Pregón
de la Semana Santa de Granada de 2013
Pronunciado por: Doña Encarnación Ximínez
de Cisnerios
17 de febrero de 2013
A MODO DE PRESENTACIÓN
Nací un
tanto protestona y un poco depresiva. No es que quiera hablar
mal de mí. Es que nací un tanto protestona
y un poco depresiva. Y no miro a nadie de mi familia. Eso
me hizo perderme muchas cosas, seguramente hermosas, de
la vida; perdida en quejas o en buscar mi autoestima. Las
cosas son así, no voy a flagelarme; pero es lo bueno
que tiene la edad, que vamos aprendiendo.
¿Os podéis
creer -¿puedo tutearos, verdad?-, que, incluso, dudé
en ir al trayecto de mi vida? Sí, dudé antes
de tomar el avión a Tierra Santa, ¿os he contado
el viaje? Es broma, me lo habréis escuchado decenas
de veces. Y dudé, porque no me creía capaz
de ser parte de una gran familia por unos días. Tan
acostumbrados estamos a veces a ir de independientes que
el trabajo -y hasta el ocio- en equipo, se nos puede hacer
cuesta arriba. Por eso, y es mi opinión, no sabemos
apreciar como debiéramos la vida de hermandad, el
sentido cofrade en su pleno sentido. El hacer de un yo,
hasta justificado, un nosotros entrañable. El dejar
lo que quiero para pensar en lo que puedo dar; el vernos
como únicos para darnos cuenta de que tenemos muchas
cosas en común.
Este pregón,
ya lo he dicho antes de subir aquí, es la forma más
afortunada que tengo para pedir perdón; con el propósito
de enmienda que ya hace mucho tiempo me guía. Perdón
no por lo que hice, porque sólo se equivoca quien
hace cosas, sino por lo que dejé de hacer. Es más
fácil quejarse que aportar. Es más fácil
lanzar una crítica que arremangarse y ponerse a la
tarea. Lo leí en esos envoltorios de azucarillos
que tanto nos endulzan las mañanas: "no es cuestión
de hacer cosas extraordinarias, sino hacer las cosas ordinarias
extraordinariamente bien". No sé si este pregón
será el que más os guste; pero yo sí
espero que sea el que esperáis; el que me nace del
corazón; el que me hace sentir a gusto en este atril;
el que debe justificar que sea yo la que tenga el honor
de realizarlo. Sólo eso pretendo. Que no es poco.
Como nací un poco protestona; hoy, para hacer ver
mi cambio; voy a quejarme poco -aunque algo me quejaré-.
Y como tengo propensión a venirme abajo, aún
sin motivo, voy a poner el listón alto. Como dirían
mis hermanos, voy a intentar ser como Lucecita, viendo sólo
la parte positiva -aunque propondré algunas cosas-.
Recordando sólo lo bueno, y también cosas
malas que me han permitido mejorar. Porque, no quiero llevaros
a engaños, lo mejor ha sido cuando me he dado cuenta
de que me equivocaba y cuando he sabido rectificar. Lo mejor
ha sido cuando no me he portado adecuadamente, y me he encontrado
con vuestra comprensión.
Yo soy mucho de
frases. Una, me la enseñó mi hermana Mila
y con el paso del tiempo cada vez le doy más valor
"ten cuidado con lo que pides, porque igual se te cumple".
Debemos aprender a pedir, pero sabiendo que esta vida no
es una cuestión de capricho, aunque nos parezcan
adecuados. Esta vida es una cuestión de principios
que vamos haciendo a medida que el tiempo pasa y que vamos
adaptando. Por eso, aún en los momentos equivocados,
siempre hay una luz. Y, por eso, y esta es la segunda frase
que me anima mucho en el día a día, y que
aprovecho para pediros, esperando de verdad que se cumpla:
"quiéreme cuando menos me lo merezca, porque
será cuando más lo necesite". Y esto
sirve, incluso, si al final no os gusta el pregón.
Felicidades igual no me las merezco, pero un abrazo vuestro
será el mejor aplauso que pueda recibir.
Sé que
soy noticia por ser la primera mujer pregonera oficial de
la Semana Santa de Granada. Soy periodista y sé que
eso da buenos titulares, y lo acepto. Y hablaré de
la Semana Santa desde mi visión de mujer; y hablaré
del papel tan importante que la mujer ha tenido y tiene
en nuestra vida cofrade. Pero quien os habla es, eso, cofrade,
criada en el ambiente sevillano y confirmada en esta tierra
que me acoge desde hace ya veintitrés años
-pasado mañana se cumplen-.
Y quien os habla
es una cofrade que lo es, como tantos de vosotros, por ese
ambiente familiar que tuve la suerte de vivir; por unos
padres que me guiaron por un camino que tantas satisfacciones
me ha dado; y por buenos amigos que me enseñasteis
a amar a Granada y a su Semana Santa.
A cualquier de
vosotros podría dedicar este pregón; pero
lo tengo claro. Lo dedico a mis padres, y podría
dar muchas razones. Lo dedico a mi padre, cofrade de corazón
que me hizo visitar distintas semanas santas andaluzas -con
el dolor de perder la nuestra- para que "las conozcas
y luego decides cuál prefieres"; y se la dedico
a mi madre que apoyó siempre; y que supo hacer de
la rivalidad macarena-trianera, un asunto que, lejos de
dividirnos, nos unía; algo divertido que yo continúo
aún con mi marido.
La verdad es que
siempre me decanté por la Virgen marinera. Es, quizás,
en lo único que no pude dar gusto a mi padre; aunque
hoy he querido rendirle homenaje con la marcha dedicada
a la Reina de San Gil. A mi madre no le importará,
seguro. Y dedico este pregón, a alguien muy especial:
a ese bebé con cuerpo de hombre, que se llama Jesús
como nuestro Salvador y que cada día reparte felicidad
en quienes lo conocemos y cuyos padres y hermano, y el resto
de su familia le dedican su tiempo, dando testimonio del
mayor compromiso cristiano y social. En él represento
a muchos otros con nombre y apellido. Y lo dedico a esos
mayores que se han vuelto niños, por edad y por duras
enfermedades y a los que siempre tenemos que recordar cuando
eran fuertes y nos daban todo y que, aunque no parezca que
no nos reconocen o no nos escuchan, yo sé, lo sé,
sienten nuestro calor y cariño. Y dedico este pregón
a esos amigos que, por mis errores, se quedaron en el camino
y aún no he podido recuperar.
Este es mi acto
de sincero arrepentimiento; es, tal vez, la única
oportunidad de teneros aquí reunidos, y a los colegas
de los medios de comunicación -que es mi otra vida-;
y al público que pueda tener a bien escucharme a
través de la cámara o el receptor. Esta es
mi declaración más íntima de que todo
se puede cambiar; hasta nuestra Semana Santa; es una cuestión
de abrir el corazón, y los sentidos; y, entonces,
la vida se entiende de otra manera.
En mi quehacer
"de capillica" han ocurrido muchas cosas, algunas
parecidas a la que cualquiera hayáis podido vivir;
otras no, afortunadamente para vosotros, Espero que, entre
unas cosas y otras, sirva esta ocasión para reafirmar
nuestra fe católica y nuestros compromiso cofrade.
Poneros cómodos,
incluso cerrad los ojos -bueno, un rato, que hay mucho que
ver-; no soy yo la protagonista; sólo quiero que
mi voz os lleve a vuestros propios recuerdos, a vuestras
propias vivencias; y que, juntos, hagamos entender el por
qué, año tras año, celebramos la Pasión,
la Muerte y la Resurrección de Cristo.
CUMPLIENDO EL PROTOCOLO
Arzobispo, Alcalde,
Presidente de la Federación, autoridades...
Aquí estoy.
Llego el día y ni siquiera puedo quejarme de no haber
tenido tiempo para hacer el pregón. Primera mujer
y la que más meses he tenido para pensarlo y para
padecerlo. Así lo tengo que confesar. Y no es, y
lo recuerdo para los amantes de la estadística, el
mayor tiempo que he tenido para hacer un pregón porque
yo tuve un año y pico para hacer el del Realejo.
Por cierto, también fui la primera mujer. Y no es
un grato recuerdo porque el motivo de que se suspendiera
-era el año 2004- fueron los terribles asesinatos
-no tengo otra palabra- del 11-M. Guardé el texto
en un cajón y pedí a Dios que nunca tuviéramos
que pasar de nuevo por esa circunstancias.
Ya veis, escribir
el pregón oficial de la Semana Santa de Granada me
ha permitido tirar de los rincones más escondidos
de mi corazón para buscar recuerdos, sensaciones
e inspiración. Y, a veces he reído y otras
tantas he llorado. Tengo una tranquilidad. Hablo de lo que
quiero, de lo que me gusta, de lo que me hace vibrar. Sólo
por ello, gracias.
Gracias al presidente
de la Federación -lo que hubiera disfrutado hoy mi
tía Carmen a la que conociste- por la confianza que
tanto él como la junta de Gobierno han tenido en
mí. Gracias al vocal de Cultura y pregonero también
José Manuel Rodríguez Viedma por su complicidad.
Gracias arzobispo
(no estoy siguiendo el puro dictamen protocolario), no sólo
por estar hoy aquí, sino también por tantos
momentos compartidos en la plaza de las Pasiegas, o en las
iglesias, y en cuantos sitios hemos coincidido, hasta en
Nazaret, bien que me lo avisó -"aquello es pequeño
y nos veremos"-. Gracias por su apoyo para vivir este
momento. Gracias alcalde, porque impulsa desde su responsabilidad
la Semana Santa y porque siempre ha tenido una palabra amble.
Gracias, vicepresidente de la Diputación; periodista
antes que político; aunque en nuestra profesión
la política siempre está presente. Gracias,
Don Andrés, consiliario; porque en los momentos en
que lo necesité, siempre conté con su comprensión.
Cuando estaba
escribiendo este capítulo de agradecimientos ya me
emocionaba, ¡a ver ahora, en vivo y en directo! Les
doy las gracias desde el corazón porque les considero
amigos; personas con las que no sólo tengo una relación
profesional o de cortesía. A mí me da igual
el puesto o la dignidad que les revista; eso sólo
puede hacerme que cambie el tratamiento en público;
pero lo que me importa es la persona. Guste o no guste a
los demás; quien me merece la pena, me merece la
pena siempre. Como a mi amigo Juan, hoy concejal de Cultura,
-brillante presentador del cartel oficial de este año-,
mi Juanillo de los Escolapios, qué buenas charlas
hemos tenido, y hasta discusiones que nos tuvieron distanciados.
Hasta ese día, ¿recuerdas? Cuando se le entregó
el Nazareno de Plata a Pimentel y toda la cofradía
de los Escolapios allí presente se hacía una
foto, y me cogiste del brazo y me dijiste, "ven a la
foto, tú también eres de los nuestros".
No lo olvido.
Y puesta a dar
las gracias, miro este teatro y podría hacer una
Mirilla, y podría poner una vivencia de casi todos
los que estáis aquí. Y el título sería
sólo una palabra, Gracias. Sería la Mirilla
de mi vida, pero mi director y amigo, Eduardo hoy me lo
ha dado libre. Mi amigo Eduardo y su mujer Mari Carmen,
que no sé cómo siguieron hablándome
después de la paliza que les pegué en la primera
cena que compartimos, cuando él estaba recién
llegado, aún como subdirector. ¿De qué
hablamos? Imaginaros, de Semana Santa. Gracias a mis compañeros
de profesión por el respeto con el que siempre me
habéis tratado y que me han ayudado en estos meses
previos.
Gracias a mi marido,
Ramón por haberme enseñado el verdadero corazón
de Granada, entre otras cosas que he aprendido, y sigo aprendiendo
de él. He tenido muchos regalos de Dios, tenerte
a ti de compañero de viaje, aún en los momentos
duros, ha sido una bendición. Como lo es el resto
de mi familia que por más lejos que esté en
kilómetros, más cerca la tengo. Y gracias
a mi presentadora, Emilia Cayuela. Lo tuve claro desde el
principio. Reunía todo lo que yo quería: mujer,
cofrade, compañera y, sobre todo, magnífica
persona. Se implicó desde el primer momento y supe
que la grandeza de este escenario lo sería aún
más teniéndola a ella cerca. Gracias, Emilia,
si antes me sentía muy unida a ti, ahora ya, ni te
cuento.
Y tengo que terminar
este apartado, con pena, porque los nombres casi se escriben
por si mismos en el papel. Pero no quiero abusar. Solo deciros
que este momento es más especial aún porque
estáis aquí conmigo. Va por vosotros.
MI DECLARACIÓN
DE FE
Hay un lugar de
Granada que nadie puede tener; no es por su importancia
histórica, que la tiene, ni por su belleza, que la
posee; sino por el sentimiento. Tres de la tarde. Campo
del Príncipe, Dos veces sólo lo he vivido
en la distancia; pero cuando estaba aquí, lo he compartido
con toda la familia. Sin cita; sabemos dónde encontrarnos;
sin miedo a las inclemencias; con paraguas o en manga corta;
con micrófono o sin él. Tres de la tarde.
No hay silencio más hermoso, no hay aglomeración
más solitaria; porque uno a uno, nuestros corazones,
en un latido íntimo, piden... Y se cumple, claro
que se cumple. Tres deseos pedí yo en mi primer año,
y los tres se cumplieron -luego dicen que Granada es ingrata
con los forasteros-. ¿Cómo no voy a creer?
Y creí,
y supe que en ese, como en otros momentos, sabemos ser orgulloso
Pueblo de Dios. Sin diferencias. Porque somos como Jerusalén:
historia de todos, propiedad de nadie. Pero nos une una
misma creencia, DIOS. Yo he visto unidos, junto al canto
del gallo, algunos más lo habéis visto también,
un rezo ortodoxo, una misa católica y la llamada
del muecín; y la oración ante el Muro Occidental,
que no de las Lamentaciones. Los lamentos que suenan vienen
de la propia Jerusalén, repartida por conveniencias,
tantas veces destruida y otras tantas levantadas; sangrando
por dentro y a veces también por fuera. Sí,
podríamos ser como Jerusalén; pero ella es
santa, tres veces santa y nosotros no llegamos a ello. ¡Qué
más quisiéramos!
Nos falta coraje.
Lo decía el vicario general en Tierra Santa... "Ningún
cristiano debería morir sin conocerla. Como peregrinos,
no como turistas. Y sentir si alguna vez lo dudamos que
el hijo de Dios se hizo hombre. No lo dicen los edificios,
ni los monumentos, ni las piedras... lo dice el corazón
que se pone a palpitar con más fuerzas, lo dicen
los ojos que se humedecen sin poder evitarlo, lo dice la
piel que se eriza sin roce alguno... lo dice el lugar santo".
Recorrer los sitios donde Jesús anduvo te da otra
visión; te sientes más cercano a él:
a su nacimiento, su infancia, su familia... su palabra.
Y te parece verlo, y hasta escuchar su voz, y te mueves
fascinada por aquel pescador de hombres, y te dejas mecer
por las aguas del Lago Tiberiades, sintiéndote parte
de ese Mar de Galilea... Su murmullo nos trae la paz, como
las campanas nos acercan la voz de Dios, y cuando enmudecemos
las campanas estamos callando a Dios. Me estoy acordando
de aquellas personas que denunciaron a un convento por hacer
sonar, como lo llamaron, ¿ruido? A un convento. O
quienes afirman que nuestras procesiones perturban el descanso.
Se me ha venido a la cabeza y, ya que estamos, doy mi opinión.
Me ha tocado por
circunstancias viajar en estos últimos años
a países de otras creencias, y me han despertado,
que se lo digan a mi hermana Concha, a horas intempestivas
las llamadas a la oración. Y lo acepto. Es su tradición
y yo la respeto. Igualmente he sufrido fiestas cívicas,
celebraciones varias y, puesta a sufrir, me han retumbado
los claxon de los coches cuando les venía bien. Y
me ha fastidiado, pero no siempre hay que denunciarlos.
Aunque a veces, ganas entran de llamar a la fuerza pública.
Si alguien sufre una agresión por las campanas, la
música o cualquier otra cuestión, cuestiones
razonadas, están en su derecho de buscar una solución,
pero decretos por otros motivos, no puedo aceptarlos. Ya
lo dije en otro pregón y lo repito, aquí cabemos
todos, pero nadie debe imponer su criterio.
Es verdad que
esta nación ha sido declarada aconfesional, pero
que yo sepa y lo confirman los números somos una
gran mayoría de católicos. Y no somos mentes
obsoletas; muy al contrario, estamos vivos y más
que deberíamos estarlo. Y queremos celebrar nuestra
Navidad, y la Semana Santa y las liturgias, y todo aquello
que nos gusta y nos corresponde. Mostrar nuestras creencias
no es exhibirnos. Yo me siento acompañada cuando
me pongo al cuello la medalla de mi hermandad, sintiéndome
protegida y orgullosa de ser parte de un mismo proyecto.
Hoy no quería, no debía mostrar mis preferencias;
pero llevo a gala este rosario que lleva mi angelote. El
que llevamos a la vista las mantillas, y algunas presidencias
-que lo son no para lucirse-; y al que se agarran, en el
anonimato, los penitentes y los costaleros, y los músicos,
y cualquier componente de las estaciones de penitencia.
Hay mucho más fondo de lo que se quiere ver.
Hay excusas para
criticarnos, tan simples, como que luego no cumplimos con
nuestras obligaciones. Es verdad que quizás no todos,
estemos cada domingo en Misa. No hay excusa, pero la religión
se puede vivir de muchas maneras.
Os hablaba al
principio de mis dudas antes de ir a Tierra Santa. Nunca
había hecho una peregrinación. Y es algo para
vivirlo. He disfrutado, ya lo he dicho, visitando los Santos
Lugares, e imaginando que del sentimiento de sus calles
podía sacar mejores enseñanzas. Y es que,
aunque nunca he pensado en mi epitafio, no porque rehúya
el que todos debemos morir, sino porque soy claustrofóbica,
sí se me ocurre el más deseado: "intentó
siempre ser una buena persona". O mejor, una persona
buena. Y para eso tenemos que convivir. Porque la soledad
nos viene dada, o nos la buscamos; o, simplemente nos toca.
Y la soledad no es sólo la sensación de ausencia.
La más dura soledad es la falta de esperanza. Y,
por eso, nunca deberíamos cerrar nuestras puertas
a nada ni a nadie.
¿Qué
cristianos somos cuando volvemos la cara? Y lo hacemos,
vaya si lo hacemos. Y lo hago, vaya si lo hago. Siempre
hay una excusa para decirnos que ese no es nuestro problema.
Incluso, a veces, la Iglesia parece mirar hacia otro lado.
No soy yo quién para decirle lo que debe hacer. Pero
tampoco soy ajena a que hay que estar alerta para que también
nosotros seamos tolerantes. Si Dios todo lo perdona, ¿quién
de nosotros podemos condenar? No seamos como nuevos fariseos,
dejémonos de hipocresías. Veamos a las personas
desde su interior. Todos conocemos personas que no lo parecen,
pero son. Y quienes pareciéndolo..., no llegan.
Más claro,
no me sirven los que comulgan todo el día, cumplen
el padrón de perfectos cristianos y son, sin embargo,
seres maliciosos para sus hermanos. No me sirven quienes
no miran de frente porque sus ojos están dirigidos
a ver cómo fastidia al contrario. A mí me
gustan los que Jesús llamó "limpios de
corazón", quienes viven para hacer el bien;
y son felices sabiendo felices a los demás. De nosotros
se espera, así lo entiendo, que "la mano derecha
no sepa lo que hace la izquierda" ni para presumir
de generosas obras, ni para simular como bondad lo hecho
sólo para beneficio propio.
Seamos honestos...
El sabernos incomprendidos,
sólo por ser diferente, nos hace estar más
solos. Y no hay peor soledad que la se vive entre el gentío.
¿Alguna
vez en la salida de las cofradías, en su paso por
las calles, en los actos que hacemos en nombre de nuestros
titulares, bajamos los ojos de su rostro y miramos alrededor?
¿Alguna vez nos preocupan más las lágrimas
del hermano -sean de alegría o de tristeza- que los
estrenos del paso? Me lo pregunto muchos días y aún
no tengo la respuesta; pero os puedo asegurar que en la
algarabía de la Semana Santa busco también
el calor de mis hermanos. Un cristiano no puede cerrar los
ojos, un cristiano no debe callarse, ¿de qué
sirven los fervores cofrades si no tienen continuidad en
nuestra vida diaria?
Cerramos la iglesia,
colocamos a las imágenes de nuevo en su sitio, nos
quitamos el capillo, el costal o la mantilla y no somos
capaces de oír su dolor "¿también
tú vas a abandonarme?" Y bostezas por el cansancio,
y te sacudes las motas de emoción y buscas aliviar
tu vacío estómago y le susurras "no te
preocupes, volveré el próximo año".
Y la soledad de la iglesia se hace nuevo dolor. Claro que,
hablando de la Iglesia, con mayúscula, y sin dudar
de lo que significa y a quien nos debemos, no vamos a negar
que a veces resulte complicado entender a algunos de sus
representantes.
Y es que, podemos
pensar en consiliarios que, pensamos, no terminan de conciliar;
en quienes no logran transmitirnos su apoyo... No hablo
de que sean personas "inadecuadas", pero lo cierto
es que parece que no siempre se sienten cómodos en
su labor... Por ver, hasta he visto a algunos que se han
encerrado en la sacristía cuando el propio arzobispo
ha ido a ver salir las procesiones...Y eso tampoco es. Aquí,
todos tenemos que aplicarnos a la tarea, haciendo bueno
el dicho de que obras son amores. Pero hay también
sacerdotes entregados. Hay consiliarios y párrocos
que te entienden, que te escuchan, que ejercen como amigos,
y que saben darnos el lugar como cofrades. Yo me quedo con
ellos, y los aprecio y me siento profundamente agradecida,
porque me hacen sentirme aún más integrada
en esta comunidad católica a la que, por bautizo,
por confirmación, pero, sobre todo, por decisión,
pertenezco.
Y es que, tal vez sea verdad que nos gustan demasiado las
charlas y poco las conversaciones. Es más fácil
callar para luego largar. Y no es una frase hecha. En mi
época de secretaria de Federación lo que más
recuerdo como anécdota es que en el apartado de ruegos
y preguntas no gasté mucha tinta; pero doblando la
esquina, surgían dudas y reproches y hasta sugerencias.
Y yo me decía -y les decía- "¿y
no era mejor haberlo planteado en la reunión?".
Así que tendremos que mirarnos en nuestro interior
para saber en qué nos equivocamos nosotros antes
de lanzar denuestos fuera. Porque hablando se entiende la
gente. Bueno no siempre, pero habrá que seguir intentándolo.
Como decía, un cristiano no puede cerrar los ojos,
un cristiano no debe callarse.
Haciendo este
pregón, un día cualquiera me pegué
a esa versión tan edulcorada de Los Diez Mandamientos.
Me la sé de memoria. De chica me gustaba porque mis
padres me llevaban al cine a verla, y eso era una gran fiesta
(de casi cuatro horas). Y mi madre me decía al salir
"cierra la boca que te va a entrar frío".
Son momentos inolvidables que los guardo en la memoria.
Ahora la vuelvo a ver principalmente por eso, porque alivia
la nostalgia de mi infancia. Y ahora de nuevo me quedo embelesada
cuando la ponen, porque sigo esperando, yo también,
una señal. No aspiro a ver la zarza sagrada ni necesito,
por supuesto, recibir unos mandamientos divinos que yo conozco
bien.
Lo que intento
es comprender, aún más, aquellas palabras
divinas: "Yo soy el soy. Quien no tiene ni principio
ni fin". Es El que está ahí siempre.
El que tanto se esforzó por hacernos sentir su Verbo:
"el que no es carne sino espíritu" y su
luz ilumina a todos los hombres. Pero no la podíamos
ver. Y, por eso, se hizo hombre, y habitó entre nosotros.
Ahí comienza esa parte de la historia, de nuevo misteriosa,
y de nuevo tan auténtica. Y ahí, llegó
el nacimiento en Belén, con buey o sin buey, con
mula o sin mula, que a veces nos quedamos en la anécdota.
Jesús nació
porque nuestra desconfianza e incredulidad hizo que Dios
nos mandara a su propio Hijo, y, ¿para qué
ocultarlo? Ahí nos dio la Navidad y la Semana Santa.
Puede parecer frívolo lo que os estoy contando; pero
es así de divino. ¿Qué más necesitamos
de Dios para escucharle con claridad? Tal vez, como dijo
Jesús, dejar de escuchar... otras cosas.
El Padre nos dejó
diez mandamientos; y su Hijo, añadió uno nuevo:
el resumen de lo que significa ser cristiano: "que
nos amáramos todos como Él nos amó".
Sonaba casi igual a amarás a tu prójimo, pero
no todos tenemos un prójimo que lo da absolutamente
todo. El mandamiento de Jesús es nuevo, porque él
si nos amó por encima de todo: de su divina procedencia,
de su orgullo, de sus tentaciones, de su dolor y del dolor
que provocó a quienes le querían. Jesús
nos dio la posibilidad de creer nuevamente.
Tan sencilla fue
su enseñanza que aún hay quien no la ha escuchado.
Pero si hubiera oído las palabras del Mal se hubiera
mostrado ante nosotros con poder y oropeles; y él
sabía que son menos lo que mandan que los que obedecen.
Lo que Jesús quiso realmente fue habitar entre nosotros
para conseguir su Asamblea Santa. También podemos
preguntarnos si Él no podría, en su misericordia
infinita librarnos de tantos males. Hagamos historia, que
aquí hay tantos buenos conocedores de ella. ¿Cuántas
oportunidades nos da el Señor para salvarnos? ¿Y
cuántas hemos desperdiciado? "Quien más
te quiere te hará llorar" no es una amenaza,
como no lo es "ganarás el pan con el sudor de
tu frente". Cuesta llegar a creerlo, pero yo lo siento.
Dios es tan grande, que nos ha hecho seres con criterios
propios. Él nos da la vida y él nos la quita.
En medio, podemos elegir.
Y entonces, ¿por
qué sufren los más vulnerables? ¿Qué
culpa han podido acumular?
Sinceramente,
no tengo respuesta; y, sinceramente, es una de las grandes
incógnitas a las que me enfrento día a día.
El dolor de los desvalidos, la impotencia ante el sufrimiento
ajeno, son difíciles de comprender. Puedo confesar
públicamente, porque en privado ya lo he hecho, que
cuando mis padres se fueron intenté enfadarme con
Dios. Y no pude. Cuanto más desesperada me sentí,
más supe que sólo en Él está
la respuesta. Pero el camino es duro, muy duro. En nuestra
vida son fundamento la Fe, la Esperanza y la Caridad. Caridad,
palabra no siempre valorada, absurdamente en contradicción
con solidaridad, que es, al fin y al cabo, lo mismo, pensar
en quienes lo necesitan.
Y siempre ha hecho
falta, pero ahora, es más evidente. Y, por eso, alabo
que las hermandades y cofradías den a conocer su
labor en este aspecto. Sabemos que siempre se ha hecho,
pero desde dentro, y eso, el no contarlo, nos ha dado, a
veces, mala prensa. Parecía que los cofrades estábamos
al margen del mundo real. Hagamos públicas, pues,
todas las iniciativas que se llevan a cabo para paliar los
delicados momentos que estamos pasando: con desahucios,
con carencias de lo más imprescindible, y con un
paro que, más allá del grave problema económico,
genera también desesperación, desconfianza
y problemas sociales que no debemos olvidar. Hablemos del
esfuerzo para la puesta en marcha del economato, gran idea,
contemos las bolsas de trabajo, las donaciones anónimas,
el contacto con quienes nos necesitan. Contémoslo,
porque eso da fuerzas para seguir.
Porque alguien
en su casa -quien tiene la suerte de conservarla- viendo
pasar los días con un "no" permanente a
su solicitud de trabajo; sintiendo el paso de los años
-"eres mayor", te dicen- o la negativa por falta
de experiencia -¡cómo la van a tener si a un
joven no le ofrecen oportunidades! Pues, ese alguien en
su casa va desgastando la autoestima, el ambiente familiar
y nos lleva a preocuparnos de su mente, y de su corazón.
La caridad en
estos casos, no es sólo dar; es entender; y no cerrar
los ojos a que, en esta ocasión, el lobo -ya saben,
la representación del mal- está más
cerca de lo que pensamos. La caridad, hoy, es unir lo material
con una labor que mantenga la esperanza y que profundice
en la fe... fe en Dios, claro, pero también fe en
el ser humano.
No soy yo quien
más sigue sus designios, pero me quedaron grabadas
las palabras de la parábola de los talentos: no tengo
todo lo que quisiera -y no hablo de bienes materiales-;
pero intento sacarle el mejor partido. Vivo para potenciar
mis buenas cosas, y para aliviar las malas; esa es mi forma
de actuar Así Jesús no tendrá que apartarme
de su lado. Así podré sentir su mirada; así
podré, de nuevo, imaginarme surcando el Mar de Galilea;
así me sentiré más cerca de Jesús...
COFRADE, A LA GLORIA
DE DIOS
Llegué
a Granada pensando que lo sabía todo de Semana Santa.
No por sevillana, que también -qué queréis-,
sino porque mi padre me había enseñado tantas
cosas que creía no podía conocer más.
Y me equivoqué, y algunos de esos errores me llevaron
a tonterías. No todas irreparables.
Yo soy esa cofrade
que, tanto se equivocó que en el libro del 75 aniversario
de la Federación, escrito por mi antecesor en este
atril. Antonio Padial, aparezco en la reseña de miembros
de la Junta, sin hermandad. Pág. 367, sólo
tienen que mirarlo. ¿Por qué? Es una larga
historia que no me merece ser recogida en este pregón.
Pero la quería contar. Porque os aseguro que también
tiene su parte positiva. Os la puedo contar si queréis,
otro día.
Yo soy cofrade
de sentimiento, ya lo he dicho; de las que cualquier música
con aires de marcha, me pone los vellos de punta; y eso,
que no sabéis lo que me cuesta identificarlas por
el nombre. Música, parte fundamental de nuestra Semana
Santa; música que en Granada tiene grandes maestros,
compositores... aquí tenemos a una de sus grandes
representaciones, la Banda Municipal de Granada a la que
quiero dar las gracias por estar hoy aquí conmigo.
Y gracias a los coros y solistas, y a todo el equipo de
este teatro. Y a ti, maestro Ruzafa, amigo, ¿qué
puedo decirte? Que eres un orgullo para nuestra ciudad y
que ¡gracias!
Bueno, pues a
lo que iba. Tanto me gusta la música que un día
se me ocurrió hacer un ciclo para enseñar
a los más pequeños el encanto y la dificultad
de nuestras formaciones, Marcha cofrade. Encontré
dos estupendos compañeros de viaje, y, aunque con
un principio un tanto tortuoso y a veces deprimente, conseguimos
hacer una marca. Volverá, si Dios quiere; porque
es bueno que tengamos iniciativas; porque es bueno que las
empresas, y yo tengo una, apoyemos actividades de la Semana
Santa; porque es bueno que, junto al sentido religioso,
valoremos también nuestra aportación cultural.
Porque es bueno avanzar... Yo soy cofrade de sentimiento,
ya lo he dicho; y de también de apasionamiento, lo
he contado; pero no crean, también soy como la mayoría
de los que estáis aquí, una todo terreno.
A ver que recuerde;
he hecho de limpiadora, cocinera -de esto poco, por la buena
salud de los demás, principalmente-, camarera -no
de llevar la mantilla, sino de ponerme detrás de
la barra-; de barrendera, y aquí hasta con la mantilla
puesta; he tocado el bombo -porque de cantar, poco- en aquel
estupendo coro, Aulaga, que tantas satisfacciones nos dio;
he hecho de periodista y de presentadora, pero claro eso
no tiene mérito, es mi profesión; y hasta
de cartera, que cuando la economía no daba para más
-no creeréis que sólo en la actualidad pasamos
apuros- llevaba casa por casa la correspondencia de los
actos.
He puesto claveles,
en aquella época en la que había mucho que
tapar porque los pasos estaban poco terminados; y he salido
de mantilla. Y cuando mis cervicales me dijeron basta, de
diputada de calle (un sitio muy especial, donde te empeñas
en echar una mano a quienes lo pasan peor que tú;
porque en ese cometido, se hacen más kilómetros,
pero tienes la posibilidad de moverte; y eso para los pies
y para el frío, es fundamental. Todas estas vivencias
durante años han sido un aprendizaje del espíritu
cofrade, granadino. Ay, aquellas cuaresmas en las que prometía
a mi marido... a las diez estoy de vuelta; y cuando empezabas
a reunirte, a charlar, a apasionarte..., el tiempo se hacía
tan volátil que ni el reloj marcaba las horas.
Porque aunque la Semana Santa puede parecer siempre igual,
cada año es totalmente distinto. Por eso, es bueno,
hacer cosas nuevas. Cada año podemos buscar sensaciones
que no hayamos vivido antes; en el dintel de una puerta
cualquiera; en el recodo de una calle, compartiendo con
un nuevo hermano, en el regreso más íntimo.
Conocer para sentir; sentir para disfrutar; disfrutar como
oración. Ese instante que ha quedado en el recuerdo
es una gran alabanza a lo que queremos; y así nos
sentimos orgullosos de nuestra Semana Santa, que no sólo
de nuestra hermandad. Cómo echo de menos a tantas
personas, familia y amigos, que ya no están y que
hicieron de su saber y su cariño, una enciclopedia
de la que tanto aprendí.
¡Cómo
espero que estén disfrutando ya en el palco del Cielo!
Y cómo deseo que su recuerdo siempre nos acompañe,
porque así siempre estarán a nuestro lado.
Este es un año
importante. Es el año de la Fe; es el momento que
el Pontífice nos ha concedido para pensar en cómo
necesitamos creer, porque necesitamos esa confianza absoluta
en que hay algo más de lo que vemos. Y hablando de
confianza la tenemos, la tengo, en que la decisión
de Benedicto XVI es para bien de nuestra Iglesia. Es también
el año de la Magna Mariana. Era un petición
popular, sobre todo desde que vivimos la Passio Granatensis,
A mí me gustan las coronaciones, y las salidas extraordinarias,
y todo aquello que mantenga espiritual y turísticamente
nuestra Gran Semana Santa. Ahora le toca a la Madre unirse
a esa celebración del año de la Fe, y a la
celebración también del centenario de la Coronación
de nuestra Patrona, la Virgen de las Angustias.
Sabemos que es
un momento difícil para estas efemérides;
es un tiempo de pocos medios; pero sabremos salir adelante.
Lo haremos con la dignidad de la moderación que los
tiempos requieren: pero con la seguridad de que todos vamos
a apoyar, incluso, lo que no terminamos de ver claro. Y
si estamos ahí, será un éxito. Porque
somos Iglesia, porque somos grupo de cristianos, porque
somos Semana Santa, aún en días de gloria.
Y ahora sí,
permitidme que ejerza, con orgullo, de mujer, de primera
mujer pregonera oficial. A quienes no entendéis de
la importancia de que una mujer -el que yo lo sea no es
la noticia- suba a este estrado, va más allá
de la pura anécdota. Yo soy cofrade de cuna, pero
no tuve derechos hasta que llegué a Granada. En la
hermandad de la familia, allá en mi Sevilla, los
estatutos quedaban claros "Las mujeres sólo
podrán ser admitidas para participar de las gracias
espirituales y lucrar las indulgencias concedidas a la Hermandad".
Tal vez, por eso, los hombres pagaban una cuota y nosotras,
menos. Cinco pesetas y tres en el año 67 cuando mi
padre se pudo hacer hermano. Tengo todavía el estatuto
con su nombre que entonces le entregaron.
Era tan claro
el mensaje que se volvía a repetir en otro de los
artículos. "No podrán formar en las filas
de la Cofradía más que los hermanos varones".
Yo intenté, lo he contado alguna vez, saltarme esa
prohibición. Tenía el pelo corto y podía
pasar por chico saliendo de mi casa con el capirote y hablando
lo menos posible. Sabía que otras lo hacían.
Pero mi padre nunca lo permitió. Así que tuve
que ver como él salía, y mi hermano Manolo,
y mis primos; y años después mis sobrinos.
Pero yo no.
Aún hay
lugares -no aquí, pero aún hay lugares- donde
esto sigue ocurriendo. Y podemos echar una mano.
Me conocéis.
No soy amante de las estadísticas, ni de las cuotas,
pero sí rechazo los hábitos absurdos. El que
yo entiendo ha hecho que hasta ahora no hubiera una pregonera.
Llevo años oyendo hablar, no de que hubiera veto
a la presencia femenina; pero sí alguien dejaba caer
que no había ninguna mujer "con suficiente valía".
Alguna vez me preguntaron y se me ocurrieron no uno sino
muchos nombres. Mujeres como los hombres, cofrades; mujeres
como los hombres, comprometidas; mujeres que, gracias a
Dios, aquí en Granada han podido y pueden ser capataces,
costaleras, hermanas mayores, miembros de la Federación,
y presentadoras de carteles y pregones de hermandades...
es decir, de todo. Y yo no estaba acostumbrada a eso.
En Sevilla lo
que más pude hacer -además de disfrutar en
la calle de mis procesiones- fue pasear de mantilla por
las iglesias del brazo de mi padre, visitando los monumentos.
Los pendientes y el broche me lo prestaron. La mantilla
sí era mía, la compré de coraje cuando
vivía lejos de la tierra pensando que algún
día podría necesitarla. Y es esa misma mantilla
que he portado en mis salidas en las estacione de penitencia
en esta tierra granadina que me dio, como cofrade, lo que
mi tierra natal, Sevilla, no me permitió.
Ahora, yo miro
desde el corazón a las orillas del Guadalquivir que
la bañan, y les digo que una sevillana, orgullosa
de serlo, es la pregonera oficial de la Semana Santa de
su nuevo hogar, el definitivo -salvo que Dios disponga otra
cosa-. He podido cumplir mis sueños y, además,
tengo ya continuidad de sangre granadina Y allá,
en la Calzada, mi parte de vena sevillana también
se hace patente cuando desfila mi ahijado Luis haciendo
sonar su tambor como un rezo más.
¡Cómo podía imaginarme estas bendiciones!
Unos dones que
me llenan de felicidad. Mi niña Irene -a mis otros
sobrinos nietos como que les viene un poco lejos esto de
la Semana Santa- es hermana desde el mismo día que
nació y ya ha salido en procesión. Un ratito,
pero ha salido; y me ha acompañado a muchos actos,
y ha sentido la música a todo volumen sin rechistar.
Y hoy está aquí. Mi niña Irene hará
lo que quiera de su vida. Eso es tradición familiar.
En su vida cofrade, si la elige, podrá llegar a ser
lo que desee. Sin ningún tipo de restricción.
Será lo quiera, hasta presidenta de la Federación
de Cofradías... y eso -tiene cuatro años,
hay tiempo- es una satisfacción. Yo me siento orgullosa
del trabajo de la Asociación de Mujeres Cofrades
de Granada a la que pertenezco desde su germen. A quienes
piensen que somos un grupo de faldas aburridas, incluso
a quienes lo dicen siendo de nuestro propio sexo, les digo,
como en toda opinión contraria a la mía, que
les respeto, pero se equivocan. Visualizarnos era una necesidad,
y lo hemos conseguido.
¡ Cuántas veces hemos visto, por ejemplo, mesas
redondas de costaleros, sin contar con algunas de las componentes
de las cuadrillas femeninas! -¿las más antiguas
de España, puede ser?-.
Y la responsable
de la Asociación, ¿la conocéis, no?,
me encantó cuando dijo que muchos de quienes organizan
estas cosas que "son los primeros que protestan cuando
se realizan actos de mujeres costaleras, porque, según
ellos, nosotras mismas nos discriminamos"... Por cierto
que hace poco hemos visto una convocatoria en la que se
habla de estudiar el trabajo del "hombre costalero"...
Así se escribe la historia. Y es que aquí
había algunas diferencias que se han limado con el
tiempo; pero no desde la imposición. Dicen, y sólo
hay que ver los datos, que la batalla por la igualdad de
las mujeres es de las más largas y persistentes,
y así hay que seguir. Porque nos avala la razón.
Porque además
de los derechos que una sociedad como la nuestra nos otorga,
hay algo que no podemos olvidar. Con permiso de los abuelos
y los padres, las abuelas y las madres -yo no me puedo incluir
en este capítulo, pero casi-, son, en una gran parte,
la semilla de una casa y, también, de la fe y la
educación cristiana.
Mi padre era quien
salía de nazareno; pero en el ambiente de alegría
y de recogimiento, mi madre tenía mucho que ver:
ella preparaba las túnicas, los capirotes y antifaces,
quien llenaba los sofás o tresillos como más
os guste, con todo lo necesario para la salida; ella quien
hacía bocadillos rellenos de ilusión y dulces
torrijas manteniendo tradiciones que no hace falta perder.
Y era ella quien nos esperaba en casa con la sonrisa en
la boca para preguntarnos cómo nos había ido
y para aliviar nuestro cansancio. Miro este auditorio y
veo a muchas, muchas mujeres que podrían estar hoy
aquí enarbolando no sólo la Semana Santa,
que es de todos, sino una Semana Santa con un sabor femenino,
que puede tener, en muchos casos, vivencias distintas. Mujeres
de Granada, desde mi humilde posición os digo. Seguid
así. Siendo persona antes que nada, y viviendo como
mejor podemos, nuestra forma de ser.
Mujeres de Granada,
nada es imposible. Hoy damos un paso más; pero, mujeres
de Granada, sé que lo sabéis: el mundo no
está hecho en masculino o femenino; el mundo es un
tiempo que Dios nos permite compartir y disfrutar; y donde,
todos, todos y todas como marca ahora la corrección
"lingüística" tenemos que poner lo
que está a nuestra mano para conseguir un mundo mejor.
Porque, mujeres y hombres de Granada, si no trabajamos por
ello, ¿cómo adorar a un Cristo y a su Madre
que sufrieron para darnos la salvación? Por eso,
os digo también, hombres y mujeres de Granada, cada
uno por su lado no llegamos a ningún sitio. En la
procesión de la vida también hay que guardar
la fila. Si no, perdemos el rumbo. Hombres y mujeres de
Granada, aquí está nuestra Madre. Ella también
era Mujer...
MIS DESEOS
Un pregón
es puro deseo. Deseo... Una palabra no siempre entendida.
Y es una palabra
llena de belleza. Si se utiliza bien. ¡Hay tantas
formas de pensar en el deseo! En el de los justos; porque
ya dice el proverbio, "¡que el deseo cumplido
es dulce al alma!".
Deseos bien entendidos,
los que nos conducen a la paz, los que no nos crean desasosiego;
los que no envilecen. O falta de deseo, que no es conformismo.
Así lo entendía alguien muy vinculado a mi
profesión. San Francisco de Sales, patrón
de los periodistas. Lo dijo de forma explícita: "Necesito
muy poco, y deseo muy poco lo que necesito. Apenas tengo
deseos; pero si hubiera de nacer de nuevo, no tendría
ninguno. No deberíamos pedir nada ni rehusar nada,
sino entregarnos a los brazos de la divina Providencia sin
perder tiempo en ningún deseo, excepto el de querer
lo que Dios quiere de nosotros".
Lo que Dios quiere
de nosotros, ¡cuán difícil es llegar
a saberlo con certeza! Pero deseo es también ese
sentimiento afectivo hacia algo que apetece. Y en un pregón,
como promulgación en voz alta que se hace públicamente
de algo que conviene que todos sepan; yo quiero desear,
y me surgen muchas ideas. Deseo el gran libro de la Semana
Santa de Granada. Algunos buenos ejemplos ya tenemos; pero
nos faltan aún más volúmenes, sin partidismos;
sin querer adoctrinar, sino sólo contar; sin que
el corazón se equivoque de camino, pensando más
en el aplauso; y que sea con rigor y veracidad. Libros del
que, una vez escritos, no tengamos de qué arrepentirnos,
que luego lo impreso queda. Libros que no se hagan viejos
a poco de publicarse.
Deseo que nuestros carteles no siempre se fijen en los marcos
incomparables y que se queden en los sentimientos irrepetibles,
aquellos que se producen en cualquier rincón, aunque
en éste haya casas de fondo y no palacios; que está
bien vender la Semana Santa fuera; pero toda la Semana Santa.
Por eso, deseo que haya guías en los lugares más
transitados que expliquen, mejor que ilusionen, con ver
las cofradías en todos los lugares; desde el barrio
más recóndito al centro más turístico.
Porque vendemos ciudad.
Una ciudad que,
deseo, tenga el apoyo de sus hosteleros. Que lo hacen que
lo hacen estupendamente bien pero ya vale que otros estén
llenos porque hay Semana Santa y no sean capaces ni de llenar
una botella de agua o ceder el baño para un imprevisto.
Y fijaros que no hablo de dar dinero, que en las cuentas
de cada uno, yo no me meto. Porque anhelo, y eso sí
es de envidiar de quien lo tenga, una ciudad, esa que he
dicho que vendemos, porque hay que hacerlo, donde nos demos
cuenta de que esa semana no sólo es Santa para quienes
creemos, sino también para muchas cajas; y para muchas
personas que encuentran trabajo en esos días.
Deseo que pase esta crisis que nos atenaza; y que de su
dureza saquemos las enseñanzas necesarias para que
no se vuelva a repetir. Hay cosas que nunca volverán;
entre ellas, ojala, la corrupción, la avaricia, la
falta de motivación, la necesidad permanente de cosas
materiales...
Recuperemos la
cultura del esfuerzo, el vivir acorde a la realidad, el
pensar en compartir; en remar todos en la misma dirección.
Y, además,
como no podía ser de otra forma... Deseo un mundo
cofrade sinceramente cristiano; sin excepciones, sabiendo
quienes somos y adónde vamos. Somos miembros de la
Iglesia y vamos hacia donde ella nos lleve. Creemos, por
tanto, en la Iglesia como lo rezamos en nuestro Credo, porque
se hizo para nuestra la salvación; y creemos en un
verdadero Dios y verdadero hombre; no en la talla que diestras
manos crearon para ensalzarlo, sino en el sentido que hay
en esas obras. Creemos en el Papa; porque es infalible en
cuanto todo a lo declarado con respecto a la doctrina. Dejemos
que como hombre pudiera errar en cuestiones mundanas; pero
no dudemos de que su enseñanza tenga detrás
el halo del Espíritu Santo.
Por eso, también podrán errar todos, de los
consiliarios -ya he hablado de ellos- y los hermanos mayores,
y las juntas de Gobierno y los miembros de la Federación.
Cualquiera de nosotros. Pues aquí estamos nosotros
para pedirles que cambien o sugerirles ideas. No para enfrentarnos,
porque, seamos sinceros, algo que nos guste a todos es imposible.
Ni Jesucristo lo consiguió. Así que al día
y a la hora que nos toca. ¡Y si no funciona, reunión!
Este mismo año
vamos a tener novedades... ¿Cómo podemos saber
qué tal irán antes de verlas? ¿Por
qué queremos mantenernos en que los cambios son irreversibles?
Confiemos en nuestra libertad de mejora y desarrollo. Deseo
una Catedral aún más accesible. Hemos superado
con creces la década entrando con nuestras hermandades;
pero esta humilde pregonera, quisiera ver abierta nuestra
Casa para que personas sin posibilidades económicas
para palcos; con dificultades físicas de cualquier
tipo, pudieran ocupar los asientos, como en cualquier otra
celebración religiosa, y disfrutar -bien abrigados
que el frío no perdona- del sentimiento religioso,
de las procesiones. Se podía intentar; también
las hermandades entremos como "de prueba" y bien
que nos hemos ganado el sitio -¿alguien lo dudaba?-.
Deseo que la formación
siga siendo una prioridad para nuestras corporaciones. Lo
que mejor se conoce, más se ama. Y nos hace falta
saber mucho, de muchas cosas, principalmente de nosotros
mismos. Deseo que se vuelva algún día a Roma,
con una imagen como orgullo de la tierra; como deseo que
vuelva el Papa y exhibir uno de nuestros pasos -como en
el JMJ- porque en ambos casos, hacemos catequesis en la
calle, vendemos ciudad y legitimamos nuestra creencia de
Iglesia. Pero, cuando lo hagamos, que sea con el apoyo total
de esta comunidad cofrade en la que estamos inmersos.
Deseo que mimemos
a nuestros artistas; maestros de la gubia, del pincel, de
los metales, de la música, de la flor o de la aguja.
Porque si nuestras inversiones en patrimonio son buenas,
mejor lo serán cuando creen riqueza en la propia
tierra. Que está muy bien que vengan cosas de fuera,
siempre que aquí no haya quienes sepan hacerlo igual
y, hasta mejor. Deseo lugares para ensayos de las bandas,
su labor genial con una juventud que es capaz de sufrir
las inclemencias por cumplir con su vocación. Y merecen
algo más.
Deseo que se estudien
puntos intermedios para las hermandades que están
más alejadas de la Catedral y que no tienen donde
refugiarse ante cualquier incidencia; que se aprovechen
todas las infraestructuras existentes o se habiliten nuevas,
que no sólo protejan los bienes materiales sino también
a las personas que los acompañan. Lugares como la
Real Chancillería podrían estar alerta por
si hiciera falta su colaboración. O las puertas preparadas
para abrirse el Palacio de Congresos y alguna cubierta para
proteger las imágenes, además de lo que la
propia hermandad porte. Con dignidad, mucha dignidad, que
las tallas son la representación de nuestras creencias
y los hombres y mujeres que la acompañan también
son dignos de atención. Tampoco cuesta tanto.
Y es que es necesario
el apoyo de todas las instituciones, sean del ámbito
que sean; implicación con la sociedad, en uno u otro
sentido. Nos tienen que entender y nosotros tenemos que
participar. Por eso, deseo cabildos en los que nadie falte;
porque la cofradía lo necesita; y necesita que haya
cofrades que estén ahí, con cargo o sin cargo,
pero asumiendo responsabilidades. No me vale el "todo
está mal" o "no hago falta".
Las cosas se pueden
ver de distinta forma según el sitio en el que esté
sentado cada cual; y las hermandades serán lo que
nosotros queramos que sean. Y, para eso, hay que implicarse.
De corazón. Deseo que salgan los originales, porque
eso significa -excepciones puntuales no incluidas- que se
saben conservar y que las restauraciones, en su caso, se
hacen de forma primorosa; para preservar del tiempo y proteger
su valor; que los lifting son otra cosa.
Deseo que sepamos honrar a quienes nos precedieron en las
labores de gestión de las hermandades. No digo de
mando, porque aquí no manda más que quienes
procesionamos. Yo no creo que nadie se meta en una cofradía
para promocionarse socialmente; si creo que algunos nos
equivocamos -yo misma he confesado muchos errores-; pero
aquellos que estuvieron y fueron, siempre deben formar parte
de nuestra historia. Porque seguro, y esto sí lo
puedo asegurar, no todo les habrá salida mal. ¿Podremos
recordarlo?
Deseo que si han
de salir nuevas hermandades -no pongamos puertas a la devoción-
se haga desde una necesidad real, de una demanda palpable;
y no desde el rebote de quienes quieren hacerse su cofradía
a medida. Pasaron los peores momentos, porque casi tenemos
que pedir un censo de hermanos "rebotaos" que
iban de un sitio a otro a ver si alguien les hacía
caso... en lo suyo, claro. Y eso, tampoco.
Deseo que nuestras
hermandades tengan el acompañamiento que necesitan.
Me gusta que los Ejércitos, las Fuerzas de Seguridad,
y cuantos nos cuidan, rindan honores a nuestros titulares.
Porque para mí, ellos, como en el mensaje de Jesús,
son garantes del respeto, de la paz.
Aprovecho para rendirles homenaje por su esfuerzo, sobre
todo en las misiones en el extranjero donde tanto han hecho
por la convivencia.
Porque deseo que
busquemos, entre las normales discrepancias, el objetivo
permanente de reconciliación; que el perdón
que yo he querido pedir en estas palabras, sea un perdón
de verdad. Porque, como dijo Santa Teresa, "si no hemos
perdonado nosotros, demos sentencia contra nosotros, que
no merecemos perdón".
Deseo que nos
una la medalla y el sentimiento; por encima de la vestimenta
que podamos portar el día de salida. Que ni costaleros,
ni bandas, ni mantillas, ni penitentes ni roquetes -qué
me gusta esta palabra- sean distintos más que por
sus ganas, su esfuerzo y su amor... Amor, ya lo sabéis,
mi palabra preferida. Y, deseo, por encima de todo, que
no confundamos seriedad con recogimiento; que no confundamos
penitencia por tristeza; alegría por desmadre; y
orgullo por vanidad. Dejemos de calificar y de cuantificar...
Seamos acogida
de nuestros Titulares, seamos Iglesia, parroquia, colegio
o convento... Convento, ¡cuánto debemos agradecer
a nuestras monjas que miman y rezan; que rezan y trabajan;
que rezan y creen...! Y que rezan cantando. Ellas son...
esperad, así me lo cuentan. Va por ustedes, hermanas.
ESTA ES TU HERMANDAD
Hemos visto a
todos los Titulares que procesionan en nuestra Semana Santa.
Hemos visualizado sus rostros, sus pasos, su entorno, su
devoción... pero puede que esperéis algo más.
¿Queréis
que os hable de vuestra hermandad?
Escuchad porque
esta es la vuestra.
Tu hermandad está
llena de ilusión y se supera cada año para
llevar a la calle la fe y el amor a sus titulares. Tu hermandad
es ese grupo de personas que deja de pensar en el yo para
trabajar en un nosotros que la hace fuerte y que genera
admiración. En tu hermandad se vive durante todo
el año la Semana Santa y son muchos más los
que así la sienten que quienes sólo aparecen
en la salida como si no fuera su ellos.
Tus titulares
nunca se siente solos porque cada función, cada acto,
cada convocatoria cuenta con el respaldo de sus hermanos,
de sus devotos, y crean en esas ocasiones, una imagen tan
bella como la propia procesión. En tu casa de hermandad,
la que existe físicamente, o la que se siente en
muchos rincones con el simple calor de sus cofrades, hay
sentimiento fraternal y el problema de uno, en el momento
que el resto se entera, pasa a convertirse en un problema
compartido; en el que cada cual pone su granito de arena.
En tu cofradía
hay orgullo de lo que se tiene, pero no rivaliza con el
resto, porque no hay competencia en el amor a Jesús
y a su Madre; no hay final del camino, sino día a
día; no hay trofeo sino más trabajo. Tu hermandad
es un ejemplo cristiano, porque, no sólo has colaborado
con ella, la apoyas y, tal vez, también procesionas,
sino que dejas ver en tus palabras y en tus acciones qué
creencia guía el camino diario, esa que recibimos
de nuestros mayores y que trasladamos a las nuevas generaciones.
Tu Hermandad,
esa que yo bien conozco, se preocupa cuando a otra toca
quedarse en el templo, cuando hay alguna incidencia, cuando
algo perturba su normal funcionamiento. Cuando esto, porque
Dios lo manda, ocurre, es la primera en tender su mano.
En esa cofradía que tanto amas, hay tiempo para la
caridad, y para la formación, y para compartir.
Puede que a tu
hermandad le guste que las cosas se hicieran de otra forma;
pero sabe cómo trabajar por ello: sin enfados, sin
altanería, sin desprecios... Porque aceptas que,
o estamos -y estamos con todas la consecuencias- o nos podemos
ir. Aquí nadie está obligado; salvo al sentimiento
de grupo, Y el grupo tiene un solo objetivo; un solo Señor,
una sola fe. "No pienses que es humildad callar cuando
prevalece lo malo y rehúsas defender lo bueno. Huye
de una humildad que, con la omisión, se viene a hacer
necedad". Lo dijo Quevedo.
A mí me
gusta de tu hermandad cómo se respeta a los mayores,
se cuida a los jóvenes, y se da ejemplo a los niños,
esos niños que son el mejor mensaje de que Dios no
ha perdido aún la esperanza en la Humanidad. Y no
son, para tu cofradía, prioridad estrenar o embelesar
con nuevos enseres o proyectos. Muy al contrario, éstos
son una forma de realzar la presencia de los titulares en
la calle, a mayor gloria de Jesús y de su Madre.
En tu cofradía
he visto el amor con mayúscula, el esfuerzo, la fe
inquebrantable -aún en los momentos de duda-, el
proyecto de presente y futuro para la comunidad católica;
el deseo honesto de dar sin esperar recibir. Porque los
estatutos que un día se aprobaron y al que te debes,
las medallas que en un momento te impusieron; la responsabilidad,
en definitiva, que asumiste no es algo más de tu
vida; es el fundamento de tu vida cofrade. Y lo sabes. Tu
hermandad tiene un nombre, pero no hace falta nombrarlo,
aquí todos somos cofrades. Sé que tu hermandad
es la mejor; porque con su ejemplo nos hace mejor a quienes
la compartimos.
¿A qué
he hablado de tu hermandad?
Y ahora, si me
lo permites, te voy a hablar de tus días grandes...
Has vivido todo
el año, pero ahora intentas no perderte ni lo que
hace tu cofradía ni lo que hacen las demás.
Es difícil porque hay muchas coincidencias, pero
sabes enviarle tu cariño. Empiezan los que más
tienen que prepararse -por una cuestión física
más allá de lo religioso- y vives las primera
"igualás" y luego el retranqueo que cuando
me enteré que era eso, me quedé prendada.
Has realizado
el triduo, novena y función principal, has realizado
pregones y presentado carteles, y hasta conferencias y mesas
redondas, que hay que prepararse, de acuerdo al reglamento
interno de tu hermandad. En la póstula, donde siempre
echas de menos un poquito más de dinero, pero agradeces
el cariño recibido, comienzas la cuenta atrás
definitiva. Vives la misa de las palmas como luego -salvo
que tus horarios te coincidan- acudirás a los oficios
y a la vigilia pascual. Semana Santa no sólo son
procesiones.
Toca acudir a
los partes meteorológicos; y hacer balance del número
de hermanos que te van a acompañar; y nos acordamos
de los que nunca más podrán estar entre nosotros,
y que nunca olvidaremos; los que cualquier motivo o pueden
les impide acudir, Y hasta nos acordamos de quienes, por
decisión propia han tomado otro camino.
En nuestros rezos,
antes de la salida, a todos los tenemos en cuenta; para
eso somos cofrades.
La Iglesia se va llenando; las tenemos de tantas clases:
en las que todos cabemos y en las que no; las que tienen
los pasos dentro y las que todavía los tienen "aparcaos";
las que no tienen problemas de montaje y las que, con mucha
prisa, deben compartir el espacio con otras a las que hay
que dejarles el lugar. Esa es la cuestión: cada cual
a su sitio. El que te toque, sin protestar porque alguien
menos antiguo que tú va mejor colocado. ¿Mejor
colocado? Como si fuera una carrera. No vamos ni a ver ni
a que nos vean; vamos a acompañar. Ya tendrás
tiempo de comentar si algo no te gusta. Ahora prepárate,
por dentro y por fuera.
Murmullos, charlas, a veces jaulilla de grillos, y una voz
desde el atril que pide "por favor, vamos a mantener
el silencio, estamos en la casa de Dios"; y en un momento
se hace el silencio. Sólo un momento... porque continúan
las emociones, los saludos, colocarnos el último
detalle, desearnos suerte... No me pidas que critique eso...
sé que no está bien; pero, a veces yo lo hago,
no lo puedo evitar. Y entonces, se oye la voz del párroco,
con suerte también el consiliario que, junto al hermano
mayor -estas imágenes deberían ser imprescindibles-
nos exhorta, nos bendice, nos felicita... Falta muy poco.
Sé que
en tu hermandad concretamente, las cosas no son así;
las normas exigen un silencio que, perdóname, no
te hace ser más seria; te hace ser la que eres. Pero
tú también lo sabes, desde el corazón
el rito es el mismo, aunque tú lo hagas en silencio.
Alegría, nervios, entrega... Semana Santa.
Sigamos soñando.
Como el tiempo es estupendo -los otros días los paso
de largo vaya a ser-, sabes que un minuto o dos, se abrirán
las puertas y, es increíble, notas cómo el
pulso se te acelera, los ojos se humedecen, y todo en ti
se hace sentimiento. No te has parado a pensar la de horas
que vas a tener que estar en la calle; que el calorcito
de ahora -cuando tienes suerte- será después
frío helador. No has pensado el tiempo que vas a
pasar sin comer, beber, fumar, sin reposo para tus pies,
tus brazos o tu cuello... Lo pensarás a la vuelta,
pero, ahora, que abran ya que quiero salir.
Adelante Cruz
de Guía, márcanos el camino... Vámonos
a hacer liturgia en la calle...
Vamos a la calle
que es ya es semana grande, vamos a vivir el momento con
alegría; vámonos a dar expresión pública
de fe. Que se entienda por qué y para qué
hemos venido. Vamos a la calle a sentir; guardando en nuestros
corazones las anécdotas y dispuestos a dejarnos llevar.
Sales a la calle y tras dar las gracias, empiezas a ver
rostros conocidos entre la multitud que te encuentras. Y
te olvidas de la educación mal entendida de tener
que saludar a todo el mundo. No es día de relaciones
públicas. Puede bastar una mirada cariñosa,
tal vez un leve apretón de manos, discreto. Dejemos
para otros días los besos y abrazos, y saludos cuando
formamos parte del cortejo.
La procesión
está hecha para el recogimiento. Aprovecha y recuerda
a qué instante de la vida de Jesús estás
acompañando. Recuerda a qué advocación
está dedicada la Señora. Debes saberlo, las
tuyas y la del resto, porque si no, ¿qué estamos
adorando? ¿Sólo un paso? Tiene que haber algo
más. Tienes que saberlo, aunque no siempre seas capaz
de explicar porque esa imagen, justo esa, se te clavó
en el corazón y ya nunca podrá salir de él.
Y en ese recorrido, desde el recogimiento, escuchas las
voces que te rodeas.
Y alguien dice,
"perdona, ¿quién es este Cristo?"
Y respiras hondo y piensas, ¿qué hable de
mi Cristo? Y alguien dijo, con "age" sevillano
"¡pero hombre de Dios, si el Cristo es una inspiración
divina! ¿Qué quiere que le diga del Cristo?
Cuando estamos delante de Él, es como si se paralizaran
los sentidos. En su cara se fundó, la clemencia,
la ternura, la Bondad... y la Aflicción... Ya le
digo, estas no son cosas para expresarlas con palabras".
Y sigues adelante,
confiando en que todos lo entienden como tú.
Y alguien más
pregunta, "¿cómo es la Virgen? Vaya cosa,
¿usted cree que yo puedo decirle cómo es la
Virgen?" ¿Es que hay alguien capaz de decirlo?".
La mire, por donde la mire -en la iglesia o en la calle-
es maravillosa. Y, a partir de ahí, te dejas llevar
por los sentimientos.
Por ese compromiso
de quienes procesionan, tu Hermandad hace un recorrido de
los que marcan ejemplo. Vive su barrio, sea cual sea; cumple
las normas de la carrera oficial, y hace vivencia de todo
ese año de espíritu cristiano en unas horas
en la calle.
A tu hermandad
no le preocupan los comportamientos inadecuados porque eso
ya no se permite. Ni vestimentas más propias de fiestas
que de una procesión; ni personas que se salen de
la fila pero, bien cubiertas por la medalla, hacen su especial
recorrido: fuman, comen, beben y hasta dándole un
besito a la pareja... en fin, no seré quien yo condene,
pero ¿se han dado cuenta cómo hieren al resto
de los hermanos que no quieren hacer eso? Tu Hermandad sabe
que un año es muy largo, y hay que disfrutarlo, pero
está pendiente de que su andar no perjudique a otras
cofradías con las que comparte calle. Y, por eso,
cumple los horarios que, si vienen cortos, pues habrá
que hablarlo con Federación, con diálogo.
Yo voy a ver a
tu hermandad, porque vuelve a su templo bien organizada;
sin "espantás" que hace frío o,
algo peor, para no perderse el encierro. Sé que es
duro, pero no salimos a la calle para disfrutar sino para
acompañar. Y cada cual tiene su sitio.
Por eso, porque
el comportamiento de tu hermandad es ejemplar, completamos
la estación de penitencia con el corazón imbuida
de la felicidad del deber cumplido. Y ahora, más
que nunca, desde la satisfacción de haberlo conseguido,
los corazones se abren, llegan los abrazos, las lágrimas,
los buenos deseos... Hemos vuelto, felicidades para mi hermandad.
Ha sido el orgullo, una vez más. Semana Santa de
Granada, nuestro encuentro más cercano con Jesús
y con su Madre. Momentos de recogimiento y de alegría.
Para muchos, como leí en una plegaria una ocasión
de vivir y revivir los días más hermosos...
"Cuando
estés cansado, cuando estás en desacuerdo
Con lo que
te rodea, cuando estás
Desesperado y te sientes
Profundamente desgraciado
Acuérdate, tan solo un momento
De los días hermosos,
Cuando reías y bailabas,
Cuando estabas alegre con todo
Como un niño sin problemas
¡ No olvides los días hermosos!
Cuando horizonte,
Por lejano que lo veas,
Aparece oscuro, sin ‘luz'
Cuando tu corazón está lleno de tristeza
Y, quizás, también, lleno de amargura, cuando
aparentemente
Toda esperanza de nueva alegría
Y felicidad han desaparecido
Te lo suplico
Busca cuidadosamente entre los recuerdos
Los días hermosos.
Los días en que todo marchaba bien,
Sin nubes en el cielo,
Cuando cerca de ti había alguien
Que te hacía sentir amparado
Cuando podías todavía entusiasmarte
Por la persona que hoy
Te ha desilusionado o,
Quizás engañado.
¡ No te olvides los días hermosos,
si los olvidas no volverán más!
Vuelve a ser dueño de ti mismo
Llena tu espíritu de pensamientos alegres
Tu corazón de misericordia
De dulzura y de amor,
Tu boca de una sonrisa,
Y todo volverá a ir bien".
Y A MODO DE EPÍLOGO
Os debo confesar
cuánto me he agobiado, algunas veces pensando cómo
debía hacer este pregón. Mucho me importaba
que os gustara, pero al final me he di cuenta, de que lo
importante, lo más importante, olvidando mi imposible
poesía y mi torpe prosa, era haceros sentir orgullosos
de ser cofrades, de amar la Semana Santa.
Amar, esa es la
palabra mágica. Nada puede existir en el mundo si
no es con amor.
Amar... «El
amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso,
no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no
busca su propio interés, no se irrita, no tiene en
cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino
que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (Carta
de los Corintios, 13; 4-8)
Y en las cofradías, pese a quien pese, nos amamos.
Conscientes de lo que somos. Dijo el padre Hiniesta: Gracias
a las hermandades con todas sus deficiencias, Jesús
se va a la calle en busca de los suyos que se le perdieron
en un recodo de la vida. Sólo pretende animarles
en la búsqueda del camino de vuelta".
Y nosotros podemos
hacer mucho, desde el camino de ida. Pensando en el futuro,
en esos niños que hacen de nuestro trabajo un proyecto
en el que sólo hay un final: Gloria a Cristo Señor,
a su Padre, y a su Madre, Gloria a los hombres de buena
voluntad; Gloria a la Palabra Divina...
Por eso he hecho
este pregón. Donde estamos todos.
Quienes bajo una
misma fe, sacamos a la calle advocaciones que, por una y
otra razón, se han hecho un hueco en nuestros corazones.
Corazones que hoy, más que nunca, debemos cultivar,
no para nuestra hermandad, sino para nuestra fe: sin presiones,
sin perezas, sin miedos. Dime qué Semana Santa quieres,
y te diré la que tendremos. Tengamos seguridad de
que podemos y que la fuerza, como la luz no puede venir
solo de los demás, debemos sacarla de nosotros mismos.
Somos mucho más
de lo que creemos, podemos dar mucho más de lo que
intentamos; y sabemos cómo hacerlo. Lo estamos demostrando
en la Semana Santa, esta que nunca más debemos volver
a comparar con alguna otra. Que ni es mejor, ni es peor,
sino que es la nuestra; que no imita, sino aprende; que
no envida, sino admira; que no compite, sino comparte. La
que nos hace, si lo aprovechamos, un poquito mejores.
La historia se
repite hermanos. De nuevo llega la Semana Santa y con ella
el amor de Dios se hace aún más grande. Debemos
estar alegres. Su hijo va a morir pero para volver de nuevo
a resucitar. Vivamos la Cuaresma con el espíritu
de preparación que se requiere. Hay tiempo para rezar,
para las cofradías, para los cultos, para reír
y llorar... para todos los sentimientos que Dios nos concedió.
Porque somos personas puestas en este mundo para algo; para
algo que sirva, para dedicarlo a los demás...
Y si algo hay
que ofrecer, yo creo que, por encima de todo, nos debemos
dedicar a dar y recibir amor. Seamos ejemplo para los niños.
Ellos aprenden de nosotros y nosotros debemos aprender de
ellos. Está escrito "Yo os aseguro, si no cambiáis
y os hacéis como niños, no entraréis
en el Reino de los cielos" (Mt 18.3). En ese Cielo
donde no hay más brújula que la que nos ofrece
la creencia de verdad. Una verdad que hacemos palabra con
la oración, ese gran regalo que Dios nos dio. Donde
está la respuesta y donde, aprendemos a ser más
fuertes... hasta el final.
Y mientras llega,
mira a tu alrededor, a esa gente que quieres y que te quieren.
Sé que lo sabes, pero te lo voy a recordar: siéntete
feliz de estar cerca de tu familia y tus amigos, diles lo
importante que son para ti; repítelo una vez más;
porque es bueno sentirnos cerca de ellos; háblales
y escúchales; Coge sus manos y demuéstrales
que les quieres; regálales un abrazo sin dejarlo
para mañana; mañana para ti es hoy. Pide perdón
o date por perdonado. No lo demores, que es importante.
No neguemos ni una palabra de cariño que es el mejor
alimento del alma.
Seamos verdadera
familia, para que Él, con su hijo Jesús, nos
guíen, y para que, junto a su Madre, la Virgen María,
nos acompañen siempre. Las campanas suenan; escuchemos
la voz de Dios. Oigamos el mensaje divino. Es Semana Santa.
Nuestra Semana Santa.