Pregón
de Semana Santa de Granada 2005
Pronunciado por: Don Escolástico Medina García
Mi querido Alcalde,
querido Presidente, Vicario, Sebastián, Gente de
mi pueblo de Piñar que ha venido, mis hermanas. Me
gustaría, uno por uno, si posible fuera, incluso
a los niños que teniendo cosas mucho más importantes
que hacer han venido esta tarde, decirles que muchas gracias.
Cuerpo a cuerpo, alma a alma, persona por persona, apellido
por apellido, barrio por barrio, nombre por nombre.
Hace un momento
volvía a emocionarme (no tengo remedio) escuchando
el himno de Granada. Cuánto ha vivido uno para contarlo.
A mi, a este viejo cuerpo, le ha "tocao" el himno
de Granada cuando era solo una canción popular Agustín
Lara en el viejo casino sobre el viejo pianote México
DF. Y yo lo actualizaba hoy, y decía:
Granada tierra soñada por mí,
Mi cantar se vuelve cofrade cuando es para ti.
Hace unos momentos
el Sr. Arzobispo me decía: "Yo solo quiero que
me quieran". Qué hermosura, Eminencia. Sólo
quiero que me quieran. Y sólo quiero que me quieran
pregonando a Granada, a través de mi vieja y cansada
palabra emocionada.
Qué bien
suena el maestro Ruzafa y los suyos. Qué a gusto
me siento bajo este manto de Nuestra Señora que sorprendió
hasta el Papa de Roma, que ya casi nos e sorprende por nada,
pero que esta mas vivo que nunca.
Cartel de mano
femenina levantado por esa gran artista, que es la señorita
Lirola (qué nombre y qué apellido tan nuestro
en Liébana.
El mundo es un
Gólgota. Un Gólgota hoy en toda Italia, por
esa periodista italiana de implacable final. Un Gólgota
en Irak de donde siempre vengo y donde siempre voy. Flores
de pólvora en el mundo. Los sayones del terrorismo
afilan sus látigos de pólvora. La torre de
Windsor de Madrid es un cristo abrasado sin brazos; abrazado
y abrasado. El Carmel, el barrio de Cataluña, es
un calvario. Los chiítas se azotan, cubiertos de
sangre, por su fe. El mundo es un inmenso calvario de punta
a punta. Todavía, la huella del gran maremoto es
un grito en el Gólgota de la humanidad. Garzón
ha dicho esta misma mañana, cuando yo escribía
este pregón (a las seis en punto de la madrugada),
que el cree en la pasión razonada. Aquí hago
fe de que yo creo en la razón apasionada.
Hace unos días,
en Andujar, yo ponía temblorosamente éstas,
ya menos antiguas, que se ha de comer la tierra (aunque
quizás sean en su día ceniza y sólo
ceniza, cruz de ceniza) sobre este mapa del sentimiento
donde levanto mi apasionada voz para apasionadamente hablar
de la pasión granadina en su día. Y lo hacia
sobre un libro pequeño e inmenso, tan querido para
mi como estas tapas en cuero azul con el que hace unos días
Radio Popular; como si hubiera sido trabajando en mi propia
piel, me hizo entrega para envolver el pan caliente y verdadero
de mi pregón de esta noche. Hace unos días,
yo conocía el libro en el que San Juan de la Cruz,
que por aquí anduvo, en esta geografía, y
que creo hasta aquí mismo escribió aquello
que era una declaración de amor maravillosa.
“Y la
caída de la tarde (que es ahora),
Seremos examinados de amor".
De amor vengo
a se examinado esta fría y hermosa tarde de febrero,
en el invierno ya de mi vida. Pregonero como he sido de
tantas devociones y emociones de esta Granada de la que
muy cerca salí, y a la que ya estoy volviendo. Pregonero
de todo lo que hay que pregonar, de una geografía
que vive hacia dentro, en la inmensa verdad de sus mundos
interiores, y que en muy escasas ocasiones ( y eso es lo
que aquí pregono) se echa a la calle para pregonar
lo que le escuece, lo que le ata, lo que le hiere, lo que
le gusta, lo que le mata y también lo que le resucita.
Sor Cristina
de Arteaga y de la Cruz, Madre de las Jerónimas,
la ultima monja del Imperio, de la que un día Don
Juan, padre del Rey, me dijo : "Vete a verla Tico,
que te va a gustar porque para mí es como era Sor
Ángela de la Cruz para mi antepasado Felipe. Es mi
consejera y es mi luz".
…Y
me fui a verla de paisano a paisana en su convento sevillano
y, al pie de un Tiziano, aquella monja a la que había
que besas el hilo de penitencia de su hábito, y que
tanto tiene que ver con este lugar desde el que hablo, desde
el que pregono ( tal vez, quizá, el ultimo pregón
de la vida), fue y me dijo, sin haber perdido su acento
granadinisimo: "Hombre, con que usted, joven, es granadino,
¿eh? Pues, sepa usted que Granada es Reino de Taifas,
pero que sólo se echa a la calle, a encontrarse en
los momentos de la vida y sobre todo en sus demostraciones
de fe y de su Semana Santa".
Reino de Taifas,
sí. En este hermoso lugar donde, por primera vez,
Carmen de los Mártires al lado, se levanta el estandarte
guía de vieja plata trabajada de mi palabra, con
más hierro y que barro. Gracias a Dios, que otra
cosa, y en esta tierra de grandes prodigios áureos
y palieros e inmensos artífices del dolor y de la
lagrima, imagineros excepcionales, aquí levanto.
Mi querido don
Manuel de Falla, que he leído en algún sitio
(tal vez, el maestro Radial) que llevaba el son de los tambores
de la Semana Santa, sonando ahí abajo, como el que
lleva el compás de4 duende breve y bravo. Don Manuel,
que esta aquí hoy presente en su ectoplasma, y que
vaga en las noches de frió y de luna por estos arrayanes.
Gracias por estar esta noche sobre mi hombro como un zorzal
de la música, en esta noche que tanto y de tantos
necesito.
De Federico, que
pronuncio el primer pregón (Dios mió, donde
estará ese documento hablado en aquella charla desde
Madrid); Federico que demostró, y lo digo en el dintel
de la mas hermosa Semana Santa del mundo, que es lo que
aquí hoy pregono, que la vigencia de la Semana Santa
es la propia vida del hombre, que cada día es traicionada,
negado, atravesado, herido, engañado, apaleado, arrastrado
de palabra y de obra ( que a veces es peor que el látigo
de la palabra), y después es crucificado cada día.
¡Ay!, esa esponja con hiel y vinagre, a veces en la
esquina de trabajo y de la taberna, y que, sin embargo,
cada mañana ha de remover la piedra lenta de su alcoba,
y ha de dejar tan solo el hueco caliente de su pesadilla
y resucitar uno más para seguir muriendo cada día
y seguir resucitando en cada día, en cada verso,
en cada copla en cada poema, todavía por el mundo
escrito…
Yo pregono la
pasión en una ciudad pasional y apasionada. Y la
pregono esta tarde-noche uncido a las tres grandes verdades
que son los varales del palio de nuestra Federación
de Cofradías. De veinticinco mil cofrades, de quince
mil nazarenos (Dios sabe cuántos nazarenos y nazarenas
o nazarenas y nazarenos), treinta y dos procesiones;¡treinta
y tres!, que era la grane dad de Cristo en mi sermón
de las tres palabras de nuestra tierra. Una Federación
de Cofradías que necesitas tres grandes verdades,
que son: la de ordenar, la de mediar y la de defender. Y
yo añadiría modestamente una a las tres que
son,… Y en su principio inicial, querido Presidente,
una forma de amar…
…
Y también de pregonar. Y también de ordenar.
Ordenar en el desorden de cada vida en un mundo. Cada cíngulo,
una historia. Cada penitencia, un planeta. Y mediar para
que la brasa no sea solo ceniza. Reunir en le diáspora
tan granadina y defender cuando nadie defiende lo que es
de uno, defender a las tres, que son declinaciones del verbo
ama. Yo añado el compromiso de defender, que es muy
nuestro, el de no decir lo que tenemos, como granadinos,
el de no contar de lo que somos capaces, simplemente por
que ya es bastante con que nosotros lo sepamos y lo disfrutemos,
en este caso, lo sepamos, lo suframos, y no lo compartimos.
Es por eso, que
aquí, esta noche, comprometo en mi pregón
después de haberme leído todos los pregones,
este pregón, sangre misma de la sangre de Cristo,
llanto verdadero escrito sobre mi Gólgota, que es
la más dura y pura dinámica y profunda palabra
de la pasión. ¡No hay sonido como ése,
como un disparo: Gólgota¡ gota a gota hirviente
de la sangre de los Cristos granadinos. Aquí, donde
el rumor del agua es nuestra mejor música, y donde
hierve la historia antigua de tantos pueblos distintos y
verdaderos. ¡Gólgota! Es un nombre rotundo;
es un golpeo seco en el corazón; es la amarilla voz
de la chia, que esta entre mis músicas de la vida.
Aquel grito del niño herido en la Noche Buena, noche
mala de Irak, de un tiro en el pecho. Laro quejido del tigre
moribundo en la sabana; llanto de la mujer en el fondo del
negro agujero de la tumba del terremoto. Aquí vivo,
mi Señor, por que aquí donde vive la muerte,
la tierra ya no tiembla, por que es su última morada…
Siempre recuerdo
la chia; su voz amarilla, que una noche escuche, sin venir
a cuento, mientras sonaba en el entrenamiento de la angustia
creo que una noche de estudiante por la plaza del Campo…
Tambores de mi niñez, como mi viejo corazón,
que acaba de visitar el cardiólogo. Suave música
de las túnicas al paso por mis balcones de la calle
Moral de la Magdalena. Barrio tan de la Semana Santa, cuando
el penitente con el cucurucho en la mano, como un casco
de combate, o como una corona ardiente, con los ojos vacíos,
atravesaba la calle de mi niñez, camino de la noche
de la procesión, y al que nosotros, los chiquillos
sorprendidos, dábamos mas importancia que al medio
uniforme milita de paisano y bota alta de aquel coronel
que iba a vivir su pasión del hombre, cerca. Y hasta
mas resplandor tenia aquel penitente (que igual esta aquí
esta noche, o esta su hijo, o un hijo de su hijo) que aquel
otro resplandor morado y episcopal que iba dejando a su
paso siempre por la mitad de la calle, entre geranios y
pilastras, Don Manuel Hurtado, Obispo, acompañado
de su camarlengo, y al que volvía a besar su anillo
pastoral cuando yo era caminante de España, vagabundo
de España, en su palacio pastoral de Tarazona-Tudela.
Aquel era el
uniforme deseado del penitente de la Semana Santa de Granada,
la verdad gritada y pregonada del nazareno de mis tiempos
de niño. Lo he dicho, y ya lo he escrito incluso:
nunca olvidaré el ruido de las cadenas, atadas a
los pies descalzos sobre los adoquines de hace cincuenta
años. Cera y cirio. Calle y callo. Los Cristos en
pie, las Dolorosas temblando. Cristos con caras de hombres,
y… ¡lo digo siempre, sobre las andas, andando!,
sobre el dolor de los hombres con cara de cristos. Las mantillas
de las promesas, una historia por cada penitente, en el
brillo de los ojos, vidrieras románticas de cada
inmensa novela de la vida… en la bella, guapa, inolvidable
noche granadina.
Qué sabe
nadie lo que hay bajo de cada capuz, y os lo digo cofrades,
en cada vela, en cada flor, en cada grito cuando estalla
la saeta: ese catecismo, que siempre lo digo, de las cuatro
esquinas de la calle (que decía Manuel Alcántara,
tan cercano). Aquella de la Gazpacha, o ese balcón
de los Morente, bronce y cobre, en eso que es siempre el
largo minuto del escalofrió.
He conocido,
y he cantado incluso, Semanas Santas de España y
el mundo: aquella de las espaldas de sangre en el Alto Cochabamba;
aquella de Medina de Rioseco, teniendo sobre el hombro la
mirada del hombre de un Cristo de Gregorio Hernández;
aquel Otro en la calle de los pescadores de Cudillero entre
la galerna y la lluvia, la leyenda y el drama. Pero sobre
todo, a estas horas de los recuerdos, cuando la memoria
se pone en pie como un paso… aquella noche de mariachis
enlutados, de plata y cera, cuando sobre las flores de pato,
que parecía había pintado Diego Rivera, Manuel
Benítez Carrasco, que tanto y tan bien escribió,
y tan hondamente desde la Placeta del Salvador de su alma
de la Semana Santa de Granada, y fue su pregonero, aparte
de en Granada, por los teatros y los tablaos de América,
las radios y las televisiones;… y aquella noche de
la ciudad rosa, Manuel Benítez Carrasco, después
de haber bebido el largo trago de vino amargo de su lejana
soledad tan granadina, a la hora de la verdad, en San Miguel
de Allende, me diría:"Mira que es hermosa esta
Semana Santa, Tico. Estamos en la mitad de América
¿no?, pero paisano, ninguna como la nuestra. No te
olvides lo que te digo hoy: ninguna como la nuestra."
Pero ninguna
como la nuestras, no por un piropo ni un farol, sino sencillamente,
porque no hay ninguna como la nuestra. Y Manuel Benítez
Carrasco, que me estará escuchando, pregonero de
Granada, con el que Granada siempre estará en deuda,
por mucho que le dé ( que aunque Granada parece que
da poco, cuando lo da, lo da todo). Saeta de esta noche
de confidencias: me contó la gran verdad que hoy
aquí domingo, exhumo, levanto, veinte de febrero
y pregono: "Pero es la mejor por la gente, y por el
sitio, porque tenemos las gentes mas difíciles, en
el mas hermoso sitio del mundo".
Y del brazo,
y por la calle, uno vive de su recuerdo y de su memoras.
Y me fue contando, calles y plazas, placetas, acequias de
la memoria y del recuerdo, luces y sombras, cuando el Dardo
e la verdad demuestra que llevaba oro, porque se hacia oro
en el oscuro río de los buscadores de oro al paso
de las procesiones…
He leído
de todos los pregones, magníficos y únicos,
inolvidables, irrepetibles. Cada uno, una pieza puesta en
pie, un temblor de emociones, de esa cultura de los años
y los cirios y de la fe., que da Granada. El pregón
de Muñoz Molina, el de José Luís Rodríguez
Domenech, El de Miguel Luís López- Guadalupe,
el gran pregón de la Chica que me ha llenado de humildad
y que es imposible mejorar, los versos grandiosos de Serrabona,
el otro de Luque. Granada es una tierra de la poesía
secreta, porque hay poetas del silencio y de la casa, y
que siempre, cuando pueden, echan un verso por delante enorme
e inmenso, formidable, como quien no le da importancia.
Aquel día, hace mas de cincuenta años, que
don Federico García Sanchos, con el pelo violento,
como de violinista de la palabra, me decía: "he
pronunciado joven, el pregón de la Semana Santa de
su tierra de Granada". Aquel pregón de don Antonio
Gallego y Burin, al que recuerdo, o el de los Gallegos hijos…O
el pregón maravilloso de cualquiera que lo haya pronunciado
y lo ha puesto en pie a lo largo de más de cincuenta
años de pregones.
He bebido del
agua amarga de las revistas del Gólgota, y he tratado,
incluso, de encontrarme en las fotos sepias, blancas y negras
y adorables y terribles del libro de Lirola y de Fernando
López Rodríguez, en el que, sin verme, buscándome,
me viene el rostro de tantos, de hace tantos años,
y yo conozco los nombres y los apellidos y el secreto de
sus gubias, y de sus modelos, de sus talleres: esta casa
de los dioses, de sus dolores y amores. Ese libro de Radial
Bailón, que ha sido mi libro de cabecera y mi Kempis
de la noche, durante muchas noches, hasta conocer el secreto
de esta Real Federación.
Pero al final,
como siempre, como siempre hice a lo largo de mi vida, he
tirado por la calle de en medio. Y he ido recordando y sintiendo
y siendo el niño hebreo, que me llamo Medina y tengo,
por lo tanto, todas las sangres en mi viejo cuerpo: sangre
judía, sangre mora y sangre cristiana. Y soy ese
niño hebreo de la Paz del Domingo, y soy el suspiro
hondo de los costaleros de la Santa Cena. Que no en vano
me llamo de nombre de pila Escolástico, ¡que
cada día lo voy echando más de menos! Se rumor
de los nazarenos de la Victoria, …y he deseado tener
sobre mis huesos cansados el único y alto palio de
la Virgen de Jesús de la Sentencia y Maria Santísima
de las Maravillas…¡qué palabras, qué
borrachera de palabras! Y he deseado ser corneta, tambor
incluso, de la de Nuestro Padre Jesús Despojao de
sus Vestiduras, ¡qué nombre tan hermoso! ¡Ay!,
Maria Santísima del Dulce Nombre y San Juan Evangelista.
Y me recuerdo, en el lunes, del paso sin ser paso todavía
de aquel Jesús Cautivo y Maria de la Encarnación,
desde el convento emblemático hasta el sagrario.
Ay, el Sagrario.
¡Ay,
esas costaleras! ¡Qué seria de la Semana Santa
de Granada sin las costaleras! De alhelí y de sangre,
de oreja y rezo. De la Caridad, del Trabajo y de la Paz,
los cofrades. ¡Ay, ese color rosa salmón de
los Dolores. Ese rosa con espinas del uniforme de sus cofrades…!
¡Ay, ese Cristo de los presos, para un corazón
tan cargado de penas, como el de uno, Rescátame Dios
mió, del miedo y las miserias humanas. Virgen Dolorosa,
en tierra de Dolorosas, San Juan, tan cerca, por la Plaza
del Realejo…¡Ay, ese Huerto de los Olivos que
uno ha visto y a tocado y ha llorado, con el casco de guerra,
allí donde aun vivía y esta viva la historia
viva y el la higuera de dos mil años, que sólo
da higos venenosos…se ve la huella de la cuerda de
Judas!
Palangana de Pilatos,
que tanto siempre me impresionó como un monumento
a la mentira, a la hipocresía, a la indignidad humana,
a la mentira! Cristo de las Penas, tan antiguo, no tan viejo,
¡ay pena, penita, pena!, Cristo defensor, desde hace
mas de tres siglos, de aquella peste que aun persiste en
tantas cosas.
Lanzada del Martes
Santo. ¡Cuanta admiración tengo por Longinos!
¡Siempre quiso uno ser Longinos, siempre atravesando
el pecho de la verdad, cada día a cada hora con cada
palabra escrita, con cada silencio cómplice y miserable!
Y Longinos, ahí, a pie de obra, a pie de Cristo.
Yo pregono Longinos: su pecado, su culpa pero también
su arrepentiemiento, su lanza trabaja en la condición
humana. Ay, Longinos por las calles de San Antón,
que parece que lo estoy viendo…
¡Ay las
catorce estaciones de Vía Crucis! Padre de la Amargura,
Maria Santísima de las Lagrimas, que la Virgen tiene
los ojos tan hermosos por que llora mucho, por que la pena
hermosea. Ya lo dice el viejo refrán, que es verdadero:
"Costalera y con ojeras, esta queriendo de veras…
Pasos y pesos.
Cofradía de la Humildad, de la Soledad, ¡qué
nombres en este tiempo absurdo que vivimos, de las falsas
palabras, de las falsas "moneas", de las palabras!
Ay, el Dulce Nombre de Jesús…calle Pavaneras,
por ejemplo. Que nos e me duelan las otras calles si no
doy sus bautismos, porque necesitaría, no toda una
noche, sino toda una vida de tan llenas que están
con el peso de los pasos de mi memoria. Cobre y Bronce.
Sacromonte. Montesacro. Cristo del Consuelo. Señora
de los Gitanos, cuyo fuego de cornetas, siempre encontré,
con Curro Albayzín a mi vera, por todos los pregones
del turismo del mundo. Cristo en doble espina y el corazón
dulce de la chumbera y de la cruz. Lo que es la vida…¡Risueño
se llamaba el escultor que hace tantos siglos hizo el Cristo
mas dolorido, mas triste y mas doloroso del mundo!
Calle Varela.
Por una noche, calle santa. Cuando yo era un niño…calle
de San Matías, con aquel trabajo terrible que merecía,
después del purgatorio, el cielo de la bajada de
las escaleras de la iglesia, ¡cuantos escalones tendría!
En aquel barrio donde yo encontraba siempre entre tantas
cosas (lo cuento muco) la música de las bandurrias
ciegas y únicas de mi vida de muchacho de pantalones
bombacho.
La Marina. La
Marina estando tan lejos, pero la mar tan cerca. Señora,
Rosario de los Misterios. ¿Tan cerca esta la mar,
granadinos? Está no solo en los labios por que las
lagrimas son saladas. Lo sabían ya, ¿verdad?
Pero, sobre todos, si estará cerca la mar que un
periódico de esta misma mañana avisa que las
altas y cercanas torres bordadas del amor de la Alambra
están siendo carcomidas en la distancia por la brisa
marina de nuestra costa. Y el barco tatuado de mi brazo
se encalabria al paso de la señora del Miércoles
Santo.
Nazarenos de
la nazarenia, de las Carmelitas Descalzas. Universitarios
jóvenes con los corazones tatuados en esta ciudad
universitaria. Nombre de la meditación y de la Sangre
y del Encuentro. ¡Qué gran palabra: encuentro
en el tiempo de los desencuentros! Nombre del Refugio, la
Magdalena. ¡Qué nombre! Me suena a mi madre
ya a gloria bendita.
Jueves Santo
inolvidable. Los Salesianos que siempre dan la cara en todo
el mundo: aquí, de penitencia y capirote. Ay, el
Señor del Perdón y, de la Aurora, Virgen bajo
palio blanco, en este tiempo del negro color de las tragedias.
Señor de la pasión y del a Estrella, arriba,
arriba de la cuesta del Albayzín. La Alambra arriba;
por cierto, qué bien suena, cuando suena, ese "llamaor"
de "llamaores" como alguien la llamó de
la torre de la Vela. ¡Cuantas veces quiso uno, siendo
niño, siendo joven, desde arriba dejarse caer sin
miedo matarse del todo en los brazos de la soledad o de
la tristeza!
Ese Cristo con
la cruz blanca. Uno ha visto cruces de hielo en la tumba.
Ha visto cruces de fuego en la montaña de la guerrilla.
Ha visto cruces de palo santo. Ha visto cruces con cristos
hombre en Filipinas. ¡La vida es una cruz, donde si
uno no la lleva, debe ayudar, por lo menos como el Cirineo,
a que otro la soporten, la arrastren y la compartan! Pues
la nuestra del Jueves Santo de la penitencia, Amor y la
Entrega y Santa Maria de la Concepción es única.
Aquel color blanco como blanco era mi traje, prestado. Aquel
traje alquilado el día de Primera Comunión.
El día de mis zapatos nuevos, que aun me duelen.
El día del rosario de nácar falsa, que después
descubrí que era de plexiglás pero que por
ninguno cambio. Aquel día que, al Cardenal Parrado,
le dije aquello de renuncio a Satanás, a sus pompas
y a sus obras y…pregono a Jesucristo y a mi Iglesia
para siempre. Y hoy vuelvo a pregonarle, en la verdad suprema
de su diario asesinato, que lo hombres en el milagro hemos
convertido en devoción por los tiempos de los tiempos.
Cristo de las
Ánimas, Señor del Silencio. Se a pagan a estas
horas las luces de mi lejana niñez. Y solo están
encendidas las luces de mis ojos niños. La respiración
es para mí como un tambor sordo. Hace muy poco, el
Obispo Casáldiga, al que yo he conocido y he entrevistado
tantas veces, tan lejos, (que no quiere dejar su misión
lejana con una hamaca, una cruz, sobre sus sandalias en
Brasil), decía ."Adoro el silencio porque el
silencio es el hermano de la palabra". Es verdad, los
gritos del silencio, que ya así se decía mucho,
antes que la película inolvidable de los contadores
de historias muertos en acto de servicio. Paseo del Darro…con
aquel jadeo inolvidable de la fe. Viernes Santo de mi vida.
Viernes Santo de su muerte. Granada única. La humildad,
la Soledad, Jesús. La parroquia que lleva mi nombre;
de ella hablaba no hace mucho, antes de que se me fuera,
de que se nos fuera, ese enorme granadino que fue Paco Izquierdo,
y que siempre tuvo a Granada cerca de su furioso e inquebrantable
amor por Granada. O Juan Bustos- otro gran pregón-
nombre de Apóstol fiel: Juan. Mi viejo maestro en
la distancia ¡Qué hermoso pregón el
suyo!, que aquí recuerdo esta noche de la memoria
con especial sentimiento y cercanía, bajo el palio
de mi homenaje.
Cofradía
de la buena gente del tren, que ya hizo medio siglo de vida,
recién nacida cuando yo por ahí andaba…
calle de la Cárcel, ¡donde yo me sentía
siempre tan libre! Ay, mi Cristo de los Favores al que ya
conté y cate, del que yo llorare y al que ya llame,
y al que me he encomendado también esta noche, antes
de subir aquí, viendo sus luces bajo la escarcha.
Los sabores de ese día… los boladillos de bacalao,
el olor de las flores machacadas, tan distinto al otro olor
vivo del Corques. Esos Cristos y esas Señoras del
Mayor, del inmenso, del inconmensurable Dolor. Luto, luto,
luto, pero si pegas el oído al pecho del Cristo escucharas
el ultimo aliento aun guardado. Sánchez Mesa en mi
recuerdo, Duarte más cercano. Y ya en el Cristo del
Sepulcro, palabra que solo pronuncio, una vez al año,
por que es tan profunda, tan honda, tan inquietante (tan
jonda, diría yo aquí) pero que es tan liviana
para el mas grande, que queriendo ser Jesús el mas
pequeño, solo tiene que elevar la punta de sus dedos
para cambiar lo que es la historia y la esperanza del hombre.
¡Ay
esa calle Elvira donde habitan las manolas el Viernes Santo
por la noche! ¡Insisto, ay, esa chia sonando, nos
e si sonando, mas bien estremeciendo, de la Soledad y del
Descendimiento, por la calle de la Misericordia! Qué
música la de las palabras de las Hermandades y de
las Cofradías, de las calles y de las plazas, de
los paisajes y los paisanajes, juntos por la caracola del
sonido de Granada. ¡Ay, mi Granada! Pregono a las
Angustias, que también pregone. Tengo el cielo asegurado,
o el purgatorio abreviado del Sábado Santo por la
Cuesta Gomérez.
En el Domingo,
ya en tierra de campanadas, el Domingo del Cristo en pie,
del Gran Suceso…otra vez la palabra humildad. Y la
gracias de los Facundillos y ese toque único de campanas
en tierra de campanas, como en la nuestra. Campanas y torres
de campanas.
El lenguaje de
las campanas de los niños tocando el barro: el material
iniciativo, el primario, y haciéndolo en la calle
con la Resurrección. Por ejemplo por la calle de
Gracia, ¡qué dos coincidencias! Donde uno jugaba
de niño a tocar las campanas de las casas y a esconderse
y luego salir corriendo, mientras buscábamos la memoria
de Eugenia de Montijo, que toco las campanas de la historia
y del amor.
Pregono con pasión.
¡Qué bien se ve la pasión de mi tierra
en el paréntesis de las dos grandes palabras: la
vida y la muerte! ¡En la crónica doble e inmensa
de la verdad y la mentira de los hombres! Y me viene a la
memoria también hoy que, tal vez, en esta crucifixión
de mis recuerdos, decirles quiero que no puedo pregonar
lo que ustedes con su fe y con su tradición, con
sus sentidos y sus sentimientos ya pregonan, no cada Semana
Santa sino a cada hora. ¡Fe en vena!...Fe en vena.
En cada instante, convirtiendo esa fecha y esos días,
en el año del Dragón o del Gallo de su corazón,
de su fe y de su vida. Pero si les quiero decir (que quizás
lo haya dicho antes), y pregonar, que deberíamos,
allí cerca de donde esta el pregón en piedra
que dice, aquí cerca, aquello de:
"Dale
limosna mujer que no hay en la vida nada como la pena de
ser Ciengo en Granada"
Decir con toda la pasión del mundo, que podría
ponerse al menos en la memoria o en el aire de esta noche
aquello de:
"Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada
como el que no puedo ver la pasión de mi Granada"
Aquí es
donde debería de haber terminado…pero tengo
otra cosa. Nada mejor que un mutis y un "ole",
en esta tierra, donde es tan difícil decir "ole"…no
digo como todos, mejor que yo, han dicho…He dicho,
que es lo que siempre hay que decir. Yo en cambio digo sigo
diciendo…Por que es la labor de un pregonero y de
un cronista apasionado de Granada…No solo he dicho
lo que he dicho, lo que esta noche he dicho, por que lo
he dicho toda mi vida y lo seguiré diciendo mientras
tenga conmigo la posibilidad, y nunca mejor el símbolo,
de lo que puede ser mi ultima y verdadera palabra.