. El quiso que la noche del Viernes Santo fuese
un auténtico Vía Crucis en el que se recogiesen
las últimas horas vividas por Nuestro Señor,
desde su prendimiento en el Huerto de los Olivos hasta la
muerte en el Gólgota. A su imaginación se
deben los pasos vivientes que constituyen una de las señas
de identidad de la procesión y entre los que tantas
jóvenes han desfilado representando a la Virgen,
a la Verónica o a las Marías y tantos hombres,
en el vigor de la juventud, han vestido el uniforme marcial
de los romanos o las túnicas de los penitentes.
Quizás
uno de los mayores aciertos de D. Adrián fue responsabilizar
a determinadas familias de la labor de cuidar y hacer desfilar
las imágenes. Con ello, tal vez sin proponérselo,
introdujo una noble competencia que fue el punto de arranque
para que nuestra estación de penitencia haya alcanzado
los niveles de vistosidad que actualmente posee y que su
fama haya traspasado las fronteras del pueblo y cautivado
a todos los que tienen la oportunidad de conocerla.
En este camino de consolidación y crecimiento han
tenido mucho que ver la personas que, a lo largo de los
años, han ido tomando el relevo en la apasionante
tarea de organizarla. Unos aceptaron esta responsabilidad
movidos por.> vínculos familiares, otros llegaron
a ella Y comprometidos por los lazos de la amistad y todos
impulsados por la fe.
¡Que
lejos estaban de imaginar aquellos hombres, los que tanto
se afanaron junto a D. Adrián para hacer realidad
la procesión, los que amarraban los pañuelos
a las andas para que nadie les arrebatase el privilegio
de sentir sobre sus hombros el peso de la Pasión,
los que hacían la Estación de Penitencia,
caminando tras el Sepulcro, vestidos con los trajes negros
reservados pala las grandes solemnidades, y llevando el
sombrero en una mano y una vela en la otra para iluminar
la oscuridad de aquella noche trágica o aquellas
mujeres, nuestras madres y nuestras abuelas, que acompañaban
en su dolor a ja Madre, que lejos estaban de imaginar, repito,
que aquel austero recuerdo de la Muerte del Señor
que ellos celebraban, se convertiría, andando el
tiempo, en este espectáculo de luz y de color que
alumbra el paso de Cristo por la vía dolorosa.
¡Cuánto
ha cambiado todo! ¡Cuantas cosas se ha llevado el
paso implacable del tiempo! Se llevó a nuestros seres
más queridos, se llevó los años, cargados
de ilusiones, de nuestra juventud, aquellas semanas santas
en las que las calles y plazas de nuestro pueblo se inundaban
de olor a cera y color de primavera.
En
aquellas fechas la vida se transformaba, se habría
un paréntesis en la normalidad cotidiana que ya no
se cerraba hasta el esperado momento de la Resurrección.
El retablo y todas las imágenes de la iglesia se
ocultaban tras un espeso manto morado de penitencia. Durante
los días grandes de la Pasión el centro de
atención de las personas estaba en el Monumento,
instalado en el lugar preferente del templo, el Altar Mayor
y ante él acudían los paduleños, la
noche del Jueves Santo, ha hacer penitencia y a rezar los
credos.
Eran
días de dolor, de recogimiento, de austeridad y hasta
los bares y tabernas se cerraban por que no había
lugar a la diversión.
Los
herederos de aquellos primeros colaboradores de D. Adrián
continúan siendo fieles al legado recibido y, con
su esfuerzo, hacen posible que cada noche del Viernes Santo
el Padul, como una nueva Jerusalén, ves pasar por
sus calles la comitiva que, al igual que hace dos mil años,
siguió al Hijo de Dios en su camino hacia el Calvario.
La
trayectoria seguida por nuestra procesión ha sufrido,
también, algunos altibajos a lo largo de su dilatada
historia como consecuencia de la paulatina desaparición
de los miembros de las familias que inicialmente cuidaban
las imágenes. Incluso hubo dificultades para que
alguna de ellas pudiera participar en el desfile. Surgió,
entonces, la reacción solidaria de un amplio sector
de la población que se plasmó en la constitución
de nuevas cofradías que vinieron a resolver la situación.
La Flagelación, el Nazareno y el Crucificado se organizaron
en el momento mas oportuno para dar a la procesión
un impulso definitivo.
A
ellas hay que unir la Hermandad del Santo Sudario que de
la mano de Antonio Molina, Pechín, apareció
casi al mismo tiempo. Es de destacar el trabajo de este
hombre ya que él solo, inasequible al desaliento,
ha conseguido que la Cruz deje de ir olvidada, allá
al final, cerrando el paso del cortejo.
La
llegada de estas hermandades supuso la introducción
de cambios bastante significativos. El mas llamativo de
todos fue, sin duda, la substitución de los viejos
carrillos por el cuerno de costaleros que tanto impactaron
en la gente y que tanto realce han dado a la marcha procesional.
La imagen de estos hombres y mujeres, con su lento caminar
y su monorrítmico arrastrar de pies en una especie
de plegaria de silencio envuelta en el cansancio de sus
rostros sudorosos, ha elevado la procesión del Viernes
Santo a la categoría de los grandes acontecimientos.
Por derecho propio se ha situado ya en el circuito de lugares
a visitar por la personas interesadas en conocer esta clase
de manifestaciones religiosas.
Me
vais a permitir que tenga un recuerdo para algunos de los
personajes singulares que están unidos a la historia
de la Semana Santa y que por sus características
especiales son dignos de resaltar. Me refiero a Panocho,
que a pesar de sus limitaciones, tantos años hizo
el recorrido al frente de los Sayones. Sin duda que, cuando
se haga el relato de los hechos del Padul de la segunda
mitad del siglo XX, habrá que incluirlo entre los
personajes populares que vivieron en el pueblo.
Decíamos
antes que esta Semana Santa quedará en la memoria
de todos por ser la primera de un nuevo siglo y de un nuevo
milenio. No podemos negar que esto es para todos motivo
de satisfacción porque las generaciones futuras recordarán
agradecidas a los paduleños que vivimos a caballo
entre dos siglos por haberles hecho llegar este espectáculo
de fe tan maravilloso pero, también, nos hace contraer
la gran responsabilidad de saberles transmitir el orgullo
de sentirse hijos de un pueblo que conserva como uno de
sus rasgos identificativos el sentido religioso de la vida
y el amor por la tierra que, un día, sus padres forjaron
con el trabajo y regaron con abundancia con el sudor de
su frente.
En
El Padul hemos sido, siempre, amantes de nuestras costumbres
y defensores de nuestras tradiciones. Por eso sentimos en
lo mas profundo del corazón la desaparición
de tantas cosas que ya formaban parte del acervo cultural,
y religioso del pueblo. No me resisto a señalar,
aunque solo sea a titulo de comentario algunas de ellas
: la ceremonia de la bendición del verde en las mañanas
del Jueves Santo, los sermones de Pasión y de las
Siete Palabras con el trasiego de reclinatorios por las
calles, el rezo de los credos, las visitas durante la noche
al monumento, la carraca llamándonos a los Oficios.
¿Como vamos a olvidar la explosión de alegría
que se producía cuando en la Misa de Resurrección,
en la mañana del Sábado, el sacerdote entonaba
el Gloria?. En la iglesia los fieles prorrumpían
en cerrados aplausos, en las casas las mujeres hacían
sonar con estridencia las pesadas almireces, en las calles
los chiquillos arrastraban latas y atronaban el ambiente
con el ruido ensordecedor de campanos y cencerros. Parecía
que una especie de locura colectiva se había apoderado,
por unos minutos, del pueblo.
Esta
ha sido y es nuestra fe. Una fe que ayer se alegraba por
el nacimiento del Salvador y que hoy llora la tragedia de
la Cruz.
Nos
preparamos para asistir al recuerdo de la culminación
del paso de Jesús por la tierra. Ahora es tiempo
de penitencia, pero también de esperanza, una esperanza
que nos abre nuevos horizontes ya que, al final, tañeremos
campanas de gloria porque la muerte ha sido, al fin, vencida.
¿Dónde está muerte tu victoria?, gritaba
el salmista exultante de gozo por la Resurrección.
El
recuerdo de estos acontecimientos que conmovieron los cimientos
del mundo los iniciaremos el Domingo de Ramos recibiendo
a Jesús, entre palmas y olivos, como aquel día
en Jerusalén y los terminaremos con la procesión
de los "Júas" llevando por las calles al
Resucitado entre la algarabía de los jóvenes
y de los niños que van derribando las representaciones
grotescas del apóstol traidor.
No
quisiera terminar este paso por el tiempo sin traer esta
noche, aquí, el recuerdo de todas las personas que
nos precedieron en la apasionante tarea de hacer, cada año,
realidad la procesión y que ya se encuentran junto
a Dios ¡Cuantos familiares nuestros, cuantos amigos
entrañables se asomarán el Viernes Santo al
balcón del cielo para recrearse, como tantas veces
lo. hicieron en su pueblo, contemplando el desfile luminoso
de los tronos, el paso acompasado de los penitentes, la
marcialidad de los romanos, el rostro serio de las mujeres
caminando silenciosas tras la Dolorosa. Ofrezcámosles,
en estos días, el tributo agradecido de nuestra sincera
oración.
Hoy,
aunque en el fondo seguimos haciendo lo mismo, ya nada es
igual porque todo ha cambiado. Hemos cambiado nosotros,
ha cambiado la sociedad. Pero lo que permanece dolorosamente
inalterable es la Crucifixión de Cristo, al que,
todavía, se le sigue llevando hasta el calvario.
Y se le sigue llevando en la persona del marginado, en la
persona de inmigrante que muere frente a nuestras costas
en un intento desesperado por alcanzar una nueva tierra
prometida en la que mitigar su hambre, en la persona de
los muchos lázaros que esperan, ya sin esperanza,
re coger las migajas de los instalados en la sociedad del
bienestar.
Reflexionemos
sobre nuestros comportamientos y evitemos que esta tradición
multisecular se convierta en una rutinaria celebración
mundana, para seamos consecuentes con nuestras creencias,
de tal manera que podamos decir con San Juan de la Cruz:
No
me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido
ni me mueve, el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tu me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme el ver tu cuerpo tan herido
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor de tal manera
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara
Y, aun que no hubiera infierno, te temiera.