Pregón
pronunciado por D. Andrés Cabello Sánchez
Centro Cultural Federico García Lorca
1 de abril de 2017
Rvdo. Sr. D. Cristóbal
Sánchez Liñán, párroco de Santa
María la Mayor de Padul, Ilmo. Sr. D. Manuel Alarcón,
alcalde presidente del Ilmo. Ayuntamiento de Padul, Sr.
D. José Antonio Hidalgo, Presidente de la federación
de cofradías.
Sres. Hermanos
Mayores de todas y cada una de las cofradías y hermandades
de la Semana Santa de Padul, Sres. Hermanos cofrades, costaleros
y costaleras.
Señoras, señores, amigos, a todos: paz y bien.
Mi agradecimiento,
por supuesto con la boca chica, al presidente de la federación
de cofradías y a todos los hermanos mayores por su
temeraria decisión de elegirme como pregonero de
la Semana Santa de mi pueblo. Con la boca chica, porque
el desasosiego que habitó en mi los primeros días
no lo podré olvidar; siempre me dio miedo el papel
en blanco, más aún si la cabeza también
lo estaba. Y así es como me encontré yo al
principio. Desbordado. Sentía miedo, pero a la vez,
creo que como miembro de la Iglesia tenía que manifestar
con mis torpes palabras el amor que Dios nos tiene, manifestado
en su Hijo Jesús. Lo que sí puedo aseguraros
es que estas líneas están escritas con todo
mi corazón para despertar de algún modo el
amor al prójimo, dando cumplimiento al mandamiento
de Jesús. “AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS COMO
YO OS HE AMADO".
En cualquier caso,
la cabeza fue llenándose de ideas, el papel también
y aquí estoy esta noche, delante de vosotros dispuesto
a volcar mis sentimientos acerca de qué es para mí
nuestra Semana Santa, qué son nuestras hermandades
y cofradías.
Temeridad, porque
no de otra forma puede ser calificada la decisión
adoptada por la federación de elegir como pregonero
a una persona que no tiene más mérito y currículum
que el de haber nacido en el seno de una familia cristiana
y haber tratado con sus limitaciones de vivir como tal,
siguiendo el ejemplo de sus padres, eso sí, convencido
de que nuestras Hermandades y Cofradías tienen una
misión que va más allá que la de catequizar
a través de sus pasos, que ya es importante, debiendo
ser semillero de cristianos íntegramente comprometidos
con el evangelio y con el mensaje que del mismo se desprende.
Quiero también
aprovechar la ocasión que se me brinda para hacer
público mi agradecimiento a nuestro párroco
D. Cristóbal por su esfuerzo en explicarnos las Escrituras;
gracias a esto, creo que todos hemos podido profundizar
en nuestra Fe.
De todas formas,
a pesar de la “faena”, de corazón muchas
gracias por la confianza que habéis depositado en
mí; trataré de no defraudarla.
Nuestro recuerdo
y nuestras oraciones para todos los costaleros y cofrades
que en los últimos años estuvieron con nosotros
y ya están en la presencia del Padre.
INTRODUCCIÓN
Quiero en primer lugar, invocar al Espíritu Santo
para que me asista en este pregón y que el mismo
sea una oración por la exaltación de la SANTA
FE CATOLICA PARA GLORIA DE DIOS PADRE.
No vamos a andarnos
con misterios; no habrá lugar a disquisiciones acerca
de cuál será el guión. No. Desde el
primer instante, tras asumir mi condición de pregonero,
lo tuve claro; el sustento, la base, debe ser LA CRUZ, que
es el bastión sobre el que se apoya nuestra fe. De
su mano trataremos de adentrarnos en el modo y manera de
vivir el cofrade, el cristiano, los principios del Evangelio,
cómo estos principios deben ser una constante de
vida en nuestras Hermandades y Cofradías, como parte
que forman de la Iglesia universal y, de forma inmediata,
de la diocesana y, más cerca aún, de nuestra
parroquia. De la mano de tales principios, qué papel
deben desempeñar en la actualidad para servir de
cauce que ayude a la santificación de sus hermanos.
Será un pregón, quizá intenso en cuanto
al contenido, pero tranquilos, no será largo; así
que, si estáis puestos, nos vamos de frente.
DE LA CRUZ A LA
LUZ
En los Evangelios
sinópticos, Mateo nos dice en el (10,38)"El
que no toma su Cruz y me sigue, no es digno de mí".
MARCOS (8,34)
nos dice "Si alguno quiere venir detrás de mí
que renuncie a sí mismo, que cargue con su Cruz y
que me siga".
Lucas (14,27)
nos dice:"El que no carga con su Cruz y viene
detrás de mí, no pude ser discípulo
mío".
Luego ya tenemos
claro el porqué de la CRUZ
Y he querido que
sea la Cruz la que marque el argumento de este pregón
porque desde el momento en que Jesús tomó
consigo a los doce aparte y les dijo por el camino: "Estamos
subiendo a Jerusalén, allí el Hijo del Hombre
va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y maestros
de la ley, que lo condenarán a muerte y lo entregarán
a los paganos para que se burlen de Él, lo azoten
y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará";
hasta que queda desnuda la noche del Viernes Santo; incluso,
cuando de forma invisible aparece bajo un Dios resucitado,
es también el guión sobre el que se vertebra
nuestra SEMANA SANTA. La CRUZ es nuestro anclaje básico
para alcanzar la salvación, una salvación
que sin Ella, asida con amor, no sería posible lograr.
Una Cruz que es
el puente, el camino, la escalera que permite redimirnos
y unirnos a CRISTO del que mana la salud del cuerpo y del
alma, que fue el primero en tomarla, echársela a
la espalda y asumirla hasta el final.
Una Cruz que es
el gozne de la puerta del Cielo, el camino más recto
hacia la Gloria y el medio más útil y eficaz
para conseguirla.
La Cruz es signo
de contradicción, siempre lo fue. Locura y escándalo
para los judíos, pues constituía un medio
dispensador de tortura, humillación y muerte, destinado
a los peores criminales ajenos a la ciudadanía romana;
cómo nadie iba a ser Rey con ese trono. Y es, también,
necedad para los gentiles, para los paganos. Qué
tontería era esa de inmolarse en una Cruz; qué
es eso de morir para salvar. Máxime cuando en el
DEUTERONOMIO se nos dice “MALDITO EL QUE CUELGA DE
UN MADERO”.
El caso es que,
hoy día, esa sensación de necedad sigue presente.
No resulta creíble, bajo la óptica del materialismo,
que alguien fuera capaz de inmolarse sin pedir nada a cambio.
Sin embargo, esa Cruz abrazada por nuestro Señor
Jesucristo, denostada por unos e ignorada por otros, es
el principio y fin de todo y hoy sigue tan erguida, viva
y pujante como el primer día; no solo porque la SANGRE
DE CRISTO en Ella derramada tenga vocación de universalidad
y eternidad, sino porque la Cruz es algo que acompaña
a la propia naturaleza y esencia del hombre. No hay vida
humana sin Cruz. Lo queramos o no, no hay vida sin padecimiento,
sin sufrimiento.
Y es que al final
es cierto que “todos los ojos lloran, aunque no lo
hagan al mismo tiempo”. Todos han llorado, lloran
o llorarán. Ninguno se librará. De lo que
se trata es de que sepamos convertir cada una de esas lágrimas
que corrieron, que corren, y que correrán por nuestras
mejillas en eslabón de una cadena, en peldaños
de una escalera que, sin solución de continuidad,
nos lleven hasta la Gloria, viendo en ellas una oportunidad
única para acercarnos al Perdón y a un Cristo
que nos da la alegría de la REDENCIÓN.
El caso es que
la Cruz no hay que buscarla más allá de nuestro
círculo habitual; con mirarnos a nosotros mismos
es suficiente; con la que a cada uno nos ha tocado en suerte
es bastante.
Solo se nos pide
que la tomemos y Lo sigamos. No cabe duda que el camino
de la Cruz es el que eleva la mirada hacia lo más
alto, que es Dios. Por tanto, empezamos a ver a Dios, en
el momento de aceptar la Cruz. Él permite el sufrimiento
para darnos un bien mejor.
Nos dice el Salmo
118,72.75 "Me vino bien el sufrir, pues así
aprendí tus normas. Señor, yo sé que
tus mandamientos son justos, que tienes razón cuando
me haces sufrir". Si aceptamos el sufrimiento.
Si así
lo hacemos os aseguro que nuestra Cruz se hará más
llevadera.
Mi vida cambió
cuando acepté mi pequeña Cruz; sí,
digo pequeña, porque si miramos a nuestro alrededor
veremos que las hay mayores. Al aceptarla pude discernir
y valorar que lo más importante en la vida es el
amor a los demás, hasta entonces no había
valorado lo suficiente EL AMOR AL PRÓJIMO COMO A
UNO MISMO, y vivir el presente como si solo existiera este.
Y sobre todo confiar siempre en DIOS.
Confiemos en Él
y Ofrezcámosela para que la una a la suya y así
nuestra Cruz será también redentora. De esta
forma sentiremos como nos dijo el BEATO MANUEL LOZANO GARRIDO
“la Alegría vivida en el Dolor”.
Y además,
habrá que hacerlo con entereza y dignidad; con dignidad
humana y con dignidad cristiana. Con la primera porque las
penas llevadas con alegría –que contradicción-
son menos penas. Sí, mientras más nos aferramos
a nuestra desgracia mayor se hace, más sangra la
herida, menos posibilidades de sobreponerse a ella hay y
más vulnerables somos ante esa situación.
Con la segunda —con dignidad cristiana— porque
la Cruz, nuestra Cruz, nos acerca a Dios y nos une a Él;
aunque nos parezca un padecimiento inútil e inmerecido,
aunque algunas veces se nos antoje más liviana la
del otro que la que llevamos, está claro que es una
oportunidad para estar cerca de Quien sufrió y murió
por todos.
Ahora bien, hay
que dejar claro que lo que nos salva, lo que nos sirve para
la salvación no es, en sí, la cruz, nuestra
cruz, la que cada uno portemos, sino el amor con que la
aceptemos, la tratemos y la llevemos.
Fue la oración
del Buen Ladrón, desde la Cruz aceptada, “Acuérdate
de mí cuando estés en tu Reino”, la
que hizo que Cristo le prometiera desde ese día para
siempre el Paraíso.
Porque la historia
de la Cruz es una historia de Amor, de Amor gratuito y sin
límites, de donación, de dación total.
Dios no pone como
condición para llegar a Él que soportemos
nuestra Cruz, lo que nos acerca a Él es amarle y
amar a los que nos rodean y con ese amor, tomar, aceptar
y tratar nuestras pequeñas o grandes tribulaciones.
Pero la cosa no
queda ahí; es que el Señor, NUESTRO JESUS
NAZARENO, nos pide que nos olvidemos de nosotros mismos,
que tomemos nuestra Cruz y le sigamos, y esto implica desprenderse
del egoísmo propio y asumir, aceptar y “amar”
nuestros problemas y también los ajenos. En definitiva,
lo que nos está pidiendo ese NAZARENO es que nos
convirtamos en auténticos cirineos para quienes de
nuestra ayuda necesiten. Que pongamos en práctica
el verbo CIRENEAR, un verbo que no está en el diccionario
de la Real Academia Española de la Lengua pero que
sí rezuma de los Evangelios; CIRENEAR: tomar con
amor tu Cruz y la del prójimo y caminar.
Un verbo que,
conjugado, nos llevará a tender nuestra mano en ayuda
del necesitado, como ya hizo Simón de Cirene, con
un CRISTO TRES VECES CAIDO por el peso de nuestros pecados.
Vemos, pues, cómo
la Cruz va de la mano del Amor, de tal manera que aquella
es fruto de este; no habría existido Cruz sin Amor.
Icono supremo de amor.
Al principio y
al final del camino siempre está la palabra clave
AMOR, cuatro letras que se superponen con otras cuatro,
CRUZ, y que, aun sonando distintas, no dejan de ser lo mismo,
CRUZ Y AMOR.
Señor,
si Amor con Amor se paga, ayúdanos a corresponderte,
siendo serviciales con quien nuestro servicio requiera.
Afables con quien
nos critique injustamente o con nosotros litigue.
Que deseemos para
los demás el bien que para nosotros mismos ansiamos.
Que seamos atentos,
incluso con quien nos ignora.
Cordiales hasta
con el que nos vuelva la cara para no saludarnos; con ese
que, para evitarnos, cruza a la otra acera por la que caminamos.
Cariñosos
con quien de él nada material se espera.
¡Oh Cristo
que derramas Amor, enséñanos a querer, a amar,
a quien no nos quiera! Asimismo, la Cruz es además,
signo de dolor, sacrificio, sangre, martirio, tortura y
muerte, pero también es símbolo de TRIUNFO,
TRIUNFO DE LA SANTA CRUZ, de júbilo, de Gloria: la
que da la RESURRECCION DEL SEÑOR: sin Esta, sin una
AURORA que la alumbrara, la muerte de NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO, no habría tenido sentido; todo hubiera
sido en vano. Pero no lo fue, Cristo quiso morir y resucitar
para que pudiéramos vivir en Él y alcanzar
su PAZ eterna; la que Cristo nos da.
Por eso hay que
dar un paso más; no podemos detenernos en lo que
se ve a simple vista, la Cruz, en la señal de muerte
que, en principio, rememora; hay que avanzar y ver en Ella,
además de muerte y dolor, un medio de salvación,
la que nos da nuestro Señor Jesucristo.
Si no hay Cruz no hay sendero que seguir, no hay camino.
Nos forjamos en
la Cruz, nos vamos haciendo en Ella, hasta tal punto que
como decían los Padres antiguos de la Iglesia, quien
no ha sufrido, nada tiene que enseñarnos. Y es que
el sufrimiento contiene otra especie de felicidad, una felicidad
de registro distinto, una felicidad que solo conocen los
que la han comprendido a la luz de la Cruz, pero algo está
claro para cada uno de nos- otros: quien quiera ser feliz
aquí abajo, debe estar dispuesto a dar cabida al
sufrimiento, el cual nos vendrá a cada uno por caminos
distintos.
Cuántas
personas sufren penosas y largas enfermedades que, en algunos
casos, no tienen otro final que el fallecimiento; cuántas
esperan un trasplante que les de la vida y que no llega,
y cuántas de estas lo hacen de forma silente, sosegada,
tratando de que su sufrimiento no pase de ellas, de que
los familiares que los rodean no vivan su infelicidad, incluso,
tratando de transmitir una alegría que humanamente
es difícil de justificar. Cuántas familias
rotas Señor; no vamos aquí a buscar las causas.
Seguro que cada
uno de vosotros les ponéis nombre y cara a personas
que, como éstas que he contado, viven su gran problema,
viven su Cruz pendientes del prójimo.
Y me pregunto:
¿Qué es lo que hay detrás de todas
ellas? ¿Quién hace que se olviden de sus problemas,
de sí mismas, para estar siempre atentas al que a
su lado está? ¿Quién consigue que,
a pesar de sus carencias físicas, la Luz siempre
les resplandezca? ¿Quién carga con su Cruz?
¿Quién es capaz de sustentar su ánimo?
¿En quién confían? ¿En quién
se apoyan? Sin duda en el que todo lo puede porque nos ama:
Nuestro Señor Jesucristo, bien sea bajo la imagen
de Jesús de la Victoria, en el Huerto de los Olivos,
Jesús de la Flagelación, Nazareno, Tres Caídas,
El Crucificado, es el mismo, nuestro Señor JESUCRISTO.
Él es algo
más que la maravilla de un rostro, la dulzura de
una mirada que llega directamente al alma. EL SEÑOR
ES ESO Y MÁS.
Es el abrazo del
Padre que en busca del hijo pródigo sale al encuentro;
es alivio, am- paro, cobijo, abrigo y protección,
compañía para el que está solo; es
el buen consejo, calma de nuestras preocupaciones y desvelos,
bálsamo de nuestras heridas, clemencia, comprensión
y perdón para nuestros defectos, conversión
para el incrédulo, concordia en los enfrentamientos,
manantial de gracias y recompensas, sentimiento de nuestros
ancestros, ilusión frente al desencanto, esperanza
para quien aguarda. Ante las dificultades, serenidad y so-
siego, es mano que te acaricia, “tranquilo”
ANDRÉS (nos llama por nuestro nombre) que todo tiene
arreglo, cuéntame que yo te escucho y yo te cuento;
ocúpate de mis cosas que yo me ocuparé de
las tuyas y es que es el TODO y es de todos y estar junto
a Él es sentirse en el Cielo.
TRATO DE LO SAGRADO
Lo que está
claro es que para calibrar y saber de qué hablamos
cuando nos referimos a la Cruz no se nos pueden olvidar
los acontecimientos que en la misma se vivieron.
Los cofrades no debemos acostumbrarnos a ver nuestros Pasos
representando las distintas escenas de la Pasión,
“sin ponernos en el lugar” de a Quien, por hacer
el bien, se le Colocó una CORONA DE ESPINAS, se le
AZOTÓ ATADO A UNA COLUMNA, se le obligó a
llevar LA CRUZ AL HOMBRO, en Ella expiró y murió;
ni de Quien, junto a Él, fue la QUINTAESENCIA de
la Angustia, y sufrimiento de una Madre. Tenemos que tener
presente que la Pasión y muerte del Señor
es algo más que una secuencia de hechos históricos
que tuvieron lugar hace más de dos mil años
y que ahí terminaron; esa Pasión tuvo lugar,
precisamente, para estar presente entre nosotros teniéndola
como referente de entrega y Amor; por Ella el Señor
se hizo para siempre contemporáneo nuestro. Y creo
que deberíamos hacer un esfuerzo para ponernos, por
unos instantes siquiera, en lo que supuso para Jesucristo
tomar su Cruz, cargar con Ella, lleno de MISERICORDIA, ser
torturado y morir crucificado.
Los cofrades,
por la cercanía que tenemos con nuestras Imágenes
podemos correr el peligro de acostumbrarnos a esa inmediatez
de tal manera que, incluso al santiguarnos, lo hagamos de
forma mecánica mientras a miles de kilómetros
de aquí, en Egipto, Irak, Nigeria, Siria, India o
China, hay personas que mueren por no renunciar a hacerlo;
cristianos que creen en nuestro mismo Dios.
Porque nuestras
Imágenes no son meras estatuas, son algo más:
Instrumentos de los que Dios se vale para que lleguemos
a Él. Por eso a ellas hemos de acercarnos como ya
lo hiciera la Hemorroisa con el Señor; eran muchos
los que lo hacían, pero solo ella lo hizo tocando
discretamente su túnica con fe, con devoción,
con cariño, y Él se lo agradeció y
la recompensó.
FORMACION
Hemos hablado
del criterio con que debemos acercarnos y tratar a las imágenes
de nuestra devoción, y habríamos de hacer
un esfuerzo por “conocer” como fue la vida de
quienes a ellas representan, cual su mensaje, cual su esencia.
Pero, claro, para
que esto ocurra hemos de dejar que entre el soplo del Espíritu
Santo; unas veces lo hará en forma de Paloma, otras
de Brisa, otras de Llama, y otras… por medio de la
formación.
Una actividad
formativa que nos lleve a vivir la radicalidad del Evangelio
y así poder dar testimonio de un CRISTO, CAUTIVO
por el hombre y por el Padre RESCATADO, a quienes lo conocen
y a los que no; esa es nuestra tarea en la Nueva Evangelización,
de entusiasmo en la transmisión de nuestra fe, de
apostolado y de MISIÓN. Por medio de la formación
tomaremos conciencia de qué supone pertenecer a una
hermandad, de su plena incardinación en la iglesia,
de cómo no son entes autárquicos e independientes
y de cómo se debe vivir la fe en ellas.
En cualquier caso,
hay que tener claro que la tarea formativa no va dirigida
a formar por formar, -vamos, por mera erudición-,
sino que va encaminada a llevarnos a amar y servir mejor
a Dios y a nuestros semejantes, especialmente a los más
necesitados, pues en ellos está la cara de nuestro
SEÑOR JESUCRISTO.
De nada sirve
que seamos perfectos conocedores de la palabra de Dios si
eso no nos conduce a ponerla en práctica. Porque
Cristo, el SANTISIMO CRISTO que es todo PROVIDENCIA, no
quiere ni necesita eruditos —de hecho no se reveló
a los sabios—: lo que necesita son, como diría
el Santo Padre Benedicto, “obreros del evangelio”
que continúen con su tarea.
PRINCIPIOS EVANGÉLICOS
Por eso no basta
con formarse, hay que hacerlo para estar dispuestos a poner
en práctica los principios evangélicos: humildad,
sencillez, perdón, generosidad, entrega gratuita,
proscripción de la soberbia y altanería, olvido
de ofensas…, esa es la lógica de JESUCRISTO,
que desde su Cruz, como auténtico Pregonero de la
nueva Vida, en una de sus SIETE PALABRAS, perdonó,
perdonó y olvidó, que eso es perdonar.
Y hablando de
sencillez y mansedumbre, es el Santo Padre el que nos recuerda
a todos los cristianos que con humildad, sencillez y apertura
a todos, salgamos al encuentro del que está afuera,
del que está huérfano de Dios. Es la mejor
manera de evangelizar y de cumplir la Providencia de Quien
se hizo hombre para salvarnos.
Como nos dice
el Papa, quitémonos el barniz superficial de cristiano,
dejemos de ser cristianos de salón”, para dar
lo mejor de nosotros, para llegar a la médula del
mensaje evangélico, aquel que nos transmitió
Jesucristo.
SEÑOR,
Tú que guardaste SILENCIO ANTE EL DESPRECIO haz que
seamos sencillos y humildes, para que, con audacia, busquemos
soluciones a los nuevos problemas que presenta nuestra sociedad;
es momento de estar cerca siempre de quien necesite de nuestra
ayuda.
Así Señor
JESUCRISTO, te pedimos, siguiendo la oración de Tu
Siervo San Fran- cisco, que “hagas de nosotros un
instrumento de TU PAZ y ayúdanos a poner AMOR donde
haya ODIO, PERDÓN donde haya OFENSA, ARMONIA donde
haya DIS- CORDIA, VERDAD donde hubiera ERROR, FE ante la
DUDA, ESPERANZA donde haya DESESPERACIÓN, LUZ ante
las TINIEBLAS, y ALEGRÍA frente a las TRISTEZAS,
de tal manera que no nos empeñemos tanto en SER CONSOLADOS
como en CONSOLAR, en ser COMPRENDIDOS como en COMPRENDER,
en ser AMADOS como en AMAR y, todo eso, porque DANDO SE
RECIBE, OLVIDANDO se ENCUENTRA, PERDONANDO se es PERDONADO
y MURIENDO se RESU- CITA a la vida.
MISIÓN EVANGELIZADORA,
NUEVA EVANGELIZACIÓN
Solo ésa
es la forma de poder dar cumplimiento íntegro al
lema de toda la cristiandad de “Toma tu Cruz y sígueme”.
Con Él
a la cabecera comienza cada Viernes Santo la Estación
de Penitencia y, de alguna manera, con Él los hermanos
cofrades y hermandades, con esa advocación se sienten
identificados, sabedores no obstante, del reto, del compromiso
que supone, aunque también conscientes de que es
el único Camino de la Salvación, el camino
más directo para alcanzarla. De la asunción
de este lema, no cabe duda, debe partir nuestra Nueva Evangelización;
es que no hay otra alternativa; más que de la palabra,
de nuestra conducta y de nuestro quehacer diario frente
al compromiso evangélico.
Entre los brazos
abiertos del CRISTO CRUCIFICADO, esperanza augurada por
la ESPERANZA que lo abraza, pleno de Amor y Misericordia,
auténtico “PORTICO DE LA GLORIA”, hemos
de caber todos los peregrinos de esta vida terrena.
Por eso tenemos
la responsabilidad misionera de hacer llegar a Cristo a
quienes no lo conocen o lo ignoran. No debemos disfrutarlo
sólo nosotros; es un Patrimonio que hay que compartir.
Un compromiso evangélico que, como decía el
Vicario de Cristo en la Tierra, pasa por la fidelidad a
la “REALEZA DIVINA DEL AMOR CRUCIFICADO".
Quizá convenga
recordar en este momento el pasaje evangélico que
nos habla de cómo Jesús hizo ver a un ciego
untándole saliva y cómo gracias a eso llegó
a verlo a Él. Y pudo decirle: “ahora te veo
Señor, creo en Ti”.
Debemos tener
presente que cuando salgamos a la calle, con o sin procesión,
en nuestra vida ordinaria o con nuestra cofradía,
nos encontraremos a muchos ciegos a los que habrá
que desvelar el misterio de Dios, el misterio de la Cruz
-ellos serán la Nínive de siglo XXI-; y habrá
que hacerlo con obras, con nuestro testimonio de vida -
“sólo el amor habla”-. Basta de palabrerías,
pues debemos ser vehículos para que los que no ven
lo hagan y eso solo se consigue poniendo en práctica
de forma radical el Espíritu del Evangelio, la alegría
del Evangelio.
Para ello EL SEÑOR,
ese Señor que llamamos JESUS DE LA VICTORIA, DEL
HUERTO, DE LA FLAGELACIÓN, DE LAS TRES CAIDAS, JESUS
NAZARENO O CRUCIFICADO cuenta con nosotros: “Dadles
vos- otros de comer”, dijo a los Apóstoles
con ocasión del milagro de la multiplicación
de los panes y los peces; Él nos requiere para propagar
Su doctrina, pues para ese cometido necesita de un rostro
sincero y cercano, el vuestro y el mío y, quiere
hacernos partícipes de esa tarea para atraer a todos
hacia Él después de haber “sido elevado
sobre la tierra” EN SU CRUZ.
Y esto se debe hacer desde la Hermandad, cada una con su
carisma, con su forma de ser, pero todas encaminadas al
mismo fin.
Y esa vivencia
de nuestra fe y esa transmisión de ella a los que
no la conocen debemos llevarla a cabo, como diría
San Pablo, “vistiéndonos del Señor Jesucristo”,
que es la mejor manera de vestir la túnica nazarena;
y debemos llevarla a cabo ahora, HOY, el ayer ya pasó
y el mañana aún no ha llegado. La historia
de nuestras hermandades es la que forjemos día a
día, viviendo el presente de forma intensa, pues
sólo en el día de hoy es donde está,
como dirá el Papa Francisco, “el Dios concreto”,
solo en el día de hoy es factible vivir plenamente
esa hermandad pudiéndonos sentir así discípulos
de un Jesús, espíritu y esencia del sacrificio
aceptado, que cargó con dulzura con la Cruz, con
la suya y con la nuestra, para ofrecernos la MERCED de nuestra
liberación; Él es nuestro Cirineo, pues no
es el Señor quien nos manda la Cruz sino Quien nos
ayuda a llevarla. Igual que a Ella, nos quiere y nos abraza.
ESPERANZA –TRISTEZAS
De este modo podremos
ser portadores de Esperanza de la Tierra Prometida, del
gozo que supone disfrutar para siempre de una vida eterna.
Esperanza: ”El mañana de Dios” como lo
describió el Santo Padre.
Señor Jesús,
a lo largo de tu vida no has hecho otra cosa que dar a manos
llenas.
Diste el consuelo
a los tristes, el perdón a los pecadores, la salud
a los enfermos, la paz a los atribulados… toda tu
vida fue de entrega; una entrega que te ha hecho llegar
hasta aquí, hasta esta Cruz.
En medio de tu
agonía, hay una persona que aún espera una
palabra de tus labios, una palabra que dé sentido
a todo lo que está viendo y viviendo. Esa persona
tiene corazón de mujer y, mientras te quede un suspiro
de vida, permanecerá allí, sin hacer nada,
sin decir nada, solo estando. Está allí sin
vacilar, como “ayudándote” a cumplir
tu misión redentora. Hay que estar como María,
al pie y de pie junto a la Cruz.
No puedes verla
triste, pues la causa de su alegría, quien la llenaba
de gozo y esperanza, está ahora muriendo como un
malhechor. Si te conmoviste con aquella viuda que iba a
enterrar a su único hijo. ¿Cómo no
te vas a conmover ante tu madre, que se ve en idéntica
desgracia? Tú, que has prometido consuelo a todos
los que lloran…, no puedes morir sin consolar a esta
mujer.
Se abren tus labios
resecos por la fiebre y la sed, y pronuncias tu tercera
palabra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Después dijo al discípulo: "Ahí
tienes a tu Madre". De este modo, realizas el último
acto de esa entrega que fue tu vida, entregas lo último
que te quedaba por entregar. NOS ENTREGAS A TU MADRE, para
que también sea madre nuestra, ESPERANZA Y AUXILIO
de los cristianos, enfermera que por nuestras almas vela,
caudal de amor desbordado, ancla reposada sobre cimientos
de fe, frondoso jardín donde crece la alegría
de la más dulce espera; mi eterno agradecimiento
por poder estar rezando a solas junto a Ella, ¡Bendita
sea tu pureza y eternamente lo sea!
Solo la expectación
y el silencio que se hace al paso de Tu nombre te pregona
y yo humildemente, lo haré de la siguiente manera.
Hoy estoy aquí,
y lo hago para dar, a boca llena, gracias y para pregonar
la realidad de esa ESPERANZA, que por su mediación
llega.
VIRGEN DE LAS
ANGUSTIAS, hoy solo quiero darte gracias, no porque no tenga
favores que pedirte, que la lista la tengo llena, es que
hoy sólo quiero ser hijo agradecido y así
te doy gracias por tu mano siempre tendida; para el que
de Ti espera, gracias por estar siempre alerta, por tu abrazo
cálido y tierno, por mirarme como me miras, por bus-
carme cuando no te encuentro, gracias por consolar mi llanto,
gracias por cuidar de todos, pues en Ti todos cabemos; por
todo eso, hoy sólo quiero darte gracias, gracias
de nuevo; GRACIAS.
Y esa ESPERANZA
es también DOLORES, AMARGURA, ANGUSTIAS, PENAS, MAYOR
DOLOR de una Madre Sola junto a la Cruz y con su corazón
tras- pasado… y TRISTEZAS LAS DE MARIA SANTÍSIMA.
Así la
llamamos por cuánto sufrió al pie de la Cruz,
pero en realidad es la causa y motivo de nuestra alegría,
ROCÍO que riega nuestras vidas. Bajo su manto, solamente
bordado por el amor de sus hijos, está nuestro mejor
REFUGIO; por y para siempre el REFUGIO de María.
Ella es humilde y sencilla, como Niña de Nazaret,
concebida sin mancha; es cariño, consuelo, Madre,
puro amor; cirinea del mundo, modelo de nuestras vidas,
nuestra guía, nuestra luz, toda ternura y comprensión;
es llena de gracia, siempre al pie de la CRUZ DE TODOS.
PADRE A TUS MANOS
ENCOMIENDO MI ESPIRITU
Recuerdo que antes
te preguntaba si, después de habernos dado a tu Madre
como madre nuestra, te quedaría algo por entregarnos.
Solo una cosa te queda por entregar, tu espíritu;
que es como decir, la esencia misma de tu ser. Por eso se
lo entregas a quien es su dueño.
Sabiendo que todo estaba cumplido, encomiendas al Padre
tu Espíritu. Con esta palabra se apagó la
Luz. Los negros nubarrones han envuelto en tiniebla aquella
comarca.
Es la ausencia
de DIOS. El dolor ya no encuentra ni un sollozo en la garganta
de la Madre Dolorosa. No hay más palabra que decir.
Se han escuchado las últimas y más estremecedoras
palabras que un hombre ha podido pronunciar. Cuando oímos,
en medio de un grito atormentado: ”Padre, te entrego
mi espíritu”, estás devolviendo el don
de la vida a quien es su dueño.
El espíritu
que te llevó al desierto y te fortaleció en
la tentación. El mismo espíritu que descendió
sobre Ti en el Jordán, que guió toda tu vida,
y te movió a predicar la gracia salvadora y el amor
incondicional del Padre hacia la humanidad. El espíritu
que Tu entregas, es el mismo Dios que te acompaña,
incluso, en tu agonía y tu dolor.
No se lo entregas
a aquellos que, bajo el deslumbrante color del dinero o
del poder político, se creen que pueden arrebatar
la vida de los hombres, jugando a una doble moral.
A aquellos que,
mientras se escandalizan por las más insignificantes
cuestiones de moral personal, despojan, matan y cercenan
las conciencias escrupulosamente, dejando, a su paso, los
cadáveres de su intolerancia. A aquellos que al mismo
tiempo que rezan y, como Tú, invocan al Dios de la
vida, usan a su conveniencia política leyes para
favorecer el aborto y la eutanasia. Tú no Señor,
Tú solo rindes cuentas ante el Padre de la Misericordia.
Sabes que, después
de esta entrega, por fin, todo habrá concluido y
todo tu dolor se tornará en dulzura. Te cuesta dejar
este mundo y esta vida. Gritas y te aferras a ella. Como
se aferra a la vida, y grita, ese joven que devanaba su
vida feliz de éxito y le han cortado la trama, que
nadie sale en su defensa y nadie le hace caso. Nos dice
Isaías 38,12. "Tu grito es su grito".
Como es el grito de tantos padres y madres que, llenos de
coraje, han visto morir a sus hijos después de una
larga lucha, abandonados por las instituciones que se llaman
públicas y sociales. Tu grito es el de aquellos que
son perseguidos por causa de su raza, ideología o
religión. Me atrevería, incluso, a decir,
que tu grito es el grito de los poderosos, que, llenos de
engreimiento y poder, no son capaces de amar, sino al dinero,
a la posición social y al prestigio, mientras su
vida se ahoga en la amargura de la soledad. Por ellos también
gritas y mueres.
Ante tu cuerpo,
ya sin vida, me atrevo a hacer una petición. Quisiera
que tu grito fuera el eco de los gritos que reclaman justicia
y misericordia, tan difíciles de conciliar en este
mundo. Me gustaría que nuestros ojos nublados por
las lágrimas, fueran la luz de los que viven en esas
tinieblas que han ocultado al sol, para no iluminar la afrenta
de ver a un Dios colgado de un madero, muriendo como un
malhechor. Quisiera que nuestros pétreos corazones,
movidos por tu amor, se resquebrajaran como las piedras
de aquel patíbulo que te contempla.
Nuestros corazones desgarrados por la guerra, heridos por
el odio y el rencor, traspasados por la falta de amor, quisieran
ser como el velo del templo, que se ha rasgado, pues ya
no tiene sentido ocultar el Santo de los Santos cuando el
nuevo tabernáculo sagrado, el nuevo signo de la Alianza,
está expuesto a la mirada cínica de todos.
Quisiera que entráramos en tu corazón por
la herida del costado y beber de la única fuente
de vida que calmará nuestras ansias de plenitud,
al tiempo que, como hizo el centurión, te confesáramos
como el Justo.
DE LA CRUZ A LA
LUZ
Los cuatro evangelios
relatan que Jesús resucitó de entre los muertos
al tercer día después de su muerte y se apareció
a sus discípulos en varias ocasiones. En todos ellos,
la primera en descubrir la resurrección de Jesús
es María Magdalena. A propósito de esto, Santo
Tomás comenta en LA SUMA TEOLÓGICA: ¿Cómo
es posible —se pregunta— que Cristo empiece
apareciéndose a una mujer si Cristo se muestra a
quienes han de convertirse en testigos de su resurrección
y San Pablo parece excluir a las mujeres de este testimonio?
¿Si la mujer -insiste- no está autorizada
a enseñar públicamente en la Iglesia, como
se encomienda a una mujer este máximo testimonio?
Y se responde Santo Tomás a sí mismo: "Cristo
se apareció a mujeres, para que la mujer, que había
sido la primera en dar al hombre un mensaje de muerte -
con Eva- fuera también la primera en anunciar la
vida en la Gloria de Cristo resucitado".
Se ve al mismo
tiempo con eso que, en lo que concierne al estado de gloria,
no hay ningún inconveniente en ser mujer. Si ellas
están animadas de caridad más grande, obtenida
con la visión divina.
Los relatos de la resurrección se abren con dos precisiones
cronológicas: “El domingo por la mañana”
y “muy temprano, antes de salir el sol”. El
día inicial de una nueva semana se convertirá
así en el comienzo de una creación nueva,
en verdadero “día del Señor” en
el que la fe amorosa, no iluminada todavía por la
luz del Resucitado, camina, a pesar de todo, en la oscuridad
y va más allá de la muerte.
María Magdalena
es el prototipo de esta fidelidad. Al llegar al sepulcro,
probable- mente no sola, captó con la mirada que
la piedra que tapaba la entrada había sido ro- dada.
Como la realidad que ve, no se da cuenta de nada más,
y corre enseguida a denunciar la ausencia del Señor
a Pedro y al otro discípulo a quien Jesús
tanto quería. Este último fue el primero en
llegar al sepulcro, pero no entró enseguida; también
él captó con la mirada, primero, las vendas
mortuorias de lino. Llega Pedro, entra y se detiene a contemplar
las vendas mortuorias —lo que permite pensar que se
habían quedado en su sitio, aflojadas por estar vacías
del cuerpo que contenían— y el sudario que
cubría el rostro, enrollado en un lugar aparte.
El evangelista nos suministra unas notas preciosas. El lento
examen a que somete la mirada de Pedro, cada detalle particular
dentro del sepulcro vacío, crea un clima de gran
silencio, de expectante interrogación…”Entonces
entró también el otro discípulo el
que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó.”
Ahora el discípulo, al ver, intuye lo que ha sucedido.
Pasa de la realidad que tiene delante a otra más
escondida, llega a la fe, aunque se trata aún de
una fe oscura, como muestra la continuación del relato.
De este se desprende que la fe no es, para el hombre, una
posesión estable, sino el comienzo de un camino de
comunión con el Señor, una comunión
que ha de ser mantenida viva y en la que hemos de ahondar
más y más, para que llegue a la plenitud de
vida con Él en el Reino de la Luz infinita.
MI ALEGRIA, CRISTO
HA RESUCITADO
Con estas palabras
solía saludar San Serafín de Sarov a quienes
le visitaban. Con ello se convertía en mensajero
de la alegría pascual en todo tiempo.
Esas palabras
hacen resurgir en el corazón de cada uno de nosotros
la pregunta fundamental de la vida: ¿Quién
es Jesús para mí? Ahora bien, esta pregunta
se quedaría para siempre como una herida dolorosamente
abierta si no indicara al mismo tiempo el camino para encontrar
la respuesta. No hemos de buscar entre los muertos al Autor
de la vida. No encontraremos a Jesús en las páginas
de los libros de historia o en las palabras de quienes lo
describen como uno de tantos maestros de sabiduría
de la humanidad. Él mismo, libre ya de las cadenas
de la muerte, viene a nuestro encuentro; a lo largo del
camino de la vida se nos concede encontrarnos con Él,
que no desdeña hacerse peregrino con el peregrino,
o mendigo, o simple hortelano. Él, se deja encontrar
en su Iglesia, en viada a llevar la buena noticia de la
resurrección hasta los confines de la tierra.
En consecuencia,
solo hay una cuestión importante de verdad: ponernos
en camino al alba, no demorarnos más, encadenados
como estamos por los prejuicios y los temores, sino vencer
las tinieblas de la duda con la esperanza. ¿Por qué
no habría de suceder todavía hoy que encontráramos
al Señor vivo? Más aún, es cierto que
puede suceder. El modo y el lugar serán diferentes,
personalísimos para cada uno de nosotros. El resultado
de este acontecimiento, en cambio, será único:
La transformación radical de la persona.
¿Encuentras
a un hermano que no siente vergüenza de saludarte diciendo:
“Mi alegría, Cristo ha resucitado”? Puedes
estar seguro de que ha encontrado a Cristo. ¿Encuentras
a alguien entregado por completo a los hermanos y absolutamente
dedicado a las cosas del Cielo? Pues bien, puedes estar
seguro de que ha encontrado a Cristo…Sigue sus pasos,
espía su secreto y llegará también
para ti esa hora tan deseada.