Pregón
del Costalero
Pronunciado por Don Francisco
Garrido Garrido Auditorio del Antiguo Convento de San Francisco
(Baeza)
15 de marzo del año 2003
Afortunadamente
para mí, y quizá no tanto para ustedes, es
esta, la tercera vez que se me encarga pregonar un acontecimiento
importante para nuestra ciudad.
En el año 1979 tuve la dicha de pronunciar el pregón
de nuestra Semana Santa, en 1985, el del Santísimo
Corpus Christi; y hoy me encuentro ante ustedes para anunciar
en voz alta y con convencimiento pleno, que eso es pregonar,
la figura de uno de los protagonistas más importantes,
de tejas abajo se entiende, de la Semana Mayor: el costalero.
Cuando me encargaron este pregón, así comenzaba
el pronunciado en 1979, y que ahora puedo repetir invadido
por idénticos sentimientos, sentí una gran
alegría pues se me ofrecía una de las oportunidades
por mi más deseadas: hablar de nuestra Semana Santa.
Y es que como reza en el Libro Sagrado “de lo que
está lleno el corazón, habla la boca”...
por eso permitidme que hable con pasión de nuestra
Semana Santa, de sus costaleros, de cuanto en ella vivimos
y sentimos... Quizá no acierte a realizar lo que
me propongo, con la brillantez a que nos tienen acostumbrados
las personalidades que me precedieron en esta tribuna, pero
estad seguros, que procuraré, por todos los medios,
suplirla con el amor entrañable que siento por nuestra
singular tradición.
Quiero, sinceramente, agradecer a la Tertulia “El
Capirote” el hecho de haberse acordado de mi para
el pregón del Costalero de 2003, y que constituye
la décima edición del mismo. Gratitud que
deseo hacer patente en la persona de su Presidente y mejor
amigo, Damián Cruz.
También dar las gracias a Manuel Barraca, excelente
amigo y cofrade de mi querida y entrañable Veracruz
por la presentación que me ha hecho. Sin duda alguna
todo lo dicho responde a una sincera amistad y no a algo
que de verdad me corresponda.
Recordemos por unos momentos la escena:
“Los soldados le llevaron dentro del atrio, esto es
al pretorio, y convocaron a toda la cohorte, y le vistieron
una púrpura y le ciñeron una corona tejida
de espinas, y comenzaron a saludarle: Salve, rey de los
judíos. Y le herían en la cabeza con una caña
y le escupían, e hincando la rodilla, le hacían
reverencias. Después de haberse burlado de El, le
quitaron la púrpura y le vistieron sus propios vestidos.
Le sacaron para crucificarle, y requisaron a un transeúnte,
un cierto Simón de Cirene, que venía del campo,
el padre de Alejandro y de Rufo, para que tomara la cruz.”
(MC 16-21)
¿Cómo toma la cruz Simón?. José
Luis Martín Descalzo en su libro “Vida y Misterios
de Jesús de Nazaret”, dice:
“Lo más probable es que tomara la cruz a regañadientes;
que en el camino volviera alguna vez sus ojos iracundos
a este condenado que le había estropeado su comida
y le obligaba, cansado como regresaba del campo, a una tarea
que nada tenía que ver con el. Pero seguramente vio
como toda su ira se derretía ante los ojos mansos
y serenos de aquel hombre que, ciertamente, poco tenía
que ver con los condenados corrientes.
Probablemente al principio sólo sintió curiosidad,
luego piedad, y amor por fin. Sin el saberlo estaba cumpliendo
literalmente palabras que, un año antes, había
dicho este condenado al que ayudaba: “si alguno quiere
ser mi discípulo, niéguese a si mismo, tome
su cruz y sígame” (Mt 16-24). Y él,
Simón, tomaba la Cruz a la misma hora en que todos
los discípulos le habían abandonado.
¿Fue Simón Cirineo el primer costalero de
la Historia?... Sin duda sí, el fue el primero que
portó sobre sus hombros el leño de la cruz
de Nuestro Señor Jesucristo, oprobio para los hombres
y gloria y salvación del mundo.
Quienes hoy, arracimados bajo las trabajaderas de un trono,
o bajo los varales de unas andas, portan orgullosos la sagrada
imagen del Redentor o de su Santísima Madre, repiten,
punto por punto, aquel gesto amoroso de Simón, ahora
con mayor conciencia y conocimiento, porque saben que a
quien llevan airosa sobre sus hombros, es la imagen de quien
salvó al mundo con su Pasión, Muerte y Resurrección.
Los costaleros, portadores cual otro Cristóbal, de
Cristo, son también los actores de una cuasi liturgia
con la que en nuestra tierra se celebra el mayor acontecimiento
que da origen al tiempo y a la historia.
Porque... hoy que tanto se habla de medios de comunicación
social y del poderoso influjo que tienen en la formación
de las mentes y de las conciencias, no hemos reparado en
que esa plástica y popular conmemoración de
la Pasión, que tenemos nosotros, inventada hace muchos
siglos, supera en color, sonido, sentimiento, penetración
y popularidad a la más prodigiosa televisión
en color y en relieve que pudiéramos imaginar...
Desde el momento en que estas comunidades cristianas, que
son las cofradías, lanzan a la calle sus pasos y
sus guiones penitenciales, están pregonando hasta
con tambores y trompetas, las causas y los fines de un ideario
religioso con un vivido realismo didáctico, que da
cimientos sentimentales e intuitivos a lo que, en muchas
ocasiones amparado por el mero raciocinio ya se habría
resquebrajado.
Y así, la imagen bendita del Redentor, portada por
los costaleros, recorre las calles de Baeza, de noche y
al amanecer, a media mañana y al mediar la tarde,
y en su mirada, todos, absolutamente todos, podrán
leer su invitación: mirada profunda, que sin avergonzarnos,
lee y nos hace leer en nuestro interior esos pecados nuestros;
mirada limpia que nos permite divisar el alma inmaculada
de ese Hombre – Dios y nos hace recordar las palabras
que el mismo dirigió a las piadosas mujeres de Jerusalén:
“No lloréis por mi, llorad por vosotras y por
vuestros hijos”; mirada que nos hace ser justos y
reconoced que va allí por nosotros, para sustituirnos
y para salvarnos...
Estos y no otros son los auténticos motivos de nuestras
procesiones, estos y no otros son nuestros sentimientos
penitenciales y evangelizadores... Así, con el alma
bañada en gracia divina, bien pueden salir a las
calles nuestras cofradías y hermandades... Da igual
que su presencia imponga un silencio impresionante, o que
levante oleadas de entusiasmo; es lo mismo que la multitud
rece sin hablar desde las profundidades del alma o que exprese
a raudales un clamor que canta las abundancias de su corazón.
Da igual y es lo mismo, porque así es de rica, exuberante
y variada el alma de nuestras gentes.
Hoy entre nosotros, se ha acuñado el nombre de costalero,
a el hemos hecho referencia en repetidas ocasiones hasta
el momento. ¡Bien está si así nos entendemos!,
pero no quiero dejar de recordar, que en nuestro pueblo,
quienes portaban las sagradas imágenes fueron llamados
“ hermanos de trono” o sencillamente “hombres
de trono”; a ellos quiero rendir mi más emocionado
homenaje, ya que fueron nuestros predecesores y maestros
en un arte sin par, mezcla de fuerza, gracia, donaire y
religiosidad.
¡Como olvidarme de mi abuelo Emilio!, que sentía
una profunda transformación, incluso una mejora repentina
en su asma, cada viernes Santo, cuando como “capataz”,
nosotros decíamos el que lleva el trono, dirigía
el paso firme y cadencioso de los 14 hombres sobre cuyos
hombros el Cristo de la Expiración, en el instante
supremo de consumar su sacrificio redentor, derrocha salvación
y perdón bajo el arco de la puerta de San Pablo.
No quisiera ofender a nadie dejándolo fuera de una
nómina, que el Señor bien conoce, pero no
me resisto a recordar nombres tan entrañables como
los de Jacinto con aquella frase de “estamos preveníos”,
que escuché por primera vez a mis 5 años cuando
después de la guerra civil se volvía a procesionar
la imagen bendita del Cristo de la Veracruz, y que tantas
veces me recordaba el inolvidable Fernando Lucena, o Gregorio
Montoro, Manolo Cristino, José Luis Puche y tantos
y tantos otros, que ya no están entre nosotros a
quienes junto a mi recuerdo ofrezco también mi pobre
pregón.
¡Costaleros anónimos!
Arriba todo el lujo de la procesión: los claveles,
los cirios, las jarras de plata, la filigrana de los varales,
la pedrería sobre el pecho de la Virgen, los bordados
recamados en la túnica del Señor; y abajo
vosotros, polvorientos, sudorosos, en tinieblas, llevando
sobre vuestros hombros el peso de la gloria.
¡Bendita sea la hora!. Precisamente este año
se cumplen 10 de la primera salida con costaleros de las
hermandades de la Expiración, La Oración en
el Huerto, y la Santa Cena. Antes lo habían hecho,
bien con costaleros o con andas, otras muchas, como Veracruz,
Sangre, Fervorosa, El Paso, Las Escuelas... Etc. Repito,
Bendita sea la hora, en que una pléyade de jóvenes
dio el paso decisivo para arrumbar la tracción rodada
y así de nuevo volver a sentir el calor y el latido
de unos corazones generosos que cada año se aprestan
a ser cirineos del Señor Jesús El Padre Cué
en su obra “Como llora Sevilla” se refiere así
al costalero:
“El día que Sevilla dejara los costaleros se
acabaría su Semana Santa (...) Ellos son la causa
de todo un mundo de efectos estéticos. El mundo de
los ritmos, en las procesiones.
El día que se cambiara el método de tracción
en los “pasos”, se perdería su ritmo
(...)
Más rápido. Si, pero Sevilla no tiene nunca
prisa, y menos cuando saca a sus Vírgenes y sus Cristos
por sus calles.
Más fácil. Si, pero Sevilla busca el arte
y el amor a todos los precios.
Menos costoso. Si; y menos humano también, y menos
vital y menos verdadero.
Ese es el gran efecto estético de los costaleros,
el ritmo vital que dan al caminar de las Vírgenes
y de los Nazarenos.
Es como si todo aquel artefacto que es el “paso”,
(Imagen y trono), es decir, lo humano y lo material, el
costalero y la madera, se hubieran identificado. Es como
si por todo él, corriera la sangre de los costaleros
comunicándole su vibración, su aliento, sus
pulsaciones y latidos. Y cuando camina la Virgen, tiene
un caminar humano y vital, que es un eco del paso de los
costaleros con sus alpargatas de esparto; y cuando se cimbrean
los varales lo hacen al ritmo cálido que corre por
ellos, transmitido por una red invisible de nervios, que
suben a ellos, desde los costaleros; y cuando se agitan
las llamas de los cirios parecen las llamas vivas de los
corazones que flamean en los cuarenta costaleros; y cuando
se desmayan y marchitan los claveles parecen que se mustian
por el cansancio humano de los pobres costaleros; y es como
si aquellos hombres y mujeres sencillos vivificaran todo
el “paso”, poniendo en su raíz un injerto
humano que florece allá arriba en la fronda barroca
del “paso” de palio en una orquestal sinfonía
de ritmos y contrapuntos”.
Las cofradías, asociaciones de fieles, que quieren
vivir intensamente su fe en torno a los sagrados misterios
de la Pasión del Señor y de los Dolores de
su Santísima Madre, tienen que ser células
vivas de la Iglesia, integradas por hombres y mujeres que
viven su fe, y por tanto la práctica religiosa, de
forma especial, por su propia razón de ser, el culto
y la participación en los sacramentos. No nos podemos
sólo sentir miembros de la cofradía el día
de la estación de penitencia.
En su número 50, el Directorio sobre la Religiosidad
Popular y la Liturgia, promulgado por la Sagrada Congregación
para el Culto Divino, nos recuerda algo que para nosotros
cofrades debe ser muy importante, porque nos aporta la clave
de lo que supone nuestra pertenencia a la Cofradía:
“En nuestro tiempo la relación entre liturgia
y piedad popular se considera sobre todo a la luz de las
directrices contenidas en la constitución Sacrosantum
Concilium, las cuales buscan una relación armónica
entre ambas expresiones de piedad, aunque la segunda esté
objetivamente subordinada y orientada a la primera (cf SC
13).
Esto quiere decir, en primer lugar, que no se debe plantear
la relación entre Liturgia y piedad popular en términos
de oposición, pero tampoco de equiparación
o de sustitución. De hecho, la conciencia de la importancia
primordial de la liturgia y la búsqueda de sus expresiones
más auténticas no deben llevar a descuidar
la realidad de la piedad popular y mucho menos a despreciarla
o a considerarla superflua o incluso nociva para la vida
cultual de la Iglesia.
La falta de consideración o de estima por la piedad
popular pone en evidencia una valoración inadecuada
de algunos hechos eclesiales y parece provenir más
bien de prejuicios ideológicos que de la Doctrina
de la fe. Dicho planteamiento provoca una actitud que:
- No tiene en cuenta que la piedad popular es también
una realidad eclesial promovida y sostenida por el Espíritu,
sobre la cual el Magisterio ejerce su función de
autentificar y garantizar;
- No considera suficientemente los frutos de gracia y de
santidad que ha producido la piedad popular y que continúa
produciendo en la Iglesia.
- No raras veces es expresión de una búsqueda
ilusoria de una “Liturgia pura”, la cual, además
de la subjetividad de los criterios con los que se establece
la puritas, es –como enseña la experiencia
secular- más una aspiración que una realidad
histórica;
- Se confunden un elemento noble del espíritu humano,
esto es, el sentimiento, que penetra legítimamente
muchas expresiones de la piedad litúrgica y de la
piedad popular, con su degeneración, esto es el sentimentalismo.”
Las
páginas más nuevas de la religión son,
a menudo, páginas muy antiguas pasadas por alto y
olvidadas mucho tiempo, y que ha sido necesario descubrirlas
en su frescura original y en su valor permanente de verdad.
Por ello, las cofradías, como la Iglesia misma, deben
vivir, o mejor, viven un camino de actualización
tendente a reencontrar sus fuentes originarias del amor
asociativo y del culto, hermanándolas con las exigencias
más inmediatas del compromiso cristiano de nuestros
días... porque las cofradías son depositarias
de ese espíritu decantado durante siglos, las situaciones
de cambio o mutación, las miran con ojos de inicial
escepticismo, para a continuación analizarlas fríamente
y con lentitud en las profundidades de su alma singular...
Las cofradías también son el eslabón
vivo e irrompible que nos une a esa historia de nuestro
pueblo que va pasando y en algunos aspectos esta siendo
olvidada... A través de las cofradías y concretamente
durante la Semana Santa todos nos sentimos un poco o un
mucho protagonistas de una continuidad, que desgraciadamente
en otros terrenos no somos capaces de mantener... Los días
santos de la pasión constituyen el testimonio de
que el gran espíritu baezano no ha muerto, aunque
a veces aparezca aletargado; avivado y encendido puede y
debe aplicarse a muchas cosas y nuevas empresas comunitarias,
dignas continuadoras de un pasado que puede también
convertirse en futuro.
Sí, las cofradía, siguen siendo válidas
en el tiempo, ellas, son portadoras de valores fundamentales
entroncados en lo más profundo de la entraña
de nuestro ser, y ni las veleidades del momento ni las modas
degradantes podrán hacerlas sucumbir; será
preciso, eso si, no desvirtuarlas en su esencia; pero desgraciado
el día en que esto ocurra, pues entonces habremos
perdido algo que nos es connatural y definitorio.
Todo esto vosotros, costaleros, anderos, portadores de Cristo
y de su Santísima Madre, hacéis posible prestando
vuestros hombros al esfuerzo de la Nueva Evangelización,
porque no olvidemos que la Nueva Evangelización,
es como siempre, poner a Cristo en el centro de nuestras
vidas. Dice Juan Pablo II en la “Catequesis Tradendae”
.... “en el centro siempre Cristo y el misterio de
la redención. Cristo es el único que puede
salvar. Igual que los enfermos y los pobres se acercaban
a Cristo, pidiendo la curación y el remedio, así
lo hace la gente sencilla ante las imágenes de Jesús
Nazareno y del Crucificado al que siempre acompaña
María Dolorosa y Soledad. La presencia de María
es imprescindible en una multitud de títulos y advocaciones
con las que se expresa un amor único y sincero.”
Costalero anónimo déjame estrechar con cariño
y admiración tus manos sudorosas antes de que te
metas en aquella especie de sótano, que es la parte
baja del trono.
De nuevo, de la mano del Padre Cué, me acercaré
silencioso hasta donde tu te encuentras.
“Te aguardaban tus compañeros anónimos
como tu, hasta 40, alineados todos bajo las duras “trabajaderas”:
esos yugos de madera que se apoyarán en vuestros
hombros, y sobre los que gravita toda la carga de los “pasos”.
Me asomé para ver tu lugar y palpar tu “trabajadera”.
La tuya, porque cada uno tienen la suya. ¡Que duro
y que estrecho tu sitio!.No puedes dar un paso hasta que
tu hermano costalero de delante lo haya dado primero; dejándote
a ti donde avanzar tus pies. Palpé la “trabajadera”,
palpé tu hombro y pensé en el trabajo enorme.
Y no te dije nada, te miré con admiración
y me despedí de ti. Y estabais todos-los cuarenta-
dentro. Bajaron los faldones de terciopelo bordado y allá
quedasteis encerrados. Solo os podía ver arrimando
mis ojos a los respiraderos de plata repujada y calada,
por donde os entraba un poco de aire. (...)
Yo me lo figuro, llegando un día el costalero, así,
como él es-después de la Semana de Pasión
que es esta vida-, llegando como él es a la entrada
del cielo. Con sus alpargatas de esparto y en mangas de
camisa, llamando a la puerta con su mano derecha encallecida
y sudorosa, y llevando en la izquierda, como trofeo de gloria,
esa faja que se colocaba un día en la iglesia para
sacar a la Virgen.
Y, como en los cuentos, saldrá San Pedro a abrir
la puerta del cielo y preguntará:
¿Quién eres?
Soy costalero.
¿Qué es eso?
Me maravilla que no lo sepa el portero.
Costalero,
es ser el viril de Dios;
es andar juntos los dos
por el mismo derrotero,
yo abajo, y arriba El
porque no rompa su piel
en las piedras del sendero...
Costalero
es ser trono y carroza;
es ser espina que goza
porque es arriba rosal;
es ser un poco en lo humano
la mano sacerdotal
que eleva en el aire ufano
a Cristo, Pan y Cordero.
Costalero
es de mi carne y mi mano
hacerle a Dios un sendero.
San Pedro le abre la puerta y le deja pasar con silencio
y admiración. El costalero entra en el cielo con
sus alpargatas de esparto y su pobre camisa. Se encuentra
con Jesucristo:
¡Ay Señor,
que yo fui tu costalero!...
Nazareno quise ser
y en mis espaldas tenerte
a Ti, por cruz y madero.
¡Ay, Señor!
sobre mi carne tu peso
¡como cargó sobre mi!
Tu, Señor, a cambio de eso
sobre tus dos hombros preso
-cordero loco y avieso-
me fuiste llevando a mi...
¡Ay Señor,
que yo fui tu costalero!
¡Ay, Cordero,
tu fuiste mi buen Pastor!
los dos nos fuimos llevando:
Tu, Pastor; yo, costalero;
los dos íbamos pensando
por amor.
Siguió
andando por el cielo. Sus alpargatas de esparto comenzaban
a transfigurase, y su pobre camisa sucia con el sudor del
trabajo, se empezaba a convertir en una túnica de
nieve.
Seguía llevando en su mano izquierda la faja que
se ponía para sacar a la Virgen. De pronto, en uno
de los caminos del cielo, se encuentra cara a cara con Ella.
¿No me conoces Señora?
Que yo fui tu costalero.
¡Que me miren, Madre, ahora
esos ojos que yo quiero!
Fui tu tiesto y tu florero...
tu arriba fuiste la flor;
sobre mis hombros de acero
tu llevabas el salero
de tu mano triunfador.
Y la gente te aplaudía,
la saeta te clavaba,
el piropo te encendía
y la noche te besaba...
Y yo allá abajo decía
-tinieblas, polvo y sudor-:
“Por Ella soy costalero,
por Ella porque la quiero,
por amor”
Y todo el palio temblaba
del goce que yo sentía,
y tu amor me bendecía
y tu pie me acariciaba...
Yo la tierra, Tu la flor;
por Ella soy costalero,
por Ella, porque la quiero,
por amor.
El costalero sentía mientras hablaba que algo florecía
en su mano izquierda. Miró y la pobre faja había
desaparecido. Tenía en su lugar una corona de rosas.
Los ángeles cantaban y la Virgen sonreía…
Pregonar es publicar en voz alta y con verdad apasionada
la esencia de una cosa, para que esta sea conocida y estimada
por todos. Este ha sido el propósito fundamental
y único de nuestro pregón: publicar la verdad
apasionada de nuestra Semana Santa de sus cofradías
y particularmente de nuestros costaleros, no para gozarnos
en las glorias pasadas o en las realizaciones de nuestros
días, sino para que conocidas y estimadas por todos
y convencidos de la eficacia de su penetración y
aceptación populares, nos sirvan de estímulo
constante y cauce eficaz en la tarea salvadora del hombre...
Llegado este momento, cuando el pregonero siente sobre si
la tremenda incertidumbre de conocer si consiguió
aquel propósito, le consuela la esperanza de saber
que, en el atardecer del pregón, será examinado
en el Amor.
Y porque el Maestro dijo: “pedid y recibiréis,
llamad y se os abrirá”, permitidme, que mis
últimas palabras sean una oración intensa
para aquella que es Madre y Reina de Baeza...
Yo se Madre mía, que aunque tantas veces te traicionemos
porque el torbellino del mundo nos derribe, tu esperas en
nosotros, porque eres Madre puesta al pie de la Cruz para
nuestra intercesión...
Haz, Señora, que la penitencia y el sacrificio sean
el duro yunque en el que ejercitemos nuestra fe.
Que nuestras más puras y entrañables tradiciones,
sean la segura esperanza del relevo de quienes nos sucedan,
como nosotros lo fuimos un día para aquellos que
se fueron con la túnica de nuestra hermandad a la
hora de la partida eterna.
Que el futuro de nuestras cofradías sea, en la vida
de los hombres encarnación de la más acrisolada
caridad.
Que sigamos identificando los rincones de nuestro pueblo,
por el transito callado o clamoroso de nuestras cofradías
y que la anchura de sus calles no siga teniendo para nosotros
más medida que el andar único de un paso de
trono.
Yo se, que gustas de oírme, en mi diaria conversación
en la lejanía que la distancia nos impone, entregándote
mis penas y sinsabores de cada día para que las conviertas
en consuelos y alegrías, yo se, Madre mía,
que tu deseas que todos y cada uno de tus hijos de esta
Baeza si par sepan acogerse, como a barca que llega a puerto
seguro, a tu inconmensurable Alcázar, ejemplo de
fortaleza ante los mil avatares de cada día...
Por
eso Madre, quiero terminar pidiéndote no abandones
nunca a quienes con célico grito te aclaman su Madre,
su Vida y su gloria...